Orlando Zabaleta
Propongo crear desde ya una comisión para la conmemoración
del primer centenario del rentismo petrolero en Venezuela. Que, como dirían los
amantes de los lugares comunes, tan magno acontecimiento no debe pasar
desapercibido.
Es verdad, no ocurrió que un día nos levantamos y, ¡zas!, ya
estábamos cómodamente instalados en el rentismo, que fue un proceso largo y de
intensidad variable, pero es necesario asignar una fecha en nuestra historia, aunque
sea emblemática, para señalar el nacimiento de tan persistente fenómeno
nacional.
Me parece que 1926 es un año adecuado. En ese año el valor de
la exportación petrolera sobrepasó por primera vez al de la exportación de
nuestros productos tradicionales (cueros, reses, café y cacao). No hago asunto de honor el año. Historiadores
y economistas podrían considerar igualmente al 27 o al 28; fijar uno de esos
años como símbolo es precisamente una de las primeras tareas de la comisión.
A finales de los treinta ya nuestra producción agropecuaria
estaba apretada, la vieja estructura latifundista mantenía en cepo de hierro
las posibilidades de desarrollo del sector. Los gringos y los anglo-holandeses
nos pagaban una miseria por el crudo (los impuestos eran ridículos), mientras
el estado les otorgaba ventajas extraordinarias (exoneraciones para la
exportación y la importación). Algo semejante a lo que hicieron Giusti y los
meritocráticos en “apertura petrolera” de los 90.
Como les dijo Gumersindo Torres, ministro de Gómez, a las
compañías petroleras en su propia cara: hubiese sido mejor negocio para el país
regalarles el petróleo, pero cobrarles los impuestos de exportación y
exportación como a cualquier comerciante común y silvestre.
Era, pues, un pago miserable. Pero era plata.
Así entramos al rentismo. Como se ha explicado muchas veces,
el precio del petróleo no guarda relación con el trabajo que se invierte para
extraerlo. Como no hay petróleo en todas partes, el precio tiene una “sobre
ganancia” sobre sus costos de producción. Una ínfima parte de la población, los
trabajadores petroleros, producen las entradas económicas para sostener a todo
el país.
Como país, vivimos de esa renta y no del trabajo productivo.
Y todos nos beneficiamos de la renta. Todos. No se necesita
estar metido en el negocio, ni trabajarle al gobierno. Una Venezuela no
petrolera no tendría tantas escuelas, liceos, universidades; ni los servicios
públicos tendrían la amplitud que tienen. Ni tampoco los servicios privados.
Que la renta es la que mantiene el pulso económico del país.
Nuestra improductiva burguesía ha sido la más beneficiada de
la renta petrolera. Por eso hemos tenido y tenemos exitosos banqueros con
bancos quebrados. Empresas ineficaces con valor agregado de 1% y ganancia de
500%; industrias cuya producción “nacional” no es posible sin dólares. Nuestra
raquítica y siempre quejumbrosa burguesía es la que más ha disfrutado la renta
petrolero, casi siempre monopolizándola. Tan acostumbrada está a ese monopolio
que lo considera un derecho.
Sólo con Chávez, la otra parte del país, la más pobre y
mayoritaria, le vio un poco de queso a la tostada. Las misiones estaban pagando
esa deuda social que también es centenaria. Y nada puede ser más justo.
Pero todos tenemos cultura rentista. Nos ha penetrado hasta
los huesos. Así que al lado de la burguesía plañidera, tenemos a los que se
quejan porque les recortaron “sus” dólares, “su” cuota. Y a los raspacupos, y a
los bachaqueros.
A tan porfiado fenómeno nacional, criticado siempre pero
nunca derrotado, siempre invicto, es al que proponemos homenajear en su primer
centenario.
Sobre todo porque, por re o por fa, es muy difícil creer que
el rentismo tendrá un segundo
centenario. Mucho antes de llegar a los doscientos años, o se acaba el rentismo
petrolero o se acaba Venezuela.
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