Orlando Zabaleta
El país padece muchos desequilibrios económicos. Y no es
tanto la cantidad de desequilibrios como el tamaño de muchos de ellos; los diferenciales,
pues. Ya hablamos en un artículo anterior del precio de la gasolina (0,097 Bs.
por litro), muy por debajo de los costos de producción; un descomunal subsidio
que debe estar entre 12.000 y 15.000 millones de dólares anuales.
Pero el padre de los desequilibrios es el “esquema”
cambiario. Hay un dólar a 6,30; otro a 12,80; otro cercano a 200, y otro “libre”
que (no debería sorprendernos) no se puede controlar y está determinado por la
especulación más voraz. Cuatro tipos de cambio.
El bachaquero y el contrabandista aparentemente negocian con
harina, café, leche; eso es verdad, pero solo materialmente. En realidad están
negociando con las tasas de cambio. Están vendiendo especulativamente (a través
de la harina o del café) dólares que compraron a 6,30.
El esquema pretendía mantener a dólar subsidiado artículos
de primera necesidad, y así proteger a nuestro pueblo al conservar esos
artículos a bajos precios. Pero, les informo, no está cumpliendo su objetivo (ni
siquiera el más directo, si 70% de los que están en las colas son bachaqueros,
si 40% de los productos regulados salen para Colombia).
El gran diferencial de las tasas de cambio promueve el
contrabando y el acaparamiento. Lo cual multiplica la escasez. La escasez, a su
vez, sustenta el aumento de los precios de los bienes en los mercados alternos.
La inflación resultante alimenta la tendencia alcista del dólar. Así aumenta el
diferencial cambiario y el círculo vicioso continúa dando vueltas. Eso es lo
que hemos visto en estos años.
Enfrentémoslo: el país no tiene suficientes dólares para esa
gracia. El petróleo se desplomó hasta los 42 dólares el barril. Y 42 dólares
hoy (los econometristas, con más sapiencia que este humilde escribidor, lo
dirán con precisión) serán como 20 o 21 dólares de comienzos de los 80.
Ojalá todos los bachaqueros, todos, grandes y chiquitos, pudieran
ser castigados. Como decían nuestros abuelos, lo que hacen no tiene perdón de
Dios. Eso de lucrarse con las necesidades ajenas, eso de vender algo a diez
veces lo que costó, no tiene nombre (¡ah, disculpen!, me equivoqué, sí lo
tiene: capitalismo).
Ojalá no tuviéramos una burguesía que desde los 80 elevó su
nivel de llorantina, para ocultar su incapacidad congénita de producir
cualquier cosa si no le dan dólares. Ojalá no tuviéramos un Estado que la
refleje tan bien en su incompetencia productiva.
Pero parados en donde estamos, aquí y ahora, hay que
abandonar el fracasado e insostenible esquema cambiario. Hay que eliminar las
condiciones que alimentan al bachaquero, al contrabandista, al acaparador.
El gobierno empezó a cabalgar esta crisis hace dos años.
Primero dijo Ramírez, cuando era ministro, que teníamos dólares suficientes (a
mí me entró escalofríos cuando lo oí, porque no lo creía). Luego Merentes anunció
que se iría pronto a la unificación cambiaria. Y lo que se hizo fue crear nuevos
tipos de cambio.
Es hora de hacer tres cosas al menos. Una: Sacar cuentas; con
petróleo a 42 dólares el barril (con el peor escenario). Dos: Decidir
prioridades y plantear otro esquema de cambio. Y, tres, hablarle claro al país.
En otras palabras: necesitamos un plan (hace dos años que
sospecho que no lo tenemos, y rezo por estar equivocado).
Insisto en que el pueblo venezolano es más sabio de lo que
creen sus dirigentes. Podrá asumir el asunto, pero, eso sí, exigirá una lucha
eficaz contra la corrupción y la ineficacia. Pedirá transparencia. Requerirá un
plan realista de aumento de la producción con lapsos precisos y
responsabilidades inapelables. Y, precisamente porque es sabio, también querrá
participación, esa que está consagrada en nuestra constitución, en todo el
proceso de enfrentar la crisis.
Domingo 16/08/2015. Lectura Tangente, Notitarde
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