domingo, 28 de agosto de 2016

La Oposición en su laberinto

Orlando Zabaleta.


Al arrancar el año la Oposición malgastó semanas en una extraña discusión entre las opciones de  Renuncia, Enmienda Constitucional y Revocatorio. Como quiera que las renuncias son voluntarias, la primera opción en realidad era “calentar la calle”, guarimbear. Y la Enmienda era efectivamente otra excusa alborotadora o una ingenuidad notable: porque hasta un estudiante del primer año de derecho sabe que esas leyes no pueden ser retroactivas. La única que tenía algo entre las piernas era la opción del Revocatorio; por eso era extraño el largo debate, porque implicaba que muchos líderes opositores estaban apostando a la pérdida de tiempo.
Al final se enfocaron todas las fracciones opositoras en la línea del Revocatorio. ¿O solo así parece? El lanzamiento de Ramos Allup como candidato presidencial revela que AD le apuesta muy poco, o nada, al Referendo. Porque ¿qué puede significar lanzar candidaturas que dividen en lugar de concentrarse en la lucha por el Revocatorio?
Pareciera que los adecos ven inservible al Referendo, que nunca les gustó. Seguirán el teatro, por supuesto. Pero es más valioso para ellos aprovechar la ola de popularidad de Ramos Allup ante un público atraído por expresiones que suenan fuertes y determinantes aunque sean inservibles. La clase media está cerrando un ciclo desde su acendrado y profundo rechazo contra AD hasta el reencuentro amoroso con los adecos.
Los adecos juegan, además, a nuclear a los “socialdemócratas”. A fin de cuentas con UNT, ABP, etc., hay una sopa de letras que vienen de AD, y otros grupos que se auto-justifican con esa etiqueta. Aunque no sea el momento para antagonizar fuertemente con otros grupos, para que Ramos Allup repita lo de “la derecha de petimetres y lechuguinos” para aglutinar a los “socialdemócratas”. Contradictoriamente AD y la ultraderecha de López mantienen un acuerdo práctico, que para ambos la rivalidad principal la encarnan Capriles y Borges.
López alcanzó su cometido: con la violencia desatada por “La Salida” logró quebrantar la jefatura de Capriles, y ahora espera cobrar su “martirio” como preso.
Es una oposición de mil cabezas que no se ponen de acuerdo. Capriles ni siquiera se concierta consigo mismo, nunca sabe cuándo debe parecer “estadista” y cuándo “radical”, por lo que acaba pareciendo débil un momento y alocado al siguiente. Primero Justicia, que tenía el mayor puntaje de simpatías entre los partidos de oposición, no logró posicionarse como primera fuerza opositora en este período, y los adecos ya están recobrando terrenos.
En estos años la única prueba seria de que la Oposición venezolana tenga vocación democrática ha sido su insistencia en presumir tenerla. Y lejos de mí querer meter a todos en un mismo saco, pero los presumiblemente más democráticos han mantenido un silencio culpable ante las guarimbas y las acciones violentas, la propaganda de odio, golpes o intentos de golpes de sus socios más atolondrados.
Así que es difícil analizar la violencia y la marcha del 1 de septiembre. Se sabe a quién no le conviene: al pueblo venezolano y al país. Pero cuando uno intenta utilizar la conveniencia como criterio para el análisis tropieza con elementos contradictorios. Tristemente el problema no será la violencia en sí, sino el “cobro”. La Oposición querrá cobrarla: represión del gobierno o ataque de los “colectivos” presentada ante la prensa internacional y sobre todo ante los amigos internacionales: Almagro y Kerry, principalmente. Y el gobierno intentará cobrarla: violencia opositora con intención golpista que justifica una respuesta represiva.
Si hay violencia, su responsabilidad y su significado lo decidirán los medios de comunicación, las redes sociales. Los cañonazos de propaganda, pues. El gobierno debería saber que las batallas mediáticas generalmente las pierde, y debería entender la violencia será una justificación para los intervencionistas externos.
Los pocos que mantienen dendritas grises en la Oposición saben que habrá mundo después del 1 de septiembre, aunque no sepan qué política implementarán. Pero el empirismo es el aroma natural de los políticos venezolanos. La Oposición seguirá en su laberinto.

Domingo 25/08/2016. Aporrea

domingo, 21 de agosto de 2016

Las cosas que uno lee sobre el dichoso aumento salarial

Orlando Zabaleta.


Asombra lo que uno lee sobre el aumento salarial. No por la profundidad de las afirmaciones, por supuesto. Sino porque muchas de las opiniones obedecen a intereses y prejuicios, y otras a mera desubicación.
Las declaraciones más “naturales” (o esperables) son las de Fedecámaras, Consecomercio y sus cámaras regionales. Los mismos que desde enero han aumentado los precios de sus productos tres, diez y hasta veinte veces (lo cual, a todas luces, es inflación) están convencidos de que los salarios sí deben permanecer fijos. Los empresarios no quieren compartir sus aumentos de precios (o sea, el aumento de sus ingresos) con los trabajadores. Porque de eso se trata todo y la burguesía lo tiene muy claro: se trata del reparto de los ingresos.
Por ello los empresarios venezolanos profetizan las plagas de Egipto como consecuencia del aumento de salario. Desde la más desbordada hiperinflación hasta la recesión más paralizante. Y tienen políticos, economistas y articulistas que hacen de corifeos del interés empresarial. Ahora resulta que la inflación no es causada por la especulación comercial y cambiaria y por el incremento de la liquidez, sino por la gran vida que pretenden darse los asalariados en medio de la crisis.
Si lo que se pretende es criticar al gobierno, es fácil hacerlo: el aumento es insuficiente en relación a la inflación. Maduro no cumple ni de lejos con su cacareado deber de “proteger” al pueblo, de “proteger” el salario de los trabajadores. Critiquen la emisión de dinero inorgánico y el aumento incontrolado de la liquidez, los desequilibrios cambiarios que alimentan la especulación, las medidas tardías y endebles para enfrentar la crisis, las que han convertido nuestra economía en un rompecabezas ingobernable.
El porcentaje que recibe el factor Trabajo (los salarios) con relación al porcentaje que recibe el factor Capital ha estado retrocediendo desde hace años. Asómbrense: hace una década que retrocede en este país “socialista”.
Nuestra burguesía, ya se sabe, es más llorona que productiva, así que no sorprende su campañita. Pero lo más antinatural es que haya asalariados repitiendo eso de que los aumentos salariales son culpables de la inflación. No por masoquistas sino por desubicados.
Los publicistas de la burguesía (políticos o economistas) llevan décadas con la reiterada propaganda de que la inflación es producida por los aumentos de salarios. Arreciaron esos cuentos en los 80 y más en los 90 (ojalá fuera así, porque al menos los salarios irían más o menos igualados con la inflación).
Pero asombra que luego de década y media del proceso bolivariano no se haya desmontado esa mitología. Eso tiene que ver con que el chavismo, mientras se autoproclama como opción de izquierda, tenga dificultad para distinguir entre derecha e izquierda. Con el enfoque de incapaces tecnócratas que dirigen políticas y empresas del Estado. Con la visión que lejos de partir del factor Trabajo se afianzan en el rentismo y el cálculo electoral más minúsculo.
La labor de “formación ideológica” del PSUV malversó el tiempo en enseñar “que la cantidad se convierte en calidad” y otras “leyes dialécticas” a lo sumo, y la mayor parte de las veces en repetir consignas hasta la saciedad, como un interminable rosario. Las ideas, para los movimientos que pretenden adelantar cambios, deberían ser instrumentos, no golosinas ni liturgias.
Hay dos hechos que proclaman a gritos el raquitismo de los salarios en el país: uno es el bachaquerismo que se desarrolla en los empleados de las empresas del ramo de los alimentos, tanto en las públicas como en las privadas: ganan más como bachaqueros que como “trabajadores”. Otro es la “bonificación” de los ingresos de los trabajadores, que llegó al colmo cuando el bono de alimentación es mayor que el salario mínimo, casi lo duplica (jubilados, temblad).
El salario no representa prácticamente nada ya. No me vengan a decir que porque se aumentó para comprar un kilo de queso, otro de carne y tres o cuatro de verduras, la inflación podría dispararse. Por Dios. Es como denunciar, en medio de un inclemente bombardeo, que el llanto está produciendo contaminación sónica.

Domingo 21/08/2016. Aporrea.

lunes, 15 de agosto de 2016

¿Por qué no hemos estallado?

Orlando Zabaleta.


Los sectores de clase media para arriba (media más alta, o sea, algo así como el 18% del país) viven convencidos de que los sectores populares (o sea, como el 80% de país) no piensan. Que son puro desborde. No creen eso porque se hayan leído a Hobbes o a Vallenilla Lanz, sino por puro y rancio prejuicio.
La sosegada clase alta asienta esa convicción en una tradición propia inmutable y un desprecio inconmovible. En cambio la exaltada clase media, cuando percibe a los pobres como un mar de “pasiones desbordadas”, hace una extrapolación de sí misma (una compensación freudiana, diríamos), y así vive, desde el Caracazo, temiendo un estallido social inminente cada vez que la cosa se pone pelúa. Lo que demuestra de nuevo que no entendió qué fue el Caracazo. Ni lo que ha pasado después.
Los últimos años del siglo XX deberían ser una lección para todos. Inflación mayor de 100%, alto nivel de desempleo y de pobreza crítica. Caldera, con los índices de popularidad por el suelo, entrega nuevas concesiones petroleras a las transnacionales, pecado que no se cometía desde Pérez Jiménez. Adelanta el proceso más desnacionalizador de la industria petrolera de nuestra historia: rebaja de royalty e impuestos a nivel del gomecismo, renuncia a la soberanía jurídica y aceptación de tribunales u organismos extranjeros para el manejo de las diferencias entre las transnacionales y el país. Enfrenta un paro nacional de empleados públicos y otro de las universidades que rompen record de duración. Las protestas estudiantiles son diarias. El partido de gobierno, Convergencia, no tiene ninguna capacidad para darle apoyo al gobierno. Bueno, lo asombroso es que habiendo tantas razones y condiciones para una explosión social no la hubo. La situación era incalable y nadie quería a Caldera. El pueblo protestó, y bastante, pero no explotó.
¿Por qué? Sencillo, porque el pueblo sí piensa. Sus miles de cabezas producen conclusiones comunes. Y después de la sangrienta represión post-Caracazo, intuía con claridad que un motín social cuando Caldera II solo hubiese servido para justificar la más mortífera represión. Es el mismo pueblo que salió, sin esperar línea, el 13 de abril de 2002 a rescatar la Constitución, y que en 2003 aguantó las colas y la escasez del paro petrolero sin plegarse a saqueos ni disturbios porque sabía perfectamente a quién le convenía el desorden.
La situación actual es más desmovilizadora social y políticamente que la de finales de los 90, cuando, sin apelación, no se podía comprar un producto porque no alcanzaba el dinero, pero el producto se exhibía públicamente en los anaqueles de los supermercados; ahora hay que invertir mucho tiempo en colas, búsquedas, ir lejos para conseguir mejores precios. Hasta el BCV conspira para que malgastemos horas en cajeros y taquillas, al no emitir un billete que alcance al menos para tomarse un café con leche grande. Salvo los ricos, el resto de los mortales gastamos cerca de un tercio de nuestro tiempo en buscar comida.
El pueblo sabe que al saquear y quemar el abasto cercano o un Bicentenario tendrá menos posibilidades de conseguir productos de primera necesidad. Que una explosión masiva sólo aumentará la escasez, ya de por sí inaguantable. La determinante mayoría de los desórdenes que se han producido en los lugares de distribución, averígüenlo, han sido provocados por los abusos, la injusticia y la insensibilidad de los civiles o militares encargados de la venta.
En la Oposición hay locuelos que apuestan a una “insurrección” sin haberse enterado que las trincheras urbanas, per se, no funcionan políticamente desde finales del siglo XIX. Pero la mayoría de la Oposición, a pesar de su gran irresponsabilidad, no está jugando a un incendio social sin pronóstico. Que ni la clase alta ni los comerciantes apoyan candelas que no puedan ser controladas.
Por eso no hemos estallado, porque bien vista las cosas no reunimos las condiciones.
Pero, ojo, tampoco es para que se abuse. Que el gobierno ha hecho soberanos esfuerzos con su incapacidad y su insensibilidad para aumentar la presión social. El gobierno ha hecho más para producir otro Caracazo que nadie. Esa es la verdad.

Domingo 14/08/2016. Notitarde web

domingo, 7 de agosto de 2016

Fascismo y democracia represiva

Orlando Zabaleta.


Desde hace tiempo observo un reiterado abuso del término “fascista”. Cualquier acción violenta, pretensión golpista o incluso bravuconería de la derecha es catalogada de fascista. Pero ni la prisión de López es la prisión de Hitler, ni el asalto a la Fiscalía, a pesar de sus 43 muertos, es el Putsch de Múnich.
Tildar de fascista a cualquier acto nada más porque sea violento implica creer en el pacifismo de la democracia representativa. Y nadie, salvo fanáticos aduladores, puede asignarle esa virtud a la IV República sin sonrojarse: Betancourt inauguró la democracia con torturas, asesinatos, Teatros de Operaciones y demás; Leoni multiplicó la figura del “desaparecido” mucho antes que las dictaduras del Cono Sur; CAP II, luego del Caracazo, realizó un sangriento escarmiento de clase  a los sectores populares. Y en cuanto a paramilitarismo, la AD de los 60 tuvo su banda armada, la Sotopol, con su rosario de heridos y muertos; y en Carabobo sufrimos a las bandas armadas de los Celli durante los 80. No son los parámetros de violencia o respeto a los derechos humanos los que diferencian al fascismo de la democracia burguesa.
Pero aunque no me engañe la imagen de abuelito de Ramos Allup y conozca el autoritarismo feroz al que pueden llegar los adecos, también rechazo esa postura infantil de igualar democracia burguesa, dictadura y fascismo. Que prefiero ir preso que recibir un tiro en la nuca.
Comparar con el fascismo alemán puede ser ilustrativo. En Alemania, en medio de la profunda crisis económica de los 30, la derecha tradicional, agotada y desprestigiada, mantiene el poder y la república. La izquierda avanza y parece peligrosa. Ante el desgaste del orden tradicional, los nazis se ofrecen como opción al peligro comunista, una revolución contra la revolución. La alta burguesía abandona a sus partidos tradicionales y opta por apoyar al fascismo. La clase media, azuzada por la crisis y el anticomunismo, es la base de masas del fascismo. Así el Tercer Reich de Hitler acabó con la República de Weimar.
Hay algunos de estos rasgos en la Venezuela de los 90. La crisis económica-social. Los partidos de derecha, AD y Copei, desacreditados, ya no dirigían ni a los pobres ni a los ricos; la oligarquía rechaza a sus propios partidos: Granier encabeza a un sector de la burguesía que les hace la guerra abierta. La desesperación cunde en la clase media.
Ahora veamos las diferencias. Sin condiciones para una ruptura del orden y ante el descrédito de los viejos partidos, surge un nuevo partido de derecha, Proyecto Venezuela, que enfrenta a AD y Copei, ataca al partidismo y al populismo, habla de “ciudadanos” y es más descaradamente neoliberal. A pesar del déficit intelectual de Proyecto Venezuela, podía servir como opción política de derecha porque Proyecto respondía a la necesidad burguesa de un recambio.
Pero Proyecto, que había crecido enfrentando a los viejos partidos, acaba pactando con ellos a nivel nacional, es decir, suicidándose como proyecto histórico. Más tarde, al persistir la necesidad de una nueva derecha, aparecería Primero Justicia, que también cometería el mismo error de pactar con el pasado.
Estos “nuevos” partidos no son partidos fascistas. Aunque sean más de derecha que los viejos. Son esencialmente neoliberales, sin remembranzas keynesianas, con una visión de la democracia más limitada por cartabones tecnocráticos, sin contaminación “socialdemócrata”. Y, punto muy importante: en estos partidos (lejos del ultranacionalismo fascista) no se consigue ni gota de nacionalismo, sino un entreguismo vergonzoso, de allí su cofradía con Uribe y su lacayismo con Obama. Los que se arrastran no aspiran a construir un Reich (dudo que nuestra burguesía dependiente pueda crear una versión tropical de fascismo).
Lo que vemos en esos partidos son grupitos o líderes inmediatistas y con cierto regusto por las vías violentas. Líderes desubicados, escaladores y súper ambiciosos que, en su lucha por el poder, recurren a la violencia para mostrarse radicales ante sus adeptos. Tendrán, pues, actitudes fascistoides y no les importará el daño colateral, pero el que sean irresponsables hasta la sangre ajena no los convierte en fascistas.

Domingo, 07/08/2016. Aporrea.

lunes, 1 de agosto de 2016

Distinguir entre izquierda y derecha

Orlando Zabaleta.


En el chavismo, no sé si lo han notado, hay gente de izquierda y gente de derecha (que no todos los de derecha se fueron con Miquilena y con los saltatalanqueras). Y pretendidos Ni-ni. Y hasta gente de nada: de nada en la cabeza y, a veces, mucho en los bolsillos.
Si se utiliza la palabra “socialismo” en todo, hasta en una arepera, es fácil que los límites teóricos, políticos, sociales, nunca se precisen. Si repetir consignas es el parámetro para medir la calidad revolucionaria es lógico que eso suceda.
No nos metamos, por ahora, en el rollo de que “Izquierda” y “Derecha” han tenido dentro de sí y desde siempre diversos matices que llegan a abismos. O sea, que hay izquierdas e izquierdas, y derechas y derechas. Máxime cuando los últimos quince años del siglo XX movieron todo el espectro político hacia la derecha: Socialdemócratas de la libre competencia como Menen y Carlos Andrés II pulularon, y hasta Petkoff le descubrió las virtudes que nunca le había visto a la “flexibilización” de las relaciones de trabajo.
He colocado en mi blog (http://escritos-con-la-zurda.blogspot.com/), en la sección “Textos en proceso”, algunos cortos ensayos sobre la Izquierda en Venezuela y su relación con la teoría. Pero permítanme eludir aquí ese debate y utilizar distinciones básicas e intuitivas.
En América Latina, luego de la Revolución Cubana, ser de izquierda está vinculado a una opción anticapitalista. No estamos en la Europa post-90, donde tildan de “izquierdista” hasta a los que apenas plantean que el Estado garantice la salud pública.
También asumo que ser de izquierda es tomar partido por los trabajadores y los sectores pobres (a mí eso de ser imparcial nunca me ha cuadrado, y los que consideran la “imparcialidad” una virtud, esos que se dan golpes en el pecho como “imparciales”, en realidad son parcializados del orden social existente, son parcializados de la burguesía y de sus valores, pero, qué triste, ni siquiera lo saben). Ser de izquierda es asumir a los explotados y olvidados como actores conscientes de la lucha por un futuro mejor. Es decir, barajo lástima, eso de “pobrecitos” los pobres, y esas variedades de filantropía cristiana y burguesa, usualmente asquerosa, que vemos por allí.
Hay, pues, muchos chavistas que son de derecha y ni se han enterado. Otros, más sinvergüenzas, hará tiempo que se enteraron. En épocas como esta, de crisis, y sobre todo de errores de parámetros, ese menjurje se vuelve más peligroso.
El soberbio que se autocalifica como “líder” y cree que la democracia es una declaración formal y que eliminando las limitaciones democráticas y legales estaríamos mejor; que es insensible ante el hambre y la falta de medicamentos que lacera a los sectores populares, que jura que podemos calmar a la gente “regalando” algunas cosas (taxis, por ejemplo). Que un día apoya al ministro que dice que no hay inflación y que los empresarios son unos especuladores, y al día siguiente al nuevo ministro que se reúne con empresarios y aprueba los aumentos de precios. Que aplaudió el Quinto Objetivo del Plan de la Patria, Salvar el Planeta, y rechazó a las transnacionales de la minería de extracción a cielo abierto, por estar destruyendo nuestro hogar-mundo y defendió los derechos indígenas sobre sus tierras ancestrales; y un mes después apoya el Decreto sobre el Arco Minero. Bueno, para mí un tipo así es de derecha, incurablemente, lo sepa él mismo o no. Y no deja de ser de derecha porque repita a cada rato “Chávez vive y la lucha sigue”, y con mucha gracia y constancia hable del “presidente obrero”.
Esos tipos de derecha algún día descubren lo que son, y aparecen “sorpresivamente” en el Norte echando pestes del proceso bolivariano, no importa si fueron alguna vez generales cinco estrellas o jueces del TSJ o poderosos ministros. Y la culpa no es de ellos, sino del que les da el garrote.
El chavismo debe diferenciar claramente entre izquierda y derecha. Y dejar de creer que nada más porque critiquen o ronroneen, todos los gatos son pardos.
Esos juicios simplones, que dividen a todos entre traidores y leales, dicen mucho de la ceguera del juez y nada del carácter del enjuiciado.

Sábado 30/07/2016. Aporrea.