domingo, 30 de agosto de 2015

La frontera inquieta

Orlando Zabaleta

Frontera permeable: Las fronteras pueden ser apenas puntos y rayas en un mapa, casi ilusorios cuando los pueblos a ambos lados se parecen como gotas de agua. Y nada más parecido a un colombiano que un venezolano. Por décadas la economía y la guerra colombiana alentaron a millones hacia Venezuela, y hemos vivido juntos las adversidades de uno y otro lado.
Pero las fronteras son inquietas cuando los hombres las abusan, y peligrosas si el abuso llega hasta el delito.

Narcotráfico: Colombia se convirtió en el principal exportador de cocaína del mundo. Sectores de la oligarquía colombiana se metieron en la lucrativa empresa. Es imposible determinar cuánto le debe el PIB colombiano a la droga. La permeable frontera estaba como mandada a hacer para el narcotráfico: Venezuela es el Caribe y el Atlántico.

Paramilitarismo: Los paramilitares pasaron de ser bandas aisladas a organizarse en frentes, federaciones. Su principal fuente de ingreso es el narcotráfico, pero también ofrecen otros servicios: sicariato, secuestros, prostitución. Permearon la política colombiana y colonizaron al estado: Pablo Escobar llegó a diputado y Uribe a presidente.

Encubrimiento mediático: Los medios escandalizaron sobre la guerrilla para ocultar la penetración del paramilitarismo en los estados fronterizos, donde los paracos amedrentan a asambleas populares para imponer a sus candidatos, apoyan a alcaldes y concejales, compran periodistas, jueces, policías y militares, hacen guarimbas.
Mientras, la política de fronteras de los gobiernos colombianos ha sido exportar los problemas a Venezuela y no asumir ninguna responsabilidad.

Penetración: Los paracos fueron más allá, hasta el centro del país: compraron haciendas, instalaron empresas, desde concesionarios de vehículos hasta mafias de buhoneros, empresas para el lavado de dinero y el sostén de grupos violentos. Hay que recobrar la integridad soberana de los estados fronterizos. Pero, también, el paramilitarismo debe ser destruido en todo el país.

Contrabando: La extracción de alimentos y gasolina subsidiados alcanza a millones de dólares. Y encima, se llevan los billetes de 100 y 50 Bs. Cúcuta no puede vivir de Venezuela mientras nosotros enfrentamos la escasez. Tampoco es responsabilidad del estado venezolano abastecer de alimentos y combustible a Cúcuta: esa es responsabilidad de Santos.
El cierre de la frontera era una medida necesaria, prácticamente de defensa propia.
La frontera no debe abrirse hasta que Santos se comprometa, firmemente y en concreto, a asumir su responsabilidad como gobernante en la lucha contra el contrabando y el narco-paramilitarismo. El gobierno venezolano ya debería tener escrito el esquema de medidas a acordar.

Xenofobia: Es vital para el mismo proceso bolivariano rechazar el chauvinismo, postura atrasada y bárbara. Y la xenofobia. No luchamos contra los “colombianos”, sino contra la oligarquía colombiana y su narco estado. Contra mafias contrabandistas que incluyen también a nacidos de este lado, clasificados como “venezolanos”.
El sueño mirandino y bolivariano  de la Patria Grande (la única solución viable para América Latina) no puede perderse. Sería un retroceso muy dañino. Y un favor que le haríamos a los gringos.
No hay “circunstancias” que justifiquen la violación de los derechos humanos. La Fiscalía y la Defensoría del Pueblo deben estar presentes en todos los procedimientos. No podemos matar nuestra Constitución Bolivariana en esta situación.

Medidas radicales: El cierre paralizó al contrabando masivo. Redujo los focos. Es una situación ideal para atacar las redes. Es necesario seguir los hilos (que muchas veces se juntan) y llegar a los grandes armadores de las redes.
Pero reitero: medidas como el aumento de gasolina y un esquema cambiario sin diferencial atacarían a profundidad los factores que sostienen el contrabando mafioso hacia Colombia.

Domingo 30/08/2015). Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 23 de agosto de 2015

De rebeliones y revoluciones

Orlando Zabaleta

Cuentan que cuando uno de sus ministros le informó a Luis XVI que el pueblo parisino había tomado la Bastilla, el rey exclamó: “Ah, un motín”. El ministro lo corrigió de inmediato: “No, Sire, una revolución”. La anécdota es demasiado sabia para ser cierta. Pero ilustra la distinción entre la Revolución Francesa y las consuetudinarias revueltas urbanas que el precio del trigo propiciaba en los pobres parisinos.Mutatis mutandi, una cosa es el Caracazo y otra un vulgar saqueo. Algunos no pueden distinguirlos porque practican con fe ciega el pensamiento descontextualizado. El contexto es todo eso que rodea a cada hecho por sus seis caras, mientras conversa con él.Y el contexto del Caracazo es el de la América Latina golpeada por las recetas neoliberales, que se experimentaron por primera vez en los 70 de la mano de Pinochet, antes de que se fortalecieran en los 80 y otras dictaduras se encargaran de imponerlas.En Venezuela, pasada la borrachera saudita llegamos al ratón del Viernes Negro. De allí en adelante vivimos la caída por un tobogán lleno de hojillas. Es decir, el empobrecimiento acelerado de los sectores populares y de la clase media. Lusinchi con su cóctel de neoliberalismo con aspirinas bautizado como “Pacto Social” exacerbó el descontento al combinar la caída con la descarada corrupción del entorno lusinchista.Carlos Andrés Pérez interpretó con singular demagogia el dolor popular. En su campaña electoral prometió el regreso de la Venezuela saudita. Y que enfrentaría la crisis sin echársela encima a los más pobres. Constituyó dos comisiones para definir el programa de gobierno. La pública la formó con integrantes de AD (desde Humberto Celli hasta los del buró sindical) y allí se renegaba de las medidas neoliberales. La clandestina, con los que luego serían sus ministros y asesores (Miguelito Rodríguez y la comparsa de tecnócratas) y allí sí entraba el FMI. Una cara para la farsa y la otra para el gobierno.El pueblo reaccionó frente al juego de engaños de CAP, cuyo caradurismo, de proporciones mitológicas, lo llevó en diciembre, ya presidente electo, a declarar desde Suiza que  no negociaría con el FMI; luego, en enero, realiza la “coronación”, una gran fiesta que anunciaba que, efectivamente, no harían falta sacrificios. Y en febrero, inesperadamente, saca la carta del paquete debajo de la manga.A una sorpresa el pueblo respondió con otra: El Caracazo.Las “fuerzas vivas de la nación” estaban sorprendidas: gobernantes, diputados, políticos del gobierno y de la oposición; de derecha y de izquierda; dirigentes empresariales y de los comerciantes; líderes religiosos. Ninguno lo previó, y menos los llamados “cuerpos de inteligencia”.Ese fue el contexto, sin el cual no se entiende nada.TODOS, todos, saqueamos el 27. El 80% de país, al menos. Unos rompían las vidrieras y otros los aplaudían desde sus casas. Para los sectores populares y la clase media era justificable la revuelta, o al menos comprensible. Y hasta justo castigo a los abusos, mentiras y robos de los sectores dominantes.Luego, a media tarde, se asustaron los que aplaudían. Demasiado larga la cosa. La clase media se espanta de primero: ya en la noche es puro temor: las turbas, imaginaban, encenderían las ciudades, o, peor aún, asaltarían sus casas.El Caracazo marcó una división, sellada con sangre por la represión injustificada que le siguió. Fue un acto de conciencia: Ya no creemos más.Fue revuelta, es verdad, porque no tuvo programa, ni consignas, ni dirección, ni demandas que negociar. Pero también fue revolución porque expresó claramente un "Hasta aquí", y tuvo otra consigna implícita: Existimos.Los descontextualizados ven solo la revuelta, sin ver los lados, sin el antes ni el después. Echarle la culpa a la gasolina es infantil.¿Ven las diferencias con la situación actual? Para ver hay que entender.
Domingo 23/08/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 16 de agosto de 2015

El padre de los desequilibrios

Orlando Zabaleta

El país padece muchos desequilibrios económicos. Y no es tanto la cantidad de desequilibrios como el tamaño de muchos de ellos; los diferenciales, pues. Ya hablamos en un artículo anterior del precio de la gasolina (0,097 Bs. por litro), muy por debajo de los costos de producción; un descomunal subsidio que debe estar entre 12.000 y 15.000 millones de dólares anuales.
Pero el padre de los desequilibrios es el “esquema” cambiario. Hay un dólar a 6,30; otro a 12,80; otro cercano a 200, y otro “libre” que (no debería sorprendernos) no se puede controlar y está determinado por la especulación más voraz. Cuatro tipos de cambio.
El bachaquero y el contrabandista aparentemente negocian con harina, café, leche; eso es verdad, pero solo materialmente. En realidad están negociando con las tasas de cambio. Están vendiendo especulativamente (a través de la harina o del café) dólares que compraron a 6,30.
El esquema pretendía mantener a dólar subsidiado artículos de primera necesidad, y así proteger a nuestro pueblo al conservar esos artículos a bajos precios. Pero, les informo, no está cumpliendo su objetivo (ni siquiera el más directo, si 70% de los que están en las colas son bachaqueros, si 40% de los productos regulados salen para Colombia).
El gran diferencial de las tasas de cambio promueve el contrabando y el acaparamiento. Lo cual multiplica la escasez. La escasez, a su vez, sustenta el aumento de los precios de los bienes en los mercados alternos. La inflación resultante alimenta la tendencia alcista del dólar. Así aumenta el diferencial cambiario y el círculo vicioso continúa dando vueltas. Eso es lo que hemos visto en estos años.
Enfrentémoslo: el país no tiene suficientes dólares para esa gracia. El petróleo se desplomó hasta los 42 dólares el barril. Y 42 dólares hoy (los econometristas, con más sapiencia que este humilde escribidor, lo dirán con precisión) serán como 20 o 21 dólares de comienzos de los 80.
Ojalá todos los bachaqueros, todos, grandes y chiquitos, pudieran ser castigados. Como decían nuestros abuelos, lo que hacen no tiene perdón de Dios. Eso de lucrarse con las necesidades ajenas, eso de vender algo a diez veces lo que costó, no tiene nombre (¡ah, disculpen!, me equivoqué, sí lo tiene: capitalismo).
Ojalá no tuviéramos una burguesía que desde los 80 elevó su nivel de llorantina, para ocultar su incapacidad congénita de producir cualquier cosa si no le dan dólares. Ojalá no tuviéramos un Estado que la refleje tan bien en su incompetencia productiva.
Pero parados en donde estamos, aquí y ahora, hay que abandonar el fracasado e insostenible esquema cambiario. Hay que eliminar las condiciones que alimentan al bachaquero, al contrabandista, al acaparador.
El gobierno empezó a cabalgar esta crisis hace dos años. Primero dijo Ramírez, cuando era ministro, que teníamos dólares suficientes (a mí me entró escalofríos cuando lo oí, porque no lo creía). Luego Merentes anunció que se iría pronto a la unificación cambiaria. Y lo que se hizo fue crear nuevos tipos de cambio.
Es hora de hacer tres cosas al menos. Una: Sacar cuentas; con petróleo a 42 dólares el barril (con el peor escenario). Dos: Decidir prioridades y plantear otro esquema de cambio. Y, tres, hablarle claro al país.
En otras palabras: necesitamos un plan (hace dos años que sospecho que no lo tenemos, y rezo por estar equivocado).
Insisto en que el pueblo venezolano es más sabio de lo que creen sus dirigentes. Podrá asumir el asunto, pero, eso sí, exigirá una lucha eficaz contra la corrupción y la ineficacia. Pedirá transparencia. Requerirá un plan realista de aumento de la producción con lapsos precisos y responsabilidades inapelables. Y, precisamente porque es sabio, también querrá participación, esa que está consagrada en nuestra constitución, en todo el proceso de enfrentar la crisis.

Domingo 16/08/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 9 de agosto de 2015

Guerra económica y capitalismo

Orlando Zabaleta

No me parece justo, ni útil, echarle toda la culpa de la crisis económica actual a la “guerra económica”.
No pongo en duda que sectores de la burguesía nativa (que no nacional) e internacional gasten dinero o dejen de ganarlo (que para el burgués es lo mismo) en la desestabilización económica (cerrar o paralizar fábricas, mantener inventarios ociosos, etc.). Esas son acciones bélicas: cuestan dinero y no son la pauta normal del capitalismo. Ya lo vivimos en el saboteo petrolero de 2002-2003.
Pero la mayoría de las “acciones” que actualmente afectan nuestra economía son vulgares conductas normales del capitalismo. Y, a diferencia de las acciones de guerra, no exigen sacrificios. Por el contrario, les dan dividendos a quienes las ejecutan. Buscar la máxima ganancia es el norte del capitalismo. Vender con sobreprecio, en Colombia, en la bodega o donde sea, es (¿se puede dudar?) un típico proceder capitalista. Y acaparar hoy para vender más caro mañana también lo es.

Aclaratoria lateral 1: A pesar de la creencia popular, la especulación comercial no es la esencia del capitalismo. Porque la especulación no crea riqueza: se apropia de riqueza ya producida. Para que el comerciante venda la apetecida mercancía a un precio excesivo alguien ha tenido que producirla antes. Y es allí, en la producción, donde está la esencia del capitalismo; donde el capital le roba la plusvalía al trabajo.
Si hay ciertas condiciones, pues, el capital, además de apropiarse de la plusvalía (que es parte del valor de la mercancía), especula: vende con sobreprecio el producto. No es que, por arte de magia, “aparezca” un valor adicional en el acto de comercio: lo que se apropia el especulador se lo quita (roba) al comprador, al consumidor, que usualmente lo obtuvo de su trabajo.
La condición para que se produzca la especulación comercial es la escasez, por supuesto; que nadie pagaría tres veces el precio de la harina si esperara conseguirla regularmente y sin problemas.
En nuestro caso, las causas de la escasez son la producción insuficiente, la extracción hacia Colombia y el acaparamiento. Lo de la poca producción es un mal crónico del país. No lo notamos cuando tenemos dólares como arroz. Si nos falta algo, lo importamos y listo. Por eso, precisamente, es que somos un país rentista-petrolero. Lo de la extracción o contrabando expresa, además de las ansias capitalistas de unos delincuentes, un desequilibrio: un paquete de harina se vende a dólar de 6,30 Bs. en forma legal, y en forma ilegal se vende a dólar libre. El contrabando necesita mucha gente, lo que se llama una red, una mafia, pero el desequilibrio es de tal magnitud que puede mantener redes gigantescas. El rapaz bachaquero solo existe en un entorno que lo propicia (porque, hay que repetirlo, estamos en capitalismo).

Aclaratoria lateral 2: Es un sinsentido afirmar que el “socialismo” es el responsable de la crisis, cuando son prácticas normales del capitalismo rentista las que producen la situación. Es verdad que algunos aprovechan para culpar al socialismo, prevalidos de su ignorancia o de su mala fe; pero también esta absurda acusación se alimenta de esa utilización vaporosa y desmedida de la palabra “socialismo” que se impuso (ejemplo entre muchos: en lugar de colocar un letrero que dijera con franqueza “Arepera Subsidiada”, se colocaba uno que decía “Arepera Socialista”).

Enfocarse en el factor “guerra económica” oculta los factores más importantes: la producción insuficiente y los desequilibrios económicos. Contra la guerra económica se pueden y deben usar medidas policiales: reprimir el contrabando, el acaparamiento y la especulación. Pero si radical significa ir a la raíz, como le gustaba repetir a Chávez, hay que enfocarse y actuar sobre los factores que sustentan la crisis y no solo sobre sus síntomas. Hay que ser radical de verdad.

Domingo 09/08/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 2 de agosto de 2015

Equilibrios, desequilibrios y gasolina

Orlando Zabaleta

Debo aclarar que le tengo cierta desconfianza a los equilibrios. Será por la manía tecnocrática y neoliberal de equilibrar los presupuestos a costa de la salud, la educación y los pobres; e incluso a costa del crecimiento económico.
También descreo de las consejas y reflexiones que, en pro del equilibrio, propagan el horror a los extremos, el relativismo, el centrismo, y que así crean un discurso de generalidades que no dicen nada, porque, claro, ni definen nada ni se comprometen con nada. Ah, pero qué sabias suenan.
Pero una cosa es no tener al equilibrio como ídolo o como norte, y otra es ignorar los desequilibrios.
El ejemplo más evidente de desequilibrio en Venezuela es el precio de la gasolina.
Como tenemos tanto petróleo y gran capacidad de producción de sus derivados, es lógico y justo que el precio de la gasolina sea bajo en nuestro país. Una ventaja justificada en ese montón de petróleo que la naturaleza nos dio (y que leyes previsoras evitaron, desde hace siglos, que fuera privatizado).
Es cierto que el supuesto “precio internacional” no existe. Cada país pone el precio de su gasolina según muchas variables, y el que tenga o no petróleo es solo una de ellas. Inglaterra y Noruega, que son productores de petróleo, tienen la gasolina más cara del mundo, porque ambos pechan el producto con altísimos impuestos que, por supuesto, paga el consumidor.
Nosotros tenemos, de lejos, de muy lejos, la gasolina más barata del mundo.
Cualquier ser con dos dedos de frente entiende que un límite racional al mínimo precio de la gasolina debe ser el costo de producción y distribución.
Pero en Venezuela, como bien sabe el lector, el litro de gasolina tiene el súper increíble precio de 0,097 Bs. Toda una ganga. Y un litro de agua o de refresco sobrepasa los 100 Bs. La mayoría llena su tanque con menos de 4 Bs. El Estado subvenciona la producción. Y la distribución, porque a ese precio es imposible que el bombero que la expende justifique su salario, ni siquiera vendiendo gasolina todo el día.
Debería llevarse a 5 bolívares el litro. El porcentaje del aumento no es relevante, dado lo ridículamente bajo del precio actual. Así que no hay que pararle cuando El Nacional denuncie que el aumento fue de 5.154%. Es pura propaganda.
En términos prácticos, a 5 Bs. usted pagaría 175 Bs. para llenar el tanque de 35 litros de los carros pequeños.
Los abusivos empresarios de camioneticas y autobuses se quejarán como siempre, pero ellos saben que el costo del combustible en su ramo es ínfimo; que los costos están en los cauchos, en los repuestos, en las reparaciones. El chofer y el colector seguirían gastando más en comerse una arepa y un refresco cada uno que en llenar el tanque del instrumento de trabajo.
Según las encuestas la inmensa mayoría del país entiende la necesidad del aumento perfectamente. Lo difícil de entender es por qué el gobierno no ha hecho el aumento. ¿Síndrome del Caracazo? Me parece que es subestimar al pueblo venezolano.
Lo cierto es que, cuando se dé el incremento (algún día), no será de 5 Bs., será mucho menor. Espero que esté alrededor de 2,20, es decir, que al menos cubra los costos de producción.
Pongo el caso de la gasolina porque es el más claro para todos (que hay otros desequilibrios más funestos, de los que hablaremos otro día). Si hubiese una Oposición inteligente haría rato que estaría exigiéndole el aumento al gobierno, pero lo que tenemos por Oposición es bruta, demagógica y oportunista, y prefiere callar y esperar como caimán en boca en caño que ser seria.
Lo más preocupante de esta situación es la postura del gobierno. Es una decisión simple. Relativamente. Con sus bemoles, es cierto. Pero súper justificada y necesaria. Y no la toma. Entonces, uno tiene derecho a preguntarse (o a inquietarse): si no toma la decisión fácil, ¿podrá tomar las difíciles?

Domingo 02/08/2015. Lectura Tangente, Notitarde