Orlando Zabaleta
I. Un cuento ruso
“Todo lo que Lenin hizo lo hemos perdido para siempre”,
gimoteaba en privado Stalin en su palacio del Kremlin. Eran los primeros días
del sorpresivo ataque nazi a la URSS en 1941 y las tropas hitlerianas habían ocupado
con facilidad buena parte de la URSS europea. Parecían indetenibles ejecutando en
suelo ruso la famosa Blitzkrieg
(guerra relámpago) con la cual habían conquistado a casi toda la Europa
continental.
Una vez muerto Lenin en 1924, Stalin logró eliminar a la
vieja guardia bolchevique, acusando a los compañeros de Lenin de traidores y
hasta de ser espías alemanes. El combativo partido bolchevique acabó convertido
en una dócil jauría que se relamía persiguiendo a cualquiera de sus filas que
fuera declarado enemigo. En su paranoia Stalin también había purgado al
Ejército Rojo tildando a sus oficiales de renegados salta talanqueras. Los
cargos vacantes en el ejército soviético fueron ocupados por una oficialidad
sin experiencia o de comprobada incapacidad; pero, eso sí, de absoluta lealtad
al camarada Stalin. La incompetencia del Ejército Rojo estalinista se había
hecho pública en 1939 con su pobre actuación al enfrentar al pequeño ejército
finlandés.
Así que Stalin tenía razón al asumir su culpa en el desastre,
aunque fuera en la intimidad y temporalmente. Hitler y el alto mando alemán
contaban con la desarticulación militar soviética y también con el descontento que
la opresión nacional, social y estatal de la burocracia había producido en la
sociedad soviética. Y, efectivamente, algunos sectores de la población
saludaron a los invasores como libertadores; pero los nazis, orgullosos representantes
de un pueblo ario, no tenían hacia los pueblos eslavos más que un desprecio
profundo y mortal que mostraron desde el primer día. Asesinados, perseguidos,
apresados sin contemplaciones ni motivos, los pueblos soviéticos asumieron que,
aunque odiaran a Stalin, tenían que arriesgar la vida enfrentando al despiadado
invasor si querían tener alguna posibilidad de conservarla.
II. El cuento
venezolano
Las comparaciones históricas tienen eficacia pedagógica. Dan
luz, color y vida a una explicación, abren una vía intuitiva a un concepto.
Incluso nos interrogan sobre las diferencias entre las dos situaciones que se
cotejan y nos lanzan inesperadas preguntas. Pero tomadas literal y alegremente
siempre son una trampa. Porque en realidad, estrictamente, la historia nunca se
repite, ni siquiera en las dos versiones que decía Hegel, una como tragedia y
otra como comedia.
El lector sabe, desde el título, que la referencia a Stalin
y a la URSS plantea una comparación con la situación actual de Venezuela. Pero
es menester señalar las diferencias.
La comparación de Stalin con Maduro se refiere al aspecto de
la “herencia” política que recibieron y asumieron: ambos se montaron sobre lo
que había hecho otro, Lenin o Chávez, de mayor visión y con proyectos de más
largo aliento. Y ambos malgastaron la herencia.
Pero es ridículo llamar a Maduro “dictador”. Los jefes
políticos que tal hacen actúan de mala fe, y la mayoría de los que lo repiten
lo hacen por ignorancia (más o menos grande, por cierto) y con mucha ceguera
emocional. Si en una dictadura usted llama públicamente dictador al presidente
tiene dos opciones: o lo hace desde el exterior o desde la clandestinidad.
Digo, si pretende conservar la vida.
El gobierno de Maduro ni remotamente ha alcanzado en cuanto
a represión el historial de los gobiernos de Betancourt y Leoni; y en cuanto a
acciones que pudieran tildarse de genocidio tampoco alcanzaría a la respuesta
de CAP II al Caracazo, que sobrepasó los mil muertos.
Ah, pero el gobierno de Maduro, enviciado en culpar a los
demás de sus monumentales errores, tiene la piel hipersensible ante la crítica,
y la ha enfrentado aumentando sostenidamente el autoritarismo. Ha criminalizado
la protesta, y nos ha retraído a la época de los primeros gobiernos de la
democracia representativa, cuando los civiles eran remitidos a los tribunales
militares. Ha habido actos de los cuerpos represivos (allanamientos o
detenciones) que claramente buscan atemorizar a potenciales protestantes.
Prisioneros mantenidos en un limbo legal, donde ni la fiscalía ni los
tribunales definen la situación del detenido; o sea, esas detenciones
arbitrarias contra las cuales la humanidad civilizada lleva siglos luchando. En
fin, Maduro encarna un gobierno autoritario que al aumentar sus respuestas
represivas sí se encamina hacia una dictadura.
Se encamina, pero lo más interesante es que no puede. No
puede ni queriendo. El Estado venezolano no puede controlar el tránsito; ni las
fronteras; ni amplísimos territorios dedicados a la minería ilegal; ni las
cárceles; ni algunas zonas urbanas tomadas por el hampa y los paramilitares. El
Estado venezolano ni siquiera puede garantizar que un billete de obligatorio
curso legal (como el billete de 2 bolívares) circule. Así que no espere usted
que pueda instaurar una dictadura. Y no se confunda por el abuso descarado y el
autoritarismo desfachatado, que los niveles represivos de las democracias
formales pueden ser muy alto. Revise nuestra experiencia histórica.
III La herencia
perdida
Cuando Chávez se despidió por última vez señaló que, pasara
lo que pasara, “tenemos Patria”; era verdad. Teníamos Patria: había una robustez
económica innegable (e imprescindible para la conformación del Estado-Nación):
reservas económicas e índices económicos aceptables y hasta respetables; el
mejoramiento del índice de Gini había sido constante y el entusiasmo
mayoritario de los sectores populares era una buena base para el
fortalecimiento social y nacional.
Pero también había ciertos desequilibrios y amenazas tanto
estructurales como coyunturales. El “modelo” económico tenía ciertos problemas.
El “modelo”, claramente, es una combinación de rentismo, cristianismo y
keynesianismo. Los que hablan de socialismo y comunismo son los crédulos propagandistas
del gobierno, por un lado, y los atrasados anticomunistas de la Oposición que
han resucitado el viejo macartismo de los 50, por el otro. Ambos bandos, evidentemente,
no sienten ninguna vergüenza en sacar a pasear su ignorancia en público. El sustrato
de esas creencias es meramente emocional. Pero ese no es el tema de este
artículo.
En todo caso, el modelo rentista (que podía mantener un
dólar baratísimo) solo era sostenible sobre la base de una inmensa entrada de
ingresos petroleros. Al encargarse Maduro de la presidencia se esperaba que el
petróleo de esquisto impactara a la industria petrolera y produjera una caída
de los precios del petróleo, eso conjuntamente con la aceleración de la
inflación y el cada vez mayor desequilibro entre el dólar oficial y el
paralelo, nos alertaba que el país atravesaría serias dificultades. Maduro tuvo
entonces, hace más de cinco años, la opción de enfrentar la crisis (teniendo aún
recursos económicos, sociales y políticos para ello) o (por temor a alborotar
el avispero y llamar al país a asumir los necesarios recortes) no hacer nada en
materia económica y dedicarse a la “batalla política”.
Entonces el país fue desbaratado. Se debilitó totalmente, se
destruyó la industria petrolera, y se dejó que la deuda se convirtiera en una
carga pesadísima y asfixiante. El Banco Central pasó de ser protector de la
moneda a ser su principal adversario al financiar el déficit fiscal con una
liquidez descomunal. Se abandonó la infraestructura pública. Retrocedieron
todos los avances sociales en materia educativa y de salud. Los servicios
públicos (gas, electricidad, agua) entraron en crisis que tiende a la
parálisis. La corrupción y la ineficacia del Estado venezolano se fortalecieron
sin freno y sin recato. La mayoría del país está descontenta y desesperada con
la crisis en todos los campos que padece diariamente.
Debilitada la Patria, los viejos enemigos del país
aprovechan para hostigarnos; desde los grandes hasta los chiquitos. Trump y el
gobierno de Guyana lo que hacen es aprovechar la fragilidad de nuestra
situación. El gobierno de los Estados Unidos, eterno defensor de todas las
malas causas que padece la humanidad, puede darse el lujo de amenazarnos
descaradamente con el apoyo de la mayoría de los países latinoamericanos. Los buitres
de los grandes poderes de la Tierra auspician el proceso degenerativo que el
gobierno criollo adelanta para que la injerencia sea más fácil. Y para empeorar
las cosas tenemos más apátridas que nunca y los locuelos de ambas polos
pretenden llevarnos a una guerra civil o internacional que amputará nuestro
futuro como nación por siglos.
Teníamos Patria, pero el gobierno de Maduro la perdió.
Maduro podría practicar el mismo acto de constricción que
hizo Stalin, y reconocer: Todo lo que Chávez dejó lo hemos perdido. Y hacer lo
que debe hacerse en tan delicada situación: llamar al Pueblo Soberano a que se
pronuncie. Convocar a un referéndum que le pregunte al pueblo si se llama a
elecciones para relegitimar todos los poderes.
En otras palabras, buscar una salida que sea constitucional,
soberana, democrática, nacional, popular y pacífica. Abrir una puerta por la
que podamos volver a tener Patria.
Viernes, 22/02/2019. Aporrea.
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