lunes, 24 de octubre de 2016

La suspensión inaudita, ¿hasta dónde hemos llegado?

Orlando Zabaleta.



I
La caída del bloque soviético no se debió a una conspiración de la CIA. Eso debería ser noticia vieja. El sistema, además de aterrador y de robarles el poder a los trabajadores, luego de un portentoso crecimiento acabó estancado. El poder monopolizado por la burocracia reveló que la propiedad estatal y el socialismo no son lo mismo.
El capitalismo, en crisis desde el fin del “Estado de bienestar” en los 70, aprovecha la declinación de ese “socialismo”, que se presentaba como su alternativa, para forzar la única solución que tenía a la mano: la súper explotación. Logra imponer el retroceso  a formas brutales de privatización de las riquezas, pregona que solo es posible el capitalismo más bestial. Tilda de “novedosos” a viejos esquemas del capitalismo pre Segunda Guerra Mundial. Invierte el lenguaje, llamando revolución a la reacción conservadora, y conservadora a la resistencia a la sobreexplotación. Tiene éxito en esa reinversión ideológica, porque la desprevenida clase media, que en su mayoría, lejos de leerse un libro, construye su opinión según el dictado de los medios, le compra el discurso enterito.
Por ello no se puede enfrentar al neoliberalismo y su obsolescencia con el viejo estatismo. Eso no es una salida socialista, sino poner a pelear al keynesianismo con los neoliberales.
Chávez ayudó a aclarar el asunto. Estableció el socialismo del siglo XXI como consustancial con la democracia. E insistió en ello. Lean la Introducción del Plan de la Patria (basta con los cuatro primeros párrafos): la transición al socialismo, apremió, es la democratización más radical y el desmantelamiento del estado burocrático. La democracia, definida como radical, es decir, directa y protagónica, no es un terreno extraño y provisional en el cual el socialismo lucha contra el capitalismo por necesidad.

II
Suspender la recolección del 20% de las firmas es inaudito. Es afectar un derecho constitucional,  (penalizar a un amplio sector del país por una minoría), argumentando que hubo firmas fraudulentas. Igual las hubo (firmas planas, huellas repetidas, muertos firmando, etc.) cuando el referendo de 2004. Y Chávez fue incapaz de plantear esa argucia. Es una decisión de gravedad extrema. La dirigencia del proceso (que amalgama al gobierno, al estado, al partido y a la FA) da un paso más para igualarse a la Oposición: igual que para la MUD, la Constitución es un instrumento adaptable y la democracia solo es válida cuando permite acceder o conservar el poder.
Los que se autoproclaman “hijos de Chávez” enfrentan abiertamente su herencia en los puntos relacionados con la democracia, la Constitución Bolivariana y la necesidad de salvar el planeta.
La situación es compleja. Maduro no cuenta con más del 20% del apoyo popular (y dentro de este 20% una parte lo apoya por el temor a la locura opositora, sin compartir las ejecutorias del gobierno). Pero la Oposición no es dueña del 80% restante, aunque quiera adjudicárselo. Al menos la mitad de ese 80% desconfía o está también en contra de la Oposición.
La mayoría del pueblo sabe más de lo que creen los analistas. Sabe que la salida de Maduro no elevará el precio del crudo a los 60 dólares (para superar la crisis), sabe que el problema es estructural. El gobierno perdió el tiempo irresponsablemente hablando de la “guerra económica” en lugar de enfocarse en la caída de los ingresos petroleros y en la falta de producción interna. Tamaña reacción oficial rebasa el límite de lo creíble, pero así sucedió.  Pero regresar a los 90, a utilizar las melladas recetas del FMI solo profundizará la recesión en la cual nos hundimos.
Ambos lados deberían asumir que la mayoría quiere salir de la crisis. Y no jugar con ella.

III

¿Qué pretende el gobierno al buscar detener la recolección de firmas del 20%? La torpeza de la MUD y sus luchas internas la han debilitado en los últimos meses. Pero no es el momento para aprovechar “oportunidades”, porque apostar a un desenlace rápido que postre a la MUD es ir por un camino peligroso. Hay que repetir lo mismo de siempre: dejen de ver la nata y miren hacia abajo. Allí verán el descontento amplio y profundo, porque, si no lo saben, estamos pasando hambre.

Sábado 22/10/2016. Aporrea.

domingo, 16 de octubre de 2016

Yo presidente, el eterno sorprendido

Orlando Zabaleta.


Todo se ha conjurado para mantenerme de sorpresa en sorpresa desde que asumí el mando. Y no solo a mí, también ministros, asesores, generales, altos dirigentes, han sido víctimas de lo inesperado.
Yo juraba que el barril de petróleo a menos de 100 dólares era una especie extinta que nadie vería más nunca, jamás, y que lo del crudo de esquisto era un rumor exagerado (quién iba a creer que se sacaría petróleo en cantidad de las piedras). Pero, de improviso, el precio del petróleo se desplomó y llegó hasta el suelo. Hasta Ramírez decía, al empezar mi mandato y cuando todavía era súper ministro, que teníamos dólares para lo que fuera. Y (oh, sorpresa) los dólares dejaron de entrar y de alcanzar.
De sopetón supe que importamos (con dólares) el 96% de lo que consumimos. O sea: alimentos, medicinas, insumos para mantener la partecita que fabricamos aquí.
Sabía que nuestro nivel de importaciones era alto. Pero como siempre habíamos funcionado así como país, y nos enfrascábamos todos, gobierno y oposición, en discutir otros temas (que si dónde nací yo, que si protegíamos a Al Qaeda, que si producíamos uranio enriquecido con fines atómicos, que si Songo le dio a borondongo y borondongo le dio a Bernabé), pues parecía que esa dependencia tampoco era mal de morirse.
Entonces se presentaron las colas y la escasez de las cosas más elementales. Dijeron los asesores que no era por falta de producción o importación, que había productos como arroz, que lo que pasaba era que el 40% de esos bienes se escapaban contrabandeados a Colombia. ¡Quién lo hubiera imaginado! ¡El 40%! Entonces cerré la frontera, para cortar ese desagüe constante de alimentos y gasolina que tantos dólares nos cuestan.
Pero, ¡pasmo!, al mes era evidente que, lejos de amainarse, la escasez crecía y crecía. O sea, hay fronteras impenetrables, y hay fronteras intrancables. Me entero entonces, ¡maravilla! , que los caminos verdes están por todas partes y que hay mafias, guardias, policías, financistas haciendo negocio parejo con el contrabando de todo género.
Mire, cuando uno tiene dinero todo el mundo se muere por darle fiao. ¡Lléveselo y me paga cuando quiera, no se preocupe!, le dice zalamero el vendedor o el prestamista. Pero, ay, cuando se corre la voz de que usted anda buscando medio pa´ completar un real, todos se presentan mal encarados a cobrarle y nadie le quiere prestar. Con la merma de dólares, inesperadamente la cuantía de la deuda en dólares produce un friíto en la espalda, porque hay que pagarles con puntualidad sacrosanta su dinero a los banqueros de afuera.
Reforzamos entonces la distribución, que si Mercal, PDVAL. Pero algo iba mal en eso. Casi me da un infarto cuando asombrado me contaron que los Abastos Bicentenarios estaban carcomidos por la corrupción, que se habían podrido, que todos allí se dedicaban al bachaqueo permanente. ¡Quién lo hubiera pensado! Fue una de esos imprevistos que te dejan sin aire. Porque creo que nadie en el país sospechaba de esa pudrición.
Aunque los Bolipuertos dependen del Ministerio de Transporte, cuyo titular nombro yo, no había forma de que alguien supiera qué pasaba allí: ni cuánto ni cuándo ni qué llegaban en los contenedores, ni menos cuándo saldrían. Y es en los puertos donde recogemos las cosechas más grandes de alimentos, así que nombré al general Padrino López de superministro y jefe de la súper Gran Misión Abastecimiento Soberano (lo de “Soberano” es un decir, claro, que no hay mucha soberanía en importar alimentos de un país extranjero). Fue inesperado eso de contenedores sin dueño, extraviados, llenos de productos vencidos.
Pero no todas las sorpresas fueron desagradables. Me satisfizo mucho descubrir que los de la Gold Reserve, la transnacional canadiense que nos había demandado, no eran tan malucos como me los habían pintado. Que no eran unos bichos destruye Madre Tierra, sino buena gente.
Me dirigiré a la Nación, porque acabo de enterarme de algo verdaderamente sorprendente: la salida de la crisis es la producción interna, que debemos producir buena parte de lo que importamos. No lo sabía hace 3 años.
Es bueno llegar a ser presidente. ¡Uno se entera de cada cosa!

Domingo 16/10/2016. Aporrea

martes, 11 de octubre de 2016

Vivir viendo a la nata

Orlando Zabaleta.



El Caracazo enseñó (pero solo a los que quisieron aprender) muchas lecciones. La más importante había que extraerla de su “imprevisibilidad”. Sí, fue una gran sorpresa para todos; pero, además de constatarlo y repetirlo tanto, había que preguntarse por qué nos sorprendió.
La respuesta era elemental: Nos sorprendió porque no estábamos viendo hacia donde debíamos ver. Estábamos enfocados en el sector político y opinador, proveedor universal de insumos e instrumentos para la producción de creencias.
La nata, pues. La que llena la prensa y la televisión con sus opiniones. La nata, independientemente de que fuera de derecha o de izquierda, compartía muchos mitos e invenciones: que los partidos eran los inevitables protagonistas de todo, y que dentro de los partidos los dirigentes tienen el derecho natural de decidirlo todo. Tal como le había enseñado Betancourt a la derecha, las “masas” irían a donde vayan sus dirigentes. Y tal como había aprendido la izquierda de las diversas variantes del marxismo ruso, la vanguardia decidiría por las “masas”.
Con tales ideas reputadas como incuestionables, era inconcebible que espontánea y masivamente hubiese una protesta violenta de magnitud que durara más de 6 horas. Sin ningún partido detrás, imposible.
En 1989, todos, ocupados en ver a la nata, no veíamos hacia abajo. Los de abajo estaban llegando al límite luego que el Viernes Negro desató la caída del nivel de vida general. Y soportaban la crisis y la corrupción, la inoperancia y el olvido, la desastrosa incapacidad de Lusinchi. Soportar todo eso y luego el descarado engaño de CAP II y sus dos programas: uno para ganar las elecciones y otro para gobernar, era como mucho.
La lección más importante del Caracazo, pues, es que hay que ver hacia abajo. Que ver solo a la nata es ceguera que puede ser peligrosa manía.
Cuando Caldera II repite lo mismo que hizo CAP (ganar las elecciones con imagen antineoliberal y adelantar un gobierno neoliberal) y privatiza todo lo que puede, y entrega el negocio petrolero por tres lochas, y el pueblo paga los platos con inflaciones mayores de cien puntos y caídas gigantescas del PIB, y el gobierno no alcanza ni un 10% de apoyo, el pueblo ha aprendido mucho. El pueblo intuye que no le conviene otro Caracazo y sabiamente aguanta el chaparrón. Y busca salidas, hasta que aparece Chávez, que es casi un invento del pueblo venezolano.
La crisis actual es, indudablemente, la peor crisis desde la llegada del negocio petrolero. Hay hambre, lo que contrasta con los avances sociales alcanzados en la primera década del siglo. El rentismo capitalista colapsó definitivamente. El gobierno fue incapaz de percibir las claras señales que anunciaban la crisis, y luego se dedicó a enfrentarla de lado, a nivel sintomático (y a veces a nivel meramente mediático), y mantiene la rémora de un Estado incapaz y corrupto. El 80% del país no quiere a Maduro.
Lo asombroso es (ante la cuantía del rechazo, el tamaño de la crisis, la torpeza del gobierno y la injerencia del Imperio) el nivel de estabilidad y/o resistencia de Maduro. Claro, otros factores lo apuntalan: la brutalidad de la oposición (que ayuda), el apoyo de la FA (que no es poca cosa).
Pero la mayoría de esos factores son consecuencias de una condición estructural: la polarización social. O sea, las visiones y los horizontes distintos, que aquí está sembrada la inclusión, la justicia social, el orgullo soberano, la solidaridad, entre la mayoría de los venezolanos. Miren hacia abajo y lo verán.
El uso de polarización política para concentrar a los respectivos partidarios, auspiciar la locura y ocultar los errores propios es algo detestable, es verdad. Es inmoral que el gobierno utilice la polarización política para encubrir la ineficacia y la corrupción, mientras la oposición la utiliza para convertir el descontento en odio y en gritos aventureros de una Derecha sin norte ni concierto.
Pero hay que ver más allá de la nata. Aunque al 80% no le guste Maduro, más de la mitad de esos descontentos tampoco quiere entregar su destino a los especuladores de Consecomercio ni a los financistas de la MUD. Los descontentos con gobierno y oposición no son unos “ni-ni” de posturas descoloridas, así que les resbalan los discursos de reconciliación, las baladas sobre el amor que acaba con las ideologías y demás bellas generalidades inútiles.
Seguramente una política “despolarizada” de acuerdo nacional se parecería a la del Arco Minero, que reconcilió gobierno chavista y transnacionales mineras. No es muy diferente de la propuesta opositora de negociar préstamos con el FMI.
Es complejo. Pero se entiende más si se mira hacia abajo.

Domingo 9/10/2016. Aporrea.