Orlando Zabaleta
Los partidos no se mueren como los seres humanos. Hubo una
época en la cual URD ya no tenía ni votos ni futuro, pero igual disfrutaba de
cargos en diferentes niveles del Estado, gracias a su habilidad para negociar
con AD y Copei. Se repetía mucho un dicho: “los partidos son como los tísicos:
duran años para morirse”. Un partido puede morir históricamente, pero no estar
políticamente muerto aún. Son dos muertes distintas.
En la IV República, luego del fracaso del modelo
socioeconómico de los 60, hacia 1984, la burguesía le declara la guerra a los
partidos tradicionales que tanto le habían servido. Razonaban que AD y Copei ya
no les servían como mayordomos: eran ineficaces, no lograban controlar al
pueblo y eran muy caros. Peor aún: eran remolones para aplicar la receta
neoliberal sin pañitos calientes. Así aparece el Grupo Roraima, los trabajos
del IESA y de cuanto tecnócrata se creyera salvador del país. La burguesía y
sus intelectuales proclaman lo que quieren. Y los medios se encargan de la
instrumentalización pública. La clase media, como siempre, compra el discurso:
se vuelve “antipolítica”, se pone de moda declararse “independiente”
(independiente de qué no estaba claro), hasta la antidemocrática uninominalidad
absoluta es aupada por los más radicales.
AD y Copei estaban muertos desde esos tiempos, aunque no se hubieran
enterado.
No creo que hoy AD exprese más que nostalgia y acaso
reacción frente a la locura dominante en la oposición. El núcleo duro de la
base opositora es una clase media histérica y fervorosamente antiadeca, situada
más a la derecha que AD, y más influenciable por los medios que por un discurso
político. No tiene proyecto político y ni falta le hace, ni le interesa la
democracia más que como taparrabo de propaganda, ni menos la justicia social.
Otro partido muerto años ha es Proyecto Venezuela. Al final
de los 80 apareció como alternativa frente a AD y Copei. La derecha necesitaba
construir otros partidos. Le hizo bien el discurso nebuloso sobre el ciudadano,
aprovechando la onda antipolítica, pero al lanzarse como alternativa nacional se
suicidó, la inmediatez destruyó al proyecto. Ante el ascenso de Chávez,
Proyecto Venezuela aceptó el apoyo de AD y Copei. Eso lo mató como propuesta
distinta. La gobernación pudo esconder momentáneamente la muerte histórica,
pero ni siquiera el poder es vacuna permanente para los muertos.
Por supuesto, una opción socialdemocratizante puede tener
validez. Pero es difícil que AD pueda encarnarla. AD se ha fortalecido, jugando
con astucia, dentro de la oposición, beneficiándose de las debilidades de sus rivales
en la MUD. Pero el techo es muy bajito: bastaría una encuesta entre las bases
opositoras para demostrarlo. La opción socialdemocratizante ha fracasado en su
intento de fraguar: lo señala la espumosa vida de UNT, o las abortadas ofertas
de personajes como Velásquez o Ismael García, que no logran superar el
descrédito que ganaron con tanto esfuerzo.
Un partido nítidamente de derecha también tiene dificultades
en consolidarse. PJ ha seguido el camino de Proyecto Venezuela cometiendo sus
mismos errores.
En Venezuela nadie quiere ser catalogado de derecha. Aunque
sea furibundo neoliberal y tenga a Obama como su héroe dirá con desparpajo:
“Soy de izquierda, pero no populista”. Es una tradición muy vieja. Desde el
siglo XIX, cuando todo el mundo se decía liberal y nadie aceptaba ser conservador;
hasta la IV República cuando nadie quería declararse de derecha.
Los más inteligentes opositores viven dramáticamente esta
situación.
Les doy un consejo gratis: dejen de escuchar a sus bases más
histéricas, no lean a sus locuaces opinadores, ni oigan a sus locutores ni se
dejen guiar por sus periodistas. Y pónganse a construir un discurso político
serio.
Domingo 19/07/2015. Lectura Tangente, Notitarde
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