Orlando Zabaleta
I
Los soldados de Simón de Montfort se atrevieron a discutir
sus órdenes sobre el exterminio total. Alegaron que, además de herejes, en la
ciudad sitiada también había “buenos cristianos”. Montfort atajó sus escrúpulos
con un fuerte argumento teológico: “Mátenlos a todos, Dios reconocerá a los
suyos”. Era una Cruzada santificada por el mismo Papa contra los herejes del
sur de Francia, así que los soldados podían matar hombres, mujeres y niños con
la seguridad de alcanzar la gloria celestial.
El Montfort, además de ordenar misas y mutilaciones masivas,
no olvidaba reclamar el señorío de los territorios conquistados y exterminados.
Que su innegable celo religioso merecía ser recompensado.
II
Unos siglos más tarde, judíos conversos son juzgados por el
asesinato de un niño en un acto ritual, el “Santo Niño de la Guarda”. El cuerpo
del niño no aparece ni se sabe su nombre, ni hay denuncias de niños
desaparecidos. El juicio se basa en testimonios incoherentes de los presos torturados.
Los acusados son condenados y quemados vivos.
Era la España de los Reyes Católicos. En 1492 expulsan a
todos los judíos de su reino. Ya se sabía que comían niños. Además de la
recompensa divina, los reyes toman las pertenencias de los deportados.
III
En el siglo XVIII, el siglo de las Luces, la herejía se torna
racionalista. La masonería se convierte en blanco de los ataques de los viejos
poderes. Las bulas papales la condenan. Y tenían razón en censurarla. Miranda,
Bolívar, San Martín formaron logias masónicas que propagaban el sueño de una
América Española independiente. Las proclamas españolas acusaban a Miranda de
masón (es decir, de hereje). Por supuesto, también los masones comían niños en
sus ritos secretos.
Cuando arrancó el siglo XX, ya el racionalismo había tomado
el mundo. Y aunque aún se mantenía, más solapado por el momento, el
antisemitismo, la reacción frente a una mujer que jurara haber volado en su
escoba era encerrarla en un manicomio y no quemarla.
Pero siempre se necesita un cordero que cargue con las
culpas del mundo. Así que se tenía al bolchevismo, que pronto se convirtió en
comunismo.
La constitución de López Contreras tenía un Inciso que
expresamente declaraba ilegal y contrario a la patria al comunismo y al
anarquismo. Por supuesto, ayer como hoy, los que rabiosamente proscribían al
comunismo no tenían ni remota idea de qué era eso. Pero sí sabían que el
anticomunismo era útil: ningún luchador por la democracia en América Latina se
salvó de ser acusado de comunista, ni siquiera insospechables como Rómulo
Gallegos.
IV
Nunca he sabido qué contestar cuando alguien me pregunta si
soy comunista. Me dan ganas de contra-preguntar: ¿Se refiere a comunista de
1848, o de 1921? ¿O a comunista de los años 40? No fui miembro del PCV, nunca
estuve de acuerdo con las políticas de la URSS y tampoco creía que el “Manual de
Marxismo-Leninismo” fuera inocente de las barbaridades que se cometían en el
campo soviético. Pero era y soy marxista. Mi respuesta tendría que ser larga y
compleja.
Realmente el preguntador no busca precisión histórica ni
conceptual. La mayoría de las veces lo que está indagando es el equivalente actual
a si uno es hereje, judío o masón. Es decir, lo que pregunta es: ¿tú comes
niños?
Cuando, en su famoso Comité, el senador Joseph McCarthy
preguntaba a su “invitado” si era comunista, ¿no estaba continuando los
interrogatorios de Torquemada en su Inquisición? Razón tuvieron Einstein,
Chaplin y tantos otros en huir de Estados Unidos, porque a McCarthy nunca le
bastó la simple respuesta “No, yo no soy comunista”.
Por estos predios, Betancourt (que sí fue comunista en sus
años mozos), obsesionado por tomar distancia de lo que llamó un “sarampión de
la juventud” (tenía que congraciarse con sus nuevos amigos), inventa el término
“castro-comunismo” como nuevo lema para la herejía. Expresión de exclusivo uso meramente
propagandístico, puesto que en sí el término es de lo más necio y su uso es bastante
enfermizo. Véase a Franco, Pinochet, Videla y a toda la caterva de verdugos que
tantos crímenes cometieron enarbolando la bandera del anticomunismo.
A fin de cuenta, el asunto es que necesitan un
espantapájaros (sobre todo si la democracia puede desbordarse y el pueblo la
quiere ejercer). Y ya los herejes, los judíos y los masones no sirven para esa
función. Alguien tiene que estar comiendo niños, tiene que haber una
conspiración de comedores de niños. O, al menos, es necesario hacer propaganda
sobre el “peligro comunista” como si estuviéramos en los años 50.
Domingo 26/04/2016. Lectura Tangente, Notitarde
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