Orlando Zabaleta.
El Viernes Negro, febrero del 83, estaba marcado en el
calendario años antes de que llegara. Pero igual todos se sorprendieron, que
allí empezó la caída en tobogán de los niveles de vida del país.
En esos casos tan estrepitosos, evadir la responsabilidad con
el consabido “yo no fui” es difícil. Lo más eficaz no es negar la culpa sino diluirla, repartirla entre todos. Los
responsables del Viernes Negro seríamos todos los venezolanos: los botarates
mayameros y los que pasaban hambre, los que sacaban los dólares y los que se que
daban
desempleados, los que tomaron las decisiones y los que corrieron con las
consecuencias. Profesores, sociólogos, analistas, opinadores de toda laya y de
todos los medios disertaban sin descanso sobre la esencia derrochadora y
manirrota del venezolano.
En las tertulias que se armaban en cualquier sarao o
reunión, todos se hacían la mea culpa,
se declaraban culpables y ta’baratos. Yo, por puro ánimo de fastidiar, proponía
una simple encuesta: Vamos a ver, decía, ¿cuántos de los presentes han viajado
a Miami? Normalmente ninguno de los 7 u 8 que tanto se autoacusaban de
manirrotos había ido al Norte, a lo sumo uno había gastado unos pesos en
Cúcuta.
La élite política y económica de la sociedad quería ocultar
su fracaso. Los empresarios, que se habían beneficiado del gigantesco gasto
público de la Venezuela saudita, también querían ocultar de la visión pública la
increíble manguagua de que el Estado les reconociera su deuda externa como si
fuera propia y la pagaría con dólares preferenciales.
Veamos el Caracazo, en febrero del 89. El sacudón tuvo sus
diferentes versiones. La preferida por la derecha, la más simplona, es que fue
un asunto de malandros. Pero durante las primeras horas prácticamente todo el mundo saqueó, porque todos mientras
veían los saqueos por TV aprobaron, aplaudieron, o al menos sintieron un
fresquito. El sacudón tuvo inicialmente un espíritu fuenteovejúnico, era un
acto de justicia, pero a media mañana la clase media dejó de disfrutar el
espectáculo y se asustó; porque ¿y si los saqueos no se paraban y llegaban
hasta su urbanización?
El Caracazo fue la primera rebelión en el mundo contra el
paquete neoliberal. Lo que ocurrió luego en toda Latinoamérica demostró lo justo
de la revuelta. Que los 90 dejaron una estela de hambre y parálisis económica
en nuestros países.
También con el Caracazo se peleó en la memoria. La campaña
arrancó inmediatamente: se habló de las grandes pérdidas y de los daños
ocasionados al país. El pueblo venezolano había perdido los estribos por unos
días. Se pretendió que fue una borrachera del pueblo, y se administraron
mensajes para producir la resaca. Se inoculó complejo de culpa en grandes
cantidades por prensa, radio y televisión. Para reforzar el tratamiento,
amparados en la suspensión de garantías, se realizó una sangrienta represión
contra los sectores populares que dejó miles de muertos.
La historia hubiera sido otra si los vivarachos del Viernes
Negro hubiesen logrado ocultarse bajo la culpabilidad universal. Más otra si el
pueblo hubiese sentido complejo de culpa por el Caracazo.
Se montó en el 2010 una temeraria operación para reescribir
la historia de Carlos Andrés Pérez: Libros, artículos de prensa, autobombo
publicitario y demás. No supe quién pagaba el operativo. Imposible revalorizar
a CAP que unos años atrás daba lastimosas declaraciones a favor de un golpe y
de una dictadura, posturas tan torpes que Ramos Allup, que ya lo había
expulsado de AD, declaró que no tenía nada que ver con ese viejo. La operación
rescate fracasó.
Lo que pensamos sobre lo que pasó, balances que
actualizamos, lo hacemos desde el presente, y pesa sobre el presente. Eso de la
“historia objetiva” es algo inexistente y estéril. Repito: se combate en la
memoria.
La derecha cree que el balance del chavismo y del proceso se
parecerá a su ceguera y partirá de su exclusión. Incluso por encima de la
corrupción e ineficacia de los dirigentes chavistas que nos han llevado a esta
profunda crisis, la derecha fracasará de nuevo en imponer su versión, que hace
décadas que el pueblo dejó de ser pendejo. Esta batalla en la memoria por el
balance del proceso es la más crucial de todas.