Orlando Zabaleta.
El gordo Andrés, con sus 157 kilos de peso, decidió un buen
día cambiar definitivamente. Ya no se calaría el terror de las señoras que se rehusaban
a montarse en el ascensor con él. Ni el tormento de los conductores cuando toda
su humanidad se hacía sentir en el automóvil. Andrés adelgazaría y punto.
Probaría todas las dietas, aguantaría hambre parejo, pero, júrelo, adelgazaría.
Era tan firme la decisión de Andrés que comenzó obligando a
sus familiares y amigos a llamarlo “El Flaco”. Incluso se presentaba y se
nombraba a sí mismo como “El flaco Andrés”. El nuevo alias, y su repetición
constante (el Flaco, el Flaco), era un mecanismo de reafirmación, de compromiso
con la resolución tomada. Pero, meses más tarde, tras probar y desechar decenas
de dietas, el “flaco Andrés” seguía con sus kilos intactos.
Bueno, así también les pasa a los países con sus más duras
decisiones. Por ejemplo, cuando deciden ir al socialismo. Y aunque les sea arduo
superar el sobrepeso del capitalismo, enarbolan la esbeltez del socialismo.
Así nos ha pasado a nosotros. “Estamos construyendo el
socialismo”, “No dejaremos de marchar hacia el socialismo”, se repite mientras el
más recalcitrante e inútil de los modelos capitalistas, el rentismo
dependiente, continúa comiéndonos día tras día.
El capitalismo no tiene futuro, evidentemente. Ni siquiera
es un sistema extrapolable: si el 1% de la población del planeta posee la mitad
de las riquezas del mundo, no es posible duplicar esa injusticia y que otro 1%
se apodere de la otra mitad, porque ¿dónde quedaríamos el 98% restante? El
capitalismo se mueve fatalmente de una crisis a otra, y hasta hoy no ha logrado
superar la de 2008. En las últimas décadas se dedica a la guerra permanente. Y
la Madre Tierra, de recursos limitados, no puede soportar la ilimitada avidez
del capital y se adentra en catástrofes ecológicas. El capitalismo arrastra a
la humanidad al desastre sin remordimientos.
También Andrés tiene las advertencias médicas sobre diabetes,
problemas cardiacos, renales y óseos producidos por el sobrepeso.
Pero aunque adelgazar o ir hacia el socialismo sea una
necesidad de vida y muerte, ello no significa que el tránsito se resuelva con bautizos
y consignas.
En nuestro caso, la confusión sobre los “modelos” que están
en juego es para coger palco. Y produce un debate bufo. Uno de la Oposición
habla del fracaso del modelo “socialista” que se ha pretendido implantar. Y
otro del gobierno riposta que “seguiremos construyendo el socialismo”.
Porque hay quien cree “socialismo” es sinónimo de “regalado”.
Otro que es estatismo. Y otro que es cualquier iniciativa para controlar la
rapacidad de los monopolios nacionales o extranjeros.
Claro, la confusión es un efecto cultural del rentismo. Pero
mucho confunde también el retro-embrutecimiento provocado por la arremetida
neoliberal de los noventa. Fíjense que Fedecámaras tilda de comunistoide hasta una
política keynesiana (y eso que Lord Keynes era consecuente defensor del Imperio
Británico). Y hasta hay políticos de “izquierda” temerosos del peligro “ideologizante”
del socialismo para enfrentar la actual crisis.
En medio de este marasmo, no es sorprendente que un
sociólogo de inútil palabrerío “radical” sea sustituido, sin solución de
continuidad, por un empresario, en la dirección de la economía del país. A
falta de política, buenos son nombres.
Hay que tener un plan concreto para enfrentar la crisis
(deberíamos). Hay que empezar a desmantelar el Estado burocrático (léase
ladrón, ineficaz, botarate y antidemocrático) que padecemos y los partidos
arcaicos, en pos de la democracia directa, protagónica y popular: una
revolución del modelo político, pues. Ambas medidas son tanto respuestas
estructurales como exigencia ineludible de la coyuntura. Pero también hay que
hacer un debate serio sobre el socialismo, para aclarar el rumbo, el objetivo,
el puerto de llegada. A lo mejor recordamos que el socialismo es algo que se
vincula al pueblo y su participación, y al trabajo y la producción.
Ah, se me olvidaba: Andrés sigue gordísimo y está
hospitalizado, muy enfermo por males vinculados a la obesidad. Pero todos lo
llaman “el Flaco”.
Domingo 21/02/2016. Lectura Tangente, Notitarde
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