sábado, 27 de abril de 2019

Maduro: El peor gobierno de la historia republicana



Orlando Zabaleta.



Casi todos saben que el gobierno de Maduro es el peor gobierno de la historia de Venezuela. Así lo recogerán todas las crónicas del porvenir, hasta los textos escolares.
En vano los historiadores del futuro buscarán parangón a este desastre. La hiperinflación y la caída del PIB ya dejaron muy atrás la estanflación de los 90 en la que Caldera y Petkoff nos embarcaron con sus experimentos neoliberales. Hasta hace unos años nos pasmábamos de haber alcanzado 103,2 % de inflación en 1996. Qué ingenuos éramos.
Por aquellos tiempos, Luis Guisti asfixiaba la entrada de dólares petroleros promoviendo la sobreproducción que desplomó el precio del barril a menos de 10 dólares y usando cualquier mecanismo (depósitos en cuentas extranjeras o compras de activos, muchos inútiles, en el exterior) para evitar que los petrodólares entraran al país. Pero la contribución de Maduro a la mengua de nuestros ingresos es más simple y directa: abatir la producción del crudo, que fue de 2.356.000 barriles por día en 2013, cuando asumió la presidencia, hasta 1.137.000 bpd en 2018; acumulando una caída de 1.219.000 bpd en cinco años. Ya en enero de este año, antes de que Trump arrancara con sus nuevas sanciones, el retroceso superó con creces los 100 mil bpd y el colapso de PDVSA continuaba y se aceleraba, según la OPEP.
Los cronistas del mañana tampoco podrán hallar comparación para la actual crisis con los calamitosos años posteriores a la Guerra Federal, que tanto devastó al país, destruyó la agricultura y nos agarrotó de deuda; aunque Juan Crisóstomo Falcón, el héroe de la Federación que asumió la presidencia, era muy proclive a enfrentar los problemas ignorándolos y ocultaba la indefinición ideológica debajo de la repetición de consignas; así, mientras echaba al olvidó el grito antioligárquico y el reparto de la tierra por la que el pueblo había luchado, era muy insistente en recordar discursivamente a Zamora y en asentar con ostentación aquello de “Dios y Federación”.
Actualmente los niveles de pobreza han alcanzado medidas históricas porque la destrucción del aparato productivo ha sido gigantesca. La caída del PIB en estos cinco años es inédita, tanto por la cuantía como por la duración de la desaceleración económica. Y este año tendremos una hiperinflación de cuatro o diez veces mayor a la de 2018. Llevar la inflación a más del millón por ciento no parecía ni siquiera posible. Y Maduro lo hizo, y ahora se prepara para superar al menos en cuatro veces su monumental record de 2018.
Hay que agregarle el estado crítico de los servicios públicos, de todos. No solo el agua y la energía eléctrica, también el gas, las comunicaciones telefónicas, Internet, la recolección de basura, la limpieza de las calles, el mantenimiento de la vialidad, el transporte de cualquier tipo (urbano, extraurbano, público o privado). Y la salud y la educación.
El deterioro del respeto a los derechos humanos es evidente. Desde la puesta en práctica de la OLP, un operativo de “seguridad” que consistía en la ejecución extrajudicial de presuntos o reales delincuentes (operativo que contó con el apoyo de atrasadísimos sectores de la opinión pública, tanto del gobierno como de la oposición). Ahora es el FAES el que se encarga de administrar la pena de muerte en un país que constitucionalmente la prohíbe. Ante la pérdida de sostén popular, el gobierno aumentó la represión y criminalizó la crítica y la disidencia. Se volvió cotidiano el arresto de opositores y de dirigentes sindicales nada más que por protestar. El que protesta será apresado y puede ser acusado de terrorista (como acostumbran en Estados Unidos o en Colombia).
Regresó la vieja práctica adeca de enviar a los civiles a juzgados militares, violando el derecho a ser juzgados por sus jueces naturales. Al igual que la detención sin presentación ante un juez, dejando al detenido en un limbo extrajurídico por tiempo indeterminado. Hay muchas denuncias de torturas que han sido descartadas sin la investigación debida. Por ahora la represión no ha alcanzado los niveles de los gobiernos de Betancourt y Leoni, con su historial de desaparecidos, torturados y asesinados; pero va rápido por ese camino y el autoritarismo creciente del gobierno es alarmante. El gobierno no se siente limitado por las leyes ni por la misma constitución, y menos por la opinión de sus bases de apoyo, que, aunque se auto declaran (y hasta se creen) de “izquierda”, callan o aplauden los abusos antidemocráticos y violatorios de derechos humanos elementales, igualándose a la tradicional derecha gorila del continente.

¿Cómo lo hizo?

Pues sí, en el futuro los historiadores no discutirán que Maduro encabezó el peor gobierno de la historia de Venezuela. Lo que costará a las futuras generaciones entender es cómo hizo para desbaratar el país tan profunda y tan rápidamente. En abril 2013, cuando Maduro asume la presidencia, había serios nubarrones en el comportamiento económico, que pudieron ser enfrentados bien, o regular o mal. Enfrentarlos peor que mal, tan catastróficamente, fue algo que nadie esperaba.
El barril de petróleo venezolano se cotizaba en 98 dólares. Pero ya se sabía que el precio del petróleo entraría en declive. Este ciclo de descenso tenía un rasgo distinto a los anteriores ciclos (con un nuevo factor estructural en la oferta): la naciente forma de extracción del petróleo: el fracking, una técnica que permite extraer petróleo de las piedras, y que posibilitaría a los Estados Unidos un gran aumento de su producción petrolera. La profundidad del descenso (hasta cuándo caería el precio y por cuánto tiempo duraría bajo) sí no estaba claro, así como no estaba claro si los grupos ecologistas norteamericanos podrían limitar la producción por fracking (que tiene un fuerte impacto ecológico). Pero un gobierno responsable, a partir del diseño de diversos escenarios, tendría que planificar posibles respuestas, y preparar medidas preventivas.
Maduro decidió no hacer nada. Impasible esperó el derrumbe del precio, simplemente por el temor a atemorizar a la gente, que, según el gobierno, no hubiera entendido el porqué de los “recortes”, o de las advertencias de una emergencia.
Así se mantuvo la entrega a granel de dólares subsidiados, un tipo de cambio absurdo y dañino, el precio de la gasolina a un nivel irracional, en medio de un creciente gasto público. Por supuesto que las reservas internacionales desaparecieron y los desequilibrios ya existentes se volvieron gigantescos. El precio de la gasolina, mucho menor que el de una botellita de agua mineral, era un fardo insostenible hasta para PDVSA. La relación entre el dólar oficial y el paralelo crecía día a día, propiciando la fuga de divisas de muchas maneras (en monedas o en productos subsidiados) y favoreciendo diversos mecanismos de corrupción. El gobierno tomó el camino de sostener el gasto creciente a través del endeudamiento y del déficit fiscal.
Irresponsablemente el déficit engordó sin medida. El Banco Central es el que paga los gastos del gobierno y los de PDVSA a través de una liquidez artificial que es pura espuma. La inflación se hizo galopante y la depresión se instaló.
Para justificar la escasez (forzosa consecuencia de la caída de las importaciones en un país que prácticamente todo lo importa) y la inflación (producto de la conjugación de la poca oferta de productos con el aumento de la liquidez) el gobierno utilizó como justificación lo de la “guerra económica”.
La comparación de nuestra “guerra económica” en esos años con el Chile de Allende o, más aún, con el caso cubano era extravagante. Sobre todo porque el gobierno de Maduro comerciaba millones de dólares con todas las transnacionales gringas y europeas: importaba productos y firmaba contratos de servicios y hasta formaba sociedades con grandes empresas internacionales del sector petrolero y minero. A lo sumo, el único factor identificable en los primeros años del gobierno de Maduro como “guerra económica” del imperialismo era la baja clasificación que las agencias de evaluación de riesgo (Standard and Poor's, Moody's,) nos asignaban, que siempre aumentaban los riesgos de Venezuela como deudor; y, claro, ello influiría en nuestros costos de endeudamiento en el sector financiero.
Lo cierto es que al abrigo de la “guerra económica” el gobierno logró convencer a sus ya convencidos partidarios de que no era responsable del hambre que pasábamos. Que la escasez no era producto de nuestra falta de producción combinada con la caída de nuestra capacidad de importación, sino que teníamos una producción grandísima pero que estaba acaparada por empresarios que se arriesgaban a quebrar sus empresas para tumbar al gobierno, o se escapaba hacia Colombia (Maduro llegó a decir, y consiguió quien se lo creyera, que el 40% de los alimentos se iba por los caminos verdes). El aumento constante del precio del dólar no se debía a que nos ingresaban muchísimos dólares menos y a que la inflación se comía al bolívar, sino a que una simple página web podía establecer la pauta del precio del dólar contra el BCV y todo el Estado venezolano; cuento este último que también consiguió su cuota de creyentes.
A diferencia de los grandes conflictos de la historia mundial, la idea de “guerra” económica sirvió para justificar la corrupción y la ineficacia abrumadora. En las guerras donde los países se juegan la vida, los generales que llevan a las derrotas son alejados de sus puestos de dirección, degradados o incluso son guillotinados o fusilados cuando cuesta diferenciar la incapacidad de la traición. Aquí, por el contrario, a los derrotados “generales” que protagonizan las derrotas de la “guerra económica”, se les daba nuevos batallones y tareas en las cuales seguir fracasando: la lista de ministros, viceministros, gerentes de empresas; en fin, toda una burocracia de reconocida incompetencia, sigue siendo la elección predilecta de Maduro.
Hasta que de tanto repetir que “viene el lobo”, llegó la hora y vino de verdad el lobo. Trump empezó a limitar el acceso al sector financiero norteamericano el año pasado, y luego del 23 de enero de este año, una vez que tuvo bien colocado a su títere Guaidó, lo uso para prohibir el comercio de las empresas gringas o extranjeras con nosotros y para robarnos descaradamente los activos que estaban en el exterior. Ahora sí hay una guerra económica. Las empresas del mundo están amenazadas si mantienen el comercio con Venezuela.
Pero antes de enero de este año, ya Maduro había hecho bastante por la destrucción de la economía venezolana. Eso está clarísimo. Solamente la caída de la producción petrolera de los últimos dos años es una prueba de ello.
Nos hemos centrado en el aspecto económico por ser el más evidente, menos discutible y afectar a todos los aspectos sociales. Pero la destrucción, como sabemos, también fue adelantada en otras áreas: en el debilitamiento institucional y político, puesto que el gobierno, desde el 2015 se empeña en gobernar sin tomar en cuenta el rechazo mayoritario de los venezolanos ni el ordenamiento jurídico-constitucional de la República. La debilidad política institucional del país es el producto del inmediatismo político y la vocación cogollérica que caracteriza al gobierno y que comparte con la cúpula de la oposición.
La debilidad como país a la cual nos condujo el gobierno de Maduro es un factor importante en la conformación de la situación actual. La derecha del continente puede darse el lujo de agredir la soberanía de nuestro país sin temor. Lo peor es que es fácil imaginar que seremos más débiles (económica, social y políticamente) dentro de tres meses, y así sucesivamente.
Claro que también es cierto que los libros del futuro recordarán a Guaidó como el más arrastrado de los pitiyanquis de la historia. Su vocación de títere de Trump es asombrosa. Seguramente se usará el verbo “guaidear” para los que tienen tan profunda vocación antinacional y son tan serviles que llegan al extremo de pedir una invasión para su propio país. También Guaidó es un caso es muy especial.

Lo más importante

Lo anterior puede ser una síntesis de los estudios de los historiadores del futuro. Explicar los mecanismos de destrucción del país. Señalar a las dos cúpulas que utilizan la polarización para destruir el país en aras de una ambición ilimitada.
Pero lo más difícil de explicar, el gran misterio de los historiadores del futuro no será cómo actuaron los depredadores de ambos lados, ni sus malas intenciones. Recuerden que somos 32 millones de venezolanos; o sea, que hay que ampliar la mirada.
Lo más arduo de descifrar es cómo el bravo pueblo venezolano permitió que lo llevaran al despeñadero. Un pueblo cuyo instinto lo ha llevado varias veces a intervenir en situaciones críticas incluso sin líderes ni estimulados por movimientos organizados. Más de la mitad del pueblo venezolano ha evaluado bien a Maduro y a Guaidó, sabe perfectamente que con ambos seguiremos descendiendo en el escalón de la vida humana y el país será cada vez más endeble para salvaguardar su soberanía. Y, sin embargo, el pueblo venezolano no ha logrado constituir una alternativa con fuerza ante estos dos sectores. ¿Cómo la fragmentación ha sido más fuerte que la necesidad de que el pueblo venezolano enfrente la crisis autónomamente? Ese es el tema más controvertido hoy y lo será también en el futuro. Pero lo dejaremos para un próximo artículo, que, además, este aspecto aún está en pleno desarrollo.


PD: Este artículo NO fue escrito siguiendo las instrucciones del presidente Maduro.



Sábado, 27/04/2019. Aporrea

Freddy, agente de la CIA, planifica atentar contra el sistema eléctrico



Orlando Zabaleta.



I

A través de su teléfono satelital codificado, el agente Freddy contestó la llamada de un alto jefe desde la mismísima sede central de la CIA en Langley (Virginia, Estados Unidos). Le habían adelantado que le encargarían una operación especial cuya línea de mando no pasaría por el canal regular de la Embajada. El excitado agente Freddy se sentía tan halagado como preocupado por el compromiso que iba a asumir. Ya el encargo en sí era como una promoción.
–Buenas noches, Freddy –retumbó la voz del Alto Jefe que a Freddy le pareció impregnada de una autoridad terrible. Freddy apenas respondió “A la orden, sir”, alegrándose de que le hablaran en español, que el agente criollo era consciente de su mala pronunciación inglesa. El Jefe fue directo al grano:
–Destruirá el Objetivo identificado en tu manual como P83, es una planta termoeléctrica, con esa planta fuera de juego disminuiremos la oferta de energía eléctrica. Investiga la situación, haz el plan, pon a punto los recursos necesarios e infórmanos.
Freddy investigó, tal como le pidieron sus jefes desde USA. Revisó concienzudamente los planos de la Planta, elaboró un boceto inicial del plan, recopiló todos los pertrechos necesarios (C4, armas, vehículos, radios) y puso en alerta a cinco agentes subalternos en cuya capacidad confiaba, luego hizo la pertinente revisión sobre el terreno, para terminar generando el plan de la operación. Lo revisó una y otra vez, corrigió aquí y allá, y al final lo dio por terminado con cierto aire de orgullo.
Seis días después respondió la llamada del Jefe de la Agencia allá en el Norte.
–Buenas noches, Jefe, ya tengo todo preparado para la operación –informó diligente y orgulloso–. Un plan sencillo y efectivo altamente eficaz…
–Muy bien, agente Freddy…
–Pero, señor –interrumpió el agente–, quería preguntarle una cosa: ¿ejecuto el plan ahorita, o sea, volamos la P83 ya, o esperamos a que la reparen? Porque esa Planta lleva trece meses parada, y los del gobierno se la pasan prometiendo que pronto la volverán a poner en operación, pero la verdad es que nadie sabe cuándo la repararán.
¡Maldición!, se decía a sí mismo Freddy, que veía escapar su momento de aventura, ascenso y gloria. No era la primera vez que tenía que suspenderse un operativo o campaña de sabotaje porque la ineficacia gubernamental demostraba ser mucho más dañina y criminal. Así habían sido suspendidos los planes contra la producción masiva de gas doméstico, los mega-atentados contra el transporte público, la voladura de la siderúrgica para detener la producción de acero. En materia de sabotajes siempre el gobierno lo hacía mejor.
La moraleja del cuento es simple: ¿Vale la pena malgastar recursos, exponer vidas y correr el riesgo de complicaciones internas en operaciones terroristas que no van a ser más destructivas que el accionar de la misma burocracia?, se preguntarán las agencias de espionaje gringas.

II

Si la falla del Guri fue producto de un ataque cibernético, como alega el gobierno, o fue el resultado del innegable abandono y la persistente desidia que ha sufrido el Sistema Eléctrico Nacional, como cree la mayoría del país, ha sido la discusión de todos en estos días. Pero esa discusión está signada por la polarización: se debate como una cuestión de fe y, enceguecidos, los extremistas de ambos lados hasta niegan que la tesis contraria sea posible. Pero se equivocan: en principio ambas explicaciones son plausibles.
La mayoría del país asume que la caída del Guri fue producto del deterioro del Sistema Eléctrico Nacional. Es lógico: todos sufrimos apagones casi diariamente y algunos viven días enteros sin energía. Nos consta, pues, que el Sistema Eléctrico, ayuno de inversiones y alimentado de desidia, lleva años arrastrándose hacia el desastre.
Hay otros factores que desacreditan la versión del “saboteo electrónico”. Las declaraciones del gobierno sobre el tema fueron oscuras: incompletas, contradictorias. Al principio se dijo que el daño del “cerebro” del Guri afectaba la distribución. Luego resultó que las turbinas se habían detenido y la falla era de producción. Es ese el estilo de la política comunicacional del gobierno, tanto en economía como en salud o electricidad: nombres o frases más que explicaciones, revelaciones incompletas y contradictorias.

III

Pero otros aspectos son más importantes que ese debate de las causas: el de la credibilidad del gobierno y el de la vulnerabilidad del país.
El gobierno ya alcanzó niveles gigantescos de falta de credibilidad. El pueblo tiene mucha experiencia en sus mentiras: que si este (en los últimos cinco años) es “el año de la recuperación económica”, que si con este “nuevo” Dicom o con el petro acabaremos con el dólar paralelo y resolveremos los problemas económicos, que si íbamos a una situación de “déficit cero”. Esas son solo las mentiras económicas, las citamos porque, acéptelo o no, tienen la virtud de ser innegables. El que las creyó en su momento ya está cansado de desencantos.
Si el gobierno fuera un gobierno serio hubiera creado una comisión amplia y de buen nivel, con técnicos y profesionales reconocidos, con una representación idónea de diversos factores (incluso hasta de la ONU) para realizar una investigación completa y definitiva de las causas del mega-apagón. Una comisión de la que nadie pudiera dudar. Así hubiera ganado políticamente: bien porque demuestra su explicación, la del sabotaje electrónico, como correcta; o, en caso de que la comisión no avale su versión oficial, el gobierno tendría la voluntad de demostrar su voluntad de hacer correctivos (empezando por despedir a los que intentaron engañar al país con una explicación falsa y a los que son responsables de una vulnerabilidad tan grande).
Pero al gobierno no le preocupa su falta de credibilidad. Le basta con el apoyo ciego de una minoría de convencidos. El gobierno no busca convencer, sino hacerse repetir.
El otro aspecto, más importante que la causa del apagón, es el de las vulnerabilidades. Sí hubo fuertes tambores de guerra hasta el 23, el loco de Trump insiste en que considera “todas las opciones” y su títere Guaidó prefiere la opción militar. Ahora, aunque haya bajado la posibilidad de guerra, sigue estando presente. Es inaceptable que el gobierno, que se declara valiente defensor de nuestra soberanía ante el peligro de invasión extranjera, no haya hecho un balance de nuestras vulnerabilidades, que son bastantes. Desde el sistema eléctrico hasta nuestro débil sistema de pagos (la falta de efectivo combinada con un sistema de pago electrónico que se cae en tiempos normales). ¿Se imaginan un ataque militar realizado mientras hay un apagón total? ¿O una caída del sistema de pagos e internet? Y hay muchos más puntos débiles a tomar en cuenta. Por eso alarma que Padrino López declare, después del apagón, que la FA ejecuta un plan de monitoreo aéreo y de resguardo a las instalaciones del sistema eléctrico, ¿no deberían estar ejecutando ese plan desde hace años, años durante los cuales Motta Domínguez le ha atribuido las fallas del servicio al saboteo y a la guerra económica?

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Posdata: Este artículo NO fue escrito ni pensado “siguiendo instrucciones del presidente Maduro”.



Martes, 19/03/2019. Aporrea.

Maduro ya perdió todo lo que Chávez dejó



Orlando Zabaleta



I. Un cuento ruso
“Todo lo que Lenin hizo lo hemos perdido para siempre”, gimoteaba en privado Stalin en su palacio del Kremlin. Eran los primeros días del sorpresivo ataque nazi a la URSS en 1941 y las tropas hitlerianas habían ocupado con facilidad buena parte de la URSS europea. Parecían indetenibles ejecutando en suelo ruso la famosa Blitzkrieg (guerra relámpago) con la cual habían conquistado a casi toda la Europa continental.
Una vez muerto Lenin en 1924, Stalin logró eliminar a la vieja guardia bolchevique, acusando a los compañeros de Lenin de traidores y hasta de ser espías alemanes. El combativo partido bolchevique acabó convertido en una dócil jauría que se relamía persiguiendo a cualquiera de sus filas que fuera declarado enemigo. En su paranoia Stalin también había purgado al Ejército Rojo tildando a sus oficiales de renegados salta talanqueras. Los cargos vacantes en el ejército soviético fueron ocupados por una oficialidad sin experiencia o de comprobada incapacidad; pero, eso sí, de absoluta lealtad al camarada Stalin. La incompetencia del Ejército Rojo estalinista se había hecho pública en 1939 con su pobre actuación al enfrentar al pequeño ejército finlandés.
Así que Stalin tenía razón al asumir su culpa en el desastre, aunque fuera en la intimidad y temporalmente. Hitler y el alto mando alemán contaban con la desarticulación militar soviética y también con el descontento que la opresión nacional, social y estatal de la burocracia había producido en la sociedad soviética. Y, efectivamente, algunos sectores de la población saludaron a los invasores como libertadores; pero los nazis, orgullosos representantes de un pueblo ario, no tenían hacia los pueblos eslavos más que un desprecio profundo y mortal que mostraron desde el primer día. Asesinados, perseguidos, apresados sin contemplaciones ni motivos, los pueblos soviéticos asumieron que, aunque odiaran a Stalin, tenían que arriesgar la vida enfrentando al despiadado invasor si querían tener alguna posibilidad de conservarla.

II. El cuento venezolano
Las comparaciones históricas tienen eficacia pedagógica. Dan luz, color y vida a una explicación, abren una vía intuitiva a un concepto. Incluso nos interrogan sobre las diferencias entre las dos situaciones que se cotejan y nos lanzan inesperadas preguntas. Pero tomadas literal y alegremente siempre son una trampa. Porque en realidad, estrictamente, la historia nunca se repite, ni siquiera en las dos versiones que decía Hegel, una como tragedia y otra como comedia.
El lector sabe, desde el título, que la referencia a Stalin y a la URSS plantea una comparación con la situación actual de Venezuela. Pero es menester señalar las diferencias.
La comparación de Stalin con Maduro se refiere al aspecto de la “herencia” política que recibieron y asumieron: ambos se montaron sobre lo que había hecho otro, Lenin o Chávez, de mayor visión y con proyectos de más largo aliento. Y ambos malgastaron la herencia.
Pero es ridículo llamar a Maduro “dictador”. Los jefes políticos que tal hacen actúan de mala fe, y la mayoría de los que lo repiten lo hacen por ignorancia (más o menos grande, por cierto) y con mucha ceguera emocional. Si en una dictadura usted llama públicamente dictador al presidente tiene dos opciones: o lo hace desde el exterior o desde la clandestinidad. Digo, si pretende conservar la vida.
El gobierno de Maduro ni remotamente ha alcanzado en cuanto a represión el historial de los gobiernos de Betancourt y Leoni; y en cuanto a acciones que pudieran tildarse de genocidio tampoco alcanzaría a la respuesta de CAP II al Caracazo, que sobrepasó los mil muertos.
Ah, pero el gobierno de Maduro, enviciado en culpar a los demás de sus monumentales errores, tiene la piel hipersensible ante la crítica, y la ha enfrentado aumentando sostenidamente el autoritarismo. Ha criminalizado la protesta, y nos ha retraído a la época de los primeros gobiernos de la democracia representativa, cuando los civiles eran remitidos a los tribunales militares. Ha habido actos de los cuerpos represivos (allanamientos o detenciones) que claramente buscan atemorizar a potenciales protestantes. Prisioneros mantenidos en un limbo legal, donde ni la fiscalía ni los tribunales definen la situación del detenido; o sea, esas detenciones arbitrarias contra las cuales la humanidad civilizada lleva siglos luchando. En fin, Maduro encarna un gobierno autoritario que al aumentar sus respuestas represivas sí se encamina hacia una dictadura.
Se encamina, pero lo más interesante es que no puede. No puede ni queriendo. El Estado venezolano no puede controlar el tránsito; ni las fronteras; ni amplísimos territorios dedicados a la minería ilegal; ni las cárceles; ni algunas zonas urbanas tomadas por el hampa y los paramilitares. El Estado venezolano ni siquiera puede garantizar que un billete de obligatorio curso legal (como el billete de 2 bolívares) circule. Así que no espere usted que pueda instaurar una dictadura. Y no se confunda por el abuso descarado y el autoritarismo desfachatado, que los niveles represivos de las democracias formales pueden ser muy alto. Revise nuestra experiencia histórica.

III La herencia perdida
Cuando Chávez se despidió por última vez señaló que, pasara lo que pasara, “tenemos Patria”; era verdad. Teníamos Patria: había una robustez económica innegable (e imprescindible para la conformación del Estado-Nación): reservas económicas e índices económicos aceptables y hasta respetables; el mejoramiento del índice de Gini había sido constante y el entusiasmo mayoritario de los sectores populares era una buena base para el fortalecimiento social y nacional.
Pero también había ciertos desequilibrios y amenazas tanto estructurales como coyunturales. El “modelo” económico tenía ciertos problemas. El “modelo”, claramente, es una combinación de rentismo, cristianismo y keynesianismo. Los que hablan de socialismo y comunismo son los crédulos propagandistas del gobierno, por un lado, y los atrasados anticomunistas de la Oposición que han resucitado el viejo macartismo de los 50, por el otro. Ambos bandos, evidentemente, no sienten ninguna vergüenza en sacar a pasear su ignorancia en público. El sustrato de esas creencias es meramente emocional. Pero ese no es el tema de este artículo.
En todo caso, el modelo rentista (que podía mantener un dólar baratísimo) solo era sostenible sobre la base de una inmensa entrada de ingresos petroleros. Al encargarse Maduro de la presidencia se esperaba que el petróleo de esquisto impactara a la industria petrolera y produjera una caída de los precios del petróleo, eso conjuntamente con la aceleración de la inflación y el cada vez mayor desequilibro entre el dólar oficial y el paralelo, nos alertaba que el país atravesaría serias dificultades. Maduro tuvo entonces, hace más de cinco años, la opción de enfrentar la crisis (teniendo aún recursos económicos, sociales y políticos para ello) o (por temor a alborotar el avispero y llamar al país a asumir los necesarios recortes) no hacer nada en materia económica y dedicarse a la “batalla política”.
Entonces el país fue desbaratado. Se debilitó totalmente, se destruyó la industria petrolera, y se dejó que la deuda se convirtiera en una carga pesadísima y asfixiante. El Banco Central pasó de ser protector de la moneda a ser su principal adversario al financiar el déficit fiscal con una liquidez descomunal. Se abandonó la infraestructura pública. Retrocedieron todos los avances sociales en materia educativa y de salud. Los servicios públicos (gas, electricidad, agua) entraron en crisis que tiende a la parálisis. La corrupción y la ineficacia del Estado venezolano se fortalecieron sin freno y sin recato. La mayoría del país está descontenta y desesperada con la crisis en todos los campos que padece diariamente.
Debilitada la Patria, los viejos enemigos del país aprovechan para hostigarnos; desde los grandes hasta los chiquitos. Trump y el gobierno de Guyana lo que hacen es aprovechar la fragilidad de nuestra situación. El gobierno de los Estados Unidos, eterno defensor de todas las malas causas que padece la humanidad, puede darse el lujo de amenazarnos descaradamente con el apoyo de la mayoría de los países latinoamericanos. Los buitres de los grandes poderes de la Tierra auspician el proceso degenerativo que el gobierno criollo adelanta para que la injerencia sea más fácil. Y para empeorar las cosas tenemos más apátridas que nunca y los locuelos de ambas polos pretenden llevarnos a una guerra civil o internacional que amputará nuestro futuro como nación por siglos.
Teníamos Patria, pero el gobierno de Maduro la perdió.
Maduro podría practicar el mismo acto de constricción que hizo Stalin, y reconocer: Todo lo que Chávez dejó lo hemos perdido. Y hacer lo que debe hacerse en tan delicada situación: llamar al Pueblo Soberano a que se pronuncie. Convocar a un referéndum que le pregunte al pueblo si se llama a elecciones para relegitimar todos los poderes.
En otras palabras, buscar una salida que sea constitucional, soberana, democrática, nacional, popular y pacífica. Abrir una puerta por la que podamos volver a tener Patria.

Viernes, 22/02/2019. Aporrea.

Lo que no entiendo


Orlando Zabaleta


I

No entiendo que en las redes sociales haya tantos nacidos en Venezuela a quienes les parezca poca cosa que sea Trump el que adelante el proyecto de Guaidó. O, dicho con más precisión, que sea Guaidó el que adelante el proyecto de Trump.
Me sorprende que a nacidos en Venezuela (no sé si sea válido llamarlos venezolanos) les parezca algo baladí que el general Jefe del Comando Sur y los senadores y representantes más antediluvianos del Norte nos amenacen diariamente y repitan lo de la opción militar a cada rato. Que hayan colocado a un conocido terrorista y asesino de cuello blanco como Abrams (condenado por el caso Irán-Contra, aquel asunto de tráfico drogas y armas para mantener a los Contra) como “enviado especial” de Trump para Venezuela. Que, en concierto con el autoproclamado Guaidó, los gringos hayan dejado personal en la Embajada Norteamericana como cebo, como una trampa que sirva de excusa para una acción militar gringa en nuestra patria.
De paso: hay una cobija argumentativa que utilizan esos nacidos en Venezuela para ocultar sus partes pudendas pitiyanquis: ¿se han oído a sí mismos cuando comparan al Imperio yanqui con el “Imperio cubano”? ¿Saben contar fuerzas militares, poderío financiero, empresas transnacionales? Por supuesto que las transnacionales chinas son empresas capitalistas, y cuánto más las rusas, que el Partido Comunista Chino tiene año tras año más millonarios en su seno. Si las fuerzas armadas de alguna de estas dos potencias mundiales, China o Rusia, estuvieran decidiendo quién es el presidente de Venezuela y nos estuviera amenazando militarmente, en estas notas simplemente yo, como buen e inevitable venezolano, sustituiría donde dice “yanqui” o “gringo” por chino o ruso (sin esconderme en que los gringos son peores). Eso de exculpar a un ladrón porque otro ladrón robó igual o más siempre me ha parecido ridículo (e inmoral, es una vieja defensa que utilizaban AD y Copei uno contra otro).
Pero si consideramos la historia se podría no considerar válida mi sorpresa. Porque sé que siempre hemos tenido pitiyanquis desde la época de Gómez. Genuplexos y presurosos para el “Yes, sir, yes, sir”. Pero precisamente desde el 23 de enero de 1958, se demostró que los pitiyanquis eran una minoría ante las mayoritarias manifestaciones en las calles de un pueblo digno. ¿Recuerdan la visita del vicepresidente Nixon en ese año? Los marines se pusieron en alerta para invadirnos.
Como quiera que desde mediados de los 80 la burguesía “nacional” le pidió al Estado que no la “protegiera” más con aranceles, porque ella y que iba a “globalizarse”, la onda de no producir un clavo sino importarlo se expandió aún más, y con el país más globalizado el pitiyanquismo creció entre ciertos sectores de la clase media (que en la década anterior no pasaban del relativamente inofensivo “ta´barato deme dos”).
Posiblemente esas posturas antinacionales sean más visibles en las redes sociales. Allí se han mezclado con el “radicalismo” (o acaso con el histerismo). En Internet es el campo de batalla donde tanto valiente tecleador está dispuesto a entregar todo (todo lo que no sea de él) para acabar con Maduro. Estoy convencido de que en los últimos tres o cuatro años el sostén más importante de Maduro han sido precisamente estos “radicales”, no solamente porque dominados por la histeria asustan a sus propios partidarios con su sed de sangre, la guarimba y la incitación al saqueo. También porque los políticos más inteligentes de la Oposición, aunque en privado dicen que esos talibanes, cibernautas o pedestre, son unos maniáticos, no se desligan de ellos por miedo o por demagogia, y la Oposición acaba repitiendo frases fuertes y muy emotivas pero sin ninguna política. El último caso fue el de Falcón, que tenía razón cuando les decía “Si votamos, ganamos”, pero los Opositores decidieron irse por el camino de la abstención. Apenas la Oposición ha agarrado algún vuelo, salen de su propia fila los “radicales” a sabotearla. Si el gobierno de Maduro no fuera tan requetemalo la Oposición no hubiese salido del pozo depresivo en el que se metieron en 2018.

II

Tampoco entiendo cómo un nacido en Venezuela, en pleno uso de sus facultades mentales, o sea, con un gramo de cerebro y un poquitico de responsabilidad puede despachar tranquilamente las posibilidades de una guerra civil. No soy pacifista en abstracto. Ninguna guerra es buena pero hay guerras necesarias, como la que adelanta un pueblo contra un invasor extranjero. Pero las guerras civiles son un caso aparte, a fin de cuentas son enfrentamientos de hermano contra hermano, han sido sumamente crueles (más que las guerras nacionales), posiblemente porque los contendientes se saben tan iguales que exacerban el odio y apelan a la crueldad para ocultarse a sí mismos el carácter fratricida del combate.
Una guerra civil no solo traerá mucho más dolor del que ahora padecemos. Dejará una deuda inmensa, pesada e impagable de sangre. Y será una tragedia que nos cancelará como nación por décadas, o quizás para siempre. Ningún bando podrá ganar una guerra civil, ambas partes serán perdedoras y todos saldremos derrotados.
La irresponsabilidad criminal ante este peligro la comparten tanto la Oposición de derecha como el gobierno de Maduro (también de derecha pero con discurso izquierdoso). No les importa a ninguno correr el riesgo, y cada cual intentan convencer a sus respectivos seguidores de que ganarían la guerra. Y de que será corta (cosa que nadie sabe).
Bien sea por invasión o guerra civil, estamos ante el peligro de un desastre nacional de grandes proporciones y de permanentes consecuencias. Métanselo en la cabeza.

III

Y menos entiendo a esos maduristas que creen que se la están comiendo cuando preguntan que dónde están los chavistas críticos. Esos maduristas sabihondos deberían asumir su responsabilidad y preguntarse cómo hizo Maduro para llevarnos a esta situación en tan solo 5 años. Así como se creyeron que una página web podía ser más poderosa que el gobierno y el Banco Central y tenía el poder de fijar la tasa de cambio del dólar, ahora parecen creer que los críticos eran más fuertes que el Ministerio de Comunicación y serían los responsables del desbarajuste que realizó el gobierno. Habrase visto tamaña confusión mental.
La pregunta pertinente es qué hubiese pasado si esos maduristas hubiesen cumplido su deber revolucionario y criticado con fuerza tanto desacierto y absurdo, en lugar de repetir consignas laudatorias, combatir cualquier disidencia y acusar de traidor a cualquiera que criticara el nefasto rumbo del gobierno; o sea, en lugar de actuar como cualquier conservador. A lo mejor hubiesen hecho más difícil que se ejecutara tan mala gestión. Al menos hubiesen alzado la voz contra eso de colocar a los más incapaces en la dirección de los organismos públicos; o hubiesen criticado la virtual desaparición del Banco Central o su renuncia a proteger la moneda nacional; o el modelo de endeudamiento de PDVSA que tenía que volverse insostenible, máxime gastando miles de millones de dólares para el subsidio insensato de la gasolina; o la gestión de los servicios públicos que se deterioraban constantemente. Pregúntense si un ambiente revolucionario (es decir, crítico y exigente, en lugar de pasivo, permisivo) no hubiese evitado o moderado al menos las más absurdas fallas del gobierno (aunque sea que hubiese evitado la caída de la producción petrolera en los últimos cinco años).

IV

La única vía que tenemos como nación es una salida pacífica, constitucional, democrática. La única salida es llamar al pueblo a decidir soberanamente. Debe empezar una negociación seria, dejando a un lado a los histéricos. Que cada cual amarre a sus locos y deseche las irracionalidades. Esa negociación debe ir más allá de los dos actores que utilizan la polarización para creerse mayoría y obligarse así a permitir la participación de muchos sectores sociales (sindicatos, organizaciones populares, representantes de diversos sectores).
Gobierno y Oposición podrán ir a una negociación a ganarla, están en su derecho, así es la política, pero colocar ese derecho por encima del país sería un crimen sin nombre. El gobierno no puede creer que “gana” si aprovecha los errores de la Oposición. La Oposición no puede sentarse dividida y cambiando de opinión a cada momento como hizo en la última negociación.
Es necesario algo inusual, casi revolucionario: una actitud responsable de todos ante el pueblo venezolano.

Martes, 29/01/2019. Aporrea

viernes, 24 de agosto de 2018

Al fin Maduro se enteró de la crisis


Orlando Zabaleta.



I La Confesión
Repentinamente Maduro reconoció tres hechos (tres desequilibrios de monta) que, hasta el momento, consideraba de muy poca importancia o estaban fuera de la acción del gobierno (o incluso evitaba mencionar):
PRIMERO: La gigantesca sobrevaluación (oficial) del bolívar que estábamos arrastrando. Hasta el viernes 17 el precio oficial del dólar amaneció en 248.832,00 Bs. F (24 veces menos que el dólar paralelo). Ya el día anterior el gobierno había admitido en los hechos que ese precio era ridículo e irreal al elevar el dólar remesa a 4 millones de Bs. F. Pero el último anuncio oficial lo llevó, de golpe y porrazo, a 6 millones de Bs. F (el precio de DolarToday en esos días). Sin duda, la devaluación más grande de nuestra historia.
SEGUNDO: La masiva “emisión de dinero no orgánico” para cubrir el déficit fiscal. Pero ahora, señala el presidente, vamos a “una meta de déficit fiscal cero”. Reconoce que ese mecanismo de autofinanciamiento del gobierno es uno de los motores de la hiperinflación que padecemos. Se justifica Maduro de haber fomentado la inflación durante años con una frase: “yo diría que así es la vida y nos tocó jugar así”. ¡Tremenda justificación!
TERCERO: La gasolina regalada es insostenible. Que el pírrico precio de la gasolina no sólo es un elemento suficiente para quebrar a cualquier empresa petrolera por más grande que sea, incluyendo a PDVSA, sino que también es la base del contrabando de extracción del combustible hacia Colombia y el Caribe, lo cual es otra sangría de dólares.
Estos tres descomunales desequilibrios fueron tercamente inadvertidos por el gobierno durante los últimos años. No eran las causas de la inflación y del contrabando de gasolina, decía, las causas estaban en la mala fe de los enemigos, en la “guerra económica”. Los “sesudos” economistas del gobierno negaban que el aumento de la liquidez tuviese efecto inflacionario y argumentaban que las llamadas “subastas” del DICOM (con un precio del dólar irrisorio y unas cantidades “subastadas” ínfimas) eran un mecanismo de lucha contra Dólar Today y no una obra de teatro.
Es una lástima que tuviéramos que llegar al desastre actual para que la cúpula del gobierno dejara las novelerías. Pero, en principio, es bueno que ahora al menos se hable de economía.
Claro que el “giro” de Maduro no justifica que durante años estuviera desbaratando al país mientras fingía que lo "protegía". Precisamente esos años de deterioro acelerado de la situación económica, esa acumulación de males, esos desequilibrios engordando, hicieron los correctivos más grandes, más inevitables y más dolorosos.

II Los análisis interesados

Evidentemente, esas medidas coinciden con las que propugna el FMI. Sé que este gobierno, que hay que juzgarlo por sus acciones y no por sus palabras, es un gobierno de derecha. Pero no voy a usar la devaluación, el prometido recorte del déficit y el aumento de la gasolina para demostrar la derechización del gobierno. Eso sería un golpe bajo e incoherente de parte de los que hemos sostenido en los últimos años la necesidad de atacar esos desequilibrios.
Hay personajes que antes propugnaban estas medidas y ahora denuncian el “paquetazo” con una demagogia desvergonzada. Con mucha razón las combativas enfermeras en conflicto rechazaron a los partidos y personalidades de la derecha que pretendían ganar prensa dizque apoyándolas; son los mismos que ahorita critican la elevación del salario mínimo y se ponen las manos en la cabeza por un aumento salarial que ni siquiera cubre la cesta básica. Más preocupados por los empresarios que “no pueden producir con pérdidas” que por los trabajadores que sí han estado produciendo, producen y producirán con pérdidas (hasta de su peso físico).

III La incoherencia y la ineficacia

Pero las medidas no son, o no deberían ser, una lista de acciones, se supone que son un plan. Y allí es donde fallan precisamente porque son incoherentes. Y algunas inefectivas.
La más ineficaz de todas es el “anclaje” del bolívar en el petro. Resulta que esa singularidad que es el petro no tiene aceptación general para funcionar como divisa (¿alguien nos venderá alimentos y medicinas en petros?). Y menos para que se pueda decretar su valor en dólares. Sí se puede, me dirán algunos, porque está “anclada” en un barril de petróleo. ¿Sí? Pero el barril de petróleo está en el fondo de la Tierra, y no es fácil sacarlo (pregúntele a Quevedo). Póngase usted la mano en el corazón, amigo lector, y dígame si sacaría esos 60 dólares que tiene guardado en la gaveta de cuando las vacas gordas y lo cambiaría por un petro.
Hay que ver por debajo del monetarismo. La ilusión de que todo es un problema a nivel monetario es un pensamiento fetichista profundamente de derecha que tomó vuelo desde los 80. La política monetaria es una palanca, pero, como toda palanca (Arquímedes dixit), debe tener un punto de apoyo firme.
La realidad es que seguimos necesitando casi todo lo que importamos. Comida, medicinas, insumos para producir, repuestos para reconstruir los servicios públicos y enfrentar la crisis de transporte. Nos cuesta sobrevivir cuando nuestras importaciones se han reducido a menos de la quinta parte en estos años en “que nos tocó jugar así”.
Cada una de las medidas está intrínsecamente limitada. Y también, ya lo estamos viendo, estarán limitadas por la implementación de las medidas.
Al colocar el dólar a 6 millones de Bs. F., ahora 60 Bs .S, es cierto, algunos dólares vendrán por esa vía, pero, dadas las condiciones, es infantil esperar cantidades significativas. En verdad, no se está creando un mercado privado legal de dólares, puesto que se podrán vender dólares a 60 Bs. S, pero no comprarlos.
La idea de “déficit fiscal cero” es otra noción tomada de la derecha, y patrocinada por el FMI. Lo mortal es tener un déficit cercano al 20% del PIB. El gobierno no piensa, por supuesto, llegar a su pretendido ideal de “déficit cero” mañana, ya lo dijo, es una meta, y no lo hace porque cumpliendo de un solo golpe el objetivo se auto elimina, se paralizaría el gobierno, pero además, paralizaría al país totalmente.
Para reducir el déficit, que sí es una meta útil y necesaria, existe una receta simple y conocida: se aumentan los ingresos y se disminuyen los egresos, cualquier contador se lo diría. Ya el gobierno empezó con el aumento de ingresos. Aumentó el IVA. El IVA es un impuesto regresivo, esencialmente injusto puesto que lo pagan por igual tanto el pata en el suelo como el rico. Aún no está claro cómo es eso de que solo se aumentaría el IVA a los artículos suntuarios. Todos los gobiernos, cuando están apretados, prefieren aumentar el IVA que aumentar el impuesto sobre la renta, que sí es un impuesto progresivo, puesto que pecha las ganancias netas y no las operaciones comerciales. Pero como no pueden aumentar el ISR en forma regresiva, cualquier aumento del impuesto sobre la renta afectará el año 2019, y será cobrado en el 2020. O sea, la reforma fiscal debió haber sido hecha hace años. Por eso Maduro y el FMI, cuando hay crisis, prefieren meterse con el IVA, que es pa’ ya. También regresará pronto el impuesto a las operaciones bancarias, otro impuesto regresivo (y muy potente con la falta de efectivo que nos obliga a pagar hasta el pan con transferencia o tarjeta de débito), impuesto del cual nos había librado Chávez.
Los que sí pagarán menos impuestos serán los importadores y las transnacionales que inviertan en el sector petrolero y minero, exoneradas por el gobierno. El ajuste de impuestos es una maniobra al estilo Robin Hood al revés.
Para reducir los gastos, el gobierno debería reducir la corrupción, que, quien sabe, si se come al menos el 10 % de los dólares que nos entran. Sería muy útil llevarlo a menos de 5 %, pero para eso habría que cambiar gran parte del gobierno. También debería tener un plan para resolver el desaguadero de las empresas del Estado, la mayoría de las cuales (no todas) viven injustificadamente del presupuesto nacional. Una lucha contra la corrupción y la ineficacia, una lucha no meramente proclamada, sino efectiva y real, con resultados tangibles, sí sería bien recibida por el pueblo. Pueden empezar analizando cómo es que las importaciones del Estado cada vez compran más caros alimentos y medicinas, por ejemplo.
En síntesis, no se le ve el queso a la tostada. El “plan” global es de inspiración fondomonetarista.
Los meses que vienen lo dejarán claro. Tristemente claro.

Jueves, 23/08/2018. Aporrea.

miércoles, 25 de julio de 2018

Las divisas y los ventiladores, sobrevaluaciones y devaluaciones


Orlando Zabaleta.



Hablemos sobre el precio en moneda nacional de una moneda extranjera (o sea, de eso que llaman los economistas la tasa de cambio de una divisa). En estos tiempos confusos y especulativos pululan pretendidos análisis, descaradas charlatanerías, ristras de consignas y hasta la más imaginativa novelería sobre lo que determina el precio del dólar, discursos que dejan de lado lo básico del proceso de apreciación de una divisa.

I

Empecemos por el piso del mecanismo. La tasa de cambio de una moneda nacional con otra extranjera está asentada sobre sus respectivas capacidades de compras. Utilizaré números arbitrarios para los ejemplos: supongamos que un ventilador nacional cuesta 1.000 Bs., mientras en Estados Unidos el precio de un ventilador semejante es de 1 dólar; entonces, en principio, un dólar sería equivalente a 1.000 Bs.
Ponga el lector un poquito de amplitud para aceptar esa simplicidad: por supuesto que una sola mercancía no determina la capacidad de compra de una moneda; pero, para efectos del ejemplo, el ventilador representaría al conjunto de bienes que ambos países producen o venden. También sabemos todos, es una enseñanza cruel de la hiperinflación que todo lo trastoca, que los bienes no mantienen la misma proporción de intercambio entre sí. Cuando yo estaba pequeño el pasaje en autobús costaba 0,25 Bs., y lo mismo costaba un cafecito en la panadería; pero hoy (es necesario precisarlo: a mediados de julio de 2018) mientras un cafecito llega a 600 mil Bs., un pasaje cuesta 10 mil.
Pero, reitero: lo que me interesa es dejar claro que la cuantía de la tasa de cambio se asienta en las capacidades de compra de las respectivas monedas. Saltará un economista y me dirá que eso nunca sucede así, pero el que nunca suceda no significa que no sea verdad. Significa que otros factores también influyen.
Un primer factor a considerar son los costos de transporte, si traer el ventilador de EEUU cuesta 100 Bs., el costo total del ventilador importado será 1.100 Bs. y la tasa de cambio tendería a colocarse alrededor de 1.100 Bs.
Hay otro factor que puede elevar el precio de la moneda extranjera muy por encima del piso o hundirlo hasta el subsuelo: la disponibilidad de la divisa y su demanda. Si a un país le entran muchos dólares puede darse el lujo de mantener el precio de esa divisa en moneda nacional por debajo de lo que determinan las capacidades de compras de las monedas implicadas; y si le entran pocos dólares, y las demandas nacionales de diversos bienes o servicios compiten por esos escasos dólares, el precio de la divisa subiría muy por encima del piso.
Si el país de los ventiladores, cuya tasa de cambio debería oscilar alrededor de 1.100,00 Bs, es un país petrolero, al cual le ingresan por la venta de petróleo miles de millones de dólares, ese país podría darse el lujo de fijar el precio de un dólar en, digamos, 500 Bs. Para mantener esa tasa debe tener muchos dólares, y cuando sus nacionales necesiten la divisa (para importar bienes o insumos, para viajar, consumir o invertir afuera) puede venderles los dólares a 500 Bs. A pesar de que 500 Bs. no compren un ventilador, ni nacional ni extranjero.
Para esa tasa de 500 Bs. por dólar la moneda nacional, el bolívar, está sobrevaluada con respecto al dólar. La sobrevaluación causa que, aunque un ventilador nacional cueste 1.000 Bs., esos mismos 1.000 Bs., convertidos en dólares, serán dos dólares, o sea, comprarán dos ventiladores en el exterior. La magia cambiaria hace que 1.000 Bs. cuando se expresan en dólares valgan más. En cambio, un ciudadano extranjero que viene con dólares consigue 500 Bs por cada uno y por ello necesitará dos dólares (convertidos en bolívares) para comprar un ventilador que en su país le cuesta solo uno.
Si la moneda nacional está sobrevaluada los bienes producidos en el país son más caros para los que tienen monedas extranjeras, y los productos extranjeros son más baratos comprados en dólares. La sobrevaluación explica el remoquete de los “tabaratos” con que la gente del Norte bautizó a los viajeros criollos en los 70; según proferían en Miami, los turistas venezolanos cuando preguntaban el precio de cualquier cosa siempre respondían “Ta’ barato, deme dos”.
La inflación, como se sabe, afecta la capacidad de compra de las monedas. En las condiciones del ejemplo que hemos descrito, supongamos ahora que se fija el valor del dólar en 1.100 Bs. Es decir, que la tasa de cambio expresa un equilibrio entre las distintas capacidades de compra. El ventilador nacional cuesta mil Bs. y el importado 1.100 (1 dólar). Estamos más o menos “queme”. No hay sobrevaluación.
Ah, pero resulta que en el país de los bolívares la inflación es de 30 % y en el país de los dólares es de 5 %. Al año tenemos que el precio del ventilador nacional sería 1.300 Bs. (30 % de inflación), y en el país de los dólares el artefacto llegaría a 1,05 dólares. Y al siguiente año, manteniendo las inflaciones constantes, los precios alcanzarían 1.690 Bs y 1,10 dólares, respectivamente (esta proporción arrojaría una tasa de 1.536,36 Bs. por dólar). La diferencia de los índices de inflación va variando la relación de las capacidades de compras; lógico, a fin de cuentas la inflación es la pérdida de capacidad de compra de la moneda; y por ello esa diferencia de inflaciones corroe el equilibrio inicial que expresaba la tasa de cambio de 1.100 Bs por dólar. Si se insiste en mantener esa tasa de cambio, el nivel de sobrevaluación de la moneda nacional irá en aumento año tras año, hasta volverse irreal con respecto a la relación de capacidades de compra. ¿Les suena familiar?
Lo anterior se puede conseguir en cualquier libro de economía que trate sobre el tema. Es el mecanismo básico para el establecimiento del valor de una divisa.

II

Ahora veamos un poquito de historia. En 1926 los ingresos por exportación de petróleo en Venezuela superaron por primera vez a las entradas del resto de nuestras exportaciones (pieles de res, principalmente). Luego vino el famoso crac del 29, una caída en picada de la economía mundial, que produjo una larga y dolorosa depresión en los inicios de los años 30. Las depresiones todavía acostumbraban a venir no solo con la caída de la demanda sino también con bajas abruptas de precios, así había ocurrido durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX. Con la crisis de los 30 también cayeron los precios, aunque no tanto como antes (que ya los monopolios estaban dejando lo del “libre mercado” para los ilusos), y como siempre unos precios bajaron más que otros. El precio de los productos agrícolas se desplomó tanto que en algunos rublos hasta recoger la cosecha dejó de ser rentable.
En 1929 el general Gómez, el Benemérito, fijó una tasa de cambio del dólar por primera vez, y, sorpresa, la fijó a un bolívar sobrevaluado (3,19 Bs por dólar). Fue también la primera devaluación del bolívar, ya que antes se cambiaba 1 a 1 con el dólar, pero el nuevo valor, el primero oficial, aún estaba sobrevaluado. Dije “sorpresa” porque Gómez, en su origen, era un hacendado andino, y eso de abaratar los productos que se exportaban (el café andino, por ejemplo) no era bueno para los hacendados. Quienes, efectivamente, perdieron cosechas cuyos bajos precios ya no cubrían los costos de recolección. Gómez, tras décadas en Caracas y 21 años de dictadura, ya había mutado y, sin dejar de ser terrateniente, era más sensible a los requerimientos de los importadores, a quienes sí les interesa el bolívar sobrevaluado, que a los de sus colegas hacendados. Y también el Benemérito apreciaba mucho los ingresos de la Aduana (igual que los anteriores presidentes), y sabía, hasta por experiencia personal, que buena parte del café andino salía por Táchira hacia Cúcuta y por el Lago de Maracaibo hacia el Caribe sin pisar tierrita (digo, la tierrita aduanal). Más tarde, López Contreras devaluaría de nuevo el bolívar en 1941, fijando la tasa de cambio a 3,35 Bs. por dólar; y así se mantendría hasta la llegada de la Democracia Representativa.
La crisis económica que aparece en el último año de Pérez Jiménez se profundiza a partir del 58. Nuestra valiente burguesía la enfrentó con una de sus recetas preferidas: la fuga de capitales. Betancourt devalúa primero a 4,30. Como eso no detuvo la hemorragia y las reservas internacionales seguían evaporándose, el gobierno instauró el control cambiario con dos tasas distintas: 4,70 (para importaciones no esenciales) y 3,35 Bs. (para el resto). Tampoco funcionó y en 1961 por decreto se pasó el 80 % de las importaciones a 4,70. Fue en 1964 cuando se reinstauró la tasa única de 4,30 que se mantendría hasta el Viernes Negro.

III

Las devaluaciones e incidencias cambiarias de comienzos de los 60 generaron en los primeros años de la Democracia Representativa protestas populares, que fueron enfrentadas por Betancourt con la represión policial y militar que tanto practicaba y prefería el llamado “padre de la democracia” venezolana.
El modelo económico del gobierno en los sesenta tenía como objetivo la “sustitución de importaciones”, es decir, sustituir lo que importábamos del extranjero por producción nacional. Lo cual de por sí no era mala idea, por el contrario era y es algo bueno y necesario. El problema era el “cómo” se pretendía alcanzar ese objetivo. El gobierno, tan represivo con los “pata en el suelo” y los críticos, era muy temeroso de pisarle los callos a las transnacionales, a la burguesía nacional y a los aparatos represivos. Por eso la política económica metió al país en un invernadero de altos gravámenes de importación, un fuerte paraguas proteccionista, mientras se invitaba a las transnacionales a instalarse dentro del invernadero. A las transnacionales y a los empresarios locales se les vende a locha (literalmente) los terreros en zonas industriales y se les exonera por años de impuestos nacionales y municipales. Así vino la Ford a ensamblar carros en Venezuela (lo más caro, como el motor, lo importaban, y el agregado nacional era grande en kilogramos, pero pequeño en dólares). Importar un carro significaba pagar el doble en impuestos de nacionalización, así que las automotrices estaban protegidas de la competencia externa. El valor agregado nacional era mínimo, y la industrialización conseguida era limitada. Tenía que serlo. Claro, a muchos les encanta idealizar el “desarrollo” industrial de la época, pero la prueba irrefutable del fracaso de la política de sustitución de importaciones fue precisamente que no cumplió su objetivo, no nos ahorró dólares ni nos liberó de la dependencia de la divisa (como lo demostraría contundentemente el Viernes Negro, cuando los dólares no nos alcanzaron).
Luego vino el embargo petrolero árabe en el 73. El barril de petróleo había estado por muy debajo de 2 dólares durante buena parte del siglo XX y sólo subió a 2,7 en 1973, precio desde el cual empezó a escalar rápidamente hasta llegar a 11 dólares. Las transnacionales acostumbraban a jugarnos sucio con lo del precio: por ejemplo, la filial de la Shell en Venezuela le “vendía” muy barato el petróleo a su casa matriz en EEUU, para pagarnos lo menos posible por conceptos de royalties e impuestos. Se les acabó la fullería cuando los países productores establecieron el “precio de referencia”: asumieron la potestad de establecer el precio al cual debían pagar las filiales royalties y los impuestos de la producción del petróleo, dejando sin efecto la ficción mafiosa de “venderse” a sí mismos que hasta entonces utilizaban. En fin, la situación de los países exportadores de petróleo cambió totalmente a partir del embargo petrolero.
Eso provocó un salto gigantesco en nuestros ingresos en dólares. Un salto expresado en nuestros presupuestos nacionales. Y nos llevó a un inmenso aumento de la demanda y a la insólita ilusión rentista, que aún vivimos, de creer que somos un país “rico” aunque no produzcamos nada.
Los gigantescos ingresos de dólares inundaron nuestra viciada estructura económica no para resolver sus limitaciones, sino para aumentarlas. Con un bolívar sobrevaluado y un país de capacidades productivas limitadísimas (por la deficiencia precisamente del proceso sustitución de importaciones que no ahorraba dólares), el aumento de la demanda interna produjo el gigantesco aumento de las importaciones, que la oferta interna no podía satisfacer. Se formó esta clase media aluvional que conocemos, tan distinta a la estable y trabajadora clase media que se había levantado por décadas antes de los 70. Las tendencias antiproductivas se acentuaron (antes estaban alimentadas especialmente por el proteccionismo; ahora, por el dólar barato). Era un nuevo país, donde el invernadero proteccionista no podía aguantar el “crecimiento” del desbordamiento económico. Fue la llamada “Venezuela saudita”. Y cuando los grandiosos ingresos no alcanzaron para saciar el apetito importador se recurrió al endeudamiento masivo y sin control, y a este proceso, con el mayor desparpajo del mundo, se le llamó “desarrollo”.
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Exceptuando cortos períodos, el bolívar siempre ha estado sobrevaluado con respecto al dólar. El que la sobrevaluación fuera de gran tamaño sí es una costumbre adquirida después de la crisis petrolera de los 70, después de convertirnos en “ricos”. Se explica lo de los 70 por la borrachera del heredero, en la Venezuela saudita la sobrevaluación era la hacedora de la gran capacidad de compra que ostentaba y enorgullecía a la minoría que vivía esos lujos. Pero cuando todo acaba en el Viernes Negro, parece extraño que no se aprendiera la lección. Estos olvidos, esta reincidencia viciosa, solo los puede explicar el peso de la cultura rentista en el país.
Los presidentes luego del Viernes Negro le han tenido miedo a las devaluaciones. Es posible mantener cierta tensión entre la tasa oficial y el mercado paralelo del dólar: dependiendo de con cuántos dólares se cuenta y de la distancia entre el oficial y el paralelo. Pero los presidentes atrasan el momento de la decisión de devaluar y dejan crecer los diferenciales hasta que la separación entre ambos mercados es muy grande, y entonces esa diferencia los asusta y los paraliza, porque ponerse al día sería demasiado riesgoso y doloroso.

IV

Pero las devaluaciones de las monedas no son en sí algo malo. Habiendo agotado el capitalismo su edad de oro de la postguerra, entra en una etapa crítica desde mediados de los 70; Europa no había inventado aún lo de la integración europea, y cada país podía combatir la crisis devaluando su moneda; de hecho, durante una etapa, la devaluación era un arma de guerra comercial: Francia devaluaba el franco para abaratar sus productos y encarecer los bienes extranjeros y Alemania le respondía con una devaluación del marco, y luego les seguían los otros países.
La presión de Estados Unidos para que China revalúe su moneda tiene larga historia. Actualmente Trump, empeñado en acabar con el déficit comercial gringo por la fuerza, está acusando a China y a la Unión Europea de mantener devaluadas sus monedas para abaratar sus productos de exportación. China, ya metida en el club de los grandes, no puede jugar tan libremente a tener una moneda devaluada como antes, pero bajó al yuan en 2015 cerca de un 2% para potenciar su crecimiento, y hay quien opina que por cada punto porcentual de devaluación del yuan China gana un punto en las exportaciones.

V

En Venezuela, desde el Viernes Negro las devaluaciones han sido reiteradas y fuertes. En una economía que importa más del 90 % de lo que consume, la devaluación significa el encarecimiento inmediato de todo o de casi todo. Pero, además, como el país no tiene mucho que exportar (por su escasa capacidad productiva) el abaratamiento de los productos nacionales ante el extranjero no ocasiona un aumento de las exportaciones. O sea, las devaluaciones nos traen todas sus desventajas y ninguna de sus ventajas.
Por eso, porque significan duros golpes a la economía de la mayoría, las devaluaciones no son populares en Venezuela. Son temidas y sufridas. Y con razón.
Todo eso es verdad. Pero no justifica las propuestas absurdas y fantasiosas de revaluar el bolívar. Es casi como un siniestro cuadro surrealista que haya hasta agrupaciones que planteen el “Bolívar Oro”, o diversas medidas para revalorizar el bolívar (incluyendo la dolarización de Falcón). He visto asombrado “proyectos” que imaginan, y hasta sacan cuentas y presentan números, de lo que se podría hacer con un bolívar más sobrevaluado aún del que tenemos; son alucinaciones contables, por supuesto. Que en su irrealidad nos alejan del problema real: la necesidad urgente de estabilizar la moneda, que es distinto a pretender solucionar algo convirtiendo la sobrevaluación, nuestro arraigado mal, en virtud.
Si los ingresos en dólares se redujeron a una quinta parte (primero por el desplome del precio del petróleo y luego por la imperdonable caída de la producción petrolera; caída muy criolla, por cierto), y no tenemos forma de reducir nuestras importaciones en la misma proporción, es lógico que el bolívar pierda estabilidad.
Y que la especulación aumente es también algo lógico. Así es el capitalismo, que es, a fin de cuenta, lo que tenemos. Manteniendo una diferencia abismal entre la tasa oficial y la realidad se mantiene el terreno ideal para que la especulación, y otras cosas peores, agarren vuelo. Así se explica el que una página web pueda derrotar al Banco Central y a todo el gobierno, fenómeno que sólo es la superficie del problema. La culpa no es del ciego, sino del que le da el garrote.
Intentar enfrentarlo con un Dicom que “subasta” pírricas cantidades de dólares, o creer que el rentismo financiero de los petros podrá sostener la sed de dólares, son más obras de teatro que acciones efectivas.
Porque, vean (y, por favor, créanme): la economía existe.

Miércoles,25/07/2018. Aporrea

viernes, 27 de abril de 2018

La amenaza de dolarización


Orlando Zabaleta.



I

El gobierno es un desastre. Uno se pregunta cuándo hará algo para enfrentar la crisis que sufrimos y que se agrava cada día. Algo serio y eficaz, me refiero, en lugar de insistir en inútiles actos mediáticos (motores fundidos, subastas pírricas de divisas, promesas grandilocuentes). O de repetir aquellos incomprensibles pregones de Maduro jactándose de pagar la deuda externa con puntualidad por encima de las angustias del pueblo venezolano, cual un Lusinchi cualquiera.
Un gobierno más dedicado a conseguir “argumentos” para negar la crisis que a resolverla genera pronósticos de espanto. Y cuando uno, asustado, mira para todos lados se topa con propuestas de sectores de la Oposición que son igualmente aterradoras.
Las cúpulas de gobierno y oposición funcionan con mitologías, simplificaciones toscas, eslóganes. Se dedican a predicarle exclusivamente a sus más fieles seguidores. El gobierno le habla al creyente de la “guerra económica”; y la Oposición al devoto de las virtudes del “libre” mercado. Los prejuicios y las toscas nociones de ambos polos se han reiterado por tantos años que terminaron convirtiéndose, dentro de cada bando, en “argumentos” que son, a la vez, tan insostenibles como indiscutibles.
Una postura que realmente produce horror es la amenaza de dolarización de la economía, formulada por muchas variedades de la Oposición, incluyendo al candidato Falcón.

II

Punto previo: ubiquémonos primero.
El núcleo de nuestra crisis es la Producción (permítanme ponerla en mayúscula). Bueno, realmente la falta de Producción. Inconveniente que arrancó hace casi un siglo. Pero con los abundantes dólares que nos daba el petróleo siempre pudimos sustituir la Producción por la Importación. Y además utilizar dólares para fabricar “productos nacionales” a cualquier costo, con procesos ineficaces y de poco valor agregado nacional. Los dólares petroleros garantizaban una fuerte y sostenible demanda para esa encarecida “producción nacional”.
No voy a negar que la Distribución es un factor importante en el problema (como lo demuestra el que tengamos que enfrentarnos diariamente a comerciantes, bachaqueros y especuladores), pero las fallas de Distribución que alimentan el abuso especulativo están basadas en los bajos niveles de Producción.
Y si el gobierno no ha podido siquiera sostener la producción del petróleo, ¿qué dejará para los otros productos? Y la burguesía venezolana no produce nada sin dólares. A diferencia del resto de los países del mundo, donde el sector privado produce dólares para consumir, nuestra burguesía consume dólares para producir. Por eso la cacareada “sustitución de importaciones” de los 60 y 70 desembocó en el Viernes Negro del 83. La honorable excepción, los exportadores, apenas aportan un 5 % de los dólares que entran al país (5 % que se mostraría más pírrico aún si les calculáramos el valor agregado real).
Este es el marco ineludible para analizar la situación. El meollo del problema, pues. Pero casi todos, tirios y troyanos de nuevo, lo pasan debajo de la mesa.

III

Volvamos a lo de la dolarización. La expresión tiene varias acepciones. Se dice que la economía ya está dolarizada por la dependencia de los precios del costo (real o no) del dólar paralelo. A fin de cuentas casi todo viene de afuera, y lo que no es importado se fabrica con materia prima, insumos y/o maquinarias importados.
Pero la actual propuesta de dolarización es mucho más grave: pretende convertir al dólar gringo en moneda de curso legal en Venezuela. Es la propuesta estrella de los grandes comerciantes y de los grandes financistas; precisamente de los que más se han beneficiado de la crisis. En Venezuela tenemos el misterioso fenómeno de que los bancos, cuya misión esencial es la intermediación bancaria, tienen ganancias mientras el PIB nacional está cayendo. Por eso no es casual que Fedecámaras haya creado, hace varios años, una comisión especial dedicada a impulsar la dolarización monetaria.
Aceptemos, como dicen sus proponentes, que la medida debe “abatir” la inflación, pero no “pararla en seco”, como propagandizan sus publicistas, porque nuestra inflación no tiene una sola causa: el exceso de liquidez versus la escasa cantidad de bienes y mercancías que circulan en el mercado tampoco es poca cosa: si con 20 veces más liquidez se debe mover la quinta parte de las mercancías y servicios de hace unos años, no debe sorprender a nadie que el bolívar caiga en barreno.
Pero, es verdad, el dólar es el factor más dinámico del fenómeno inflacionario. El dólar en sí no es el culpable, sino la escasez de dólares, en relación a la cantidad de los bienes y servicios que necesitamos importar (lo que nos lleva de nuevo al factor Producción).

IV

Una vez declarado el dólar norteamericano moneda de curso legal, inevitablemente pasará que el bolívar, que según el plan de Torino Capital seguirá vigente, morirá solo y de mengua, asfixiado por el poderoso billete verde. Algo de eso ya está pasando. El bolívar ya ha perdido atributos fundamentales de cualquier moneda nacional: no sirve para el ahorro desde hace muchísimo tiempo (¿a quién se le ocurriría atesorar en bolívares?); su función como unidad de cuenta es muy débil con la hiperinflación actual (calcular un presupuesto es un acto de profecía); y la crucial función de pago ya está siendo golpeada por los que venden autos o casas en dólares, o pactan contratos en billetes verdes. Con el dólar como competidor legal, la muerte del bolívar es segura. Maduro ha hecho muchísimo para debilitar el bolívar y la Oposición quiere darle la estocada final.
En un país vocacionalmente importador, la dolarización significa el adiós definitivo a cualquier posible desarrollo industrial y agrícola, y a cualquier exportación no petrolera. Ya que el dólar es la moneda de una potencia muchísimo más productiva que nosotros. Y no deshacemos de un instrumento para defender exportaciones no petroleras, digo, si alguna vez decidimos empezar a producir en serio. Ah, pero será el paraíso, el escenario soñado por los importadores.
Recuerden que dolarizar la circulación monetaria no tiene vuelta atrás (o al menos el regreso es muy doloroso y costoso). Vean el caso de Ecuador.

V

Los proponentes saben que hay que dorar la píldora para vender la idea al público.
Es  facilísimo con la frase “se dolarizan los salarios” ganarse a los desprevenidos. El venezolano lleva años quejándose con razón de la espiral dólar-inflación, lamentándose de comprar a precios dolarizados mientras recibe su salario en bolívares.
Pero divida usted su actual salario en bolívares entre (pongamos como ejemplo muy moderado) 300.000 para que sepa a cuántas decenas de dólares alcanzará su salario dolarizado. Ahora, dígame usted: ¿por cuál fórmula mágica su patrón (ente público o privado), el que le paga su salario, va a aumentarlo a mínimos aceptables nada más porque esté expresado en dólares? La creencia en tal milagro o es fetichismo u obedece a intereses muy particulares. Porque llama la atención que los promotores estén directamente conectados al capital financiero y especulativo, incluyendo a los tenedores de bonos de la deuda venezolana.
¿Recuerdan cuando nos vendieron en los 90 que si renunciábamos a la mitad de nuestras prestaciones sociales (cambiando la forma de cálculo) subirían los salarios? Fedecámaras arguyó que los patronos no podían elevar los salarios por lo gravoso de las prestaciones, pero si se eliminaba el método de cálculo con el último salario, vendrían los aumentos. Todavía los estamos esperando.
Son los mismos de aquella vez, y, por supuesto, igualmente doran la píldora. Prometen, “según sus cálculos”, que pueden establecer un salario mínimo de 70 dólares. Y lo dicen con una cara muy seria. Han descubierto la fórmula de hacer caer maná del cielo. Pero el maná tampoco es mucho: que 70 dólares de salario mensual, expresado en gringo o en venezolano, es una miseria. Saque las cuentas.
O mejor: usemos las cuentas de ellos. Cacarean los 70 dólares mensuales y que el dólar podría mantenerse a 70.000 Bs. O sea: lo que realmente prometen es un salario de 4.900.000 Bs., pero en dólares.  Dígame usted. Una miseria elegante, pues.

VI

Gobierno y dolarizadores coinciden en que el Banco Central haga lo menos posible. Para el gobierno es como un departamento de imprenta, ni siquiera le permite que publique datos macroeconómicos. Para nuestros neoliberales criollos el BCV apenas influiría sobre la liquidez con las tradicionales operaciones de mercado abierto (aceptan esta “interferencia” del organismo, me imagino, porque la Reserva Federal gringa y todos los bancos centrales de la Tierra la tienen).
Fíjense que el acuerdo entre gobierno y los poderosos sectores económicos es mayor de lo que la diatriba inconsistente deja ver. Ambos continúan la senda casi centenaria del rentismo. El gobierno apela a las rentas del oro y otros minerales. La dolarizadores, al rentismo financiero. Nada de ponerse a trabajar, a producir: que siga la fiesta, aunque sea con menos recursos.

VII

Los dolarizadores no pueden ocultar que la operación tiene su costo. Según ellos es de solo de 10 a 30 mil millones de dólares. Plantean privatizar a PDVSA para conseguir esos fondos. Una “parte” solamente, aclaran socarronamente. El 10 %. Y repiten la gastada táctica para vender privatizaciones: que si “los trabajadores, los pequeños inversionistas y los ahorristas venezolanos” comprarían su participación en PDVSA en dólares, de esa emisión de acciones. Esa referencia a los “pequeños inversionistas” metiéndose en el negocio es viejísima: la última vez la usaron en las privatizaciones de los 90, ¿se acuerdan?, y las acciones de los “pequeños” terminaron, vía mercado, en manos de grandes sectores del capital foráneo y nacional (además, ¿usted cree que los trabajadores venezolanos tienen encaletada una fortuna en dólares?).
De ese fondo para dolarizar, saldrían los dólares para vender en el mercado abierto (se arrancaría, como dijimos, a 70 mil Bs. el dólar). Según ellos, a esa paridad, los 10 o 30 mil millones de dólares darían para colmar el hambre de dólares universal y la conversión de la gran cantidad de bolívares.
Permítame introducir aquí la Ley de la cuchara. Modestamente de mi propia autoría. En una operación de mercado “libre”, donde todos pueden sacar de una misma olla, los que tienen baldes y tanques agarran más que los que tienen cucharas. Todos saldrán a comprar dólares a 70 mil: unos lo harán con baldes y tanques. Mientras, nosotros, los ciudadanos de a pie, lo haremos con la cucharillas que tenemos. Es fácil saber quién tomará más de la olla de 10 a 30 mil millones de dólares.
Y eso sin contar con la deuda, porque es segurísimo que los financieros pagarán, o se autopagarán, la deuda con la misma diligencia que ponía Maduro cuando tenía con qué.

VIII

Maduro (es decir, la cúpula que maneja el gobierno y el partido, que el asunto no es personal) rechazó la dolarización porque es “defensor” del bolívar. Título que, habida cuenta de la situación del bolívar, es difícil que el presidente pueda ganarse. Pero el gobierno no argumenta más nada que eso. A fin de cuentas el bolívar no ha podido resistir la falta de respuesta a la crisis. Y se pretende defenderlo con lo mismo de siempre: con consignas y fe.
La gran falla del gobierno en política económica es la falta de sentido común. ¿Qué hicieron otros países en situación de debacle del sistema monetario? Atacar el déficit, el exceso de liquidez y los mortales desequilibrios de nuestra economía mientras desarrollan la Producción, por ejemplo. No renunciar a instrumentos imprescindibles para un desarrollo económico no rentista.

IX

La dolarización es una amenaza gravísima. A la muerte lenta de Maduro, los banqueros y financistas plantean la muerte súbita. Renunciar a cualquier posibilidad de desarrollo productivo.  Renunciar al futuro. Nos dicen que si no hemos podido “sembrar el petróleo” en casi un siglo, nos declaremos, los venezolanos, genéticamente incapaces o flojos, y dejemos ese aguaje. Que hagamos como el Chavo cuando se rinde y dice: “Me doy”. Eso no se le puede pedir a un país.

Viernes 27/04/2018. Aporrea

miércoles, 3 de enero de 2018

Si tuviéramos la culpa del hambre que pasamos

Orlando Zabaleta.



I. Si tuviéramos la culpa del hambre que pasamos (Cuba, 1971)

El título del presente artículo es un verso del poema “Para no hablarlo nunca con mi madre” del cubano José Yanes. Aunque habré leído ese texto allá por el 72 o 73, en los últimos años ese verso en particular, “si tuviéramos la culpa del hambre que pasamos”, ha regresado con frecuencia a mi memoria.
En el poema de marras el (para entonces joven) poeta José Yanes trata de convencer a su madre de que no abandone la Cuba revolucionaria. Y le explica por qué él no la acompañaría en ese viaje.
“Vieja, / Si José Martí / no hubiese escrito nada nunca / (ni siquiera a Mercado). / Si no hubiera arrastrado el hambre / y las suelas de los zapatos por América. / Si se hubiera muerto de un catarro.”
“Si Beny Moré / no hubiera nacido nunca, / si no hubiese echado en el aire / su Santa Isabel de las Lajas” (…)
“Si Fidel no hubiera zafado su descarga / de La Historia me absolverá, / y no se hubiera encaramado en la Sierra / y no hubiera becados (…) si tuviéramos la culpa del hambre que pasamos”.
Era verdad: los cubanos no tenían la culpa del hambre que pasaban. El bloqueo imperial prohibió comprar o vender cualquier producto a Cuba. Las automotrices gringas, por ejemplo, no podían suministrar ni autos ni repuestos a la isla. Hasta las medicinas y los equipos de salud sufrían el bloqueo. Conseguir lo insustituible (una medicina contra el asma o el irremplazable repuesto de una central  eléctrica) implicaba pagar costos excesivos a intermediarios no muy escrupulosos. El bloqueo tenía, y tiene aún, un costo muy grande, y era un pesado lastre sobre la vida económica de la isla.
La historia del poema y su autor es dolorosamente paradójica. Yanes fue vinculado al “Caso Padilla”, que llevó a la prisión del poeta Heberto Padilla en 1971; medida que generó la protesta de intelectuales amigos de la Revolución cubana latinoamericanos (García Márquez, Julio Cortázar, Octavio Paz, Juan Rulfo) y europeos (Sartre, Moravia, Marguerite Duras, Resnais, Passolini, Simone de Beauvoir). Para ajustarse al modelo estalinista, Padilla, ya liberado, se hace la consabida “autocrítica”, que incluyó señalamientos a otros escritores “problemáticos”. Un “Proceso de Moscú” bajo el sol tropical.
Al poeta José Yanes no se le publicó nada a partir de entonces. Fue condenado a una cárcel de silencio, a vivir con la voz exilada. Una tarde va destruyendo sus poemas en desesperada caminata por las calles de La Habana. Pero luego decide engavetarlos. El autor de un poema emblema contra el exilio cubano, tras sufrir 27 años de ostracismo, tuvo que abandonar su patria en 1998. En 2012 publicó su libro “Poesía engavetada (1970-1993)”.
Aclaro para los reduccionistas, simplificadores y/o polarizados de toda laya que considero que es innegable la significación histórica de la Revolución cubana. Que la dirección revolucionaria para ser consecuente con la soberanía nacional y popular tuvo que radicalizarse y apuntar al socialismo. Que el pueblo cubano ha sostenido valientemente su bastión a unas pocas millas de la Metrópolis imperial por más de medio siglo. Y que Fidel es la figura latinoamericana más importante del siglo XX.
Pero defender la Revolución cubana no puede ser un acto de fe de la misma cualidad de creer en el misterio de un solo Dios y tres personas distintas. Ni puede basarse en historietas sobre héroes irreprochables y villanos incurablemente malvados como Batman y el Guasón. Ni puede significar embalar el pensamiento con una ristra incoherente de consignas altisonantes.
Valoramos los logros del proceso cubano sin ocultar sus desatinos. Incluso clasificamos sus errores. Hay un tipo de error en el radicalismo irresponsable de la crisis de los misiles en el 62, cuando los cubanos tienen el desencuentro con los soviéticos (“Niquita, mariquita, lo que se da no se quita” gritan a los barcos rusos que se llevan los misiles); Fidel tiene razón cuando, años más tarde, calificó su postura del 62 como un error de juventud. Pero lo del “Caso Padilla” es un error de “vejentud”, que expresa que un proceso está siendo minado por el espíritu burocrático, que asume una herencia estalinista, que elige tratar las diferencias internas aplicando rociadas de ostracismo y descrédito, para luego continuar con la represión.
Así como esta han sido realmente las historias de las últimas cinco décadas. Más en medios tonos que en blanco y negro. Están signadas por la complejidad. Mefistófeles le dice a Fausto: “La teoría es gris, mi querido amigo, pero el árbol de la vida es eternamente verde”. Algunos usan esta frase para agrisar aún más la teoría (porque no puede haber teoría más gris que la que cree prescindible la teoría); pero lo que exige la fórmula de Mefistófeles es una teoría policromática cónsona con el árbol de la vida.

II. Si tuviéramos la culpa del hambre que pasamos (Venezuela, 2017)

En nuestra patria se viven tiempos de simplificación. O de simplicidad. Un fenómeno que mi querido amigo Jesús Puerta ha ilustrado con el dicho de Giordano Bruno: Santa Simplicidad. De un lado se repiten frases asombrosamente absurdas: “No es inflación, es especulación”; del otro, contra toda experiencia conocida, se cree que la libertad de mercado arreglará la economía, o que la salida de Maduro elevará el precio del petróleo. En realidad, las cúpulas de los polos no se desvelan por la crisis económica, solo la nombran para montar un show a su favor.
No estamos en la Cuba de los 60. Ni remotamente. No es un bloqueo y hasta ahora se ha tenido negocios con cuanta empresa extranjera se ha querido. Muchos de esos negocios no nos han beneficiado en nada (sobreprecios, comisiones, estafas abiertas con mercancías que nunca llegaron al país, etc.) y hubiera sido mejor que no se hubieran concretado. Tampoco teníamos bloqueos financieros, como lo demuestra el altísimo nivel de endeudamiento que alcanzamos.
Desde 2014 cuando se desploma el precio del petróleo (tal como muchas predicciones advertían desde el 2013) al gobierno no le preocupó la falta de plan para enfrentar la crisis. De allí su pertinaz culebreo en materia económica.
Algunos ejemplos de zigzagueo: a) Aunque todos los venezolanos comprendían la necesidad de aumentar el precio de la gasolina, retardó la decisión; y cuando, al fin, hizo el aumento el nuevo precio ni siquiera cubría los costos del combustible. b) Planteó que acabaría con la doble o triple paridad, y lo que parió fue el dólar a 10 Bs., pasmosamente alejado de cualquier parámetro real. c) No notó que la inflación había desactualizado el cono monetario, a pesar de que el billete de mayor denominación no alcanzaba ni para un cafecito en una panadería y sólo el año pasado empezó a enfrentar el problema. Todo sorprende tardíamente a Maduro: la corrupción en los Abastos Bicentenario, la escasez de efectivo, la dramática caída de la producción petrolera.
Pero a falta de plan, buenos son circos. Los motores que se multiplicaron: piezas mediáticas con un gobierno que no tiene dólares y una burguesía que no produce sin dólares baratos y que asistía a la función a ver si le tiraban algo; el Dicom y las subastas que, anunciaron, golpearían al dólar paralelo, y luego de tantos bombos arranca “subastando” unos raquíticos 24 millones de dólares; y ese extraño llamado por televisión a los dueños de los bonos para renegociar la deuda. Medidas tan altisonantes como inútiles.
Maduro arrancó su gobierno denunciando que los ataques que recibía pretendían alejarlo del camino socialista, del cual, aseguró, nadie lo desviaría. Y acabó metiéndonos en la selva capitalista más anárquica. Casi todos bachaquean con cualquier producto (no solo con los regulados) y esperan ganar de 5 a 25 veces lo invertido. Todo se mercantilizó: hasta un vaso de agua (que el venezolano no se lo negaba a nadie) se ha convertido en una mercancía. El mercado es de los vendedores y oferentes de servicios, que nos venden a nosotros, los consumidores y usuarios, como si nos hicieran un favor. Es capitalismo puro, sin vaselina, y diseminado como metástasis.
No es la crisis de los 90, cuando los grandes monopolios pretendían mantener sus márgenes de ganancias a costa de los sectores populares y propagan la fábula de las cualidades sanadoras del libre mercado. Sufrimos el capitalismo salvaje de la escasez, más semejante en su barbarie a la revolución industrial inglesa del siglo XVIII.
Es la crisis más profunda desde la Guerra Federal. A cuatro años de retroceso del PIB, la inflación de cuatro cifras, la calamitosa escasez de medicinas, se le sumó la falta de efectivo. Y ahora entramos a una crisis de los servicios públicos por años de desidia, ineficacia y falta de inversión.
Que pasamos hambre es innegable hasta para los fanáticos defensores del gobierno. Evidente en la delgadez extrema de nuestro pueblo: la inmensa mayoría no está comiendo completo.
Ahora, sobre la culpa, sin meternos en las respuestas que se han debido dar desde 2014 al menos, es fácil imaginar que si estuviéramos produciendo nuestra cuota de producción petrolera estaríamos en otra situación. Son un millón trescientos mil barriles que no producimos. Un tercio de la cuota, nada menos. Todo se descuidó, hasta a la gallina de los huevos de oro no se le compró el alimento. Increíble.
Sí, definitivamente, es hora de plantearse la pregunta con seriedad y con responsabilidad con la Patria. Y sobre todo con ineludible lealtad hacia el pueblo venezolano. ¿Tenemos la culpa del hambre que pasamos? Digo, para los que aún no se han dado cuenta.

Martes 03/01/2018. Aporrea.