Orlando Zabaleta
Desde la época de “El Venezolano”, del partido liberal, en 1840, ha habido en
Venezuela muchos periódicos de partido. AD editó varios: “Semanario”, “Acción
Democrática”, “El País”. El Copei tuvo por años “El Gráfico”, expresamente
alineado con el falangismo español y el fascismo europeo (por supuesto, eso fue
antes de que los nazis perdieran la guerra). El PCV aún edita la “Tribuna
Popular” (fundada en 1948).
El lector no podía llamarse a engaño. Eran periódicos que se
presentaban como expresión de los puntos de vistas de un sector de la sociedad:
adecos, copeyanos, comunistas. “Tribuna Popular” lo dice muy directamente:
órgano del Comité Central del PCV.
Los otros periódicos, que no son de partidos, no reflejan ni
proclaman la postura de una parcialidad política o social. Se suponía. O
debería creerse.
Pero, claro, como toda empresa humana, los rotativos tienen
su corazoncito, incluso los que pretenden no ser publicaciones de partido. Y se
comprende (aspirar a la “objetividad” a
mí me parece anticuado, insostenible en
la teoría e imposible en la práctica).
Se supone que el “corazoncito”, los amores secretos o
públicos, del periódico se expresan en la Editorial (de la cual nadie discute
que es dueño y señor la dirección del medio). En la selección, enfoque y
centimetraje de las noticias es mucho lo que se puede hacer para
manifestar preferencias.
El New York Times es un diario conservador. No se duda de que
esté a favor de las grandes empresas. Pero su credibilidad se basa en el rechazo
al amarillismo y en arriesgadas denuncias como la publicación de los “Papeles
del Pentágono” en 1971 y la más
recientes sobre el espionaje revelado por Snowden (2013).
Pero el periodismo, conservador o no, no debía pasar de
ciertos límites: no inventar noticias y verificarlas antes de publicarlas. No
elevar al rango de noticioso declaraciones de poca significación solo por
coincidir con la visión parcial del medio; ni esconder las que la adversan. Los
límites significan, además de sus implicaciones éticas, una apuesta por la
credibilidad.
Un periódico que proclama ser un diario para “todos”
mientras utiliza un estrecho criterio de partido para “informar” está engañando
al lector. Que tenga lectores que quieran y pidan el engaño es otra cosa.
Hubo una época, no tan idílica, en la que todo esto estaba
más o menos claro. Aunque la frontera no fuera milimétricamente nítida. Ni
inviolable.
Pero luego apareció otro “periodismo”.
Un periodismo de partido, incluso dogmático y excluyente con
sus competidores partidistas, pero que pregona ser medio de expresión de todos
(dizque de la comunidad, la región, la sociedad, etc.).
Utiliza sin medida los viejos trucos: el propio medio es la
noticia (en realidad, sus dueños son la noticia), o la “produce”. La línea
política del periódico coloca caliches en la portada (la declaración de un gris
concejal en primera plana, mientras el anuncio del presidente aparece en breve
nota en página interior).
Medios que se ruletean
la noticia entre ellos: un periódico hace una denuncia con fuente
desconocida, otra publicación la cita y una tercera la publica basándose en los
anteriores. Antes las fuentes eran personas, instituciones, ¿cómo puede ser la
fuente un periódico?
Un periodista lee un tweet
y ni siquiera coge el teléfono para verificar el contenido (y menos va al sitio
de los acontecimientos), lo publica sin remordimientos si coincide con “la
línea”. Así han aparecido muertos que estaban vivos, “investigaciones” fantasmas,
denuncias inverificables. Es la institucionalización del rumor. ¿No les
recuerda a La Mala Hora de García
Márquez, donde un pequeño pueblo es aniquilado por pasquines anónimos?
Deberían algunos periódicos “de todos” hacer un gesto de
honestidad y declararse, por ejemplo, “órgano de la Oposición” o “Vocero del
cogollo tal”. Sería de agradecer.
Domingo 11/10/2015. Lectura Tangente, Notitarde
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