Orlando Zabaleta
Desde 1975 los economistas Friedrich Hayek y Milton Friedman
aconsejaron al dictador Pinochet sobre cómo conducir a Chile hacia la
“libertad”. Hacia la libertad de mercado, se entiende; que Hayek prefería una
“dictadura liberal” a una “democracia ilimitada”. Y Friedman le dio a Pinochet
el primer programa neoliberal: política de shock, reducción del gasto,
flexibilización del mercado laboral (cambiar “la ley actual que impide el
despido de los trabajadores”), libertad total para el capital financiero y el
comercio internacional, liberación de precios, privatización de las empresas
del Estado.
El que unos autores que hablan con frenética frecuencia de
“libertad” desemboquen en estas políticas es un tema sociológico tan curioso
como escalofriante, pero no vamos a tratar aquí las tortuosas relaciones del
liberalismo con la democracia.
El neoliberalismo se estrenó en el mundo entre la sangre, la
represión y la tortura de decenas de miles de chilenos. No fue mera casualidad.
Un programa tan ferozmente “libertario” solo podía implantarse con una
dictadura muy férrea y sanguinaria.
Al empezar los 80 la Thatcher y Reagan inician la política
neoliberal desde los centros del poder capitalista. Reagan redujo los impuestos
a los ricos mientras recortaba el gasto social (educación, salud). Era un Robin
Hood al revés: robaba a los pobres para darle a los ricos. Pero el recorte del
gasto social no equilibró el presupuesto (pretendido objetivo de los neoliberales),
porque Reagan aumentó el gasto público cual si fuera el más fanático
keynesiano, sólo que el incremento se dio en el sector militar. Generó gigantescos
déficits fiscales que sostuvo a punta de Bonos del Tesoro. Por supuesto, las
tasas de interés se elevaron, y los países deudores acabaron pagando más en
intereses que en amortización del capital.
Crear la “teoría” no era muy difícil. Pero es indispensable
olvidar que la libre competencia desapareció con el siglo XIX, hacer como que
las transnacionales y los monopolios no existen; y si existen, el mercado los
tratará igualito que al bodeguero de la esquina. Nada sorprendente: la
propaganda en pro de la libre competencia la realizan sin ruborizarse los
Rockefeller y Carlos Slim, caballeros que deben la mayor parte de su fortuna a las
más aberrantes prácticas monopólicas.
Desde el gobierno yanqui y el británico fue fácil tomar los
organismos internacionales: el Banco Mundial, el BID, el FMI. Así se creó el
llamado “Consenso de Washington”, que nunca fue consenso, por supuesto (ni siquiera
se discutió con las víctimas). Un nuevo culto que se permeó al mundo académico
y a los premios nobeles.
Es asombroso que el capitalismo internacional pudiera
imponer a los países pobres el nuevo credo. Mientras los Estados Unidos se
mantenían endeudándose y crecía su déficits fiscal, el FMI exigía a los países pobres
eliminar sus déficits, les reclamaba “austeridad” y encima los acusaba de “mal
administrados”. Mientras Estados Unidos y Europa protegían su producción
agrícola y su acero con aranceles y subvenciones, le pedían al resto del mundo
que abriera totalmente sus fronteras al comercio internacional.
Pero tenían la fuerza para hacerlo. Y había suficiente
miopía y lacayismo en los países periféricos para permitirlo.
El papa Juan Pablo II fue quien popularizó la expresión
“capitalismo salvaje” (creada por un cardenal uruguayo). El asunto no es sólo
moral (que tiene su peso si se mira el hambre y al hombre). El asunto también
es que el neoliberalismo no produjo crecimiento ni estabilidad en ningún país
del mundo excepto en los países desarrollados (y eso hasta el 2008). La CEPAL
declaró a los 80 la “década perdida” para América Latina, por su retroceso
económico, pero los 90 fueron peores.
En el 2008 estalla “La Gran Recesión”. El país que más se
había beneficiado de la onda neoliberal ve que la “libertad” que había
implantado, es decir, la falta de control, ha desembocado en una gigantesca
especulación que hace desplomar al sistema financiero y al aparato productivo. El
credo neoliberal ordena que se deje a su propia suerte a las empresas
ineficaces. Pero ese principio es sólo para el Tercer Mundo. El mismo Bush y
los congresistas republicanos salen corriendo a intervenir en el mercado y
aprueban fondos públicos para el rescate de los principales culpables de la
crisis. De nuevo se robaba a los pobres para darles a los ricos; este es el
único aspecto en el que el neoliberalismo ha sido coherente y consecuente.
Genio y figura, el neoliberalismo siempre fue una trampa
caza bobos.
Domingo 12/04/2015. Lectura Tangente, Notitarde
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