Orlando Zabaleta.
Imagínese que usted está en un barco en alta mar, urgido de
ir a la Isla de Kaboruca (no la busque en Google, amigo lector, acabo de
inventarla). Entonces viene el capitán y le informa muy sonriente que están en
camino, aunque, confiesa, no sabe dónde se encuentra la dichosa isla.
–No tengo un solo mapa donde
aparezca Kaboruca. Pero no se preocupe –intenta
tranquilizarlo–: que nos estamos apurando, ya vamos a toda máquina.
El País de Nunca Jamás es el único sitio al que se puede
viajar sin mapa ni guía, incluso sin necesidad de saber dónde está, que basta
con polvo mágico de hada y, eso sí, desearlo mucho. Increíblemente, cosas como
esas no ocurren solo en los cuentos de hadas. Porque según la dirección de
proceso bolivariano también se va así al socialismo: sólo con desearlo.
El capitalismo se torna cada vez más especulativo que
productivo. Ni siquiera la crisis de 2008, de la cual no se ha zafado
totalmente, le hizo aprender algo. Insiste en la fe neoliberal, ese bricolaje
de lienzos vetustos que las transnacionales tejieron con el férreo hilo de sus
intereses. Y la propuesta del socialismo del siglo XXI, que le daba un norte al
proceso bolivariano, se convirtió en cantares cuando requería ser desarrollada,
y llevada a expresar una teoría solvente del país y del cambio real. Ah, pero
al pragmatismo ramplón reinante en el mundo político (tanto de izquierda como
de derecha) le dio flojera.
El debate eludido obvió temas vitales: la democracia, el
papel del Estado, la relación con el trabajo y la productividad, el rentismo
casi centenario. El norte planteado era impreciso, cuánto más la vía. Ni puerca
idea de dónde queda Kaboruca.
Confusión grave en un país con tradición y estructura
rentista cimentada. Un país con un capitalismo tan bufón que el Estado no vive
de los impuestos de la burguesía, como en la mayor parte del mundo, sino que es
la burguesía la que vive de los dólares del Estado.
Entonces, en esta desorientación, se entiende cómo no se
puede diferenciar entre keynesianismo y rentismo, entre socialismo y gratiñán,
entre estatismo y socialismo.
Por eso cuando Maduro juraba hasta hace poco que “no nos
desviaremos del camino del socialismo”, uno se hundía en el más profundo misterio:
¿qué habrá querido decir? Imposible también es interpretar eso de que vamos a
“radicalizar” la revolución.
Por eso, en medio de una crisis tan profunda, se puede pasar
tranquilamente la dirección de la economía de un ministro que no sabía nada de
economía a un ministro pragmático y recomponedor de las relaciones con la
burguesía. O reforzar el modelo rentista con el Arco Minero.
A fin de cuentas, con el norte estratégico claro, se podría
entender las concesiones tácticas. Pero sin norte es imposible calibrar las
tácticas. Obvio.
Y para más males, el barco entró en la tormenta más
predecible del mundo, una que sí aparecía en los mapas de navegación. Y tampoco
el capitán se ubica. No hay norte y tampoco plan para escapar del vendaval.
La tempestad amenaza al navío. Con los pasajeros de la
Derecha no se puede contar: tienen botes privados y no les importa si el barco
se hunde porque planean vender sus piezas en los mercados nórdicos. Ya los
tienen negociados.
El capitán (sin sentir, parece, las sacudidas de la
embarcación) insiste: Vamos a toda máquina. Aunque no se sabe a dónde.
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