I. Si tuviéramos la culpa del hambre que pasamos (Cuba, 1971)
El título del presente artículo es un verso del poema “Para
no hablarlo nunca con mi madre” del cubano José Yanes. Aunque habré leído ese
texto allá por el 72 o 73, en los últimos años ese verso en particular, “si
tuviéramos la culpa del hambre que pasamos”, ha regresado con frecuencia a mi
memoria.
En el poema de marras el (para entonces joven) poeta José
Yanes trata de convencer a su madre de que no abandone la Cuba revolucionaria.
Y le explica por qué él no la acompañaría en ese viaje.
“Vieja, / Si José Martí / no
hubiese escrito nada nunca / (ni siquiera a Mercado). / Si no hubiera
arrastrado el hambre / y las suelas de los zapatos por América. / Si se hubiera
muerto de un catarro.”
“Si Beny Moré / no hubiera nacido
nunca, / si no hubiese echado en el aire / su Santa Isabel de las Lajas” (…)
“Si Fidel no hubiera zafado su
descarga / de La Historia me absolverá,
/ y no se hubiera encaramado en la Sierra / y no hubiera becados (…) si
tuviéramos la culpa del hambre que pasamos”.
Era verdad: los cubanos no tenían la culpa del hambre que
pasaban. El bloqueo imperial prohibió comprar o vender cualquier producto a
Cuba. Las automotrices gringas, por ejemplo, no podían suministrar ni autos ni
repuestos a la isla. Hasta las medicinas y los equipos de salud sufrían el
bloqueo. Conseguir lo insustituible (una medicina contra el asma o el
irremplazable repuesto de una central
eléctrica) implicaba pagar costos excesivos a intermediarios no muy
escrupulosos. El bloqueo tenía, y tiene aún, un costo muy grande, y era un pesado
lastre sobre la vida económica de la isla.
La historia del poema y su autor es dolorosamente
paradójica. Yanes fue vinculado al “Caso Padilla”, que llevó a la prisión del
poeta Heberto Padilla en 1971; medida que generó la protesta de intelectuales
amigos de la Revolución cubana latinoamericanos (García Márquez, Julio
Cortázar, Octavio Paz, Juan Rulfo) y europeos (Sartre, Moravia, Marguerite
Duras, Resnais, Passolini, Simone de Beauvoir). Para ajustarse al modelo
estalinista, Padilla, ya liberado, se hace la consabida “autocrítica”, que incluyó
señalamientos a otros escritores “problemáticos”. Un “Proceso de Moscú” bajo el
sol tropical.
Al poeta José Yanes no se le publicó nada a partir de
entonces. Fue condenado a una cárcel de silencio, a vivir con la voz exilada.
Una tarde va destruyendo sus poemas en desesperada caminata por las calles de
La Habana. Pero luego decide engavetarlos. El autor de un poema emblema contra
el exilio cubano, tras sufrir 27 años de ostracismo, tuvo que abandonar su
patria en 1998. En 2012 publicó su libro “Poesía engavetada (1970-1993)”.
Aclaro para los reduccionistas, simplificadores y/o
polarizados de toda laya que considero que es innegable la significación histórica
de la Revolución cubana. Que la dirección revolucionaria para ser consecuente
con la soberanía nacional y popular tuvo que radicalizarse y apuntar al
socialismo. Que el pueblo cubano ha sostenido valientemente su bastión a unas
pocas millas de la Metrópolis imperial por más de medio siglo. Y que Fidel es
la figura latinoamericana más importante del siglo XX.
Pero defender la Revolución cubana no puede ser un acto de
fe de la misma cualidad de creer en el misterio de un solo Dios y tres personas
distintas. Ni puede basarse en historietas sobre héroes irreprochables y
villanos incurablemente malvados como Batman y el Guasón. Ni puede significar
embalar el pensamiento con una ristra incoherente de consignas altisonantes.
Valoramos los logros del proceso cubano sin ocultar sus
desatinos. Incluso clasificamos sus errores. Hay un tipo de error en el
radicalismo irresponsable de la crisis de los misiles en el 62, cuando los
cubanos tienen el desencuentro con los soviéticos (“Niquita, mariquita, lo que
se da no se quita” gritan a los barcos rusos que se llevan los misiles); Fidel
tiene razón cuando, años más tarde, calificó su postura del 62 como un error de
juventud. Pero lo del “Caso Padilla” es un error de “vejentud”, que expresa que
un proceso está siendo minado por el espíritu burocrático, que asume una
herencia estalinista, que elige tratar las diferencias internas aplicando
rociadas de ostracismo y descrédito, para luego continuar con la represión.
Así como esta han sido realmente las historias de las
últimas cinco décadas. Más en medios tonos que en blanco y negro. Están signadas
por la complejidad. Mefistófeles le dice a Fausto: “La teoría es gris, mi
querido amigo, pero el árbol de la vida es eternamente verde”. Algunos usan
esta frase para agrisar aún más la teoría (porque no puede haber teoría más
gris que la que cree prescindible la teoría); pero lo que exige la fórmula de
Mefistófeles es una teoría policromática cónsona con el árbol de la vida.
II. Si tuviéramos la culpa del hambre que pasamos (Venezuela, 2017)
En nuestra patria se viven tiempos de simplificación. O de
simplicidad. Un fenómeno que mi querido amigo Jesús Puerta ha ilustrado con el dicho
de Giordano Bruno: Santa Simplicidad. De un lado se repiten frases asombrosamente
absurdas: “No es inflación, es especulación”; del otro, contra toda experiencia
conocida, se cree que la libertad de mercado arreglará la economía, o que la
salida de Maduro elevará el precio del petróleo. En realidad, las cúpulas de los
polos no se desvelan por la crisis económica, solo la nombran para montar un
show a su favor.
No estamos en la Cuba de los 60. Ni remotamente. No es un
bloqueo y hasta ahora se ha tenido negocios con cuanta empresa extranjera se ha
querido. Muchos de esos negocios no nos han beneficiado en nada (sobreprecios,
comisiones, estafas abiertas con mercancías que nunca llegaron al país, etc.) y
hubiera sido mejor que no se hubieran concretado. Tampoco teníamos bloqueos
financieros, como lo demuestra el altísimo nivel de endeudamiento que
alcanzamos.
Desde 2014 cuando se desploma el precio del petróleo (tal
como muchas predicciones advertían desde el 2013) al gobierno no le preocupó la
falta de plan para enfrentar la crisis. De allí su pertinaz culebreo en materia
económica.
Algunos ejemplos de zigzagueo: a) Aunque todos los
venezolanos comprendían la necesidad de aumentar el precio de la gasolina,
retardó la decisión; y cuando, al fin, hizo el aumento el nuevo precio ni
siquiera cubría los costos del combustible. b) Planteó que acabaría con la
doble o triple paridad, y lo que parió fue el dólar a 10 Bs., pasmosamente
alejado de cualquier parámetro real. c) No notó que la inflación había
desactualizado el cono monetario, a pesar de que el billete de mayor denominación
no alcanzaba ni para un cafecito en una panadería y sólo el año pasado empezó a
enfrentar el problema. Todo sorprende tardíamente a Maduro: la corrupción en
los Abastos Bicentenario, la escasez de efectivo, la dramática caída de la
producción petrolera.
Pero a falta de plan, buenos son circos. Los motores que se
multiplicaron: piezas mediáticas con un gobierno que no tiene dólares y una
burguesía que no produce sin dólares baratos y que asistía a la función a ver
si le tiraban algo; el Dicom y las subastas que, anunciaron, golpearían al
dólar paralelo, y luego de tantos bombos arranca “subastando” unos raquíticos
24 millones de dólares; y ese extraño llamado por televisión a los dueños de
los bonos para renegociar la deuda. Medidas tan altisonantes como inútiles.
Maduro arrancó su gobierno denunciando que los ataques que
recibía pretendían alejarlo del camino socialista, del cual, aseguró, nadie lo
desviaría. Y acabó metiéndonos en la selva capitalista más anárquica. Casi
todos bachaquean con cualquier producto (no solo con los regulados) y esperan
ganar de 5 a 25 veces lo invertido. Todo se mercantilizó: hasta un vaso de agua
(que el venezolano no se lo negaba a nadie) se ha convertido en una mercancía. El
mercado es de los vendedores y oferentes de servicios, que nos venden a
nosotros, los consumidores y usuarios, como si nos hicieran un favor. Es
capitalismo puro, sin vaselina, y diseminado como metástasis.
No es la crisis de los 90, cuando los grandes monopolios
pretendían mantener sus márgenes de ganancias a costa de los sectores populares
y propagan la fábula de las cualidades sanadoras del libre mercado. Sufrimos el
capitalismo salvaje de la escasez, más semejante en su barbarie a la revolución
industrial inglesa del siglo XVIII.
Es la crisis más profunda desde la Guerra Federal. A cuatro
años de retroceso del PIB, la inflación de cuatro cifras, la calamitosa escasez
de medicinas, se le sumó la falta de efectivo. Y ahora entramos a una crisis de
los servicios públicos por años de desidia, ineficacia y falta de inversión.
Que pasamos hambre es innegable hasta para los fanáticos defensores
del gobierno. Evidente en la delgadez extrema de nuestro pueblo: la inmensa
mayoría no está comiendo completo.
Ahora, sobre la culpa, sin meternos en las respuestas que se
han debido dar desde 2014 al menos, es fácil imaginar que si estuviéramos
produciendo nuestra cuota de producción petrolera estaríamos en otra situación.
Son un millón trescientos mil barriles que no producimos. Un tercio de la
cuota, nada menos. Todo se descuidó, hasta a la gallina de los huevos de oro no
se le compró el alimento. Increíble.
Sí, definitivamente, es hora de plantearse la
pregunta con seriedad y con responsabilidad con la Patria. Y sobre todo con ineludible
lealtad hacia el pueblo venezolano. ¿Tenemos la culpa del hambre que pasamos?
Digo, para los que aún no se han dado cuenta.Martes 03/01/2018. Aporrea.