sábado, 27 de abril de 2019

Maduro: El peor gobierno de la historia republicana



Orlando Zabaleta.



Casi todos saben que el gobierno de Maduro es el peor gobierno de la historia de Venezuela. Así lo recogerán todas las crónicas del porvenir, hasta los textos escolares.
En vano los historiadores del futuro buscarán parangón a este desastre. La hiperinflación y la caída del PIB ya dejaron muy atrás la estanflación de los 90 en la que Caldera y Petkoff nos embarcaron con sus experimentos neoliberales. Hasta hace unos años nos pasmábamos de haber alcanzado 103,2 % de inflación en 1996. Qué ingenuos éramos.
Por aquellos tiempos, Luis Guisti asfixiaba la entrada de dólares petroleros promoviendo la sobreproducción que desplomó el precio del barril a menos de 10 dólares y usando cualquier mecanismo (depósitos en cuentas extranjeras o compras de activos, muchos inútiles, en el exterior) para evitar que los petrodólares entraran al país. Pero la contribución de Maduro a la mengua de nuestros ingresos es más simple y directa: abatir la producción del crudo, que fue de 2.356.000 barriles por día en 2013, cuando asumió la presidencia, hasta 1.137.000 bpd en 2018; acumulando una caída de 1.219.000 bpd en cinco años. Ya en enero de este año, antes de que Trump arrancara con sus nuevas sanciones, el retroceso superó con creces los 100 mil bpd y el colapso de PDVSA continuaba y se aceleraba, según la OPEP.
Los cronistas del mañana tampoco podrán hallar comparación para la actual crisis con los calamitosos años posteriores a la Guerra Federal, que tanto devastó al país, destruyó la agricultura y nos agarrotó de deuda; aunque Juan Crisóstomo Falcón, el héroe de la Federación que asumió la presidencia, era muy proclive a enfrentar los problemas ignorándolos y ocultaba la indefinición ideológica debajo de la repetición de consignas; así, mientras echaba al olvidó el grito antioligárquico y el reparto de la tierra por la que el pueblo había luchado, era muy insistente en recordar discursivamente a Zamora y en asentar con ostentación aquello de “Dios y Federación”.
Actualmente los niveles de pobreza han alcanzado medidas históricas porque la destrucción del aparato productivo ha sido gigantesca. La caída del PIB en estos cinco años es inédita, tanto por la cuantía como por la duración de la desaceleración económica. Y este año tendremos una hiperinflación de cuatro o diez veces mayor a la de 2018. Llevar la inflación a más del millón por ciento no parecía ni siquiera posible. Y Maduro lo hizo, y ahora se prepara para superar al menos en cuatro veces su monumental record de 2018.
Hay que agregarle el estado crítico de los servicios públicos, de todos. No solo el agua y la energía eléctrica, también el gas, las comunicaciones telefónicas, Internet, la recolección de basura, la limpieza de las calles, el mantenimiento de la vialidad, el transporte de cualquier tipo (urbano, extraurbano, público o privado). Y la salud y la educación.
El deterioro del respeto a los derechos humanos es evidente. Desde la puesta en práctica de la OLP, un operativo de “seguridad” que consistía en la ejecución extrajudicial de presuntos o reales delincuentes (operativo que contó con el apoyo de atrasadísimos sectores de la opinión pública, tanto del gobierno como de la oposición). Ahora es el FAES el que se encarga de administrar la pena de muerte en un país que constitucionalmente la prohíbe. Ante la pérdida de sostén popular, el gobierno aumentó la represión y criminalizó la crítica y la disidencia. Se volvió cotidiano el arresto de opositores y de dirigentes sindicales nada más que por protestar. El que protesta será apresado y puede ser acusado de terrorista (como acostumbran en Estados Unidos o en Colombia).
Regresó la vieja práctica adeca de enviar a los civiles a juzgados militares, violando el derecho a ser juzgados por sus jueces naturales. Al igual que la detención sin presentación ante un juez, dejando al detenido en un limbo extrajurídico por tiempo indeterminado. Hay muchas denuncias de torturas que han sido descartadas sin la investigación debida. Por ahora la represión no ha alcanzado los niveles de los gobiernos de Betancourt y Leoni, con su historial de desaparecidos, torturados y asesinados; pero va rápido por ese camino y el autoritarismo creciente del gobierno es alarmante. El gobierno no se siente limitado por las leyes ni por la misma constitución, y menos por la opinión de sus bases de apoyo, que, aunque se auto declaran (y hasta se creen) de “izquierda”, callan o aplauden los abusos antidemocráticos y violatorios de derechos humanos elementales, igualándose a la tradicional derecha gorila del continente.

¿Cómo lo hizo?

Pues sí, en el futuro los historiadores no discutirán que Maduro encabezó el peor gobierno de la historia de Venezuela. Lo que costará a las futuras generaciones entender es cómo hizo para desbaratar el país tan profunda y tan rápidamente. En abril 2013, cuando Maduro asume la presidencia, había serios nubarrones en el comportamiento económico, que pudieron ser enfrentados bien, o regular o mal. Enfrentarlos peor que mal, tan catastróficamente, fue algo que nadie esperaba.
El barril de petróleo venezolano se cotizaba en 98 dólares. Pero ya se sabía que el precio del petróleo entraría en declive. Este ciclo de descenso tenía un rasgo distinto a los anteriores ciclos (con un nuevo factor estructural en la oferta): la naciente forma de extracción del petróleo: el fracking, una técnica que permite extraer petróleo de las piedras, y que posibilitaría a los Estados Unidos un gran aumento de su producción petrolera. La profundidad del descenso (hasta cuándo caería el precio y por cuánto tiempo duraría bajo) sí no estaba claro, así como no estaba claro si los grupos ecologistas norteamericanos podrían limitar la producción por fracking (que tiene un fuerte impacto ecológico). Pero un gobierno responsable, a partir del diseño de diversos escenarios, tendría que planificar posibles respuestas, y preparar medidas preventivas.
Maduro decidió no hacer nada. Impasible esperó el derrumbe del precio, simplemente por el temor a atemorizar a la gente, que, según el gobierno, no hubiera entendido el porqué de los “recortes”, o de las advertencias de una emergencia.
Así se mantuvo la entrega a granel de dólares subsidiados, un tipo de cambio absurdo y dañino, el precio de la gasolina a un nivel irracional, en medio de un creciente gasto público. Por supuesto que las reservas internacionales desaparecieron y los desequilibrios ya existentes se volvieron gigantescos. El precio de la gasolina, mucho menor que el de una botellita de agua mineral, era un fardo insostenible hasta para PDVSA. La relación entre el dólar oficial y el paralelo crecía día a día, propiciando la fuga de divisas de muchas maneras (en monedas o en productos subsidiados) y favoreciendo diversos mecanismos de corrupción. El gobierno tomó el camino de sostener el gasto creciente a través del endeudamiento y del déficit fiscal.
Irresponsablemente el déficit engordó sin medida. El Banco Central es el que paga los gastos del gobierno y los de PDVSA a través de una liquidez artificial que es pura espuma. La inflación se hizo galopante y la depresión se instaló.
Para justificar la escasez (forzosa consecuencia de la caída de las importaciones en un país que prácticamente todo lo importa) y la inflación (producto de la conjugación de la poca oferta de productos con el aumento de la liquidez) el gobierno utilizó como justificación lo de la “guerra económica”.
La comparación de nuestra “guerra económica” en esos años con el Chile de Allende o, más aún, con el caso cubano era extravagante. Sobre todo porque el gobierno de Maduro comerciaba millones de dólares con todas las transnacionales gringas y europeas: importaba productos y firmaba contratos de servicios y hasta formaba sociedades con grandes empresas internacionales del sector petrolero y minero. A lo sumo, el único factor identificable en los primeros años del gobierno de Maduro como “guerra económica” del imperialismo era la baja clasificación que las agencias de evaluación de riesgo (Standard and Poor's, Moody's,) nos asignaban, que siempre aumentaban los riesgos de Venezuela como deudor; y, claro, ello influiría en nuestros costos de endeudamiento en el sector financiero.
Lo cierto es que al abrigo de la “guerra económica” el gobierno logró convencer a sus ya convencidos partidarios de que no era responsable del hambre que pasábamos. Que la escasez no era producto de nuestra falta de producción combinada con la caída de nuestra capacidad de importación, sino que teníamos una producción grandísima pero que estaba acaparada por empresarios que se arriesgaban a quebrar sus empresas para tumbar al gobierno, o se escapaba hacia Colombia (Maduro llegó a decir, y consiguió quien se lo creyera, que el 40% de los alimentos se iba por los caminos verdes). El aumento constante del precio del dólar no se debía a que nos ingresaban muchísimos dólares menos y a que la inflación se comía al bolívar, sino a que una simple página web podía establecer la pauta del precio del dólar contra el BCV y todo el Estado venezolano; cuento este último que también consiguió su cuota de creyentes.
A diferencia de los grandes conflictos de la historia mundial, la idea de “guerra” económica sirvió para justificar la corrupción y la ineficacia abrumadora. En las guerras donde los países se juegan la vida, los generales que llevan a las derrotas son alejados de sus puestos de dirección, degradados o incluso son guillotinados o fusilados cuando cuesta diferenciar la incapacidad de la traición. Aquí, por el contrario, a los derrotados “generales” que protagonizan las derrotas de la “guerra económica”, se les daba nuevos batallones y tareas en las cuales seguir fracasando: la lista de ministros, viceministros, gerentes de empresas; en fin, toda una burocracia de reconocida incompetencia, sigue siendo la elección predilecta de Maduro.
Hasta que de tanto repetir que “viene el lobo”, llegó la hora y vino de verdad el lobo. Trump empezó a limitar el acceso al sector financiero norteamericano el año pasado, y luego del 23 de enero de este año, una vez que tuvo bien colocado a su títere Guaidó, lo uso para prohibir el comercio de las empresas gringas o extranjeras con nosotros y para robarnos descaradamente los activos que estaban en el exterior. Ahora sí hay una guerra económica. Las empresas del mundo están amenazadas si mantienen el comercio con Venezuela.
Pero antes de enero de este año, ya Maduro había hecho bastante por la destrucción de la economía venezolana. Eso está clarísimo. Solamente la caída de la producción petrolera de los últimos dos años es una prueba de ello.
Nos hemos centrado en el aspecto económico por ser el más evidente, menos discutible y afectar a todos los aspectos sociales. Pero la destrucción, como sabemos, también fue adelantada en otras áreas: en el debilitamiento institucional y político, puesto que el gobierno, desde el 2015 se empeña en gobernar sin tomar en cuenta el rechazo mayoritario de los venezolanos ni el ordenamiento jurídico-constitucional de la República. La debilidad política institucional del país es el producto del inmediatismo político y la vocación cogollérica que caracteriza al gobierno y que comparte con la cúpula de la oposición.
La debilidad como país a la cual nos condujo el gobierno de Maduro es un factor importante en la conformación de la situación actual. La derecha del continente puede darse el lujo de agredir la soberanía de nuestro país sin temor. Lo peor es que es fácil imaginar que seremos más débiles (económica, social y políticamente) dentro de tres meses, y así sucesivamente.
Claro que también es cierto que los libros del futuro recordarán a Guaidó como el más arrastrado de los pitiyanquis de la historia. Su vocación de títere de Trump es asombrosa. Seguramente se usará el verbo “guaidear” para los que tienen tan profunda vocación antinacional y son tan serviles que llegan al extremo de pedir una invasión para su propio país. También Guaidó es un caso es muy especial.

Lo más importante

Lo anterior puede ser una síntesis de los estudios de los historiadores del futuro. Explicar los mecanismos de destrucción del país. Señalar a las dos cúpulas que utilizan la polarización para destruir el país en aras de una ambición ilimitada.
Pero lo más difícil de explicar, el gran misterio de los historiadores del futuro no será cómo actuaron los depredadores de ambos lados, ni sus malas intenciones. Recuerden que somos 32 millones de venezolanos; o sea, que hay que ampliar la mirada.
Lo más arduo de descifrar es cómo el bravo pueblo venezolano permitió que lo llevaran al despeñadero. Un pueblo cuyo instinto lo ha llevado varias veces a intervenir en situaciones críticas incluso sin líderes ni estimulados por movimientos organizados. Más de la mitad del pueblo venezolano ha evaluado bien a Maduro y a Guaidó, sabe perfectamente que con ambos seguiremos descendiendo en el escalón de la vida humana y el país será cada vez más endeble para salvaguardar su soberanía. Y, sin embargo, el pueblo venezolano no ha logrado constituir una alternativa con fuerza ante estos dos sectores. ¿Cómo la fragmentación ha sido más fuerte que la necesidad de que el pueblo venezolano enfrente la crisis autónomamente? Ese es el tema más controvertido hoy y lo será también en el futuro. Pero lo dejaremos para un próximo artículo, que, además, este aspecto aún está en pleno desarrollo.


PD: Este artículo NO fue escrito siguiendo las instrucciones del presidente Maduro.



Sábado, 27/04/2019. Aporrea

Freddy, agente de la CIA, planifica atentar contra el sistema eléctrico



Orlando Zabaleta.



I

A través de su teléfono satelital codificado, el agente Freddy contestó la llamada de un alto jefe desde la mismísima sede central de la CIA en Langley (Virginia, Estados Unidos). Le habían adelantado que le encargarían una operación especial cuya línea de mando no pasaría por el canal regular de la Embajada. El excitado agente Freddy se sentía tan halagado como preocupado por el compromiso que iba a asumir. Ya el encargo en sí era como una promoción.
–Buenas noches, Freddy –retumbó la voz del Alto Jefe que a Freddy le pareció impregnada de una autoridad terrible. Freddy apenas respondió “A la orden, sir”, alegrándose de que le hablaran en español, que el agente criollo era consciente de su mala pronunciación inglesa. El Jefe fue directo al grano:
–Destruirá el Objetivo identificado en tu manual como P83, es una planta termoeléctrica, con esa planta fuera de juego disminuiremos la oferta de energía eléctrica. Investiga la situación, haz el plan, pon a punto los recursos necesarios e infórmanos.
Freddy investigó, tal como le pidieron sus jefes desde USA. Revisó concienzudamente los planos de la Planta, elaboró un boceto inicial del plan, recopiló todos los pertrechos necesarios (C4, armas, vehículos, radios) y puso en alerta a cinco agentes subalternos en cuya capacidad confiaba, luego hizo la pertinente revisión sobre el terreno, para terminar generando el plan de la operación. Lo revisó una y otra vez, corrigió aquí y allá, y al final lo dio por terminado con cierto aire de orgullo.
Seis días después respondió la llamada del Jefe de la Agencia allá en el Norte.
–Buenas noches, Jefe, ya tengo todo preparado para la operación –informó diligente y orgulloso–. Un plan sencillo y efectivo altamente eficaz…
–Muy bien, agente Freddy…
–Pero, señor –interrumpió el agente–, quería preguntarle una cosa: ¿ejecuto el plan ahorita, o sea, volamos la P83 ya, o esperamos a que la reparen? Porque esa Planta lleva trece meses parada, y los del gobierno se la pasan prometiendo que pronto la volverán a poner en operación, pero la verdad es que nadie sabe cuándo la repararán.
¡Maldición!, se decía a sí mismo Freddy, que veía escapar su momento de aventura, ascenso y gloria. No era la primera vez que tenía que suspenderse un operativo o campaña de sabotaje porque la ineficacia gubernamental demostraba ser mucho más dañina y criminal. Así habían sido suspendidos los planes contra la producción masiva de gas doméstico, los mega-atentados contra el transporte público, la voladura de la siderúrgica para detener la producción de acero. En materia de sabotajes siempre el gobierno lo hacía mejor.
La moraleja del cuento es simple: ¿Vale la pena malgastar recursos, exponer vidas y correr el riesgo de complicaciones internas en operaciones terroristas que no van a ser más destructivas que el accionar de la misma burocracia?, se preguntarán las agencias de espionaje gringas.

II

Si la falla del Guri fue producto de un ataque cibernético, como alega el gobierno, o fue el resultado del innegable abandono y la persistente desidia que ha sufrido el Sistema Eléctrico Nacional, como cree la mayoría del país, ha sido la discusión de todos en estos días. Pero esa discusión está signada por la polarización: se debate como una cuestión de fe y, enceguecidos, los extremistas de ambos lados hasta niegan que la tesis contraria sea posible. Pero se equivocan: en principio ambas explicaciones son plausibles.
La mayoría del país asume que la caída del Guri fue producto del deterioro del Sistema Eléctrico Nacional. Es lógico: todos sufrimos apagones casi diariamente y algunos viven días enteros sin energía. Nos consta, pues, que el Sistema Eléctrico, ayuno de inversiones y alimentado de desidia, lleva años arrastrándose hacia el desastre.
Hay otros factores que desacreditan la versión del “saboteo electrónico”. Las declaraciones del gobierno sobre el tema fueron oscuras: incompletas, contradictorias. Al principio se dijo que el daño del “cerebro” del Guri afectaba la distribución. Luego resultó que las turbinas se habían detenido y la falla era de producción. Es ese el estilo de la política comunicacional del gobierno, tanto en economía como en salud o electricidad: nombres o frases más que explicaciones, revelaciones incompletas y contradictorias.

III

Pero otros aspectos son más importantes que ese debate de las causas: el de la credibilidad del gobierno y el de la vulnerabilidad del país.
El gobierno ya alcanzó niveles gigantescos de falta de credibilidad. El pueblo tiene mucha experiencia en sus mentiras: que si este (en los últimos cinco años) es “el año de la recuperación económica”, que si con este “nuevo” Dicom o con el petro acabaremos con el dólar paralelo y resolveremos los problemas económicos, que si íbamos a una situación de “déficit cero”. Esas son solo las mentiras económicas, las citamos porque, acéptelo o no, tienen la virtud de ser innegables. El que las creyó en su momento ya está cansado de desencantos.
Si el gobierno fuera un gobierno serio hubiera creado una comisión amplia y de buen nivel, con técnicos y profesionales reconocidos, con una representación idónea de diversos factores (incluso hasta de la ONU) para realizar una investigación completa y definitiva de las causas del mega-apagón. Una comisión de la que nadie pudiera dudar. Así hubiera ganado políticamente: bien porque demuestra su explicación, la del sabotaje electrónico, como correcta; o, en caso de que la comisión no avale su versión oficial, el gobierno tendría la voluntad de demostrar su voluntad de hacer correctivos (empezando por despedir a los que intentaron engañar al país con una explicación falsa y a los que son responsables de una vulnerabilidad tan grande).
Pero al gobierno no le preocupa su falta de credibilidad. Le basta con el apoyo ciego de una minoría de convencidos. El gobierno no busca convencer, sino hacerse repetir.
El otro aspecto, más importante que la causa del apagón, es el de las vulnerabilidades. Sí hubo fuertes tambores de guerra hasta el 23, el loco de Trump insiste en que considera “todas las opciones” y su títere Guaidó prefiere la opción militar. Ahora, aunque haya bajado la posibilidad de guerra, sigue estando presente. Es inaceptable que el gobierno, que se declara valiente defensor de nuestra soberanía ante el peligro de invasión extranjera, no haya hecho un balance de nuestras vulnerabilidades, que son bastantes. Desde el sistema eléctrico hasta nuestro débil sistema de pagos (la falta de efectivo combinada con un sistema de pago electrónico que se cae en tiempos normales). ¿Se imaginan un ataque militar realizado mientras hay un apagón total? ¿O una caída del sistema de pagos e internet? Y hay muchos más puntos débiles a tomar en cuenta. Por eso alarma que Padrino López declare, después del apagón, que la FA ejecuta un plan de monitoreo aéreo y de resguardo a las instalaciones del sistema eléctrico, ¿no deberían estar ejecutando ese plan desde hace años, años durante los cuales Motta Domínguez le ha atribuido las fallas del servicio al saboteo y a la guerra económica?

-
Posdata: Este artículo NO fue escrito ni pensado “siguiendo instrucciones del presidente Maduro”.



Martes, 19/03/2019. Aporrea.

Maduro ya perdió todo lo que Chávez dejó



Orlando Zabaleta



I. Un cuento ruso
“Todo lo que Lenin hizo lo hemos perdido para siempre”, gimoteaba en privado Stalin en su palacio del Kremlin. Eran los primeros días del sorpresivo ataque nazi a la URSS en 1941 y las tropas hitlerianas habían ocupado con facilidad buena parte de la URSS europea. Parecían indetenibles ejecutando en suelo ruso la famosa Blitzkrieg (guerra relámpago) con la cual habían conquistado a casi toda la Europa continental.
Una vez muerto Lenin en 1924, Stalin logró eliminar a la vieja guardia bolchevique, acusando a los compañeros de Lenin de traidores y hasta de ser espías alemanes. El combativo partido bolchevique acabó convertido en una dócil jauría que se relamía persiguiendo a cualquiera de sus filas que fuera declarado enemigo. En su paranoia Stalin también había purgado al Ejército Rojo tildando a sus oficiales de renegados salta talanqueras. Los cargos vacantes en el ejército soviético fueron ocupados por una oficialidad sin experiencia o de comprobada incapacidad; pero, eso sí, de absoluta lealtad al camarada Stalin. La incompetencia del Ejército Rojo estalinista se había hecho pública en 1939 con su pobre actuación al enfrentar al pequeño ejército finlandés.
Así que Stalin tenía razón al asumir su culpa en el desastre, aunque fuera en la intimidad y temporalmente. Hitler y el alto mando alemán contaban con la desarticulación militar soviética y también con el descontento que la opresión nacional, social y estatal de la burocracia había producido en la sociedad soviética. Y, efectivamente, algunos sectores de la población saludaron a los invasores como libertadores; pero los nazis, orgullosos representantes de un pueblo ario, no tenían hacia los pueblos eslavos más que un desprecio profundo y mortal que mostraron desde el primer día. Asesinados, perseguidos, apresados sin contemplaciones ni motivos, los pueblos soviéticos asumieron que, aunque odiaran a Stalin, tenían que arriesgar la vida enfrentando al despiadado invasor si querían tener alguna posibilidad de conservarla.

II. El cuento venezolano
Las comparaciones históricas tienen eficacia pedagógica. Dan luz, color y vida a una explicación, abren una vía intuitiva a un concepto. Incluso nos interrogan sobre las diferencias entre las dos situaciones que se cotejan y nos lanzan inesperadas preguntas. Pero tomadas literal y alegremente siempre son una trampa. Porque en realidad, estrictamente, la historia nunca se repite, ni siquiera en las dos versiones que decía Hegel, una como tragedia y otra como comedia.
El lector sabe, desde el título, que la referencia a Stalin y a la URSS plantea una comparación con la situación actual de Venezuela. Pero es menester señalar las diferencias.
La comparación de Stalin con Maduro se refiere al aspecto de la “herencia” política que recibieron y asumieron: ambos se montaron sobre lo que había hecho otro, Lenin o Chávez, de mayor visión y con proyectos de más largo aliento. Y ambos malgastaron la herencia.
Pero es ridículo llamar a Maduro “dictador”. Los jefes políticos que tal hacen actúan de mala fe, y la mayoría de los que lo repiten lo hacen por ignorancia (más o menos grande, por cierto) y con mucha ceguera emocional. Si en una dictadura usted llama públicamente dictador al presidente tiene dos opciones: o lo hace desde el exterior o desde la clandestinidad. Digo, si pretende conservar la vida.
El gobierno de Maduro ni remotamente ha alcanzado en cuanto a represión el historial de los gobiernos de Betancourt y Leoni; y en cuanto a acciones que pudieran tildarse de genocidio tampoco alcanzaría a la respuesta de CAP II al Caracazo, que sobrepasó los mil muertos.
Ah, pero el gobierno de Maduro, enviciado en culpar a los demás de sus monumentales errores, tiene la piel hipersensible ante la crítica, y la ha enfrentado aumentando sostenidamente el autoritarismo. Ha criminalizado la protesta, y nos ha retraído a la época de los primeros gobiernos de la democracia representativa, cuando los civiles eran remitidos a los tribunales militares. Ha habido actos de los cuerpos represivos (allanamientos o detenciones) que claramente buscan atemorizar a potenciales protestantes. Prisioneros mantenidos en un limbo legal, donde ni la fiscalía ni los tribunales definen la situación del detenido; o sea, esas detenciones arbitrarias contra las cuales la humanidad civilizada lleva siglos luchando. En fin, Maduro encarna un gobierno autoritario que al aumentar sus respuestas represivas sí se encamina hacia una dictadura.
Se encamina, pero lo más interesante es que no puede. No puede ni queriendo. El Estado venezolano no puede controlar el tránsito; ni las fronteras; ni amplísimos territorios dedicados a la minería ilegal; ni las cárceles; ni algunas zonas urbanas tomadas por el hampa y los paramilitares. El Estado venezolano ni siquiera puede garantizar que un billete de obligatorio curso legal (como el billete de 2 bolívares) circule. Así que no espere usted que pueda instaurar una dictadura. Y no se confunda por el abuso descarado y el autoritarismo desfachatado, que los niveles represivos de las democracias formales pueden ser muy alto. Revise nuestra experiencia histórica.

III La herencia perdida
Cuando Chávez se despidió por última vez señaló que, pasara lo que pasara, “tenemos Patria”; era verdad. Teníamos Patria: había una robustez económica innegable (e imprescindible para la conformación del Estado-Nación): reservas económicas e índices económicos aceptables y hasta respetables; el mejoramiento del índice de Gini había sido constante y el entusiasmo mayoritario de los sectores populares era una buena base para el fortalecimiento social y nacional.
Pero también había ciertos desequilibrios y amenazas tanto estructurales como coyunturales. El “modelo” económico tenía ciertos problemas. El “modelo”, claramente, es una combinación de rentismo, cristianismo y keynesianismo. Los que hablan de socialismo y comunismo son los crédulos propagandistas del gobierno, por un lado, y los atrasados anticomunistas de la Oposición que han resucitado el viejo macartismo de los 50, por el otro. Ambos bandos, evidentemente, no sienten ninguna vergüenza en sacar a pasear su ignorancia en público. El sustrato de esas creencias es meramente emocional. Pero ese no es el tema de este artículo.
En todo caso, el modelo rentista (que podía mantener un dólar baratísimo) solo era sostenible sobre la base de una inmensa entrada de ingresos petroleros. Al encargarse Maduro de la presidencia se esperaba que el petróleo de esquisto impactara a la industria petrolera y produjera una caída de los precios del petróleo, eso conjuntamente con la aceleración de la inflación y el cada vez mayor desequilibro entre el dólar oficial y el paralelo, nos alertaba que el país atravesaría serias dificultades. Maduro tuvo entonces, hace más de cinco años, la opción de enfrentar la crisis (teniendo aún recursos económicos, sociales y políticos para ello) o (por temor a alborotar el avispero y llamar al país a asumir los necesarios recortes) no hacer nada en materia económica y dedicarse a la “batalla política”.
Entonces el país fue desbaratado. Se debilitó totalmente, se destruyó la industria petrolera, y se dejó que la deuda se convirtiera en una carga pesadísima y asfixiante. El Banco Central pasó de ser protector de la moneda a ser su principal adversario al financiar el déficit fiscal con una liquidez descomunal. Se abandonó la infraestructura pública. Retrocedieron todos los avances sociales en materia educativa y de salud. Los servicios públicos (gas, electricidad, agua) entraron en crisis que tiende a la parálisis. La corrupción y la ineficacia del Estado venezolano se fortalecieron sin freno y sin recato. La mayoría del país está descontenta y desesperada con la crisis en todos los campos que padece diariamente.
Debilitada la Patria, los viejos enemigos del país aprovechan para hostigarnos; desde los grandes hasta los chiquitos. Trump y el gobierno de Guyana lo que hacen es aprovechar la fragilidad de nuestra situación. El gobierno de los Estados Unidos, eterno defensor de todas las malas causas que padece la humanidad, puede darse el lujo de amenazarnos descaradamente con el apoyo de la mayoría de los países latinoamericanos. Los buitres de los grandes poderes de la Tierra auspician el proceso degenerativo que el gobierno criollo adelanta para que la injerencia sea más fácil. Y para empeorar las cosas tenemos más apátridas que nunca y los locuelos de ambas polos pretenden llevarnos a una guerra civil o internacional que amputará nuestro futuro como nación por siglos.
Teníamos Patria, pero el gobierno de Maduro la perdió.
Maduro podría practicar el mismo acto de constricción que hizo Stalin, y reconocer: Todo lo que Chávez dejó lo hemos perdido. Y hacer lo que debe hacerse en tan delicada situación: llamar al Pueblo Soberano a que se pronuncie. Convocar a un referéndum que le pregunte al pueblo si se llama a elecciones para relegitimar todos los poderes.
En otras palabras, buscar una salida que sea constitucional, soberana, democrática, nacional, popular y pacífica. Abrir una puerta por la que podamos volver a tener Patria.

Viernes, 22/02/2019. Aporrea.

Lo que no entiendo


Orlando Zabaleta


I

No entiendo que en las redes sociales haya tantos nacidos en Venezuela a quienes les parezca poca cosa que sea Trump el que adelante el proyecto de Guaidó. O, dicho con más precisión, que sea Guaidó el que adelante el proyecto de Trump.
Me sorprende que a nacidos en Venezuela (no sé si sea válido llamarlos venezolanos) les parezca algo baladí que el general Jefe del Comando Sur y los senadores y representantes más antediluvianos del Norte nos amenacen diariamente y repitan lo de la opción militar a cada rato. Que hayan colocado a un conocido terrorista y asesino de cuello blanco como Abrams (condenado por el caso Irán-Contra, aquel asunto de tráfico drogas y armas para mantener a los Contra) como “enviado especial” de Trump para Venezuela. Que, en concierto con el autoproclamado Guaidó, los gringos hayan dejado personal en la Embajada Norteamericana como cebo, como una trampa que sirva de excusa para una acción militar gringa en nuestra patria.
De paso: hay una cobija argumentativa que utilizan esos nacidos en Venezuela para ocultar sus partes pudendas pitiyanquis: ¿se han oído a sí mismos cuando comparan al Imperio yanqui con el “Imperio cubano”? ¿Saben contar fuerzas militares, poderío financiero, empresas transnacionales? Por supuesto que las transnacionales chinas son empresas capitalistas, y cuánto más las rusas, que el Partido Comunista Chino tiene año tras año más millonarios en su seno. Si las fuerzas armadas de alguna de estas dos potencias mundiales, China o Rusia, estuvieran decidiendo quién es el presidente de Venezuela y nos estuviera amenazando militarmente, en estas notas simplemente yo, como buen e inevitable venezolano, sustituiría donde dice “yanqui” o “gringo” por chino o ruso (sin esconderme en que los gringos son peores). Eso de exculpar a un ladrón porque otro ladrón robó igual o más siempre me ha parecido ridículo (e inmoral, es una vieja defensa que utilizaban AD y Copei uno contra otro).
Pero si consideramos la historia se podría no considerar válida mi sorpresa. Porque sé que siempre hemos tenido pitiyanquis desde la época de Gómez. Genuplexos y presurosos para el “Yes, sir, yes, sir”. Pero precisamente desde el 23 de enero de 1958, se demostró que los pitiyanquis eran una minoría ante las mayoritarias manifestaciones en las calles de un pueblo digno. ¿Recuerdan la visita del vicepresidente Nixon en ese año? Los marines se pusieron en alerta para invadirnos.
Como quiera que desde mediados de los 80 la burguesía “nacional” le pidió al Estado que no la “protegiera” más con aranceles, porque ella y que iba a “globalizarse”, la onda de no producir un clavo sino importarlo se expandió aún más, y con el país más globalizado el pitiyanquismo creció entre ciertos sectores de la clase media (que en la década anterior no pasaban del relativamente inofensivo “ta´barato deme dos”).
Posiblemente esas posturas antinacionales sean más visibles en las redes sociales. Allí se han mezclado con el “radicalismo” (o acaso con el histerismo). En Internet es el campo de batalla donde tanto valiente tecleador está dispuesto a entregar todo (todo lo que no sea de él) para acabar con Maduro. Estoy convencido de que en los últimos tres o cuatro años el sostén más importante de Maduro han sido precisamente estos “radicales”, no solamente porque dominados por la histeria asustan a sus propios partidarios con su sed de sangre, la guarimba y la incitación al saqueo. También porque los políticos más inteligentes de la Oposición, aunque en privado dicen que esos talibanes, cibernautas o pedestre, son unos maniáticos, no se desligan de ellos por miedo o por demagogia, y la Oposición acaba repitiendo frases fuertes y muy emotivas pero sin ninguna política. El último caso fue el de Falcón, que tenía razón cuando les decía “Si votamos, ganamos”, pero los Opositores decidieron irse por el camino de la abstención. Apenas la Oposición ha agarrado algún vuelo, salen de su propia fila los “radicales” a sabotearla. Si el gobierno de Maduro no fuera tan requetemalo la Oposición no hubiese salido del pozo depresivo en el que se metieron en 2018.

II

Tampoco entiendo cómo un nacido en Venezuela, en pleno uso de sus facultades mentales, o sea, con un gramo de cerebro y un poquitico de responsabilidad puede despachar tranquilamente las posibilidades de una guerra civil. No soy pacifista en abstracto. Ninguna guerra es buena pero hay guerras necesarias, como la que adelanta un pueblo contra un invasor extranjero. Pero las guerras civiles son un caso aparte, a fin de cuentas son enfrentamientos de hermano contra hermano, han sido sumamente crueles (más que las guerras nacionales), posiblemente porque los contendientes se saben tan iguales que exacerban el odio y apelan a la crueldad para ocultarse a sí mismos el carácter fratricida del combate.
Una guerra civil no solo traerá mucho más dolor del que ahora padecemos. Dejará una deuda inmensa, pesada e impagable de sangre. Y será una tragedia que nos cancelará como nación por décadas, o quizás para siempre. Ningún bando podrá ganar una guerra civil, ambas partes serán perdedoras y todos saldremos derrotados.
La irresponsabilidad criminal ante este peligro la comparten tanto la Oposición de derecha como el gobierno de Maduro (también de derecha pero con discurso izquierdoso). No les importa a ninguno correr el riesgo, y cada cual intentan convencer a sus respectivos seguidores de que ganarían la guerra. Y de que será corta (cosa que nadie sabe).
Bien sea por invasión o guerra civil, estamos ante el peligro de un desastre nacional de grandes proporciones y de permanentes consecuencias. Métanselo en la cabeza.

III

Y menos entiendo a esos maduristas que creen que se la están comiendo cuando preguntan que dónde están los chavistas críticos. Esos maduristas sabihondos deberían asumir su responsabilidad y preguntarse cómo hizo Maduro para llevarnos a esta situación en tan solo 5 años. Así como se creyeron que una página web podía ser más poderosa que el gobierno y el Banco Central y tenía el poder de fijar la tasa de cambio del dólar, ahora parecen creer que los críticos eran más fuertes que el Ministerio de Comunicación y serían los responsables del desbarajuste que realizó el gobierno. Habrase visto tamaña confusión mental.
La pregunta pertinente es qué hubiese pasado si esos maduristas hubiesen cumplido su deber revolucionario y criticado con fuerza tanto desacierto y absurdo, en lugar de repetir consignas laudatorias, combatir cualquier disidencia y acusar de traidor a cualquiera que criticara el nefasto rumbo del gobierno; o sea, en lugar de actuar como cualquier conservador. A lo mejor hubiesen hecho más difícil que se ejecutara tan mala gestión. Al menos hubiesen alzado la voz contra eso de colocar a los más incapaces en la dirección de los organismos públicos; o hubiesen criticado la virtual desaparición del Banco Central o su renuncia a proteger la moneda nacional; o el modelo de endeudamiento de PDVSA que tenía que volverse insostenible, máxime gastando miles de millones de dólares para el subsidio insensato de la gasolina; o la gestión de los servicios públicos que se deterioraban constantemente. Pregúntense si un ambiente revolucionario (es decir, crítico y exigente, en lugar de pasivo, permisivo) no hubiese evitado o moderado al menos las más absurdas fallas del gobierno (aunque sea que hubiese evitado la caída de la producción petrolera en los últimos cinco años).

IV

La única vía que tenemos como nación es una salida pacífica, constitucional, democrática. La única salida es llamar al pueblo a decidir soberanamente. Debe empezar una negociación seria, dejando a un lado a los histéricos. Que cada cual amarre a sus locos y deseche las irracionalidades. Esa negociación debe ir más allá de los dos actores que utilizan la polarización para creerse mayoría y obligarse así a permitir la participación de muchos sectores sociales (sindicatos, organizaciones populares, representantes de diversos sectores).
Gobierno y Oposición podrán ir a una negociación a ganarla, están en su derecho, así es la política, pero colocar ese derecho por encima del país sería un crimen sin nombre. El gobierno no puede creer que “gana” si aprovecha los errores de la Oposición. La Oposición no puede sentarse dividida y cambiando de opinión a cada momento como hizo en la última negociación.
Es necesario algo inusual, casi revolucionario: una actitud responsable de todos ante el pueblo venezolano.

Martes, 29/01/2019. Aporrea