Orlando Zabaleta.
El Caracazo enseñó (pero solo a los que quisieron aprender)
muchas lecciones. La más importante había que extraerla de su “imprevisibilidad”. Sí, fue una gran sorpresa para todos; pero, además de constatarlo y repetirlo
tanto, había que preguntarse por qué nos sorprendió.
La respuesta era elemental: Nos sorprendió porque no
estábamos viendo hacia donde debíamos ver. Estábamos enfocados en el sector
político y opinador, proveedor universal de insumos e instrumentos para la
producción de creencias.
La nata, pues. La que llena la prensa y la televisión con
sus opiniones. La nata, independientemente de que fuera de derecha o de
izquierda, compartía muchos mitos e invenciones: que los partidos eran los inevitables
protagonistas de todo, y que dentro de los partidos los dirigentes tienen el
derecho natural de decidirlo todo. Tal como le había enseñado Betancourt a la
derecha, las “masas” irían a donde vayan sus dirigentes. Y tal como había
aprendido la izquierda de las diversas variantes del marxismo ruso, la
vanguardia decidiría por las “masas”.
Con tales ideas reputadas como incuestionables, era
inconcebible que espontánea y masivamente hubiese una protesta violenta de
magnitud que durara más de 6 horas. Sin ningún partido detrás, imposible.
En 1989, todos, ocupados en ver a la nata, no veíamos hacia
abajo. Los de abajo estaban llegando al límite luego que el Viernes Negro
desató la caída del nivel de vida general. Y soportaban la crisis y la
corrupción, la inoperancia y el olvido, la desastrosa incapacidad de Lusinchi.
Soportar todo eso y luego el descarado engaño de CAP II y sus dos programas:
uno para ganar las elecciones y otro para gobernar, era como mucho.
La lección más importante del Caracazo, pues, es que hay que
ver hacia abajo. Que ver solo a la nata es ceguera que puede ser peligrosa
manía.
Cuando Caldera II repite lo mismo que hizo CAP (ganar las
elecciones con imagen antineoliberal y adelantar un gobierno neoliberal) y
privatiza todo lo que puede, y entrega el negocio petrolero por tres lochas, y
el pueblo paga los platos con inflaciones mayores de cien puntos y caídas
gigantescas del PIB, y el gobierno no alcanza ni un 10% de apoyo, el pueblo ha
aprendido mucho. El pueblo intuye que no le conviene otro Caracazo y sabiamente
aguanta el chaparrón. Y busca salidas, hasta que aparece Chávez, que es casi un
invento del pueblo venezolano.
La crisis actual es, indudablemente, la peor crisis desde la
llegada del negocio petrolero. Hay hambre, lo que contrasta con los avances sociales
alcanzados en la primera década del siglo. El rentismo capitalista colapsó
definitivamente. El gobierno fue incapaz de percibir las claras señales que
anunciaban la crisis, y luego se dedicó a enfrentarla de lado, a nivel
sintomático (y a veces a nivel meramente mediático), y mantiene la rémora de un
Estado incapaz y corrupto. El 80% del país no quiere a Maduro.
Lo asombroso es (ante la cuantía del rechazo, el tamaño de
la crisis, la torpeza del gobierno y la injerencia del Imperio) el nivel de
estabilidad y/o resistencia de Maduro. Claro, otros factores lo apuntalan: la
brutalidad de la oposición (que ayuda), el apoyo de la FA (que no es poca
cosa).
Pero la mayoría de esos factores son consecuencias de una
condición estructural: la polarización social. O sea, las visiones y los horizontes
distintos, que aquí está sembrada la inclusión, la justicia social, el orgullo
soberano, la solidaridad, entre la mayoría de los venezolanos. Miren hacia
abajo y lo verán.
El uso de polarización política para concentrar a los
respectivos partidarios, auspiciar la locura y ocultar los errores propios es
algo detestable, es verdad. Es inmoral que el gobierno utilice la polarización
política para encubrir la ineficacia y la corrupción, mientras la oposición la
utiliza para convertir el descontento en odio y en gritos aventureros de una
Derecha sin norte ni concierto.
Pero hay que ver más allá de la nata. Aunque al 80% no le
guste Maduro, más de la mitad de esos descontentos tampoco quiere entregar su
destino a los especuladores de Consecomercio ni a los financistas de la MUD.
Los descontentos con gobierno y oposición no son unos “ni-ni” de posturas
descoloridas, así que les resbalan los discursos de reconciliación, las baladas
sobre el amor que acaba con las ideologías y demás bellas generalidades inútiles.
Seguramente una política “despolarizada” de acuerdo nacional
se parecería a la del Arco Minero, que reconcilió gobierno chavista y
transnacionales mineras. No es muy diferente de la propuesta opositora de
negociar préstamos con el FMI.
Es complejo. Pero se entiende más si se mira hacia abajo.
Domingo 9/10/2016. Aporrea.
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