domingo, 28 de junio de 2015

Estupideces de nivel mayor

Orlando Zabaleta

Mi tía Victoria hacía y vendía arepas. No existía aún la harina precocida y hacer la masa era muy laborioso: limpiar el maíz, sancocharlo, molerlo y amasarlo. Las arepas se vendían entre las familias vecinas, la bodega de Don Gonzalo y el Abasto de Don Agustín, el mayor cliente de la tía Victoria.
Con las arepas, mi tía Victoria sostenía sus modestos gastos personales, mientras mis padres cubrían los humildes gastos de la casa de la Candelaria. Luego la llegada de la harina precocida, que al principio aligeró el trabajo, acabaría con el negocio de las arepas caseras.
Pero imagínense que Don Agustín, nuestro principal comprador de arepas, hubiese pretendido decidir sobre cómo se llevaban mis padres, sobre los novios de mi hermana, o sobre mi conducta rebelde. Y que para aumentar su coacción, Don Agustín hubiese presionado a Don Gonzalo y a los vecinos para que no nos compraran arepas so pena de no venderles nada en el Abasto.
Todo esto es una fantasía, una modestísima ucronía, que el verdadero Don Agustín era un portugués muy trabajador y muy respetuoso, incapaz de tales bajezas.
Continuando con el imaginario, por supuesto que toda la familia, toda, hubiese enfrentado la injerencia del señor del Abasto y rechazado su intervención en nuestros asuntos familiares. No hubiésemos tenido piti-agustinos ni vendefamilias. Y no es que no quisiéramos venderle arepas al Abasto, sino que una cosa es ser cliente y otra meterse en los asuntos del productor.
Simple, sencillo, ¿verdad? Hasta un niño puede entenderlo.
Entonces, que alguien me explique la idiotez de nivel mayor de los opositores que dicen: “Si son tan antiimperialistas, ¿por qué le venden petróleo a Estados Unidos?, no le vendan petróleo entonces”.
Otra de la misma fuente y de la misma sustancia.
Anualmente la ONU discute la resolución que condena el bloqueo a Cuba. Siempre se aprueba con los votos en contra del victimario, Estados Unidos, y de los aliados más aliados del victimario.  Año tras año, los gringos se han ido quedando solos, hasta sus mejores amigos dejaron de apoyar el atropello, así que los yanquis apenas mantenían los votos del estado terrorista de Israel y de dos estados de maletín. En la última votación del año pasado los estados de maletín se abstuvieron y la votación quedó así: Condenando el bloqueo 188 países; en contra de la condena: 2 países (Estados Unidos e Israel); abstenciones: 3.
Eso no acabó con el bloqueo. Que Estados Unidos mantiene el control de la ONU en contra de la Asamblea General gracias a los nada democráticos estatutos de ese organismo (así han protegido tanto al Apartheid, cuando catalogaban de terrorista a Mandela, como al genocidio cometido por Israel contra los palestinos). Pero la vergüenza es la misma.
Además de razones éticas, humanitarias, políticas y lógicas, la casi totalidad de los países del mundo condena el bloqueo por ilegal. Viola los “principios internacionales” que sostienen a la misma ONU.
Vamos a intentar explicarlo al nivel de los opinadores de oposición. Ningún país puede legislar más allá de sus fronteras. Ergo, ningún estado puede prohibir a otros estados que comercien con un tercero. Las leyes aprobadas por el congreso gringo no solo son injerencistas con respecto a Cuba, sino con respecto al resto de los países. Hasta buenos socios de los gringos como Canadá y Japón se han quejado, que eso de que empresas canadienses y japonesas sean objeto de sanciones por realizar actos comerciales normales fuera del territorio norteamericano es como mucho.
Algunos opositores no logran entender algo tan sencillo. Para ellos los Estados Unidos estarían haciéndole un “favor” a Cuba si suspenden el bloqueo. Y al aceptar normalizar las relaciones Cuba estaría traicionando su postura revolucionaria y antiimperialista. Asombroso juicio.
Más que el mundo al revés es la visión torcida… o retorcida.

Domingo 28/06/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 21 de junio de 2015

Cuando llegaron los nazis

Orlando Zabaleta

Hollywood acostumbra cubrir la tragedia alemana de los años treinta con un sencillo leitmotiv: Hitler estaba loco. Utiliza un argumento psicológico y sensacionalista para ocultar las causas de ese desastre. Que un asunto individual y psiquiátrico se vuelva el totum factotum de una situación política por encima de 66 millones de alemanes es infantil, pero es un truco muy usado. Y, peor aún, muy creído.
La derrota de Alemania en la primera guerra mundial se selló con tratados infames que condenaban y humillaban al pueblo alemán. Las potencias imperiales vencedoras impusieron, muchas limitaciones abusivas, incluyendo una deuda gigantesca e impagable. La crisis del capitalismo mundial que arrancó en el 29, y que produjo el más gigantesco desempleo y la paralización económica, hizo el resto. La República, fundada a la caída de la monarquía en 1918, la llamada República de Weimar, quedó desacreditada totalmente. La derecha tradicional, que regentaba la república escondiendo su corazón monárquico, acabó agotada y descalificada.
Y en ese escenario la ultraderecha creció en todas sus variantes. El nazismo fue la variante más exitosa. Irracional y violento, se forma con ex combatientes de la guerra, y conforma las bandas paramilitares de los SA, los camisas pardas, que se dedicaban a golpear y matar a comunistas, judíos y homosexuales, y a asaltar a los sindicatos. El hecho de que odiaran al parlamentarismo liberal no dejaba de colocarlos a la derecha, pregúntele a Pinochet y a otros de su especie.
Para salir de la crisis, el capital financiero e industrial decide apoyar al movimiento nazi y dejar a un lado a los que habían sido tradicionalmente sus partidos.
Hitler no llegó al poder por mayoría. En las parlamentarias de 1932, los nazis obtienen el 37,3% de los votos. Mientras los partidos de izquierda suman el 35,9% de los votantes. La derecha tradicional, que controla la presidencia, al no poder constituir un gobierno estable, vuelve a llamar a elecciones en noviembre de ese mismo año. Los nazis retroceden, pierden millones de votos y muchos escaños al solo obtener 33,1%. Los socialdemócratas y comunistas aumentan su votación hasta el 37,3%.
Entonces la derecha tradicional decide llamar a Hitler al gobierno, aunque sus votos hayan disminuido. Algunos políticos de la vieja derecha creía que los violentos nazis en el gobierno se desgastarían rápidamente, y, luego de ese desgate, la derecha tradicional recobraría su votación.
¿Cuál era el apoyo de masas de Hitler y sus camisas pardas? La clase media alemana. Histérica por la crisis, ofuscada por el fracaso de la república, se obsesiona con Hitler, y le da su apoyo eufórico.
Los trabajadores alemanes no cayeron en ese engaño, votaban por los socialdemócratas y los comunistas, y mantuvieron hasta el final su rechazo al fascismo. Pero por un criminal error histórico, el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista estaban ferozmente divididos.
Hitler, llamado al poder en enero del 33, no pierde tiempo, manda a incendiar al Reichstag, el parlamento alemán, acusa a los comunistas de ese atentado, asume poderes dictatoriales, ilegaliza a los comunistas y empieza a armar su férrea y sanguinaria dictadura. La clase media, enfermizamente anticomunista, se siente liberada de la amenaza bolchevique.
El pastor alemán Niemoller lo diría poéticamente años después: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. / Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. / Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.
Postdata: Esto no es mera historia, es mucho más: de te fabula narratur.

Domingo 21/06/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 14 de junio de 2015

Pesadilla

Orlando Zabaleta

Tuve una pesadilla aterradora. De las que te despiertan en medio de la oscuridad sudando frío y con el corazón a mil.
La Oposición estaba en el poder. Me refiero al poder político; que el financiero y el mediático siempre lo han mantenido. Yo, en mi casa, leía los periódicos y veía televisión, tratando de ubicarme con desesperación.
Por supuesto que la Oposición no sabía qué hacer. Pero entre una locura y otra, alguna se imponía. Los más sensatos habían planteado que se desmontara con cuidado el control de cambios, pero los más alocados (y codiciosos) habían logrado “liberar” inmediatamente los dólares, repitiendo los silogismos que Hayek y Milton le dieron a Pinochet sobre la necesaria velocidad de los ajustes. Decían que la subida sería temporal. Pero el dólar subía y subía para deleite de los especuladores. La burguesía los compraba y lo sacaba del país inmediatamente, que más seguro y menos arduo es comprar acciones de McDonald y apartamentos en Miami que ponerse a trabajar y correr riesgos produciendo en el país. Así que la sed de dólares no paraba aunque la divisa se encareciera.
Con los precios liberados se importaba de todo y los supermercados estaban llenos de productos, abarrotados, porque ya pocos podían comprar lo que ofrecían. Las madres más pobres habían vuelto a la situación de los 90 y usaban harina con agua en lugar de leche para alimentar a sus hijos.
El nuevo gobierno logró equilibrar el presupuesto facilito: vendiendo los dólares más caros, y aumentando la gasolina, la electricidad, el agua, etc. Pero seguía teniendo carencia de dólares.
El FMI, siempre metío, recomienda que se recorten los programas sociales. Pero el gobierno responde que ya fueron recortados todos, incluso eliminados muchos. La única Misión que aprobó el nuevo gobierno fue la Misión militar yanqui en Fuerte Tiuna.
Está claro que la Ribas y la Sucre parten del falso supuesto de que todos deben tener educación; pero no todos deben llegar a la universidad, repiten muchos que ya tienen títulos universitarios. Regresan los comités de cupo, pero ahora son más inútiles que nunca.
El país no puede sostener las pensiones de vejez, grita otro, y, siendo difícil eliminarlas, se establecen como cantidades fijas, y dejan de estar vinculadas al salario mínimo, para que vuelvan a ser pensiones risibles como en los 90. Algunos reclaman la eliminación del salario mínimo, porque entraba al mercado laboral. Por supuesto, la Ley del Trabajo fue suspendida por la misma razón. En las nuevas condiciones laborales, las empresas gringas prometen establecer fábricas maquiladoras, siempre y cuando, además de no pagar prestaciones, las exoneren de impuestos nacionales y municipales.
Y, claro, los trabajadores y los pobres no están contentos. Y las protestas en los sectores pobres, diarias y múltiples, son tratadas con la consabida represión “democrática” de la IV República: en el Sur de Valencia y el Oeste de Caracas, tomados militarmente, reina un toque de queda no declarado.
La figura del desaparecido se ha vuelto común. Desde el primer día del nuevo régimen ya estaban poniendo velas en los puentes con los nombres de los chavistas que había que matar. Y las listas de los que deben morir son varias y diversas, algunas de 10 mil, otras de 50 mil. Igualito que el 12 de abril de 2002. Los “decentes” aceptan esa exigencia represiva, siempre y cuando se haga lejos de sus sensibles ojos, como un pago en pro de la gobernabilidad del país.
La prensa y los medios audiovisuales no dicen nada sobre las partes feas de la película. Solo celebran y celebran. Lo mismo hace el gobierno norteamericano.
En ese momento, en mi sueño, golpeaban la puerta de mi casa. La policía política había llegado a buscarme. No veía manera de escapar. La puerta estaba cediendo a los fuertes mazazos de afuera.
Y… desperté. Al menos de esta pesadilla pude despertar.

Domingo 14/06/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 7 de junio de 2015

La herencia del Benemérito

Orlando Zabaleta

Antes de la llegada del petróleo, el Estado venezolano tenía mucho de “virtual”, aunque aún la palabra no estuviera de moda. Los caudillos ambiciosos salían de sus feudos con sus ejércitos privados y, si tenían éxito, terminaban en Caracas, que era el centro del “Poder”.
El “Poder”, amén de su pompa intrínseca, era el acceso a los ingresos aduanales. Porque los impuestos de exportación y exportación eran los que sostenían a ese Estado virtual. Más los empréstitos, claro. Teníamos un Estado muy pobre, acosado por la deuda externa desde la Guerra de Independencia. No había ni ejército ni burocracia que permitiera el Estado tener presencia real en el territorio de la nación, parcelado por los poderes reales de los terratenientes locales.
Así que gobernar, además de controlar Caracas, símbolo del poder, era hacer de equilibrista entre las ambiciones de los caciques, mantenerlos divididos, apoyarse en unos contra otros, con poca fuerza propia.
Con los ingresos petroleros, Gómez pudo colocar a un gobernador en cada provincia, un jefe civil en cada ciudad y caserío. Un funcionario con oficina, sueldo, secretario y algo de presupuesto. Y pudo construir un ejército estable y permanente: con uniforme, comida, armamento, cuartel y paga.
El Estado venezolano dejó de ser virtual y se hizo presente en la vida de todos los venezolanos.
Ese fue el aporte del Benemérito al país. Y hasta allí llegó. Porque también se empeñó en dejarnos atascados en el siglo XIX, con paz y sin guerras civiles, pero con el presente congelado. A Gómez no le interesaba malgastar los ingresos en educación, salud o inversión pública.
Y tampoco había actores sociales que impulsaran el desarrollo nacional. Los terratenientes se dedicaban a la decadencia de la agricultura. Y la incipiente burguesía solo sabía beneficiarse de la renta petrolera y no era muy modernizante aunque viajara a Nueva York y admirara a los gringos.
¿Qué hicimos con ese Estado gomecista?
Mejorarlo, es cierto, innegablemente. Darle una apertura democrática, con mucho atraso, en los 30 y los 40. Luego la modernización se concentró en las construcciones de Pérez Jiménez, que instauró, como expresión de la Guerra Fría, una dictadura que fue haciéndose más feroz años tras años.
El siguiente paso fue la democracia puntofijista, que buscó su legitimidad en los partidos y las elecciones.
Según el derecho constitucional, una nueva constitución crea un nuevo Estado. Y es verdad. Pero es una verdad relativa, justa y verdadera para la teoría del derecho.
No, la aprobación de la Constitución del 99, no construyó un nuevo Estado. Sólo lo señaló como meta, hito importante. Un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia. Y ayudó al proceso de democratización. Que aunque la oposición se empeñe en delirar, jamás habíamos tenido más democracia que ahora.
Pero en la pedestre realidad, la burocracia es más fuerte que el odio. Más resistente que un recalcitrante virus hospitalario. La burocracia tiene su filosofía y sus tradiciones. Jura que es imprescindible. Que sus intrincados métodos son los únicos viables para realizar tareas. Cree que tiene derechos especiales, derechos que legitima con el “cumplimiento de sus deberes”, que en muchos casos son muy pocos y muy formales.
En Venezuela, la cultura burocrática es tan fuerte y omnipresente que no es solo un mal del Estado, también es un mal privado, como se hace evidente en el manejo incompetente y el trato autoritario que se consigue en los bancos y supermercados privados.
Nuestra burocracia corresponde a la sociedad rentista que la formó. Es tan ineficaz como la burguesía. Y es antidemocrática por vocación.
Allí está nuestro drama. Entre una burguesía improductiva y rapaz y un Estado burocrático es difícil abrir las puertas a una sociedad justa. A la sociedad que plantea la Constitución.
Menos mal que tenemos pueblo.

Domingo 07/06/2015. Lectura Tangente, Notitarde