sábado, 27 de abril de 2019

Maduro: El peor gobierno de la historia republicana



Orlando Zabaleta.



Casi todos saben que el gobierno de Maduro es el peor gobierno de la historia de Venezuela. Así lo recogerán todas las crónicas del porvenir, hasta los textos escolares.
En vano los historiadores del futuro buscarán parangón a este desastre. La hiperinflación y la caída del PIB ya dejaron muy atrás la estanflación de los 90 en la que Caldera y Petkoff nos embarcaron con sus experimentos neoliberales. Hasta hace unos años nos pasmábamos de haber alcanzado 103,2 % de inflación en 1996. Qué ingenuos éramos.
Por aquellos tiempos, Luis Guisti asfixiaba la entrada de dólares petroleros promoviendo la sobreproducción que desplomó el precio del barril a menos de 10 dólares y usando cualquier mecanismo (depósitos en cuentas extranjeras o compras de activos, muchos inútiles, en el exterior) para evitar que los petrodólares entraran al país. Pero la contribución de Maduro a la mengua de nuestros ingresos es más simple y directa: abatir la producción del crudo, que fue de 2.356.000 barriles por día en 2013, cuando asumió la presidencia, hasta 1.137.000 bpd en 2018; acumulando una caída de 1.219.000 bpd en cinco años. Ya en enero de este año, antes de que Trump arrancara con sus nuevas sanciones, el retroceso superó con creces los 100 mil bpd y el colapso de PDVSA continuaba y se aceleraba, según la OPEP.
Los cronistas del mañana tampoco podrán hallar comparación para la actual crisis con los calamitosos años posteriores a la Guerra Federal, que tanto devastó al país, destruyó la agricultura y nos agarrotó de deuda; aunque Juan Crisóstomo Falcón, el héroe de la Federación que asumió la presidencia, era muy proclive a enfrentar los problemas ignorándolos y ocultaba la indefinición ideológica debajo de la repetición de consignas; así, mientras echaba al olvidó el grito antioligárquico y el reparto de la tierra por la que el pueblo había luchado, era muy insistente en recordar discursivamente a Zamora y en asentar con ostentación aquello de “Dios y Federación”.
Actualmente los niveles de pobreza han alcanzado medidas históricas porque la destrucción del aparato productivo ha sido gigantesca. La caída del PIB en estos cinco años es inédita, tanto por la cuantía como por la duración de la desaceleración económica. Y este año tendremos una hiperinflación de cuatro o diez veces mayor a la de 2018. Llevar la inflación a más del millón por ciento no parecía ni siquiera posible. Y Maduro lo hizo, y ahora se prepara para superar al menos en cuatro veces su monumental record de 2018.
Hay que agregarle el estado crítico de los servicios públicos, de todos. No solo el agua y la energía eléctrica, también el gas, las comunicaciones telefónicas, Internet, la recolección de basura, la limpieza de las calles, el mantenimiento de la vialidad, el transporte de cualquier tipo (urbano, extraurbano, público o privado). Y la salud y la educación.
El deterioro del respeto a los derechos humanos es evidente. Desde la puesta en práctica de la OLP, un operativo de “seguridad” que consistía en la ejecución extrajudicial de presuntos o reales delincuentes (operativo que contó con el apoyo de atrasadísimos sectores de la opinión pública, tanto del gobierno como de la oposición). Ahora es el FAES el que se encarga de administrar la pena de muerte en un país que constitucionalmente la prohíbe. Ante la pérdida de sostén popular, el gobierno aumentó la represión y criminalizó la crítica y la disidencia. Se volvió cotidiano el arresto de opositores y de dirigentes sindicales nada más que por protestar. El que protesta será apresado y puede ser acusado de terrorista (como acostumbran en Estados Unidos o en Colombia).
Regresó la vieja práctica adeca de enviar a los civiles a juzgados militares, violando el derecho a ser juzgados por sus jueces naturales. Al igual que la detención sin presentación ante un juez, dejando al detenido en un limbo extrajurídico por tiempo indeterminado. Hay muchas denuncias de torturas que han sido descartadas sin la investigación debida. Por ahora la represión no ha alcanzado los niveles de los gobiernos de Betancourt y Leoni, con su historial de desaparecidos, torturados y asesinados; pero va rápido por ese camino y el autoritarismo creciente del gobierno es alarmante. El gobierno no se siente limitado por las leyes ni por la misma constitución, y menos por la opinión de sus bases de apoyo, que, aunque se auto declaran (y hasta se creen) de “izquierda”, callan o aplauden los abusos antidemocráticos y violatorios de derechos humanos elementales, igualándose a la tradicional derecha gorila del continente.

¿Cómo lo hizo?

Pues sí, en el futuro los historiadores no discutirán que Maduro encabezó el peor gobierno de la historia de Venezuela. Lo que costará a las futuras generaciones entender es cómo hizo para desbaratar el país tan profunda y tan rápidamente. En abril 2013, cuando Maduro asume la presidencia, había serios nubarrones en el comportamiento económico, que pudieron ser enfrentados bien, o regular o mal. Enfrentarlos peor que mal, tan catastróficamente, fue algo que nadie esperaba.
El barril de petróleo venezolano se cotizaba en 98 dólares. Pero ya se sabía que el precio del petróleo entraría en declive. Este ciclo de descenso tenía un rasgo distinto a los anteriores ciclos (con un nuevo factor estructural en la oferta): la naciente forma de extracción del petróleo: el fracking, una técnica que permite extraer petróleo de las piedras, y que posibilitaría a los Estados Unidos un gran aumento de su producción petrolera. La profundidad del descenso (hasta cuándo caería el precio y por cuánto tiempo duraría bajo) sí no estaba claro, así como no estaba claro si los grupos ecologistas norteamericanos podrían limitar la producción por fracking (que tiene un fuerte impacto ecológico). Pero un gobierno responsable, a partir del diseño de diversos escenarios, tendría que planificar posibles respuestas, y preparar medidas preventivas.
Maduro decidió no hacer nada. Impasible esperó el derrumbe del precio, simplemente por el temor a atemorizar a la gente, que, según el gobierno, no hubiera entendido el porqué de los “recortes”, o de las advertencias de una emergencia.
Así se mantuvo la entrega a granel de dólares subsidiados, un tipo de cambio absurdo y dañino, el precio de la gasolina a un nivel irracional, en medio de un creciente gasto público. Por supuesto que las reservas internacionales desaparecieron y los desequilibrios ya existentes se volvieron gigantescos. El precio de la gasolina, mucho menor que el de una botellita de agua mineral, era un fardo insostenible hasta para PDVSA. La relación entre el dólar oficial y el paralelo crecía día a día, propiciando la fuga de divisas de muchas maneras (en monedas o en productos subsidiados) y favoreciendo diversos mecanismos de corrupción. El gobierno tomó el camino de sostener el gasto creciente a través del endeudamiento y del déficit fiscal.
Irresponsablemente el déficit engordó sin medida. El Banco Central es el que paga los gastos del gobierno y los de PDVSA a través de una liquidez artificial que es pura espuma. La inflación se hizo galopante y la depresión se instaló.
Para justificar la escasez (forzosa consecuencia de la caída de las importaciones en un país que prácticamente todo lo importa) y la inflación (producto de la conjugación de la poca oferta de productos con el aumento de la liquidez) el gobierno utilizó como justificación lo de la “guerra económica”.
La comparación de nuestra “guerra económica” en esos años con el Chile de Allende o, más aún, con el caso cubano era extravagante. Sobre todo porque el gobierno de Maduro comerciaba millones de dólares con todas las transnacionales gringas y europeas: importaba productos y firmaba contratos de servicios y hasta formaba sociedades con grandes empresas internacionales del sector petrolero y minero. A lo sumo, el único factor identificable en los primeros años del gobierno de Maduro como “guerra económica” del imperialismo era la baja clasificación que las agencias de evaluación de riesgo (Standard and Poor's, Moody's,) nos asignaban, que siempre aumentaban los riesgos de Venezuela como deudor; y, claro, ello influiría en nuestros costos de endeudamiento en el sector financiero.
Lo cierto es que al abrigo de la “guerra económica” el gobierno logró convencer a sus ya convencidos partidarios de que no era responsable del hambre que pasábamos. Que la escasez no era producto de nuestra falta de producción combinada con la caída de nuestra capacidad de importación, sino que teníamos una producción grandísima pero que estaba acaparada por empresarios que se arriesgaban a quebrar sus empresas para tumbar al gobierno, o se escapaba hacia Colombia (Maduro llegó a decir, y consiguió quien se lo creyera, que el 40% de los alimentos se iba por los caminos verdes). El aumento constante del precio del dólar no se debía a que nos ingresaban muchísimos dólares menos y a que la inflación se comía al bolívar, sino a que una simple página web podía establecer la pauta del precio del dólar contra el BCV y todo el Estado venezolano; cuento este último que también consiguió su cuota de creyentes.
A diferencia de los grandes conflictos de la historia mundial, la idea de “guerra” económica sirvió para justificar la corrupción y la ineficacia abrumadora. En las guerras donde los países se juegan la vida, los generales que llevan a las derrotas son alejados de sus puestos de dirección, degradados o incluso son guillotinados o fusilados cuando cuesta diferenciar la incapacidad de la traición. Aquí, por el contrario, a los derrotados “generales” que protagonizan las derrotas de la “guerra económica”, se les daba nuevos batallones y tareas en las cuales seguir fracasando: la lista de ministros, viceministros, gerentes de empresas; en fin, toda una burocracia de reconocida incompetencia, sigue siendo la elección predilecta de Maduro.
Hasta que de tanto repetir que “viene el lobo”, llegó la hora y vino de verdad el lobo. Trump empezó a limitar el acceso al sector financiero norteamericano el año pasado, y luego del 23 de enero de este año, una vez que tuvo bien colocado a su títere Guaidó, lo uso para prohibir el comercio de las empresas gringas o extranjeras con nosotros y para robarnos descaradamente los activos que estaban en el exterior. Ahora sí hay una guerra económica. Las empresas del mundo están amenazadas si mantienen el comercio con Venezuela.
Pero antes de enero de este año, ya Maduro había hecho bastante por la destrucción de la economía venezolana. Eso está clarísimo. Solamente la caída de la producción petrolera de los últimos dos años es una prueba de ello.
Nos hemos centrado en el aspecto económico por ser el más evidente, menos discutible y afectar a todos los aspectos sociales. Pero la destrucción, como sabemos, también fue adelantada en otras áreas: en el debilitamiento institucional y político, puesto que el gobierno, desde el 2015 se empeña en gobernar sin tomar en cuenta el rechazo mayoritario de los venezolanos ni el ordenamiento jurídico-constitucional de la República. La debilidad política institucional del país es el producto del inmediatismo político y la vocación cogollérica que caracteriza al gobierno y que comparte con la cúpula de la oposición.
La debilidad como país a la cual nos condujo el gobierno de Maduro es un factor importante en la conformación de la situación actual. La derecha del continente puede darse el lujo de agredir la soberanía de nuestro país sin temor. Lo peor es que es fácil imaginar que seremos más débiles (económica, social y políticamente) dentro de tres meses, y así sucesivamente.
Claro que también es cierto que los libros del futuro recordarán a Guaidó como el más arrastrado de los pitiyanquis de la historia. Su vocación de títere de Trump es asombrosa. Seguramente se usará el verbo “guaidear” para los que tienen tan profunda vocación antinacional y son tan serviles que llegan al extremo de pedir una invasión para su propio país. También Guaidó es un caso es muy especial.

Lo más importante

Lo anterior puede ser una síntesis de los estudios de los historiadores del futuro. Explicar los mecanismos de destrucción del país. Señalar a las dos cúpulas que utilizan la polarización para destruir el país en aras de una ambición ilimitada.
Pero lo más difícil de explicar, el gran misterio de los historiadores del futuro no será cómo actuaron los depredadores de ambos lados, ni sus malas intenciones. Recuerden que somos 32 millones de venezolanos; o sea, que hay que ampliar la mirada.
Lo más arduo de descifrar es cómo el bravo pueblo venezolano permitió que lo llevaran al despeñadero. Un pueblo cuyo instinto lo ha llevado varias veces a intervenir en situaciones críticas incluso sin líderes ni estimulados por movimientos organizados. Más de la mitad del pueblo venezolano ha evaluado bien a Maduro y a Guaidó, sabe perfectamente que con ambos seguiremos descendiendo en el escalón de la vida humana y el país será cada vez más endeble para salvaguardar su soberanía. Y, sin embargo, el pueblo venezolano no ha logrado constituir una alternativa con fuerza ante estos dos sectores. ¿Cómo la fragmentación ha sido más fuerte que la necesidad de que el pueblo venezolano enfrente la crisis autónomamente? Ese es el tema más controvertido hoy y lo será también en el futuro. Pero lo dejaremos para un próximo artículo, que, además, este aspecto aún está en pleno desarrollo.


PD: Este artículo NO fue escrito siguiendo las instrucciones del presidente Maduro.



Sábado, 27/04/2019. Aporrea

No hay comentarios.:

Publicar un comentario