domingo, 27 de marzo de 2016

Democracia radical y un partido de nuevo tipo

Orlando Zabaleta.


La primera consecuencia de asumir una democracia radical, la democracia directa y protagónica, es la desconfianza hacia el Estado.
Desconfianza táctica y estratégica. El Estado (en contra de lo que creía el “Socialismo” del siglo XX) no es el instrumento central ni el espacio cardinal de los cambios sociales. Porque el Estado es inseparable de la burocracia, y la burocracia tiene su propia vida (cultura, visión y objetivos propios). Más en Venezuela, donde históricamente el petróleo le permitió al Estado gozar de una gran autonomía con respecto a la sociedad.
Pero no hay que meterse a “hippie” o a sus derivados de los noventa y ponerse a soñar con cambiar la sociedad ignorando al Estado y desdeñando el poder político. La inutilidad de esas posturas está más que demostrada. Vean en qué terminaron los zapatistas y otros movimientos similares que le tenían como “asco” al Poder. Hay que tomar el Poder Político. Pero no perder de vista la situación que el presidente Chávez ilustró diciendo que él era realmente un “infiltrado” en Miraflores. Hay que utilizar el Estado, no dejarse utilizar por el Estado.
Otra consecuencia elemental de asumir la democracia radical es redefinir y limitar el papel de los partidos (lo que intenta hacer nuestra Constitución). Se necesita un nuevo tipo de partido, muy lejos de la tradición de la IV República compartida por la derecha y por la izquierda. Esa tradición autoritaria, verticalista, que sólo entiende la participación de las bases como apoyo y cumplimiento a las líneas trazadas por los dirigentes.
No es tampoco el cacareado y amorfo “horizontalismo”. Un partido de nuevo tipo debe tener estructura, organicidad. Sin organicidad es imposible la democracia interna (obvio: no hay espacio para ejercer la democracia): ver el caso del PSUV, su carácter gelatinoso imposibilitó que millones de militantes hayan tenido dónde expresarse, dónde discutir, dónde decidir.
El partido de nuevo tipo, pues, debe ser internamente democrático. Con una democracia rica y viva, con espacios de debate permanentes, con mecanismos de ratificación/revocación de sus dirigentes. Vida interna que vivan todos los militantes. Riqueza de espacios y mecanismos: desde los organismos para encontrarse, hasta medios de comunicación: boletines y periódicos internos, grupos virtuales sobre diferentes aspectos.
Un partido de nuevo tipo sabe que la Política ya no es el monopolio de los partidos. Los colectivos, los grupos sociales organizados, las mesas técnicas, los sindicatos, los gremios, cualquier tipo de organización popular tiene derecho a ejercer actividades políticas sin la mediación de los partidos. Es lícito que un partido de nuevo tipo trabaje por tener influencia en una organización social: se supone que llevando su política a esa organización (es decir, que tiene política para todos los miembros de la organización: sea un colectivo de producción, un sindicato, un órgano estudiantil). Pero el asunto no es controlar la organización social, es dirigirla democráticamente.
Los partidos en Venezuela ni siquiera asumen los elementos de democracia radical que están en la Constitución Bolivariana. Menos los han desarrollado. Los partidos están calcados sobre los modelos de la IV República.
El PSUV, el mayor partido, fue colonizado por el Estado prácticamente desde su nacimiento. Chávez cometió el error fatal de nombrar a ministros, gobernadores y alcaldes como los “constructores” o directores del partido en todos los niveles. Ministros, gobernadores y alcaldes utilizaron los recursos de los que disponían para construir su hegemonía sobre el partido. La burocracia del Estado infectó a la estructura partidista en formación, y la burocratizó desde su infancia.
El PSUV, lejos de ser expresión de millones, acabó convertido en caja de resonancia del gobierno y en aparato electoral. Su autonomía es precaria. Su vida interna (para millones de inscritos), nula. Por eso no alertó sobre la burocratización y la corrupción creciente. Ni reflejó el descontento de sus propios inscritos. Por eso es sorprendente la sorpresa del 6D: no es poca cosa perder más de dos millones de militantes y no notarlo.

Domingo 27/03/2016. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 20 de marzo de 2016

Rentismo a todo tren

Orlando Zabaleta.


El 17 de febrero, estuve casi todo el día en las colas de los supermercados y comprando verduras en el Periférico, como cualquier venezolano que se respete. Fue en la tarde cuando pude leer por internet los anuncios de Maduro sobre el nuevo régimen cambiario. Ansioso revisé los sitios web de los principales periódicos nacionales. Me sorprendió que lo más resaltado, lo que merecía siempre una nota especial, era el tema del dólar viajero. Ya lo señaló José Vicente León.
Es parte de nuestro realismo mágico: un país donde faltan medicinas de cualquier tipo y para cualquier dolencia (leve o grave, crónica o aguda), donde hay que ganarse el pan de cada día dos veces: primero, obtener dinero para comprarlo y, segundo (lo más difícil): intentar conseguir la papa en larguísimas colas. Pero la preocupación sobre el anuncio del esquema cambiario es: ¿cómo queda el dólar viajero ahí?
Sí, ya sé: la crisis ha generado nuevas profesiones: la de bachaquero y la de raspacupo. Profesiones que se han masificado. Que fulano vive de las colas y mengano de los viajes. Que lo peor de la política cambiaria del gobierno ha sido que corrompe a sectores populares.
Pero también sé que lo mediático (tradicional o virtual) no refleja al país. A Dios gracias, en este caso. La mayoría de nuestro pueblo ni viaja al exterior ni especula a su vecino. Está en las colas buscando qué comer. Así que no está pendiente del dólar viajero, sino de dónde consigue harina o papel higiénico, o café o azúcar para su familia.
Maduro dejó la inútil insistencia en la “guerra económica”. Lo central ahora (¡al fin!) es la “emergencia económica”. Como es evidente para todo el mundo, pero no tanto para el gobierno,  el diferencial cambiario es uno de los puntos centrales del asunto. Así que mantener la relación 10 a 237 (que alcanzó el dólar Dicom cuando escribo estas líneas) es ya bastante; sin nombrar la relación con el paralelo.
El Dicom se presenta como “flotante”. Aunque no nos aclaren cómo flota. Parece que hay “algo” contra las explicaciones claras, y que todos sepamos a qué atenernos, “algo” muy reñido con la democracia participativa. Luego de llamar, durante meses, “subasta” a un mecanismo que anclaba el dólar en menos de 200 Bs., como si ofertantes y demandantes se pusieran de acuerdo telepáticamente, uno tiene el derecho de desconfiar del uso de la palabra “flotación”. La intención del gobierno, asumo, es llevar lenta, parsimoniosa, y también desconocidamente, ese dólar “flotante” a un punto en el cual tenga capacidad de competir con el paralelo (lo cual, por supuesto, alejará el “flotante” del preferencial).
Otro punto central, centralísimo, del problema  es la producción. Que sin producción no hay juego de palabras, bautismos ni fe que supere la crisis. Y los motores deben pasar de ser meras declaraciones bonitas. Porque, hablando del motor medicinas, por ejemplo, ¿cuándo tendremos medicamentos? ¿Es posible que la industria nacional pueda saciar la demanda si depende tanto de materias primas importadas? ¿Se tienen los dólares para importar esos insumos tan urgentemente necesitados? El motor no funcionará si estos escollos no son resueltos.
Con lo del Arco Minero reforzamos la vocación rentista. Seguiremos viviendo del desigual reparto de riquezas minerales que la naturaleza hizo hace miles de años (reparto que no salió nada mal para los venezolanos). No de lo que producimos. Eso es rentismo: sea petrolero o aurífero o diamantino. Y va en contra del objetivo de “Salvar el Planeta” y de los derechos indígenas.
Habrá que ejecutar medidas de emergencia, el realismo lo impone; eso se entiende. Pero esas medidas no tendrán ni futuro ni sentido, si no se enmarcan dentro de un plan con futuro. Y con justicia social y pueblo. No saldremos de esto ejecutando la política de la Oposición. Sería catastrófico que el gobierno de Maduro, en su lícito afán por conseguir dólares, nos entregue en manos de transnacionales antes de que lo haga la Oposición apátrida.
O que Maduro, al negarse a gobernar la crisis, dejando pasar el tiempo que no tenemos, nos lleve a caer en manos de la Derecha, del FMI y del siniestro negrito Obama.

Domingo 20/03/2016. Aporrea

domingo, 13 de marzo de 2016

El juego de los Derechos Humanos

Orlando Zabaleta.


Los derechos humanos son algo muy serio. Usted puede jugar con cartas, a las carreras de caballo, con los terminales, pero jugar con algo que define nuestro nivel civilizatorio y nuestra cualidad como personas y como especie traspasa los límites.
La tortura y la desaparición son delitos especialmente abominables. Ya es bastante monstruoso el malandro que mata a la víctima del robo sin ninguna razón, sin rabia ni cálculo. Igual desprecio por la vida ajena tiene el guapetón bien trajeado que asesina al que lo miró mal en una tasca. Pero el torturador es de una condición enfermiza, para mí, inexplicable e imperdonable.
La desaparición fue popularizada en Venezuela por el gobierno de Leoni. Con Betancourt siempre aparecían los cadáveres, que no los asesinos. Pero con Leoni, el gobierno negaba saber nada de nada, y los familiares ni siquiera podían enterrar a su deudo ni cerrar el terrible capítulo de la pérdida. Más tarde, las dictaduras del Sur hicieron uso masivo de esta experiencia venezolana. Con CAP II, y la represión post-Caracazo amparada en la suspensión de garantías  que aprobó Ramos Allup, los desaparecidos pasaron del millar. El gobierno de Maduro carga el estigma de Alcedo Mora, chavista que señaló actos de corrupción en PDVSA, desaparecido hace más de un año.
No se debería, pues, tomar a juego algo tan serio como la lucha por los DDHH. Pero se hace. Se politiza la denuncia. Y los actos más macabros son filtrados, si conviene. Es vicio mundial: es notorio el silencio sobre los abusos de la monarquía saudí: o sea, los amigos de Estados Unidos pueden violar los DDHH a su antojo.
Los gringos, mientras mantienen en Guantánamo una prisión especializada en la violación de los derechos más elementales, prostituyen la defensa de los DDHH. No firmaron el Protocolo de Roma ni son parte de la Comisión de Derechos Humanos de la OEA, pero promueven denuncias en esas instancias contra los gobiernos que no se les arrodillan. Por eso el “sistema” de DDHH de la OEA no dice una palabra de los asesinatos de negros en Estados Unidos ni de los estudiantes desaparecidos en México.
Cuando la Guarimba de 2003, Pompeyo Márquez y Delsa Solórzano denunciaron la desaparición de no sé cuántos guarimberos de nombres reservados, porque dizque los familiares temían la represión. Primeros desaparecidos anónimos que yo escuchaba, porque hasta en dictaduras como la de Pinochet y Videla no hubo terror suficiente para callar la voz de una madre por su hijo desaparecido. Pompeyo perdió viejas amistades entre las familias de las verdaderas víctimas de la represión adeca: la viuda de Alberto Lovera y la madre de los hermanos Bottini Marín, que, indignadas, rompieron con Pompeyo.
A Rosales, siendo gobernador, le pareció algo nimio que su Jefe de Seguridad, Mazuco, fuera acusado no sólo de asesinar a un detenido, sino de torturarlo. Lo mismo pensó la Oposición, que declaró a Mazuco perseguido político.
Pérez Venta, el que torturó, asesinó y descuartizó a Liana Hergueta, daba declaraciones a NT24 como defensor de los Derechos Humanos de Voluntad Popular. Estaba defendiendo a Lorent Saleth, quien consideraría un insulto que lo tildaran de “pacifista” y había sido deportado por Santos por sus tratos con paramilitares.
Con toda esta siniestra guachafita con los derechos humanos no es de extrañar que Obama nos siga considerando una “amenaza inusual y extraordinaria” y nos acuse de violar los DDHH. Ni que la MUD apruebe una vergonzosa Ley para exonerar no sólo el defalco bancario, el tráfico de drogas y armas, la corrupción, el fraude, la usura y el uso indebido de niños, sino también a los que colocaron trampas mortales de alambres de púas en la vía pública.
En los acuerdos de paz, luego de insurrecciones internas, se amnistía la rebelión y las actividades vinculadas con la rebelión (como el uso de armas de guerra), pero no se cubren delitos no relacionados con la política (como el fraude o la estafa). Esta ley es al revés: enumera los delitos (prácticamente todos los imaginables) y los perdona, siempre y cuando hayan sido realizados para protestar contra Maduro. No sabía que el derecho a delinquir era un derecho humano.

Domingo 13/03/2016. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 6 de marzo de 2016

Ajustes y paquetazos

Orlando Zabaleta.

En un remoto paraje de mi infancia me contaron mis padres sobre un convenio reciente entre el Niño Jesús y los Reyes Magos. Se habían repartido la tarea de los regalos navideños: al que le trajera juguetes el Niño Jesús no se lo traerían los Reyes Magos y viceversa. El acuerdo no me gustó nadita, por supuesto, que estaba acostumbrado a recibir un modesto juguete el 24 y el juguete principal el Día de Reyes.
Pero ya no éramos dos hermanos, la familia había crecido, ahora éramos cuatro, y los dos menores habían alcanzado la edad de los presentes navideños. Mi padre, chófer de CANTV, y mi madre, maestra de escuela, tuvieron que ajustar el presupuesto familiar, con el cual hacían milagros para que sus hijos disfrutáramos de estrenos, juguetes y navidades maravillosas. Claro, esas prosaicas razones de los recursos limitados las entendí mucho después, que durante algunos 24 pensé que el Niño Jesús me había traicionado.
Lo que no se me ocurrió en ese entonces, ni después, fue pretender que mis padres me habían aplicado un “paquetazo”.
Verán, cualquier ajuste no es un paquetazo. No se puede ser tan simple. Como los que, creyendo que el pueblo es descerebrado, juran que aumento de la gasolina es igual a conmoción popular violenta.
Soy de los que sostienen que el gobierno debe enfrentar los desequilibrios económicos y, en general, ajustarse ante la sequía de dólares que padecemos. Aunque reitero que esa política no debe ser aislada; debe ser parte de un plan integral de reformas políticas que enfrente la corrupción y la atroz ineficacia del Estado. Y que ese plan debe basarse en la transparencia y en la participación protagónica del pueblo venezolano. Que siendo la crisis global (no solo económica, sino social y política), exige una respuesta global.
A este tipo de posturas se le ha llamado “chavismo crítico”. Nombre que engloba propuestas heterogéneas. Pero llama la atención algunos de los reproches que se le hacen al “chavismo crítico”, sobre todo a las medidas económicas.
Uno de esos reproches acusa a los “críticos” de plantear “desmontar los logros de la revolución para salvar la revolución”. Extravagante argumento. La crisis ha desmantelado buena parte esos logros: no se sabe dónde quedaron la seguridad y la soberanía alimentarias; o el desarrollo endógeno que se volvió portuario; y la salud, ante la dolorosa escasez de medicamentos. Se necesita enterrar la cabeza muy hondo para sostener ese argumento. El que muchos solo percibieran el problema a raíz del 6D expresa que su nivel de análisis es meramente electoral y no social. Y el que el descontento solo saltara a la palestra electoralmente demuestra que la participación directa y protagónica del pueblo tampoco estaba funcionando.
Este reproche a las posturas críticas podríamos llamarlo, y me perdonan algunos amigos, del chavismo “ortodoxo”, porque me niego a llamarla una crítica de izquierda.
Hay otra crítica de la derecha a esas propuestas. Muy incoherente y éticamente oportunista. La que habla de “paquetazo”. Es inmoral porque viene de los que están locos por salir corriendo a entregarse al FMI. Y de los que ya aplicaron paquetazos antes.
Devaluar, restringir la liquidez, controlar la divisa, etc., son instrumentos de dirección económica. En sí no son neoliberales ni keynesianos, ni nada. Fuera del contexto concreto no se explican a sí mismos.
Ante esta sequía de dólares, predecible desde hace años, el gobierno debe actuar como un buen padre de familia. Ya estamos grandes y no hacen falta cuentos del Niño Jesús ni de “guerra económica”. La verdad, la claridad y la transparencia son la mejor política. No se puede ni seguir robando a diestra y siniestra, ni seguir subsidiando a los viajeros.
Mientras más tiempo se pierda, la crisis será más profunda y exigirá sacrificios mayores (lo estamos viendo desde hace más de un año). Se pueden hacer ajustes sin desmantelar la Ley del Trabajo, sin entregarle los dólares a la burguesía improductiva, sin el dogma interesado de que el déficits debe ser eliminado de golpe y porrazo a costa de la inversión social.
O sea, se pueden hacer los ajustes mirando al pueblo  o mirando al FMI.

Domingo 06/03/2016. Lectura Tangente, Notitarde