Orlando Zabaleta
Hollywood acostumbra cubrir la tragedia alemana de los años
treinta con un sencillo leitmotiv: Hitler estaba loco. Utiliza un argumento
psicológico y sensacionalista para ocultar las causas de ese desastre. Que un
asunto individual y psiquiátrico se vuelva el totum factotum de una situación
política por encima de 66 millones de alemanes es infantil, pero es un truco
muy usado. Y, peor aún, muy creído.
La derrota de Alemania en la primera guerra mundial se selló
con tratados infames que condenaban y humillaban al pueblo alemán. Las potencias
imperiales vencedoras impusieron, muchas limitaciones abusivas, incluyendo una
deuda gigantesca e impagable. La crisis del capitalismo mundial que arrancó en el
29, y que produjo el más gigantesco desempleo y la paralización económica, hizo
el resto. La República, fundada a la caída de la monarquía en 1918, la llamada
República de Weimar, quedó desacreditada totalmente. La derecha tradicional,
que regentaba la república escondiendo su corazón monárquico, acabó agotada y descalificada.
Y en ese escenario la ultraderecha creció en todas sus
variantes. El nazismo fue la variante más exitosa. Irracional y violento, se
forma con ex combatientes de la guerra, y conforma las bandas paramilitares de
los SA, los camisas pardas, que se dedicaban a golpear y matar a comunistas,
judíos y homosexuales, y a asaltar a los sindicatos. El hecho de que odiaran al
parlamentarismo liberal no dejaba de colocarlos a la derecha, pregúntele a Pinochet
y a otros de su especie.
Para salir de la crisis, el capital financiero e industrial
decide apoyar al movimiento nazi y dejar a un lado a los que habían sido
tradicionalmente sus partidos.
Hitler no llegó al poder por mayoría. En las parlamentarias
de 1932, los nazis obtienen el 37,3% de los votos. Mientras los partidos de
izquierda suman el 35,9% de los votantes. La derecha tradicional, que controla
la presidencia, al no poder constituir un gobierno estable, vuelve a llamar a
elecciones en noviembre de ese mismo año. Los nazis retroceden, pierden
millones de votos y muchos escaños al solo obtener 33,1%. Los socialdemócratas
y comunistas aumentan su votación hasta el 37,3%.
Entonces la derecha tradicional decide llamar a Hitler al gobierno,
aunque sus votos hayan disminuido. Algunos políticos de la vieja derecha creía
que los violentos nazis en el gobierno se desgastarían rápidamente, y, luego de
ese desgate, la derecha tradicional recobraría su votación.
¿Cuál era el apoyo de masas de Hitler y sus camisas pardas?
La clase media alemana. Histérica por la crisis, ofuscada por el fracaso de la
república, se obsesiona con Hitler, y le da su apoyo eufórico.
Los trabajadores alemanes no cayeron en ese engaño, votaban
por los socialdemócratas y los comunistas, y mantuvieron hasta el final su
rechazo al fascismo. Pero por un criminal error histórico, el Partido Socialdemócrata
y el Partido Comunista estaban ferozmente divididos.
Hitler, llamado al poder en enero del 33, no pierde tiempo,
manda a incendiar al Reichstag, el parlamento alemán, acusa a los comunistas de
ese atentado, asume poderes dictatoriales, ilegaliza a los comunistas y empieza
a armar su férrea y sanguinaria dictadura. La clase media, enfermizamente
anticomunista, se siente liberada de la amenaza bolchevique.
El pastor alemán Niemoller lo diría poéticamente años
después: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo
no era comunista. / Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no
era judío. / Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no
era sindicalista. / Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo
era protestante. / Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba
nadie que dijera nada”.
Postdata: Esto no es mera historia, es mucho más: de te fabula narratur.
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