Orlando Zabaleta.
Casi todos saben que el gobierno de Maduro es el peor
gobierno de la historia de Venezuela. Así lo recogerán todas las crónicas del
porvenir, hasta los textos escolares.
En vano los historiadores del futuro buscarán parangón a
este desastre. La hiperinflación y la caída del PIB ya dejaron muy atrás la
estanflación de los 90 en la que Caldera y Petkoff nos embarcaron con sus
experimentos neoliberales. Hasta hace unos años nos pasmábamos de haber
alcanzado 103,2 % de inflación en 1996. Qué ingenuos éramos.
Por aquellos tiempos, Luis Guisti asfixiaba la entrada de
dólares petroleros promoviendo la sobreproducción que desplomó el precio del
barril a menos de 10 dólares y usando cualquier mecanismo (depósitos en cuentas
extranjeras o compras de activos, muchos inútiles, en el exterior) para evitar
que los petrodólares entraran al país. Pero la contribución de Maduro a la
mengua de nuestros ingresos es más simple y directa: abatir la producción del
crudo, que fue de 2.356.000 barriles por día en 2013, cuando asumió la
presidencia, hasta 1.137.000 bpd en 2018; acumulando una caída de 1.219.000 bpd
en cinco años. Ya en enero de este año, antes de que Trump arrancara con sus
nuevas sanciones, el retroceso superó con creces los 100 mil bpd y el colapso
de PDVSA continuaba y se aceleraba, según la OPEP.
Los cronistas del mañana tampoco podrán hallar comparación
para la actual crisis con los calamitosos años posteriores a la Guerra Federal,
que tanto devastó al país, destruyó la agricultura y nos agarrotó de deuda; aunque
Juan Crisóstomo Falcón, el héroe de la Federación que asumió la presidencia, era
muy proclive a enfrentar los problemas ignorándolos y ocultaba la indefinición
ideológica debajo de la repetición de consignas; así, mientras echaba al olvidó
el grito antioligárquico y el reparto de la tierra por la que el pueblo había luchado,
era muy insistente en recordar discursivamente a Zamora y en asentar con
ostentación aquello de “Dios y Federación”.
Actualmente los niveles de pobreza han alcanzado medidas
históricas porque la destrucción del aparato productivo ha sido gigantesca. La
caída del PIB en estos cinco años es inédita, tanto por la cuantía como por la
duración de la desaceleración económica. Y este año tendremos una
hiperinflación de cuatro o diez veces mayor a la de 2018. Llevar la inflación a
más del millón por ciento no parecía ni siquiera posible. Y Maduro lo hizo, y
ahora se prepara para superar al menos en cuatro veces su monumental record de
2018.
Hay que agregarle el estado crítico de los servicios
públicos, de todos. No solo el agua y la energía eléctrica, también el gas, las
comunicaciones telefónicas, Internet, la recolección de basura, la limpieza de
las calles, el mantenimiento de la vialidad, el transporte de cualquier tipo
(urbano, extraurbano, público o privado). Y la salud y la educación.
El deterioro del respeto a los derechos humanos es evidente.
Desde la puesta en práctica de la OLP, un operativo de “seguridad” que
consistía en la ejecución extrajudicial de presuntos o reales delincuentes (operativo
que contó con el apoyo de atrasadísimos sectores de la opinión pública, tanto
del gobierno como de la oposición). Ahora es el FAES el que se encarga de
administrar la pena de muerte en un país que constitucionalmente la prohíbe. Ante
la pérdida de sostén popular, el gobierno aumentó la represión y criminalizó la
crítica y la disidencia. Se volvió cotidiano el arresto de opositores y de
dirigentes sindicales nada más que por protestar. El que protesta será apresado
y puede ser acusado de terrorista (como acostumbran en Estados Unidos o en
Colombia).
Regresó la vieja práctica adeca de enviar a los civiles a
juzgados militares, violando el derecho a ser juzgados por sus jueces
naturales. Al igual que la detención sin presentación ante un juez, dejando al
detenido en un limbo extrajurídico por tiempo indeterminado. Hay muchas
denuncias de torturas que han sido descartadas sin la investigación debida. Por
ahora la represión no ha alcanzado los niveles de los gobiernos de Betancourt y
Leoni, con su historial de desaparecidos, torturados y asesinados; pero va rápido
por ese camino y el autoritarismo creciente del gobierno es alarmante. El
gobierno no se siente limitado por las leyes ni por la misma constitución, y
menos por la opinión de sus bases de apoyo, que, aunque se auto declaran (y
hasta se creen) de “izquierda”, callan o aplauden los abusos antidemocráticos y
violatorios de derechos humanos elementales, igualándose a la tradicional derecha
gorila del continente.
¿Cómo lo hizo?
Pues sí, en el futuro los historiadores no discutirán que
Maduro encabezó el peor gobierno de la historia de Venezuela. Lo que costará a
las futuras generaciones entender es cómo hizo para desbaratar el país tan profunda
y tan rápidamente. En abril 2013, cuando Maduro asume la presidencia, había
serios nubarrones en el comportamiento económico, que pudieron ser enfrentados
bien, o regular o mal. Enfrentarlos peor que mal, tan catastróficamente, fue
algo que nadie esperaba.
El barril de petróleo venezolano se cotizaba en 98 dólares. Pero
ya se sabía que el precio del petróleo entraría en declive. Este ciclo de descenso
tenía un rasgo distinto a los anteriores ciclos (con un nuevo factor
estructural en la oferta): la naciente forma de extracción del petróleo: el fracking, una técnica que permite
extraer petróleo de las piedras, y que posibilitaría a los Estados Unidos un
gran aumento de su producción petrolera. La profundidad del descenso (hasta
cuándo caería el precio y por cuánto tiempo duraría bajo) sí no estaba claro,
así como no estaba claro si los grupos ecologistas norteamericanos podrían
limitar la producción por fracking
(que tiene un fuerte impacto ecológico). Pero un gobierno responsable, a partir
del diseño de diversos escenarios, tendría que planificar posibles respuestas,
y preparar medidas preventivas.
Maduro decidió no hacer nada. Impasible esperó el derrumbe
del precio, simplemente por el temor a atemorizar a la gente, que, según el
gobierno, no hubiera entendido el porqué de los “recortes”, o de las
advertencias de una emergencia.
Así se mantuvo la entrega a granel de dólares subsidiados, un
tipo de cambio absurdo y dañino, el precio de la gasolina a un nivel
irracional, en medio de un creciente gasto público. Por supuesto que las
reservas internacionales desaparecieron y los desequilibrios ya existentes se
volvieron gigantescos. El precio de la gasolina, mucho menor que el de una
botellita de agua mineral, era un fardo insostenible hasta para PDVSA. La
relación entre el dólar oficial y el paralelo crecía día a día, propiciando la
fuga de divisas de muchas maneras (en monedas o en productos subsidiados) y
favoreciendo diversos mecanismos de corrupción. El gobierno tomó el camino de
sostener el gasto creciente a través del endeudamiento y del déficit fiscal.
Irresponsablemente el déficit engordó sin medida. El Banco
Central es el que paga los gastos del gobierno y los de PDVSA a través de una
liquidez artificial que es pura espuma. La inflación se hizo galopante y la
depresión se instaló.
Para justificar la escasez (forzosa consecuencia de la caída
de las importaciones en un país que prácticamente todo lo importa) y la
inflación (producto de la conjugación de la poca oferta de productos con el
aumento de la liquidez) el gobierno utilizó como justificación lo de la “guerra
económica”.
La comparación de nuestra “guerra económica” en esos años con
el Chile de Allende o, más aún, con el caso cubano era extravagante. Sobre todo
porque el gobierno de Maduro comerciaba millones de dólares con todas las
transnacionales gringas y europeas: importaba productos y firmaba contratos de
servicios y hasta formaba sociedades con grandes empresas internacionales del
sector petrolero y minero. A lo sumo, el único factor identificable en los
primeros años del gobierno de Maduro como “guerra económica” del imperialismo
era la baja clasificación que las agencias de evaluación de riesgo (Standard
and Poor's, Moody's,) nos asignaban, que siempre aumentaban los riesgos de
Venezuela como deudor; y, claro, ello influiría en nuestros costos de
endeudamiento en el sector financiero.
Lo cierto es que al abrigo de la “guerra económica” el
gobierno logró convencer a sus ya convencidos partidarios de que no era
responsable del hambre que pasábamos. Que la escasez no era producto de nuestra
falta de producción combinada con la caída de nuestra capacidad de importación,
sino que teníamos una producción grandísima pero que estaba acaparada por
empresarios que se arriesgaban a quebrar sus empresas para tumbar al gobierno,
o se escapaba hacia Colombia (Maduro llegó a decir, y consiguió quien se lo
creyera, que el 40% de los alimentos se iba por los caminos verdes). El aumento
constante del precio del dólar no se debía a que nos ingresaban muchísimos
dólares menos y a que la inflación se comía al bolívar, sino a que una simple
página web podía establecer la pauta del precio del dólar contra el BCV y todo
el Estado venezolano; cuento este último que también consiguió su cuota de
creyentes.
A diferencia de los grandes conflictos de la historia
mundial, la idea de “guerra” económica sirvió para justificar la corrupción y
la ineficacia abrumadora. En las guerras donde los países se juegan la vida,
los generales que llevan a las derrotas son alejados de sus puestos de
dirección, degradados o incluso son guillotinados o fusilados cuando cuesta
diferenciar la incapacidad de la traición. Aquí, por el contrario, a los
derrotados “generales” que protagonizan las derrotas de la “guerra económica”,
se les daba nuevos batallones y tareas en las cuales seguir fracasando: la
lista de ministros, viceministros, gerentes de empresas; en fin, toda una burocracia
de reconocida incompetencia, sigue siendo la elección predilecta de Maduro.
Hasta que de tanto repetir que “viene el lobo”, llegó la
hora y vino de verdad el lobo. Trump empezó a limitar el acceso al sector
financiero norteamericano el año pasado, y luego del 23 de enero de este año,
una vez que tuvo bien colocado a su títere Guaidó, lo uso para prohibir el
comercio de las empresas gringas o extranjeras con nosotros y para robarnos
descaradamente los activos que estaban en el exterior. Ahora sí hay una guerra
económica. Las empresas del mundo están amenazadas si mantienen el comercio con
Venezuela.
Pero antes de enero de este año, ya Maduro había hecho
bastante por la destrucción de la economía venezolana. Eso está clarísimo.
Solamente la caída de la producción petrolera de los últimos dos años es una
prueba de ello.
Nos hemos centrado en el aspecto económico por ser el más
evidente, menos discutible y afectar a todos los aspectos sociales. Pero la
destrucción, como sabemos, también fue adelantada en otras áreas: en el debilitamiento
institucional y político, puesto que el gobierno, desde el 2015 se empeña en
gobernar sin tomar en cuenta el rechazo mayoritario de los venezolanos ni el
ordenamiento jurídico-constitucional de la República. La debilidad política
institucional del país es el producto del inmediatismo político y la vocación
cogollérica que caracteriza al gobierno y que comparte con la cúpula de la
oposición.
La debilidad como país a la cual nos condujo el gobierno de
Maduro es un factor importante en la conformación de la situación actual. La
derecha del continente puede darse el lujo de agredir la soberanía de nuestro
país sin temor. Lo peor es que es fácil imaginar que seremos más débiles
(económica, social y políticamente) dentro de tres meses, y así sucesivamente.
Claro que también es cierto que los libros del futuro
recordarán a Guaidó como el más arrastrado de los pitiyanquis de la historia.
Su vocación de títere de Trump es asombrosa. Seguramente se usará el verbo
“guaidear” para los que tienen tan profunda vocación antinacional y son tan
serviles que llegan al extremo de pedir una invasión para su propio país.
También Guaidó es un caso es muy especial.
Lo más importante
Lo anterior puede ser una síntesis de los estudios de los
historiadores del futuro. Explicar los mecanismos de destrucción del país.
Señalar a las dos cúpulas que utilizan la polarización para destruir el país en
aras de una ambición ilimitada.
Pero lo más difícil de explicar, el gran misterio de los historiadores
del futuro no será cómo actuaron los depredadores de ambos lados, ni sus malas
intenciones. Recuerden que somos 32 millones de venezolanos; o sea, que hay que
ampliar la mirada.
Lo más arduo de descifrar es cómo el bravo pueblo venezolano
permitió que lo llevaran al despeñadero. Un pueblo cuyo instinto lo ha llevado
varias veces a intervenir en situaciones críticas incluso sin líderes ni estimulados
por movimientos organizados. Más de la mitad del pueblo venezolano ha evaluado
bien a Maduro y a Guaidó, sabe perfectamente que con ambos seguiremos descendiendo
en el escalón de la vida humana y el país será cada vez más endeble para
salvaguardar su soberanía. Y, sin embargo, el pueblo venezolano no ha logrado
constituir una alternativa con fuerza ante estos dos sectores. ¿Cómo la
fragmentación ha sido más fuerte que la necesidad de que el pueblo venezolano
enfrente la crisis autónomamente? Ese es el tema más controvertido hoy y lo
será también en el futuro. Pero lo dejaremos para un próximo artículo, que,
además, este aspecto aún está en pleno desarrollo.
PD: Este artículo NO fue escrito siguiendo las instrucciones
del presidente Maduro.
Sábado, 27/04/2019. Aporrea