domingo, 27 de septiembre de 2015

La fábula del Estado Omnipotente

Orlando Zabaleta

La pretendida omnipotencia del Estado venezolano es uno de los cuentos más populares del país. Seguramente lo propagaba Juan Vicente Gómez como cuento de terror, para que se creyera que sus garras llegaban a todas partes. Pero en los 80 la expresión “Estado Omnipotente” la acuñó y utilizó Granier, obsesionado por imponer la libertad absoluta de los negocios privados, sobre todo los de él.
Lo peor de todo es que mucha gente se lo ha creído. A pesar de la gran evidencia en contrario.
Los sociólogos establecen el “monopolio de la violencia” como rasgo esencial del Estado. En las sociedades primitivas, sin Estado, la violencia se ejercía privadamente. Si Pedro mataba a Juan, la familia de Juan, en venganza, se echaba al pico a Pedro; lo que causaba que la familia de Pedro también saliera a vengar a su deudo. Y el círculo de sangre se hacía interminable.
Entonces apareció el Estado y “monopolizó” la violencia. Ahora, si Pedro mata a Juan, es el Estado el que debe encargarse de castigar al homicida. Y, claro, el Estado declaró delito la venganza privada.
Suficiente de teorías sociológicas. Ahora hagámonos una simple pregunta: ¿En Venezuela el Estado monopoliza la violencia?
Claro que no. Diariamente lo comprueban las páginas de sucesos. La cantidad exacta de armas en manos del hampa es un dato incierto, pero sí estamos seguros de que los malandros poseen incluso armas de guerra, y las utilizan.
El Estado mantiene controlado el precio de algunos productos de primera necesidad. O sea, es delito su venta por encima del precio asignado. Pero todos tenemos en cualquier bodega, a menos de cien metros y en forma pública, la prueba de la incapacidad del Estado para hacer cumplir sus propias disposiciones.
Ahora fue cuando, al fin, se le metió la mano a la frontera. A la línea fronteriza el Estado la controlaba muy poco, dada la magnitud escandalosa del contrabando. Y en las zonas fronterizas vemos al paramilitarismo (que compró hatos y fundó negocios lícitos e ilícitos) interviniendo, vía dinero y terror, en procesos políticos y sociales. Zonas donde el Estado venezolano no ejerce ni control ni soberanía.
Agreguemos esos espacios sin ley, barrios donde la policía no entra ni que le paguen; algunos de las cuales solo han podido ser visitadas por las fuerzas del orden con la OLP.
Los casos de linchamiento popular de los últimos tiempos son sintomáticos y alarmantes. Parece  que nos devuelven a la situación pre-Estado de la que hablan los sociólogos.
Vuelvo a preguntar entonces: ¿tenemos un Estado omnipotente? Una cosa es, vía renta petrolera, tener dinero. Y otra distinta ser omnipotente.
Por el contrario: lo evidente es que el Estado venezolano es débil. No cubre el territorio nacional ni logra imponer “el imperio de la ley”. No debería sorprendernos, dado su carácter burocrático e ineficaz.
Ojo: no estoy planteando que el Estado se extralimite e imponga la ley a lo macho. Ni clamando por una dictadura (hay que dejarle esas propuestas atrasadas a la Derecha). Tan necia interpretación de estos planteos sería estupidez o mala intención.
Estoy llamando la atención sobre un fenómeno tan claro como la luz del sol, tan luminoso que parece que encandila, enceguece y hasta deja mudo a todos, puesto que muy extrañamente no se habla de él.
La razón por la cual no se habla sobre la debilidad del Estado venezolano está vinculada a la propaganda neoliberal, empeñada en circunscribir al Estado a su aspecto policíaco y anularlo socioeconómicamente. Crédulos bulliciosos repiten sin pensar lo del supuesto “Estado omnipotente” porque creen que “eliminando los controles” la burguesía saldrá corriendo a traer sus dólares de Miami y se pondrá a trabajar para producir las mercancías que necesitamos en lugar de hacer lo de costumbre: sacar más dólares al exterior y especular más. Son crédulos recalcitrantes.

Domingo 27/09/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 20 de septiembre de 2015

Integración o desintegración

Orlando Zabaleta

Por momentos temí que el conflicto fronterizo adquiriera tintes xenofóbicos. No me gustaban frases como “los colombianos nos desangran”, ni ninguna que usara el nombre genérico “colombianos” en forma peyorativa. Pero por suerte Chávez no aró en el mar. Los venezolanos sabemos qué enfrentamos: a la oligarquía colombiana y a su narco-Estado, y a mafias bachaqueras (que tienen elementos nacidos a ambos lados de la frontera).
Y sabemos también que debemos mantener el sueño de la Patria Grande.
Dije “sueño”. Pero no es solo un sueño, un anhelo idealista. La integración también se ha basado en necesidades bien pedestres. Es una política internacional del más elemental sentido común y totalmente alineada con los intereses del país.
La integración es el sueño con el cual despertó la América española hacia la independencia. Era hasta lógico: la causa independentista era de todos, y poco decían las fronteras que el imperio colonial había impuesto. Así pensaron Miranda y Bolívar, y también San Martín, O’Higgins y todos los libertadores de la América española. Precisamente ahora, cuando se cumplen 200 años de la Carta de Jamaica, no está de más leerse los párrafos en los que Bolívar, derrotado y aislado (pero realista y visionario), expresa la necesidad de una América Latina unida. Necesidad de hacer contrapeso en el concierto de las naciones, decía Bolívar. Un contrapeso que cada uno de nuestros países, en solitario, no puede hacer.
José Martí, unas décadas después, pudo ver con más plenitud los peligros de la desunión. Martí residió en los Estados Unidos (“Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas”), y sabía que los yanquis estaban listos para saltar sobre nuestra América. Y en primer lugar sobre Cuba, que aún era una colonia española. Los gringos asaltarían la isla, no para liberarla, sino para robársela al decaído imperio español de finales del siglo XIX y convertirla en neocolonia. Para los gringos sería como quitarle el caramelo a un niño. Por eso Martí urgía a empezar la guerra revolucionaria, la guerra por la independencia, ante de que el monstruo diera su zarpazo.
También vio la amenaza Rubén Darío: “Eres los Estados Unidos, / eres el futuro invasor/ de la América ingenua que tiene sangre indígena, / que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”.
Y efectivamente, la potencia del Norte se dedicó, ante la división latinoamericana, a imponer sus intereses en estas tierras. Sus trasnacionales aspiran a extraer nuestros recursos, naturales y humanos, manteniendo la relación de dependencia como una condena. Nos han invadido, quitado territorio, interferido en nuestras políticas internas, han auspiciado golpes de estados y dictaduras: todo para imponer los intereses de las trasnacionales gringas.
La integración es, en primer lugar, un acto de autodefensa.
Y mucho más. Es la vida y la muerte. Venezuela (ni ningún otro país latinoamericano) tiene posibilidades de desarrollo aislado. Su mercado es pequeño (en realidad, hoy en día los mercados de todos los países son pequeños), no puede soportar un desarrollo industrial sostenible.
Esto ya era verdad hace 50 años. Pero desde los 90 se acelera la formación de bloques dentro del sistema capitalista mundial. Grandes bloques. La Unión Europea, el bloque ruso, el chino. Es una fiesta de gigantes, y nuestros pequeños países desunidos no serán invitados al sarao más que como comparsas.
No tenemos la opción de integrarnos o no. Porque o nos integramos o nos “integran” las trasnacionales en su Plan de negocios: y en ese caso ellas decidirán cuál será nuestro rol, cuáles negocios podemos asumir, y cuánto ganaremos del negocio. Nos asignarán el papel que les convenga en la división mundial del trabajo. Por ejemplo, ser una gasolinera, o un país pastoral.
Y ese no puede ser, no lo será, el destino del pueblo de Bolívar.

Domingo 20/09/2015. Lectura Tangente, Notitarde

lunes, 14 de septiembre de 2015

El escurridizo precio del petróleo

Orlando Zabaleta

A raíz del embargo árabe del 73, el mercado petrolero cambió drásticamente: los precios subieron y los países productores alcanzaron mayor control sobre el negocio. Desde allí las creencias sobre la evolución de los precios del petróleo (usualmente llamadas “predicciones”) se pueden agrupar por etapas.
Todos pronosticaban que el petróleo tenía alas y subiría y subiría sin detenerse. Pero aunque la guerra Irán-Irak en el 80 llevara el barril a 40 $, no había guerra que detuviera la sobreproducción, y en 1981 el precio comienza a caer. Así nos tocó a nosotros el Viernes Negro. El crudo bajó con altibajos hasta el 91 cuando se acentúa el desplome del precio.
La OPEP, que había adquirido peso luego del 73, degenera en los 80 en un club de pinochos. Ante el descenso de los precios, los ministros de la OPEP se reunían en Viena para fijar ilusorias cuotas de producción que nadie cumplía. Al continuar cayendo el crudo, los ministros volvían a reunirse y se volvían a caer a coba.
Venezuela era uno de los miembros más coberos. Luis Giusti y sus tecnócratas, dictadores en PDVSA, mantenían la sobreproducción dizque “para defender mercados”. Entre 1997 y 1999 los precios se derrumban hasta los 7 dólares.
Asombrosamente, la OPEP no había realizado una Cumbre de Jefes de Estado y de gobierno desde su fundación. Para detener el bochinche de los países miembros, Venezuela hace una cruzada diplomática entre los productores OPEP y no OPEP. Chávez incluso entra por tierra a Irak, que sufría un bloque aéreo impuesto por los gringos. La II Cumbre de la OPEP (Caracas, 2000), con los Jefes de Estado y de Gobierno, sella el compromiso de cumplir las cuotas para detener la sobre oferta del crudo.
El precio sube y en el 2006 alcanza los 100 $ el barril  (aclaremos, los 100 $ de 2006 son más o menos equivalentes a los 40 $ del 81). La crisis mundial del capitalismo de 2008 desploma la demanda y el precio del petróleo. La recuperación económica ha sido lenta e inconclusa aún. La demanda de petróleo es sostenida por el crecimiento de China y la India. En rápida carrera el petróleo traspasa los 100 $ en 2011, y la creencia-predicción dominante era que el petróleo a menos de 100 $ no volvería más nunca.
Aparece un nuevo factor: el fracking. El petróleo de esquisto produce un cambio radical: Estados Unidos, principal consumidor de petróleo del mundo, aumenta su producción interna y disminuye la importación de petróleo. La demanda china es insuficiente para sostener el precio. Y empieza el derrumbe. Ahora la predicción dominante es: No volverá el petróleo a 100 $.
Los factores básicos son la oferta y la demanda, por supuesto. Pero la especulación alimenta la inestabilidad, se compra petróleo a futuro no para el consumo sino para la reventa. La especulación analiza variantes como las perspectivas de la economía, los depósitos de reserva, la estabilidad política en los países productores. El desarrollo tecnológico en la producción y el consumo de petróleo afecta la oferta y la demanda.
Definitivamente el petróleo de esquisto ha cambiado el mercado petrolero. Precisar sus consecuencias no es fácil. Tiene factores en contra: la resistencia al inmenso daño ecológico que produce; los bajos precios deberán hacer colapsar algunas de las inversiones en el fracking, como esperan los sauditas.
Pero el mercado petrolero tenderá a los bajos precios por unos dos años: petróleo entre 40 y 60 $ es un escenario bastante probable. Incluso a corto plazo, el petróleo iraní que volverá al mercado y el modesto crecimiento de China podría llevar el precio a los 30 $.
Evidentemente, los resultados electorales de este año no van a cambiar esa situación internacional, sobre la cual tenemos poca capacidad de influir. Enfrentar esta etapa exige ver más allá del cortoplacismo político. Y también sentido nacional y popular.

Lunes 14/09/2015. Aporrea.

domingo, 6 de septiembre de 2015

El socialismo no es como el nirvana

Orlando Zabaleta

Yo, que no sé nada de budismo y no he librado guerra contra mis propios deseos (a lo mejor unas pocas batallas, pero han sido cortas y he perdido la mayoría), supongo en mi ignorancia que el nirvana es un estado de conciencia. No lo sé. Pero lo que sí sé es que el socialismo no es como el nirvana. El socialismo no es un estado de conciencia, ni un escalón hacia la iluminación o la santidad.
Que me disculpen tanto los budistas como los amigos (algunos muy queridos) que crean que el socialismo es esencialmente conciencia. Pero tengo que decirlo,  que “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.
El socialismo, al igual que el capitalismo, es una forma de organización de la sociedad para la producción, la distribución y el consumo de las riquezas. Precisamente por eso se contraponen.
Los capitalistas estarían encantados si limitamos el socialismo a estados de conciencia, mientras se mantiene la organización social capitalista. El Departamento de Estado y la Exxon Mobil aconsejarían: organícense con relaciones capitalistas y tengan la conciencia que quieran: sean budistas, socialistas, filántropos o Testigos de Jehová.
No intento negar la importancia de la conciencia social de los sectores explotados y del pueblo. Lo que pretendo es colocar las cosas en su sitio. Tampoco creo que estemos ante un conflicto de fuerzas no conscientes, que podamos simplificar a factores económicos, como sostienen los marxistas ortodoxos. No, es el hombre el que hace su historia, aunque su hacer esté sujeto a condiciones. La organización social no solo significa formas de propiedad, sino también relaciones de sectores sociales, y esas relaciones son en buena parte, ellas mismas, conciencia.
Pero a la propiedad capitalista se le debe contraponer una propiedad socialista. Y a relaciones capitalistas se les contrapone relaciones socialistas.
Por supuesto que sin conciencia no podremos alcanzar una sociedad socialista (en realidad, sin conciencia no podríamos hacer nada: sin consciencia del hambre ni comeríamos), sin conciencia de dónde estamos, de qué tenemos, de qué nos falta. Necesitamos la conciencia, pero no confundamos el alicate en la mano con tener el carro arreglado; más bien pensemos que para arreglar el carro hay que saber cómo debería funcionar.
Tampoco es socialismo que el estado se encargue de un servicio público. La CANTV fue una empresa pública desde 1953 (época de Pérez Jiménez)  hasta 1991, y a nadie se le ocurrió acusar de socialista a Pérez Jiménez, o a Betancourt y demás personeros cuartarrepublicanos. Ni la estatización es socialismo (nada más revisen los últimos 50 años de nuestra historia y el siglo XX en el mundo). Ni el subsidio a productos y servicios, por más necesario y justo que sea, es socialismo.
Entiendo que por eso Chávez propuso en la negada enmienda distinguir dos tipos de propiedad: la social y la estatal.
Creo que esas confusiones han sido muy dañinas: eso de llamar “socialista” a todo prácticamente convierte al socialismo en sinónimo de subsidiado o de gratis.
Cuesta salir de la confusión porque al  tema lo evaden. Arrogantes propagandistas de la ignorancia se niegan a plantear estos problemas (porque dizque son “vainas de intelectuales”), y los encubren con consignas. Y la Derecha ignorante propaga que el “modelo socialista”, que nadie ve, está en crisis.
Alguien me preguntará (precisamente cuando se me acaba el espacio): Entonces, ¿qué es socialismo? Yo le respondería (rapidito) que socialismo es que los medios de producción estén en manos de los verdaderos productores (los trabajadores). Y no de la burocracia ni de vagos. Porque parece que el socialismo tiene que ver con el trabajo y la producción. Y tal vez si tenemos claro lo del trabajo y la producción adelantemos algo en el desmonte del rentismo capitalista que sí  está a la vista de todo el mundo.

Domingo 06/09/2015. Lectura Tangente, Notitarde