Orlando Zabaleta.
¿Ya notaron que la victoria de la Oposición en la Asamblea
Nacional no hizo desaparecer las colas ni acabó con la escasez? Me imagino que
sí. La nueva Asamblea se dedica a aprobar una ley que suspende el Código Penal,
a pelear con los otros poderes y a la representación mediática.
¿Pero se han puesto a imaginar un gobierno de la Oposición?
El precio del petróleo ya está deprimido pero con un gobierno de Oposición se
reforzarían aún más las tendencias bajistas del crudo. Obvio. Un sector tan
“amigable” (por no decir genuflexo) con los yanquis, que incluye a la vieja
tecnocracia petrolera, que plantea la ruptura con las cuotas de producción de
la OPEP (es decir, terminar de convertir a la OPEP en un inútil club de
debates); un sector así solo podría tener ese efecto en el mercado petrolero. Esa
sería una consecuencia directa e inmediata (como ocurrió con la gran caída de
los precios del petróleo durante los tres días del reinado de Carmona, caída que
generó un ahorro considerable en las arcas de los países consumidores).
A nivel de precios del crudo ya, por fin, parece que tocamos
fondo. Hace unos meses existía una gran posibilidad de petróleo a 20 dólares o
menos por un largo tiempo. Los iraníes, se temía, podrían intentar, una vez
terminado el embargo, recuperar el tiempo (o los dólares) perdidos. No es que los
precios estén mejorando, es que, al menos, ya dejaron de empeorar. Y no se les
olvide: nosotros, todos, vivimos del petróleo.
Segundo efecto: la política de liberación de precios o de
grandes alzas, exigida por los financistas de la Oposición y repetida por sus
voceros, dejaría contenta a la clase media alta (diría que valió la pena para
salir de Maduro); la clase media media estaría ahí-ahí (aguantando con resacas
de arrepentimiento). Pero la clase media baja, esa sí comprendería, al fin, que
ha estado aupando su propia destrucción; y como se desespera hasta por
costumbre, es fácil imaginar su reacción.
Y la liberación del dólar, sueño nefasto de tontos,
produciría la mayor fuga conocida en la historia del país.
¿Y el pueblo? Ah, aquí es donde la cochina tuerce el rabo.
Porque echarle todo el peso de la crisis al pueblo (estilo Macri) no concuerda
con los tiempos. Los tiempos de Venezuela, digo. No se debe olvidar que la
Oposición ganó la mayoría en la Asamblea porque cerca de dos millones de votos
chavistas decidieron abstenerse ante la errada política del gobierno: se
abstuvieron, pero no les gusta la Oposición ni una pizca.
En términos doctos: ¿alcanzaría un mínimo de gobernabilidad
un gobierno de la Oposición? Digo, dejando de lado que no peleen a muerte
Capriles (el desplazado), la María Corina (la perturbada cobradora), López (el
aspirante sin límites), Ramos Allup (el renacido), Borges (el desplazado), y
paremos de nombrar, que la lista de aspirantes es inmensa. Más los cobradores:
financistas, banqueros, Fedecámaras, Consecomercio, la Casa Blanca y sus
transnacionales, que son los que exigen los resultados en forma constante y
sonante.
No sería un gobierno de crisis, sería un gobierno en crisis,
que se sumaría a las ya inaguantables dificultades económicas. Y que
seguramente buscaría su equilibrio utilizando la represión contra las
inevitables protestas populares.
Lo más grave de la situación es precisamente que las partes,
ambas, gobierno y Oposición, juegan a robar cámara y al centimetraje. Y no a enfrentar
la crisis. Porque todo se ha reducido al enfrentamiento mediático.
Ahora que tenemos un Congreso de la Patria, lo más sabio sería
reiniciar la computadora. Resetear. Ojalá el gobierno aprenda a escuchar. Y,
más aún, pueda, no digo rectificar, porque me suena como que había una recta
que estaba torcida, y realmente no hay ni recta ni plan; que el gobierno, pues,
mire a los ojos al monstruo, se enfoque en enfrentar la crisis, y deje de
esperar y esperar que las cosas se arreglen solas.
Domingo 10/04/2016. Aporrea
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