Orlando Zabaleta.
Los días del 24 al 31 de diciembre nos marcan a los
venezolanos. Lo digo evocando a Andrés Eloy, quien forzado a recibir el Año
Nuevo lejos de la Patria, en tierra extranjera donde, decía, el gozo tiene
“menos caridad y la alegría de cada cual va sola”, recordaba con dolorosa
nostalgia a su pueblo:
“Las manos que se buscan con la efusión unánime /de ser
hormigas de la misma cueva; /y al hombre que está solo, bajo un árbol, /le
dicen cosas de honda fortaleza: “¡Venid compadre, que las horas pasan; /pero
aprendamos a pasar con ellas!”
Mi generación se acostumbró a recibir en familia el Año
Nuevo escuchando “Las Uvas del Tiempo”, que no había emisora de radio o
televisión que no transmitiera el poema para señalar el fin del año viejo.
A veces, alguna radio o televisión anunciaba primero que
otras “las doce”. Y, entonces, nos confundíamos, y unos arrancaban a abrazarse
mientras otros insistían en que no era la hora exacta (“No son las doce, no son
las doce”). Una vez, en mi casa familiar de La Candelaria, nos dimos el Feliz Año
antes de tiempo, para luego, alertados por el silencio de la calle, tener que
repetir el rito. Y en otra ocasión nos retrasamos, y la algarabía de afuera y los vecinos
tocándonos la puerta nos obligaron a abrazarnos rapidito.
Ay, dirán mis viejos amigos, con la edad Orlando se está
volviendo nostálgico. Y se equivocan: siempre lo he sido. Pero, tranquilos: no
me pondré a rumiar sobre la “pérdida de valores” y esas simplezas tan repetidas
la mayoría de las veces con inconsciencia, hipocresía y autosuficiencia
alarmantes. Dios me libre.
Lo que sí quiero, en días como estos, es defender a la
esperanza. Aunque coincido con Miguel Otero Silva: la esperanza es lo primero
que se pierde. Llamando esperanza a la confianza en un futuro de pocas
posibilidades. Sin embargo, creo que el ser humano, en las horas más desesperadas,
aunque pierda la esperanza mantiene la fe.
Y aquí mis amigos dirán: Ah, vaina, ahora Orlando se metió a
religioso. Pero no, saben todos que soy muy descreído. Como Fernández Retamar, llego
a “no creer absolutamente en nada, ni siquiera que el incrédulo existe de
veras”.
Llamo fe a mantenerse luchando aún en contra de todas las
probabilidades. Porque aunque se apague la última luz de probabilidad, y con
ella la esperanza, el hombre se mantiene y persiste. Y sobrevive en contra de
todo pronóstico.
Pero defiendo la esperanza, esa primera trinchera. Siempre.
Los 90 fueron unos años negros y terribles en muchos aspectos. Claro que muchos
olvidaron esas penas, o vivían tan aislados que ni se enteraron. Por un tiempo,
en los 90, hasta la esperanza desapareció, que estábamos mal e íbamos peor. Y,
sin embargo, resurgió, y salimos de ese hueco. Llegó Chávez y ofreció esperanza,
y el pueblo la tomó y la multiplicó como el pan y los peces.
Todos sabemos que el año que viene trae duros presagios. Que
el gran dador, el petróleo, seguirá bajando de precio y los dólares no sólo no
alcanzarán para el viaje a Miami, tampoco alcanzarán para traerle a la
burguesía parásita los, ¿cómo los llaman?, insumos para que pueda producir alguito.
Será un año de definiciones y definitorio. Para el ahora y
para el futuro.
Pero la esperanza es el alma irrenunciable del que sueña con
un futuro mejor, con una Patria de justicia y de pueblo omnipresente.
Y, como me enseñó Aníbal Nazoa, “Creo en los Poderes Creadores
del Pueblo”. Y sé que le buscará la vuelta a la cosa. Como siempre. Y, aunque
estén ahorita muy esperanzados en la Casa Blanca y en las oficinas de las
transnacionales, diré como Neruda, Venezuela, mi patria “no será vencida ni a
extranjero dominio sometida”.
Así que viva la esperanza, que renacerá desde y en lo
profundo del pueblo. Y Feliz Año para todos los hombres de buena voluntad. No
pido disculpas por excluir (con premeditación, lo confieso) a los otros, a los
de mala voluntad, que ni los ángeles que anunciaron a Jesús los tomaron en
cuenta.
A los hombres y mujeres de buena voluntad, los que nos sabemos
hormigas de la misma cueva, los que creen y sueñan con una Patria y un mundo de justicia, aún por construir, donde
las distancias sean abolidas para siempre, Feliz Navidad, hermanos.
Domingo 27/12/2015. Lectura Tangente, Notitarde.
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