domingo, 27 de diciembre de 2015

Entre Navidad, poetas, pueblo y esperanzas

Orlando Zabaleta.


Los días del 24 al 31 de diciembre nos marcan a los venezolanos. Lo digo evocando a Andrés Eloy, quien forzado a recibir el Año Nuevo lejos de la Patria, en tierra extranjera donde, decía, el gozo tiene “menos caridad y la alegría de cada cual va sola”, recordaba con dolorosa nostalgia a su pueblo:
“Las manos que se buscan con la efusión unánime /de ser hormigas de la misma cueva; /y al hombre que está solo, bajo un árbol, /le dicen cosas de honda fortaleza: “¡Venid compadre, que las horas pasan; /pero aprendamos a pasar con ellas!”
Mi generación se acostumbró a recibir en familia el Año Nuevo escuchando “Las Uvas del Tiempo”, que no había emisora de radio o televisión que no transmitiera el poema para señalar el fin del año viejo.
A veces, alguna radio o televisión anunciaba primero que otras “las doce”. Y, entonces, nos confundíamos, y unos arrancaban a abrazarse mientras otros insistían en que no era la hora exacta (“No son las doce, no son las doce”). Una vez, en mi casa familiar de La Candelaria, nos dimos el Feliz Año antes de tiempo, para luego, alertados por el silencio de la calle, tener que repetir el rito. Y en otra ocasión nos retrasamos, y  la algarabía de afuera y los vecinos tocándonos la puerta nos obligaron a abrazarnos rapidito.
Ay, dirán mis viejos amigos, con la edad Orlando se está volviendo nostálgico. Y se equivocan: siempre lo he sido. Pero, tranquilos: no me pondré a rumiar sobre la “pérdida de valores” y esas simplezas tan repetidas la mayoría de las veces con inconsciencia, hipocresía y autosuficiencia alarmantes. Dios me libre.
Lo que sí quiero, en días como estos, es defender a la esperanza. Aunque coincido con Miguel Otero Silva: la esperanza es lo primero que se pierde. Llamando esperanza a la confianza en un futuro de pocas posibilidades. Sin embargo, creo que el ser humano, en las horas más desesperadas, aunque pierda la esperanza mantiene la fe.
Y aquí mis amigos dirán: Ah, vaina, ahora Orlando se metió a religioso. Pero no, saben todos que soy muy descreído. Como Fernández Retamar, llego a “no creer absolutamente en nada, ni siquiera que el incrédulo existe de veras”.
Llamo fe a mantenerse luchando aún en contra de todas las probabilidades. Porque aunque se apague la última luz de probabilidad, y con ella la esperanza, el hombre se mantiene y persiste. Y sobrevive en contra de todo pronóstico.
Pero defiendo la esperanza, esa primera trinchera. Siempre. Los 90 fueron unos años negros y terribles en muchos aspectos. Claro que muchos olvidaron esas penas, o vivían tan aislados que ni se enteraron. Por un tiempo, en los 90, hasta la esperanza desapareció, que estábamos mal e íbamos peor. Y, sin embargo, resurgió, y salimos de ese hueco. Llegó Chávez y ofreció esperanza, y el pueblo la tomó y la multiplicó como el pan y los peces.
Todos sabemos que el año que viene trae duros presagios. Que el gran dador, el petróleo, seguirá bajando de precio y los dólares no sólo no alcanzarán para el viaje a Miami, tampoco alcanzarán para traerle a la burguesía parásita los, ¿cómo los llaman?, insumos para que pueda producir alguito.
Será un año de definiciones y definitorio. Para el ahora y para el futuro.
Pero la esperanza es el alma irrenunciable del que sueña con un futuro mejor, con una Patria de justicia y de pueblo omnipresente.
Y, como me enseñó Aníbal Nazoa, “Creo en los Poderes Creadores del Pueblo”. Y sé que le buscará la vuelta a la cosa. Como siempre. Y, aunque estén ahorita muy esperanzados en la Casa Blanca y en las oficinas de las transnacionales, diré como Neruda, Venezuela, mi patria “no será vencida ni a extranjero dominio sometida”.
Así que viva la esperanza, que renacerá desde y en lo profundo del pueblo. Y Feliz Año para todos los hombres de buena voluntad. No pido disculpas por excluir (con premeditación, lo confieso) a los otros, a los de mala voluntad, que ni los ángeles que anunciaron a Jesús los tomaron en cuenta.
A los hombres y mujeres de buena voluntad, los que nos sabemos hormigas de la misma cueva, los que creen y sueñan con una Patria y  un mundo de justicia, aún por construir, donde las distancias sean abolidas para siempre, Feliz Navidad, hermanos.

Domingo 27/12/2015. Lectura Tangente, Notitarde.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Los oráculos

Orlando Zabaleta.


Desde la antigüedad se conoce el fenómeno de los que, aún sabiéndolo, caminan sin pausa hacia el abismo. Edipo era el ejemplo clásico, porque todo lo que se hizo desde que nació para evitar la nefasta profecía del oráculo de que mataría a su padre conllevó precisamente  a cumplirla. Edipo encarnó la lucha del hombre contra el hado inevitable del destino.
No es cosa de clásicos ni de épocas pasadas. Que muchos casos similares hemos visto, y acaso todos alguna vez enfrentamos la tensión con algún rasgo fatídico que tenaz nos persigue. Sea un amor o un enemigo.
Se supondría que en la política no es posible una situación similar. Que la política se la echa de racional. Eso de estar en la vía al precipicio, saberlo y continuar en ella, no sería, para nada, una acción aceptable para un político de nivel. Pero hay ejemplos en contra, como arroz.
Cuando el referéndum, no sólo las encuestadoras sabían que Chávez ganaría, lo sabían los mismos jefes de la autollamada Coordinadora Democrática. Pero, no podían ya salirse del camino, no podían detener el referéndum que ellos habían pedido. Tenían que seguir el camino de Edipo, ir con los ojos abiertos a la derrota; trágicamente,  digo, para los políticos. Porque los metidos a tales, como Granier y Ravell, que irresponsablemente propagaban  que ganaría la Oposición, no tenían partido ni tenían que rendir cuentas a nadie. Pero los políticos, los políticos que sin seguidores no son nada, no pensaron en nada, no se prepararon para la muerte anunciada del referéndum, así que, en medio de las idas y venidas de esa madrugada, decidieron cantar fraude tan irresponsablemente como Granier y Ravell.
Ahora, ¿qué pensaban la dirección del gobierno y del PSUV en las semanas anteriores al 6D? ¿Qué discutieron? Descarto que no supieran que iban directo a la derrota, porque las encuestas estaban allí, y todas eran de malos presagios, más poderosas que el Oráculo de Delfos. A esos altos niveles no se puede vivir de ilusiones ni de cantos de consignas.
¿Decidieron, entonces, enfrentar los adversos resultados  continuando con el alegato de la “guerra económica”, tal como lo expresó Maduro en su primera alocución post 6D? Pues, mala decisión.

El mal escudo
La “guerra económica” es un escudo endeble. Primero porque solo sirve para desconocer la crisis y sus posibles desarrollos. Así que genera todo tipo de acciones limitadas, incoherentes, algunas imposibles, y todas enfocadas en los efectos de la crisis. Nada que ver con sus causas.
Pero, segundo, los mismos resultados electorales  demuestran que la mayoría de los venezolanos no creen que la culpa sea de la “guerra económica”. Y los descreídos no son solo los que votaron por la Oposición. Muchos votamos por el GPP a pesar de que rechazamos que esa guerra fue la que nos trajo aquí. O sea, esa explicación ni siquiera convence a buena parte del chavismo. Es un argumento agotado, que se agotará más día tras día y cola tras cola.
Y, tercero, lo más importante: de continuar el gobierno agarrando al toro por el rabo, y no por los cachos, la situación económica empeorará sin control de nadie, que es la peor forma de empeorar. Ya el petróleo bajó de los 30 dólares. La inflación va a aumentar, y el déficit también. Y paremos de contar, que ya viene la Navidad.
El chavismo hizo mal en comprarle a la derecha eso de que la realidad mediática mata a la realidad pedestre. Si el BCV no da cifras de inflación, la inflación no desaparece y  se conjeturan cifras mayores y peores. Los eventos y las declaraciones tampoco desaparecen la crisis. Mediáticamente el chavismo ganó la campaña electoral, pero la Oposición sacó más votos. Hay otro mundo además del virtual.

La oportunidad
El 2016 será fundamental para el proceso revolucionario. O el gobierno enfrenta la crisis o la crisis matará al proceso. El gobierno debe dejar de hablar de “guerra económica”, asumir sus errores y empezar a enfrentar la situación.
El debate que arrancó, tanto de parte de analistas como de muchos grupos populares, ha aportado elementos para ir dibujando un plan. El presidente Maduro debe asumir que necesitamos un fuerte cambio de rumbo, un poderoso “golpe de timón”. No mediático, real.

Domingo 20/12/2015. Lectura Tangente, Notitarde.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Todo estaba cantado

Orlando Zabaleta.


Hay dos maneras de evadir el análisis de los resultados del 6D.
La más fácil es llamar al pueblo malagradecido y “engañado” (o sea, pendejo). Es decir, repetir lo que la Oposición hace todos los días y más públicamente cuando es derrotada: echarle la culpa al pueblo. Eso de despotricar del pueblo venezolano hay que dejárselo a las engreídas clases altas y medias, enfermas de racismo social, porque el pueblo del que denigran no es su pueblo.
La otra forma de evadir el bulto es acusar al enemigo de disparar en la batalla. Así suena lo de la guerra económica: a un general que pide soldados, artillería, municiones para tomar una posición, y luego de ser derrotado se excusa con el argumento de que el enemigo disparaba.
No niego la guerra económica. Hay quien invierte dinero para derrotar al pueblo venezolano, que ni Fedecámaras ni las transnacionales ni el Pentágono duermen tranquilos desde el 98. Pero le doy a lo sumo una importancia de 15%, que la mayor parte de los fenómenos “bélicos” de esa guerra se explican cabalmente como vulgar capitalismo. El contrabando, la especulación, la fuga de capitales, el acaparamiento, la usura, son verrugas naturales del capitalismo.
El marco general está claro, aunque lo quieran oscurecer. El petróleo bajó de los 40 dólares, y podría bajar de los 30. La situación de bajos precios podría durar año y medio. Desde hace 90 años el petróleo nos da más ganancias que las que produce nuestra improductiva y quejumbrosa burguesía. Desde los 70 aumentamos nuestra adicción petrolera. Producimos poco y caro, así que todo lo importamos. Y el petróleo nos da 95% de las divisas. Eso se llama rentismo petrolero capitalista. Por eso, hace muchas décadas, Pérez Alfonso nos advirtió que estábamos “hundiéndonos en el excremento del Diablo”.
Que el precio del petróleo se derrumbara a mediados del año pasado estaba cantado. Pero el gobierno no articuló un plan para enfrentar la crisis. Se dedicó a atacar los efectos.
Lo del precio de la gasolina clama al cielo. Con esos dólares malgastados para que todos llenen su tanque con 3 o 4 Bs. se podría importar alimentos (suena rentista, pero la emergencia lo amerita), y los bolívares ahorrados ayudarían a equilibrar el déficit. El diferencial cambiario sirve más para alimentar la corrupción, la especulación y la inflación que para beneficiar al pueblo.
Pero este tipo de medidas, de elemental urgencia, no son suficientes. Porque son meramente económicas.
El gobierno debe dejar el famoso enroque. Los ministros y los viceministros son incapaces hasta la saciedad. Y los directores y gerentes (así los llaman) de las empresas públicas también. No bastan medidas económicas, hace falta medidas políticas, como siempre. La lucha contra la corrupción y la ineficiencia, la asombrosa irresponsabilidad, el burocratismo estéril y prepotente, debe imponerse. Y debe dar resultados, que no son suficientes las expresiones de buenos deseos que no empreñan.
Llamar a los delegados del PSUV a un debate no es solución para nada. La burocracia del partido y del gobierno no conseguirá soluciones, y es posible que ni siquiera las busque. La única salida es precisamente el pueblo. La transparencia y la participación popular son la única garantía de lucha contra la corrupción y en pro de la eficiencia.
Hay también que discutir la estrategia, que eso de llamar “socialismo” a todo lo que se atraviese por el medio, y “Poder Popular” a la burocracia estatal, no es buen camino. No es “transición” a ninguna parte. El socialismo, desde hace casi dos siglos, está vinculado al trabajo. Sí, al trabajo. No a lo gratis.
Al proceso bolivariano le correspondía la lucha contra el rentismo. No lo hará nunca la burguesía dizque nacional que tenemos, adicta sin remedio a la renta petrolera, y menos ahora que es más especulativa que nunca. Vean el “cobro” tempranero de Fedecámaras a sus diputados: que modifiquen la Ley del trabajo, que eliminen el control de precios y dolaricen la economía. La burguesía está preparando sus negocios, no preparándose para producir.
Lo del 6D también estaba cantado. El rentismo cuchuto pero vivito y coleando, la corrupción y la prepotencia de la burocracia hacían el coro.

Domingo 13/12/2015. Lectura Tangente, Notitarde.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Los años dorados del capitalismo

Orlando Zabaleta.


En una de esas conversas callejeras o de tardes serenas con mi querido amigo Fáver Páez (Dios le dé larga vida), le pregunté cuál consideraba él que sería la época de oro del capitalismo. El poeta Fáver me respondió que los años 90, con el dominio del neoliberalismo en toda la regla y la unipolaridad impuesta por los Estados Unidos. Sería su momento de mayor triunfo.
A Fáver  lo considero digno de llamarlo erudito, por la amplitud y profundidad de sus lecturas y sobre todo por lo bien digerido de esas lecturas, que sé de muchos a quienes las leídas les han producido indigestión. Pero yo no estaba de acuerdo. La época de oro del capitalismo es, para mí, la última posguerra, la etapa que va desde 1948 hasta 1968, le repliqué.
Durante esas dos décadas, en general, hubo crecimiento económico en los países desarrollados, el Estado desarrolló la seguridad social (salud, educación, pensiones) y el desempleo era mínimo. Y en muchos de los países periféricos había al menos crecimiento. Hasta 1968, la situación era prácticamente idílica en el capitalismo.
El capitalismo era felizmente keynesiano. El Estado invertía y cuidaba de mantener los niveles de inversión, incluso a costa de pequeños déficits. Nadie, ni la burguesía, hablaba del “Estado controlador” (los únicos que criticaban la omnipotencia del Estado eran los anarquistas). Había consenso en el papel del Estado como garante de un crecimiento seguro y continuo.
La miseria podía ser escondida bajo la alfombra, y se podía vender la idea de que con los años la pobreza desaparecería. Que en las zonas deprimidas sólo faltaba que llegara más capitalismo. El paraíso, pues. Si se ignoraban, claro, las verrugas (que las había, en África y Asia sobre todo).
En los 90, en cambio, el capitalismo crece a costa de empobrecer y asfixiar al Tercer Mundo, de arrebatarle sus riquezas naturales y destruir sus industrias. Desmontó las conquistas sociales de los años anteriores. El capital financiero afianzó su poder. Y el Imperio yanqui tuvo la sensación de que ya no tenía contendientes ni desobedientes en todo el planeta.
Son etapas. La actual es más espantosa. El capitalismo mundial cada vez más es guerra. Y no es solo por mala intención, que la hay y bastante. Desde los 40, el gasto militar mantiene  la inversión que a su vez sostiene el crecimiento. Pero década tras década la guerra ha aumentado su papel en la economía. De allí que Reagan, el  neoliberal, aumentara escandalosamente los gastos militares, y dejara (en contra de su fe liberal) el mayor déficit presupuestario conocido hasta ese momento en gringolandia. Ya no solo se hacen guerras para conseguir o acaparar negocios, la guerra misma es un negocio, y muy lucrativo: con sus mercenarios llamados eufemísticamente “contratistas”, con empresas como la Halliburton. El Pentágono parece haber perdido la cabeza. Y desde hace años, la guerra es permanente.
El capitalismo se ha vuelto esencialmente financiero. Hasta los Estados Unidos retroceden en su base industrial, que las grandes marcas prefieren producir en China. La especulación es estructural, y todos los productos agrícolas son ya “comodities” sujetos a ella.
Y no digamos nada del  desastre ecológico. Este año será declarado el más caluroso desde que se lleva la cuenta, según la Organización Meteorológica Mundial. Pero les doy malas noticias: el 2016 le arrebatará el título.
Hasta dudas hay sobre el funcionamiento de capitalismo como motor de crecimiento, porque aún, tras 7 años, no ha logrado recuperarse totalmente de la profunda crisis del 2008.
Hay algo en lo que estamos totalmente de acuerdo Fáver y yo, y a lo mejor usted también, amigo lector: definitivamente estos no son los años dorados del capitalismo. Los años mozos pasaron ya.

Domingo 06/12/2015. Lectura Tangente, Notitarde.

domingo, 29 de noviembre de 2015

La campaña silenciosa

Orlando Zabaleta.


I
Ya es cuestión de días para que culmine la campaña electoral más taciturna que hayamos visto en estas tierras. Hemos visto muchas con pocas nueces, pero ninguna con tan poco ruido.
Nada de estridentes marchas, ni apretadas caravanas ni tonadas pegajosas y repetitivas. Ni siquiera los titulares de los periódicos se han dejado monopolizar por la campaña.
Muchos factores alimentan este sorprendente silencio pre-electoral en medio de una crisis económica profunda y cotidiana.
Los políticos tradicionales de ambos bandos no perciben o valoran uno de los factores más fuertes. Los venezolanos tienen sus opciones, lo que no tienen es tiempo para dejarse enganchar. El venezolano de a pie dedica buena parte de sus días a localizar y comprar productos de primera necesidad. Hacer cola y buscar artículos consume, al menos, dos días de la semana.
Además es una elección parlamentaria, y no presidencial. Y por tradición no es lo mismo. Hay más abstención, y más desatención.
No desconozco el carácter “nacional” de la elección. La polarización existente es el piso sobre el cual hay que asentar cualquier análisis serio. Porque, a diferencia de las polarizaciones de otras épocas, la actual es una polarización social, no meramente política. Son visiones distintas y contrapuestas las que dividen al país. Los votantes irán a respaldar sus opciones más que a sus candidatos. Lo cual es absolutamente válido.
La lógica diría que la Oposición, con esta crisis, debería ser tremendamente ruidosa. Pero no. La Oposición teme dejar escapar sus propuestas para enfrentar la crisis. La Oposición no quiere confesar su plan. Recetas del FMI, resolver el déficits con la eliminación de los programas sociales, entregar la economía y los dólares a los empresarios que sólo saben empaquetar lo que importan.
Más caradura y decidido, CAP tenía en la campaña de 1988 dos comisiones para dos programas de gobierno distintos: con uno pregonaba aquello de que “con los adecos se vive mejor” y con el otro, el verdadero y secreto plan, preparaba sin saberlo el Caracazo.
Otra causa no desdeñable de esta tibieza comicial es la falta de esperanza, ese producto de primera necesidad.
La Oposición no puede fomentarla, porque arrastra más odio que esperanza. Ni siquiera cree que su propia victoria sirva para algo más que realizar su obstinado deseo de derrotar al chavismo.
Un sector del chavismo está descontento con la inefectividad del gobierno para enfrentar la crisis, y, sin esperanza, tiende a la abstención. No es que quiera que vuelvan los de la Cuarta. Ni que considere a Fedecámaras como un agrupación de angelicales fabricantes y comerciantes a quienes el gobierno maluco no les permite producir (lo mismo decían los empresarios de Caldera, de Carlos Andrés II, de Lusinchi).

II
He votado desde que tengo mayoría de edad. Solo me abstuve en el 93. No podía votar ni por Caldera ni por Velásquez, los dos candidatos del “cambio” de ese entonces, que llevaban plumas anti-neoliberales en sus vestidos. No podía votar por un ambicioso líder de derecha ni por un político pragmático con un discurso nebuloso. No era mi culpa que no se presentaran verdaderas opciones de cambio en esas elecciones, y que los candidatos fueran de malo a peor.
En la Cuarta el voto era un deber y ante el crecimiento de la abstención se amenazaba con que a los que no cumplieran con su deber constitucional no se les darían pasaporte ni se le tramitarían documentos en notarías y registros.
La Constitución de 1999 puso el asunto en su lugar: el voto es un derecho, no un deber.
La gente empezó a votar masivamente y sin necesidad de que la amenazaran. La gente votó por una razón sencilla. Tenía esperanza, porque Chávez traía esperanza. Al menos a la inmensa mayoría de la población.
Voy a votar, claro. No porque no esté descontento. Pero hay que sacar cuentas. Con los señores del FMI no quiero ir ni a la esquina. Con los empresarios que no producen nada sin dólares (y muchos tampoco producen cuando le dan los dólares) tampoco. Voy a votar en contra de las transnacionales gringas que quieren ponerle la mano al petróleo, y no precisamente para pagárnoslo más caro, ni para dejar más dinero en el país. En la acera de enfrente hay sectores fascistas que queman bibliotecas y que dejan decenas de muertos si no tienen votos suficientes. Y luego salen con su “yo no fui”. Con esa gente no se sale de la crisis, se adentra en ella, más bien.
Luego del 6D al gobierno hay que exigirle que asuma un plan coherente, donde no debe faltar la transparencia y la lucha con resultados contra la corrupción y la ineficacia. Pero el justo descontento no nos puede llevar a entregar la Patria por inacción. Queremos cambio real, no regresión.

Domingo 29/11/2015. Lectura Tangente, Notitarde.

domingo, 22 de noviembre de 2015

¿Arde París?

Orlando Zabaleta.


Así se llamaba una novela muy leída, un auténtico best-seller de los 60, de dos periodistas, Larry Collins y Dominique Lapierre. El texto relata los últimos días de la dominación nazi sobre Francia en 1945, y sobre todo la negativa del gobernador alemán en París, el general Von Choltitz, de obedecer la categórica orden de Hitler: incendiar a la capital francesa antes de abandonarla para así crear una crisis gigantesca que retrasara el avance de las tropas aliadas hacia Alemania. Hitler, según los autores, insistiría, y preguntaría a su general si había cumplido la orden: “¿Arde París?”.
He recordado, lamentablemente, esa frase ante el sangriento atentado terrorista en París. Que los bárbaros nunca inventan y siempre se repiten.
El Estado Islámico se vanagloria ante el mundo de sus crímenes. Y demuestra que tiene los recursos para colocar y hacer operativo un pequeño ejército hasta en una de las ciudades más importantes del mundo.
El último y sangriento hobbies del Pentágono es crear Frankensteins. Intenta crear Golem, criaturas sin voluntad y con poco cerebro, controlables, que muchas veces no pasan de dar declaraciones y otras llegan a ser presidentes de países o Secretarios de la OEA. Pero muchas veces los Golem se rebelan, quieren tener vida propia, y se convierten en perros que muerden a sus amos.
Los Estados Unidos llevan décadas creando, fortaleciendo y armando a grupos extremistas islamistas. Primero para atacar a la atea URSS. Y luego de la caída del estado soviético siguieron usando a esos grupos de locos para desestabilizar a los países cuyos gobiernos no les agradan. Que el pecado que no tiene perdón es no agradar al Gigante del Norte.
Bush padre tuvo la genial idea de utilizar a un señor llamado Bin Laden en esa tarea. Y su hijo, George W, también conocido por su genialidad, acentuó la amistad con la familia Laden en lucrativos negocios petroleros.
Se podría creer que después de lo de las Torres Gemelas, los yanquis ya tendrían suficiente con estos experimentos. Pero no. Continuaron con lo mismo. Y no es por vicio. Resulta que los gringos quieren destruir el nacionalismo árabe, ese movimiento que viene desde la época de Nasser y que defiende la soberanía del pueblo árabe frente a la milenaria y dogmática injerencia occidental. No es casual que hayan sido gobiernos laicos los que se han vuelto intolerables a los Estados Unidos (Irak, Libia, Siria), nunca el obsoleto régimen saudita, una monarquía absoluta y teocrática.
Para esconder la artimaña, Bin Laden tenía que morir, impensable que fuera encarcelado. Así nos perdimos los cuentos que el prisionero pudo hacer contado sobre sus relaciones con los Bush y el Pentágono. El presidente Obama personalmente dio la orden de acallar al peligroso testigo.
Desde Afganistán y desde Irak, los países invadidos por los gringos, se fue creando el nuevo Frankenstein. Más monstruosamente sanguinario que Al-Qaeda. Con ambiciones y recursos mucho mayores.
Cuando los gringos decidieron acabar con Siria hicieron lo de siempre: entrenaron y dotaron de armas y recursos a los terroristas.
No pudieron hacer más, como se lamenta la señora Clinton, porque el mismo Congreso yanqui le puso límites a la “ayuda” que le dan a la “Oposición” siria. Ayuda que, como se enteraron algunos senadores norteamericanos, terminaba mayoritariamente en manos de los extremistas del Estado Islámico y sus aliados.
Pero con el fanatismo religioso no se puede jugar. Y menos controlar. La relación entre Estados Unidos y el Estado Islámico está preñada de ambigüedad, de una ambigüedad calculada. Acaso por ambas partes, porque no solo tenemos el despiadado cálculo de los pragmáticos gringos. Detrás de la piedad dogmática del Estado Islámico están grandes negocios, que hasta petróleo venden los terroristas del EI.
Dos acontecimientos están dando al traste con este juego de sangre y mentiras del Pentágono.
La intervención rusa, que previo acuerdo con el gobierno sirio, como debe ser, arrancó un plan de bombardeo sobre las posiciones del Estado Islámico. Los rusos han golpeado con fuerza a las fuerzas terroristas, que han retrocedido, han logrado más en un mes que lo que Estados Unidos y la OTAN han conseguido en un año. La acción rusa produjo además una coordinación político-militar que agrupa a Siria, Irán y a la cual se sumó Irak.
Ahora ardió París. De nuevo un ataque bárbaro y sin ningún miramiento por la vida humana. Una típica acción terrorista: es decir, una guerra contra civiles inocentes y desarmados.
La alarmada Francia también está llamando a la coordinación con Rusia. El Frankenstein está aglutinando un poderoso frente en su contra.
El juego yanqui de estar con Dios y con el Diablo se enredó, pareciera que definitivamente. Los gringos o corren o se encaraman.

Domingo 22/11/2015. Lectura Tangente, Notitarde.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Dos descontentos contrapuestos

Orlando Zabaleta

Oficialmente la campaña electoral arrancó el viernes 13 (que seguro será de mala suerte para algunos). No sé si notaré mucha diferencia, porque estoy viendo campaña electoral desde hace meses. Aunque de baja intensidad y, sobre todo, a la chita callando.
Primera vez, desde el 98, que hay elecciones en un ambiente de tanto descontento. Precisamente la comparación más cercana de estos comicios sería con la campaña del 98. Pero la comparación es superficial y hasta frívola.
En 1998, los sectores populares llevaban década y media retrocediendo económicamente y en los  tres años previos habían pasado hambre parejo. Hambre real. Se reportaba el uso de Perrrarina y de harina de maíz con agua para sustituir a la leche infantil. Más de la mitad del país vivía en situación de pobreza, y la pobreza extrema era espeluznante. Los supermercados estaban, por supuesto, repletos, porque no todos podían pagar los altos precios de los productos.
Personalmente me consta que la clase media, concentrada en su propia crisis, no sabía de la espantosa situación de la mayoría, porque ni visitaba las zonas pobres ni leía informes sociales o datos socioeconómicos. Así que a muchos con edad para conocer ese pasado no se los recuerdo: se los informo, porque sé que ni se enteraron.
Pero, es cierto, mal de muchos (o de otras épocas), consuelo de tontos. La situación económica actual es dramática, y de nuevo solo la comida está consumiendo todas las entradas familiares. No hay esa hambre generalizada de finales de los 90, pero todos tememos que llegue. Y soy de los que cree que el gobierno debe adelantar un plan eficaz para enfrentar esta crisis de raíz, y no sólo atacar sus efectos. Pero estamos cotejando situaciones.
Hay otra diferencia con el 98. El descontento de ese año era más añejo, se venía acumulando desde el Viernes Negro. El Caracazo y las consecuencias del 4-F son prueba de ello. Era un descontento digerido, reciclado y vuelto a digerir, que andaba buscando salidas reales desde el Sacudón del 89.
La diferencia política abismal es que al régimen le quedaban muy pocos dolientes. Salvo Ramos Allup y sus seguidores, ya nadie creía en la Cuarta República, ni en su capacidad de reformarse. Ya nadie esperaba nada del estatus político. La Cuarta República estaba prácticamente muerta antes de las elecciones de 1998.
La situación actual es más, muchísimo más, compleja. Porque el chavismo no está agotado, como pregonan los políticos de la Oposición (los inteligentes lo dicen pero no lo creen), ni como lo perciben los cegatos “analistas” de esa parcialidad política.
El chavismo, les participo, es una visión del mundo, donde no caben la exclusión, el racismo social, ni tampoco entregar a la Patria por un paquete de harina. Según esa visión el Estado no está para permitir que especuladores nacionales y extranjeros cuadren sus cuentas con nuestras penurias, ni para dejar la salud y la educación en las abusivas manos privadas, ni para entregar la dirección de la economía a los banqueros. En fin, que la renta petrolera no debe ser monopolizada, como ocurrió desde los años 30, por la burguesía parásita, esa que no puede “producir” ni avena si no le dan dólares.
Bueno, les informo además, que esa visión del mundo, ese “conjunto de valores” (para usar ese pavoso lugar común), es mayoritaria en el pueblo venezolano. No lo será en los sectores medios y altos, evidentemente, pero sí en los populosos sectores populares.
La mayoría de ese chavismo popular está descontento, por supuesto. Y con razón. Nunca aprobó la corrupción ni la ineficacia, ni le gusta el padroteo del Estado sobre las organizaciones populares. Y ahora sufre profunda y diariamente la carestía y el desabastecimiento. Incluso, dentro del descontento chavista estamos quienes creemos que el gobierno no ha articulado, como era su deber, una política para enfrentar la crisis del rentismo capitalista en Venezuela.
Ah, pero no está disgustado porque no se entrega el país a Obama y a Mendoza, ni a los viejos neoliberales.
Así, pues, hay dos descontentos. Muy distintos.
¿Qué hace el chavista descontento (tan distinto al descontento opositor)? Se abstiene en las elecciones. Vean los resultados electorales en las zonas populares en la última década, y lo ratificarán, la Oposición, cuando mejora su actuación electoral, casi nunca fue porque aumenta sus votos, sino porque una parte del chavismo se abstiene.
Se abstiene, pero no vota por la Oposición. La inmensa mayoría del país rechaza a la visión opositora. De manera que, les revelo, amigos opositores, su chance en estas elecciones depende de la abstención chavista. Habrá circuitos, diría Unamuno, donde podrán vencer, pero no convencer.

Domingo 15/11/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 8 de noviembre de 2015

La razón de Pinochet

Orlando Zabaleta

No hay precisión sobre el número de víctimas de la dictadura en Chile. Las cifras oficiales son conservadoras, como muchos socialistas de ese país; pero aunque sean datos cautelosos, no dejan de producir escalofrío las 40 mil víctimas sustanciadas y reconocidas oficialmente.
La sangrienta represión se instauró desde el mismo día del golpe, el 11 de septiembre de 1973. Las cárceles y los cuarteles fueron insuficientes, incluso el Estadio de Santiago. Allí Víctor Jara, junto a otros miles, enfrentaría valiente su martirio, le cortarían las manos para que no le cantara al pueblo chileno.
La sangre y la sevicia corrieron en abundancia y la tortura se volvió tan cotidiana como la salida del sol.
Un torturador es un ser incomprensiblemente anormal. Gozarse con las pequeñas miserias ajenas se ve todos los días. Y un sicario es alguien a quien la vida humana no le da ni frío ni calor. Pero dedicarse a producir sufrimiento físico y mental sobre un ser humano desarmado, que no puede, no digamos defenderse, ni siquiera huir, es difícil de concebir. Cuesta catalogar como humanos a los torturadores, Pinochet incluido. “Hijo de puta, como cualquier torturador”, los tildó sin más Miguel Otero Silva.
¿Cómo funcionaba la mente del jefe de torturadores? Pinochet desató esos monstruos sobre el pueblo chileno. Y cuando le pareció insuficiente el territorio de Chile, internacionalizó el asesinato y el suplicio con la Operación Cóndor y con homicidios en Buenos Aires o Washington.
Voy a coincidir con los tránsfugas que llegaron exiliados de Chile y, tras proceso de derechización, terminaron vergonzosamente consiguiéndole virtudes al monstruoso dictador. Pinochet tenía razón. Pero no lo digo en el mismo sentido, por supuesto.
Así nos asombre la pervertida psicología de la bestia, su infra humanidad no debe ocultarnos el aspecto social y político del asunto.
Pinochet cumplió una importante función para la burguesía chilena e internacional. De allí el apoyo de Nixon y Kissinger, la solidaridad de El Mercurio y de la SIP, la sólida amistad que le profesó la Thatcher, la fidelidad de Piñera, y otros vergonzosos etcéteras. El asesinato masivo tenía una razón de ser, más allá de saciar la sed de sangre y dolor de los chacales. La inmensa mayoría del pueblo chileno aspiraba a una sociedad justa, donde el trabajo y la riqueza social no fueran monopolio de la rapaz burguesía chilena y que la patria no fuera entregada al saqueo de las transnacionales.
¿Podía gobernar Pinochet sin eliminar a una parte del pueblo chileno y sin amedrentar a la mayoría? Definitivamente no. Y ese es la “razón” profunda de la represión, no la sinrazón de los morbosos actores. La famosa gobernabilidad, pues.
Solo con una sangría, cuya cantidad dependerá de los avances previos del pueblo, de su combatividad, puede la derecha estabilizar los grandes retrocesos históricos. Fue así como Franco, asentó sobre millones de muertos la caída de la democracia y la regresión de España desde la república hasta la inútil y corrupta monarquía española.
Eso me lleva a preguntarme: ¿puede la Oposición acabar con la inclusión social (asumida por la inmensa mayoría del pueblo venezolano) y reintroducir las viejas medidas del neoliberalismo en santa paz? Liberar los precios, soltar el dólar (y llevárselo también). Eliminar las leyes que “deforman” el mercado: la Ley del Trabajo en primer lugar. Privatizar, es decir, vender a precio de gallina flaca, las empresas del Estado, tanto las que funcionan como las que no (es imaginable la alegría de Mendoza si logra ponerle la mano a la Empresa Diana a precio de remate). Y mandar para ustedes saben dónde a los Consejos Comunales.
Desde hace tiempo muchos saben que un gobierno de Oposición debe asegurar la “gobernabilidad” y que eso tiene su precio. Entre el golpe de 2002 y el paro de 2003, circuló bastante esa tesis. Algunos decían que había que eliminar a 100 o 200 mil chavistas. Otros eran más condescendientes: bastaría con unos 20 mil. Sé de ex secretarios de los Salas y profesores universitarios (“gente decente”, pues) que consideran el gasto de sangre ineludible, prácticamente una inversión.
Y tenemos una Oposición que cuando pierde una elección despotrica del “ignorante pueblo”, y sale a drenar sus frustraciones y a buscar “salida”, dejando a un lado la Constitución y la más elemental humanidad. Y el saldo es de decenas de muertos. Pero los locos responsables son héroes. Si no es fascismo se le parece mucho.
La “transición” es un retorno. Un vuelta atrás. ¿Se podrá hacer en idílica armonía? Algo así como retornar a los mejores y más “pacíficos” tiempos de la Cuarta, como si el pueblo fuera el mismo de esos tiempos, y aquí no ha pasado nada. ¿Regresar a los 70, como si tuviéramos el carro de “Volver al Futuro”? ¡Por favor!

Domingo 08/11/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 1 de noviembre de 2015

Ni la burguesía ni el Estado pueden

Orlando Zabaleta

Si exceptuamos a burócratas recalcitrantes y nostálgicos del autoritarismo, todos queremos debilitar al Estado. Prácticamente todos. Pero esa casi unanimidad es ilusoria: no estamos diciendo lo mismo cuando nos creemos de acuerdo.
Sobre todo desde los noventa la burguesía, sus políticos y sus letrados, y nuestros sugestionados opinadores de la derecha, insisten en quitarle poder al Estado para dárselo al mercado. A esa “mano invisible”, como la llamara Adam Smith, que no es tan oculta ni tan anónima: es la mano negra de los especuladores, de los banqueros, de los bachaqueros y de las transnacionales, que pretende presentarse como un ente tan ineludible e inconsciente como una ley natural.
El pueblo sufrió y sufre la inclemencia (dizque inevitable, objetiva y, por lo tanto, inocente) de esa mano invisible. Los comerciantes no “compiten” con precios más baratos para vender más, esa añosa historieta sólo la vemos en los libros de economía y en las declaraciones de las Cámaras de Comercio. Los comerciantes cuadran sus ganancias vendiendo menos para ganar más (si no, ¿por qué acaparan?). Que para ellos lo fundamental no es vender, es ganar.
La famosa mano tampoco es tan desinteresada: es la que le susurra a Mendoza que es mejor producir cerveza que harina. Mejor empaquetar el arroz “saborizado” que el arroz natural. Y que es más provechoso fabricar harina para la exportación en Colombia que en Venezuela. Ya se sabe, el capital no tiene patria.
Así, de esa manera, la mayoría no queremos enflaquecer al Estado. Ya sufrimos ese régimen en los noventa. Eso es quitarle poder al Estado desde arriba.
Pero hay otra manera de poner a dieta de grasosas (que no graciosas) potestades al Estado: quitarle el poder desde abajo. Y es lo que Chávez planteó con la democracia participativa y protagónica. Al menos por ahí se comenzaba.
Quitarle poder al Estado y dárselo a las comunidades. Que se autogobiernen, que discutan, se equivoquen y aprendan. Y decidan sobre su propio destino, sobre su propio hacer.
Por eso Chávez propuso lo de los Consejos Comunales y las Comunas. Y los Consejos de trabajadores.
Ah, pero el Estado no quiere perder una. Y se empeña en regentar los consejos. Y anula la contraloría social con el pretexto de que paraliza las actividades (es decir, la infructífera y lenta burocracia no es eficaz porque no la dejan). Y los gerentes de las empresas del Estado, aunque ni sepan lo qué están haciendo ni obtengan resultados presentables en su gestión, desarticulan cualquier mecanismo de participación de los trabajadores, aúpan a los más líderes más pro-patronales (so pretextos “revolucionarios” incluidos). Le tienen tirria a la autonomía de las organizaciones populares.
Y si el Estado coloniza las vías de la participación popular, incluyendo a los partidos, la democracia directa, la democracia de las colectividades, no se desarrolla y se convierte en misión imposible.
En fin. Tenemos una burguesía parásita e improductiva. Y un Estado ineficaz y atravesado por la corrupción y los intereses privados. Toda la vida ha sido así. Los dos han tenido recursos y han disfrutado de circunstancias provechosas. Y, sin embargo, no han logrado abrir cauces de desarrollo. Esos “actores”, la burguesía y el Estado, que en otros países y épocas históricas han servido como motores de desarrollo, en nuestro país han demostrado hasta la saciedad, durante largas décadas, su incapacidad para la tarea de romper con el ya no tan provechoso rentismo petrolero. No podrán ni el chingo ni el sin nariz. Entonces, ¿quién podrá?
Atravesamos una durísima crisis del capitalismo rentista venezolano. Que dicho sea de paso, no se enfrentó con el “socialismo” porque no se vinculó el socialismo al trabajo y a la producción. El “socialismo rentista” ni existe ni puede existir: es una contradictio in terminis. Pero sí es fácil alimentar el capitalismo rentista de siempre, insaciable consumidor de dólares, incluso con las buenas intenciones y más aún con las malas. La torpe confusión de “modelos” es el típico producto de nuestros políticos tradicionales de ambos bandos, genéticamente pragmáticos, seres más propagandistas que pensantes.
Esta crisis tiene signos de ser terminal: el rentismo no da para más. Cuando vuelva a subir el barril de petróleo tendremos un respiro. Pero no salud.
A largo plazo solo la organización popular podrá enfrentar el viejo reto. Para ello habrá que llenar la consigna de “Estado Comunal” de más carne y hueso, de definiciones y acciones. O sea, no es un problema de nombres, títulos ni consignas. No se trata de utilizar pilas bautismales para llamar “comunal”, “socialista” o “del poder popular” a cualquier empresa burocratizada o subvencionada. Se trata de abrir puertas, grandes puertas, para que quepa el pueblo.

Domingo 01/11/2015. Lectura Tangente, Notitarde.

domingo, 25 de octubre de 2015

El modus operandi

Orlando Zabaleta

Quisiera que alguien me explicara cómo se puede hacer el fraude electoral. Ese que la Oposición  denuncia invariablemente después de las elecciones.
Verán. Según los libros y las películas de detectives, desde Sherlock Holmes hasta Hércules Poirot, desde Kojak hasta Columbo, el investigador conoce al menos el “modus operandi” del delito. Cómo se realizó el crimen.
Me explico: María fue apuñalada en una calle del Barrio La Suerte el martes a las 11 de la noche. El detective sospecha de Pedro Navaja. Ocurrió en su zona y el malandro tenía un cable pelado con la víctima. Perfecto. Pero una docena de testigos vieron al Pedro asomarse por una ventana y gritar a un par de colegas: “¡Epa!, ¿cómo anda la cosa?”, a la misma hora del crimen y a 120 kilómetros de distancia.
Para mantener la imputación, nuestro Holmes necesita una hipótesis que cuadre todos los hechos. ¡Ah!, se le ocurre, Pedro Navaja debe tener un hermano gemelo o morocho muy parecido. No tiene pruebas aún, pero la hipótesis le ayuda a buscarlas (averiguar sobre la familia del Navaja, conseguir al hermano).
El detective (persona inteligente) sabe, pues, al menos cómo se realizó el crimen. Si no, ¿cómo podría sostener la acusación? ¡Lógico! ¡De cajón!, diría mi profesor de matemáticas en bachillerato.
En este siglo, la primera vez que se escuchó hablar de fraude electoral fue cuando el referéndum revocatorio de 2004. Fue una salida inesperada de la Oposición, que entonces usaba el remoquete de Coordinadora Democrática, puesto que todas las encuestadoras, nacionales y extranjeras, daban al “No” de Chávez como ganador. Y los presidentes del mundo se citaban con Chávez para después del revocatorio, incluso el paraco de Uribe. En un hotel caraqueño, las encuestadoras amigas de la Oposición (Datanálisis, Kelling, etc.) se lo habían cantado clarito a los líderes de la Coordinadora unos días antes de las elecciones.
Es decir, todo el mundo sabía que ganaría el NO, hasta los jefes de la Coordinadora. Todos menos un sector del electorado a quienes Garnier, Ravel y Otero habían logrado embaucar. Por supuesto, los partidos y los candidatos están en la obligación de jurar que van a ganar. Y siempre hay un montón de desprevenidos o fanáticos que les creen. Pero esta vez, por la campaña mediática, la cantidad de fervorosos y bulliciosos crédulos era más grande que de costumbre.
En esa madrugada,  los políticos de Oposición, asustados de sus propios votantes y de los dueños de los medios, decidieron hablar de fraude, incluso contra el consejo de la OEA y del Centro Carter.
Pero nunca dijeron cómo se realizó el fraude. Las pruebas las prometió ese día Ramos Allup “para mañana”. Un mañana que nunca llegó. Y así se acostumbraron a repetir lo del fraude.
Si vemos los hechos es difícil imaginar aunque sea una hipótesis de cómo se realiza.
Porque cada elector constata en la papelera que el voto se corresponde con su elección. Y luego se realiza una auditoría que verifica si las papeletas coinciden con las actas. La muestra que se audita es excesiva según criterios estadísticos: 3% sería suficiente, en algunos países se aplican de 5 a 10% en las verificaciones para darle mayor confianza al elector, pero aquí usamos entre 49 y 51%.
¿La trampa estaría en la totalización? Pero allí sería fácil conseguirla: bastaría confrontar las actas de los miembros de mesa y de los testigos, con las de totalización. Más aún: los resultados, centro por centro, mesa por mesa, son publicados casi inmediatamente por Internet. Cualquiera puede verificar las cuentas.
La única hipótesis que se me ocurre que al menos cubre todos los hechos es la siguiente: la máquina de votación hipnotiza al votante, emite un gas inodoro, esencia de burrundanga, que debilita la voluntad del elector, y luego lo hipnotiza con un texto que aparece en la pantalla, algo así como “Usted verá en la papeleta la opción que eligió y olvidará este mensaje”. Así mientras el elector introduce la papelera con el voto equivocado, la máquina se lo adjudica al chavismo.
No se me ocurre otra que cubra todas las condiciones del problema. Pruebe usted a ver, amigo lector, a ver si resuelve el misterio.
O no hubo fraude, y las denuncias son un acto mayúsculo de irresponsabilidad política. Que expresan un gran desprecio de estos “demócratas” por la mayoría. Por el pueblo venezolano, pues. “Perdimos porque la mayoría no está a nuestra altura, esa masa ignorante”. Y, peor aún, luego llaman a descargar ustedes saben qué y se producen muertos que nadie asume.
Por eso la línea opositora es siempre desprestigiar al CNE. Por eso, aunque utilicen las máquinas y el sistema para sus primarias, aunque asistan y aprueben más de 21 auditorías previas, aunque crean que van a ganar, no van a firmar algo tan digno y democrático como el compromiso de respetar los resultados.

Domingo 25/10/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 18 de octubre de 2015

El rentismo que nos atormenta

Orlando Zabaleta

Tengo la impresión de que mucha gente critica el pertinaz rentismo petrolero que padecemos sin tomarse la molestia de comprenderlo cabalmente.
Primero, no se pregunta de dónde viene esa riqueza que disfrutamos si no la creamos nosotros (como en efecto no lo hacemos). Pongamos una cifra nada más como referencia: digamos que cuesta 20 dólares producir un barril de petróleo (incluyendo reinversión y ganancia capitalista), pero, cuando hay auge, se ha vendido a 120 y más. La renta es esa diferencia entre el costo total y el precio de venta. Que en el caso del petróleo puede llegar a ser grandísima. ¿De dónde sale esa diferencia?
Víctimas de las teorías sobre la escasez y los precios de los economistas, muchos creen que es la escasez geográfica-mundial lo que le genera esa renta a nuestro país. Nuestra riqueza sería un regalo de la Naturaleza, o de la falta de equidad de la Naturaleza al repartir el petróleo tan desigualmente en la Tierra. Así se convierte la renta petrolera en algo natural, como el aire. Y con esa visión, lo que nos queda es disfrutarla sin remordimiento.
Pero la renta es pagada por los países consumidores. Y la riqueza con que pagan no es don natural, debe ser producida, así que de algún lugar la deben sacar los compradores. La respuesta es sencilla: la obtienen de la plusvalía que le extraen a sus trabajadores.
O sea, triste verdad, vivimos de la plusvalía extraída a los trabajadores de los países desarrollados.
Segundo, se deja de lado, al criticar el rentismo, algunas de sus consecuencias vitales. Por ejemplo, que esa renta mantiene, prácticamente en cualquier circunstancia, la demanda interna alta. Alta, decimos, en relación con nuestros bajos niveles de producción. Y esa alta demanda desfigura nuestra visión como sociedad.
Por eso tenemos muchos vendedores y pocos productores. La mayoría prefiere vender que producir. Es más fácil y más seguro.
Por eso usted puede ganar dinero ofreciendo clases de Artes adivinatorias orientales para emprendedores, o talleres sobre El Arte de la guerra de Sun Tzu en mercadotecnia, o cursos sobre Cómo alcanzar la felicidad en 12 cortas lecciones. Siempre conseguirá quien se los compre.
Por eso tenemos records mundiales en celulares por habitantes, y obtuvimos records en consumo de whisky per cápita.
Por eso tanta gente cree que tiene el derecho de recibir dólares subsidiados para viajar. Son “mis dólares”, aducen con excitada seguridad. Y también son “sus” dólares, subsidiados por supuesto, los de las compras por internet.
Por eso se plantea el socialismo sin pensar en vincularlo con el trabajo.
No es que el venezolano sea flojo, como afirman los que se levantan tan tarde que no pueden ver los congestionamientos del tráfico ni los transportes públicos atiborrados en las madrugadas de nuestras ciudades. El venezolano va a trabajar, otra cosa es que haya podido conseguir un trabajo realmente productivo.
Gran parte de la mediana y pequeña industria, con sus heroicas y honorables excepciones, funciona sin sentir los apremios de la productividad. La alta demanda producida por la renta le garantiza la venta de sus productos, incluso a precios excesivos. Así que la industria adolece de atrasos tecnológicos, exceso de pérdidas en la producción y mecanismos de producción ineficaces. Para colmo, paga bajos salarios. Las empresas sobreviven con reinversiones mínimas. El recurso más usado para mantenerse “competitivo” es el aumento del precio de venta, porque el mercado lo aceptará.
Es sorprendente que la burguesía venezolana no haya logrado convertir en desarrollo las ventajas de alta demanda, bajos impuestos, bajos salarios, bajos costos de los servicios públicos. Y la energía casi regalada. Los precios de los productos nacionales siempre están por encima del nivel internacional (aquí entra, hay que reconocerlo, el factor de la sobrevaluación casi permanente de la moneda nacional), por eso la globalización de los noventa dejó tantas bajas entre la burguesía tradicional.
La ineficacia no es una característica exclusiva del Estado. Se consigue por toneladas en la empresa privada. En los partidos políticos. En las organizaciones sociales. Y hasta en nuestras casas.

Domingo 18/10/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 11 de octubre de 2015

La Mala Hora de los periódicos

Orlando Zabaleta

Desde la época de “El Venezolano”, del  partido liberal, en 1840, ha habido en Venezuela muchos periódicos de partido. AD editó varios: “Semanario”, “Acción Democrática”, “El País”. El Copei tuvo por años “El Gráfico”, expresamente alineado con el falangismo español y el fascismo europeo (por supuesto, eso fue antes de que los nazis perdieran la guerra). El PCV aún edita la “Tribuna Popular” (fundada en 1948).
El lector no podía llamarse a engaño. Eran periódicos que se presentaban como expresión de los puntos de vistas de un sector de la sociedad: adecos, copeyanos, comunistas. “Tribuna Popular” lo dice muy directamente: órgano del Comité Central del PCV.
Los otros periódicos, que no son de partidos, no reflejan ni proclaman la postura de una parcialidad política o social. Se suponía. O debería creerse.
Pero, claro, como toda empresa humana, los rotativos tienen su corazoncito, incluso los que pretenden no ser publicaciones de partido. Y se comprende (aspirar a la “objetividad”  a mí me parece anticuado,  insostenible en la teoría e imposible en la práctica).
Se supone que el “corazoncito”, los amores secretos o públicos, del periódico se expresan en la Editorial (de la cual nadie discute que es dueño y señor la dirección del medio). En la selección, enfoque y centimetraje de las noticias es mucho lo que se puede hacer para manifestar  preferencias.
El New York Times es un diario conservador. No se duda de que esté a favor de las grandes empresas. Pero su credibilidad se basa en el rechazo al amarillismo y en arriesgadas denuncias como la publicación de los “Papeles del Pentágono”  en 1971 y la más recientes sobre el espionaje revelado por Snowden (2013).
Pero el periodismo, conservador o no, no debía pasar de ciertos límites: no inventar noticias y verificarlas antes de publicarlas. No elevar al rango de noticioso declaraciones de poca significación solo por coincidir con la visión parcial del medio; ni esconder las que la adversan. Los límites significan, además de sus implicaciones éticas, una apuesta por la credibilidad.
Un periódico que proclama ser un diario para “todos” mientras utiliza un estrecho criterio de partido para “informar” está engañando al lector. Que tenga lectores que quieran y pidan el engaño es otra cosa.
Hubo una época, no tan idílica, en la que todo esto estaba más o menos claro. Aunque la frontera no fuera milimétricamente nítida. Ni inviolable.
Pero luego apareció otro “periodismo”.
Un periodismo de partido, incluso dogmático y excluyente con sus competidores partidistas, pero que pregona ser medio de expresión de todos (dizque de la comunidad, la región, la sociedad, etc.).
Utiliza sin medida los viejos trucos: el propio medio es la noticia (en realidad, sus dueños son la noticia), o la “produce”. La línea política del periódico coloca caliches en la portada (la declaración de un gris concejal en primera plana, mientras el anuncio del presidente aparece en breve nota en página interior).
Medios que se ruletean  la noticia entre ellos: un periódico hace una denuncia con fuente desconocida, otra publicación la cita y una tercera la publica basándose en los anteriores. Antes las fuentes eran personas, instituciones, ¿cómo puede ser la fuente un periódico?
Un periodista lee un tweet y ni siquiera coge el teléfono para verificar el contenido (y menos va al sitio de los acontecimientos), lo publica sin remordimientos si coincide con “la línea”. Así han aparecido muertos que estaban vivos, “investigaciones” fantasmas, denuncias inverificables. Es la institucionalización del rumor. ¿No les recuerda a La Mala Hora de García Márquez, donde un pequeño pueblo es aniquilado por pasquines anónimos?
Deberían algunos periódicos “de todos” hacer un gesto de honestidad y declararse, por ejemplo, “órgano de la Oposición” o “Vocero del cogollo tal”. Sería de agradecer.

Domingo 11/10/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 4 de octubre de 2015

Aquí hace calor

Orlando Zabaleta

Me estoy robando el nombre de la famosa columna del recordado poeta y humorista Aníbal Nazoa, pero también es verdad en este momento: Aquí hace calor. El Niño, con sus gracias de adolescente, está llenando el mundo de calor e inundaciones. A nosotros nos tocó el calorón.
Cada vez es más difícil que alguien ignore lo del cambio climático (lluvias excesivas, sequías y calores que llegan y se van cuando les da la gana) porque lo afectan en su vida cotidiana.
Soy de una generación que entendió el problema ecológico tarde. Valencia era fresca, el frío llegaba siempre en diciembre y las lluvias eran puntuales y ajustadas a los calendarios.
Mi viejo amigo Rubén Ballesteros fue el primero que me habló del tema al final de los 70. Insistía en que los esprays con clorofluorocarbonos, hasta el nombre cuesta pronunciarlo, estaban destruyendo la capa de ozono. Rubén se había doctorado en Química en una universidad de Viena, así que sabía lo que decía.
Pero como los jóvenes veinteañeros siempre lo sabemos todo, yo seguía usando desodorantes en aerosol. Pensaba, lo admito, que las grandes potencias se habían desarrollado sin preocuparse por los males del planeta y que ahora pretendían encarecer nuestro desarrollo y obligarnos a pagar tecnologías de preservación. Ya lo confesé, y me apena. Pero permítanme alegar en mi defensa que también tenía opiniones más cuerdas además de esa barbaridad.
A mi generación, salvo excepciones, no le atrajo el tema: discutíamos de economía, sociología, historia, arte, filosofía. Pero poco o nada de ecología. Excepto que el asfalto le ganaba terreno a los árboles, pero esta queja era más ademán poético que afán conservacionista. Detrás o debajo de esa visión estaba esa fe indestructible en la ciencia que prevaleció durante casi todo el siglo XX. Si la ciencia hacía un daño, también podría repararlo.
Pero inevitablemente crecimos. Nosotros y la contaminación. Supimos lo del cambio climático, del efecto invernadero, de la desertificación. No solo por los libros, también por la lluvia que no vino en mayo, o por el calorón de este momento.
Ya lo sabemos: en algún momento, de seguir así, la humanidad no podrá vivir en el planeta. O solo podrán unos pocos, y quién sabe cómo. No está tan lejos el asunto. El niño que nace hoy (podría ser su hijo o su nieto, amigo lector), ¿en qué mundo vivirá cuando llegue a los 30 años?
Los líderes del mundo siguen sordos al problema. Al capitalismo solo le interesa el negocio. Alguien dirá que el “socialismo” chino y el del siglo XX bastante hacen e hicieron por ensuciar la atmósfera. Para mí es otra razón para no llamar “socialismo” a esos regímenes burocráticos (y el término “industrial” es demasiado inodoro socialmente). Lo que priva para que sigamos siendo el pájaro que ensucia su jaula es la búsqueda de la ganancia y los dictados del mercado. O sea, el capitalismo.
Cuando el bandido de George Bush llegó a la presidencia de los Estado Unidos le preguntaron sobre el Tratado de Kioto de 1997. El tratado era un compromiso internacional de reducir seis gases de efecto invernadero en un 5%. El gobierno gringo lo había firmado, pero era indispensable que lo aprobara el congreso. Se le preguntaba al nuevo presidente si buscaría su aprobación en el congreso. La insólita respuesta de Bush fue: ¿Cuál tratado? Más tarde aclaró que no aprobaría nada que rebajara la competitividad de la industria norteamericana.
La ecología es un problema político. Y cada vez entenderemos esto mejor. Llegará el momento, en algunos años, en que nadie permitirá que el tema ecológico pase debajo de la mesa en el debate político. Hasta el calor conspirará para que no se olvide la ecología. Entonces, los atrasados comprenderán por qué Chávez planteó eso de “Salvar el planeta”. Y la disyuntiva de “Socialismo o barbarie”. Ojalá no sea demasiado tarde.

Domingo 04/10/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 27 de septiembre de 2015

La fábula del Estado Omnipotente

Orlando Zabaleta

La pretendida omnipotencia del Estado venezolano es uno de los cuentos más populares del país. Seguramente lo propagaba Juan Vicente Gómez como cuento de terror, para que se creyera que sus garras llegaban a todas partes. Pero en los 80 la expresión “Estado Omnipotente” la acuñó y utilizó Granier, obsesionado por imponer la libertad absoluta de los negocios privados, sobre todo los de él.
Lo peor de todo es que mucha gente se lo ha creído. A pesar de la gran evidencia en contrario.
Los sociólogos establecen el “monopolio de la violencia” como rasgo esencial del Estado. En las sociedades primitivas, sin Estado, la violencia se ejercía privadamente. Si Pedro mataba a Juan, la familia de Juan, en venganza, se echaba al pico a Pedro; lo que causaba que la familia de Pedro también saliera a vengar a su deudo. Y el círculo de sangre se hacía interminable.
Entonces apareció el Estado y “monopolizó” la violencia. Ahora, si Pedro mata a Juan, es el Estado el que debe encargarse de castigar al homicida. Y, claro, el Estado declaró delito la venganza privada.
Suficiente de teorías sociológicas. Ahora hagámonos una simple pregunta: ¿En Venezuela el Estado monopoliza la violencia?
Claro que no. Diariamente lo comprueban las páginas de sucesos. La cantidad exacta de armas en manos del hampa es un dato incierto, pero sí estamos seguros de que los malandros poseen incluso armas de guerra, y las utilizan.
El Estado mantiene controlado el precio de algunos productos de primera necesidad. O sea, es delito su venta por encima del precio asignado. Pero todos tenemos en cualquier bodega, a menos de cien metros y en forma pública, la prueba de la incapacidad del Estado para hacer cumplir sus propias disposiciones.
Ahora fue cuando, al fin, se le metió la mano a la frontera. A la línea fronteriza el Estado la controlaba muy poco, dada la magnitud escandalosa del contrabando. Y en las zonas fronterizas vemos al paramilitarismo (que compró hatos y fundó negocios lícitos e ilícitos) interviniendo, vía dinero y terror, en procesos políticos y sociales. Zonas donde el Estado venezolano no ejerce ni control ni soberanía.
Agreguemos esos espacios sin ley, barrios donde la policía no entra ni que le paguen; algunos de las cuales solo han podido ser visitadas por las fuerzas del orden con la OLP.
Los casos de linchamiento popular de los últimos tiempos son sintomáticos y alarmantes. Parece  que nos devuelven a la situación pre-Estado de la que hablan los sociólogos.
Vuelvo a preguntar entonces: ¿tenemos un Estado omnipotente? Una cosa es, vía renta petrolera, tener dinero. Y otra distinta ser omnipotente.
Por el contrario: lo evidente es que el Estado venezolano es débil. No cubre el territorio nacional ni logra imponer “el imperio de la ley”. No debería sorprendernos, dado su carácter burocrático e ineficaz.
Ojo: no estoy planteando que el Estado se extralimite e imponga la ley a lo macho. Ni clamando por una dictadura (hay que dejarle esas propuestas atrasadas a la Derecha). Tan necia interpretación de estos planteos sería estupidez o mala intención.
Estoy llamando la atención sobre un fenómeno tan claro como la luz del sol, tan luminoso que parece que encandila, enceguece y hasta deja mudo a todos, puesto que muy extrañamente no se habla de él.
La razón por la cual no se habla sobre la debilidad del Estado venezolano está vinculada a la propaganda neoliberal, empeñada en circunscribir al Estado a su aspecto policíaco y anularlo socioeconómicamente. Crédulos bulliciosos repiten sin pensar lo del supuesto “Estado omnipotente” porque creen que “eliminando los controles” la burguesía saldrá corriendo a traer sus dólares de Miami y se pondrá a trabajar para producir las mercancías que necesitamos en lugar de hacer lo de costumbre: sacar más dólares al exterior y especular más. Son crédulos recalcitrantes.

Domingo 27/09/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 20 de septiembre de 2015

Integración o desintegración

Orlando Zabaleta

Por momentos temí que el conflicto fronterizo adquiriera tintes xenofóbicos. No me gustaban frases como “los colombianos nos desangran”, ni ninguna que usara el nombre genérico “colombianos” en forma peyorativa. Pero por suerte Chávez no aró en el mar. Los venezolanos sabemos qué enfrentamos: a la oligarquía colombiana y a su narco-Estado, y a mafias bachaqueras (que tienen elementos nacidos a ambos lados de la frontera).
Y sabemos también que debemos mantener el sueño de la Patria Grande.
Dije “sueño”. Pero no es solo un sueño, un anhelo idealista. La integración también se ha basado en necesidades bien pedestres. Es una política internacional del más elemental sentido común y totalmente alineada con los intereses del país.
La integración es el sueño con el cual despertó la América española hacia la independencia. Era hasta lógico: la causa independentista era de todos, y poco decían las fronteras que el imperio colonial había impuesto. Así pensaron Miranda y Bolívar, y también San Martín, O’Higgins y todos los libertadores de la América española. Precisamente ahora, cuando se cumplen 200 años de la Carta de Jamaica, no está de más leerse los párrafos en los que Bolívar, derrotado y aislado (pero realista y visionario), expresa la necesidad de una América Latina unida. Necesidad de hacer contrapeso en el concierto de las naciones, decía Bolívar. Un contrapeso que cada uno de nuestros países, en solitario, no puede hacer.
José Martí, unas décadas después, pudo ver con más plenitud los peligros de la desunión. Martí residió en los Estados Unidos (“Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas”), y sabía que los yanquis estaban listos para saltar sobre nuestra América. Y en primer lugar sobre Cuba, que aún era una colonia española. Los gringos asaltarían la isla, no para liberarla, sino para robársela al decaído imperio español de finales del siglo XIX y convertirla en neocolonia. Para los gringos sería como quitarle el caramelo a un niño. Por eso Martí urgía a empezar la guerra revolucionaria, la guerra por la independencia, ante de que el monstruo diera su zarpazo.
También vio la amenaza Rubén Darío: “Eres los Estados Unidos, / eres el futuro invasor/ de la América ingenua que tiene sangre indígena, / que aún reza a Jesucristo y aún habla en español”.
Y efectivamente, la potencia del Norte se dedicó, ante la división latinoamericana, a imponer sus intereses en estas tierras. Sus trasnacionales aspiran a extraer nuestros recursos, naturales y humanos, manteniendo la relación de dependencia como una condena. Nos han invadido, quitado territorio, interferido en nuestras políticas internas, han auspiciado golpes de estados y dictaduras: todo para imponer los intereses de las trasnacionales gringas.
La integración es, en primer lugar, un acto de autodefensa.
Y mucho más. Es la vida y la muerte. Venezuela (ni ningún otro país latinoamericano) tiene posibilidades de desarrollo aislado. Su mercado es pequeño (en realidad, hoy en día los mercados de todos los países son pequeños), no puede soportar un desarrollo industrial sostenible.
Esto ya era verdad hace 50 años. Pero desde los 90 se acelera la formación de bloques dentro del sistema capitalista mundial. Grandes bloques. La Unión Europea, el bloque ruso, el chino. Es una fiesta de gigantes, y nuestros pequeños países desunidos no serán invitados al sarao más que como comparsas.
No tenemos la opción de integrarnos o no. Porque o nos integramos o nos “integran” las trasnacionales en su Plan de negocios: y en ese caso ellas decidirán cuál será nuestro rol, cuáles negocios podemos asumir, y cuánto ganaremos del negocio. Nos asignarán el papel que les convenga en la división mundial del trabajo. Por ejemplo, ser una gasolinera, o un país pastoral.
Y ese no puede ser, no lo será, el destino del pueblo de Bolívar.

Domingo 20/09/2015. Lectura Tangente, Notitarde

lunes, 14 de septiembre de 2015

El escurridizo precio del petróleo

Orlando Zabaleta

A raíz del embargo árabe del 73, el mercado petrolero cambió drásticamente: los precios subieron y los países productores alcanzaron mayor control sobre el negocio. Desde allí las creencias sobre la evolución de los precios del petróleo (usualmente llamadas “predicciones”) se pueden agrupar por etapas.
Todos pronosticaban que el petróleo tenía alas y subiría y subiría sin detenerse. Pero aunque la guerra Irán-Irak en el 80 llevara el barril a 40 $, no había guerra que detuviera la sobreproducción, y en 1981 el precio comienza a caer. Así nos tocó a nosotros el Viernes Negro. El crudo bajó con altibajos hasta el 91 cuando se acentúa el desplome del precio.
La OPEP, que había adquirido peso luego del 73, degenera en los 80 en un club de pinochos. Ante el descenso de los precios, los ministros de la OPEP se reunían en Viena para fijar ilusorias cuotas de producción que nadie cumplía. Al continuar cayendo el crudo, los ministros volvían a reunirse y se volvían a caer a coba.
Venezuela era uno de los miembros más coberos. Luis Giusti y sus tecnócratas, dictadores en PDVSA, mantenían la sobreproducción dizque “para defender mercados”. Entre 1997 y 1999 los precios se derrumban hasta los 7 dólares.
Asombrosamente, la OPEP no había realizado una Cumbre de Jefes de Estado y de gobierno desde su fundación. Para detener el bochinche de los países miembros, Venezuela hace una cruzada diplomática entre los productores OPEP y no OPEP. Chávez incluso entra por tierra a Irak, que sufría un bloque aéreo impuesto por los gringos. La II Cumbre de la OPEP (Caracas, 2000), con los Jefes de Estado y de Gobierno, sella el compromiso de cumplir las cuotas para detener la sobre oferta del crudo.
El precio sube y en el 2006 alcanza los 100 $ el barril  (aclaremos, los 100 $ de 2006 son más o menos equivalentes a los 40 $ del 81). La crisis mundial del capitalismo de 2008 desploma la demanda y el precio del petróleo. La recuperación económica ha sido lenta e inconclusa aún. La demanda de petróleo es sostenida por el crecimiento de China y la India. En rápida carrera el petróleo traspasa los 100 $ en 2011, y la creencia-predicción dominante era que el petróleo a menos de 100 $ no volvería más nunca.
Aparece un nuevo factor: el fracking. El petróleo de esquisto produce un cambio radical: Estados Unidos, principal consumidor de petróleo del mundo, aumenta su producción interna y disminuye la importación de petróleo. La demanda china es insuficiente para sostener el precio. Y empieza el derrumbe. Ahora la predicción dominante es: No volverá el petróleo a 100 $.
Los factores básicos son la oferta y la demanda, por supuesto. Pero la especulación alimenta la inestabilidad, se compra petróleo a futuro no para el consumo sino para la reventa. La especulación analiza variantes como las perspectivas de la economía, los depósitos de reserva, la estabilidad política en los países productores. El desarrollo tecnológico en la producción y el consumo de petróleo afecta la oferta y la demanda.
Definitivamente el petróleo de esquisto ha cambiado el mercado petrolero. Precisar sus consecuencias no es fácil. Tiene factores en contra: la resistencia al inmenso daño ecológico que produce; los bajos precios deberán hacer colapsar algunas de las inversiones en el fracking, como esperan los sauditas.
Pero el mercado petrolero tenderá a los bajos precios por unos dos años: petróleo entre 40 y 60 $ es un escenario bastante probable. Incluso a corto plazo, el petróleo iraní que volverá al mercado y el modesto crecimiento de China podría llevar el precio a los 30 $.
Evidentemente, los resultados electorales de este año no van a cambiar esa situación internacional, sobre la cual tenemos poca capacidad de influir. Enfrentar esta etapa exige ver más allá del cortoplacismo político. Y también sentido nacional y popular.

Lunes 14/09/2015. Aporrea.

domingo, 6 de septiembre de 2015

El socialismo no es como el nirvana

Orlando Zabaleta

Yo, que no sé nada de budismo y no he librado guerra contra mis propios deseos (a lo mejor unas pocas batallas, pero han sido cortas y he perdido la mayoría), supongo en mi ignorancia que el nirvana es un estado de conciencia. No lo sé. Pero lo que sí sé es que el socialismo no es como el nirvana. El socialismo no es un estado de conciencia, ni un escalón hacia la iluminación o la santidad.
Que me disculpen tanto los budistas como los amigos (algunos muy queridos) que crean que el socialismo es esencialmente conciencia. Pero tengo que decirlo,  que “soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”.
El socialismo, al igual que el capitalismo, es una forma de organización de la sociedad para la producción, la distribución y el consumo de las riquezas. Precisamente por eso se contraponen.
Los capitalistas estarían encantados si limitamos el socialismo a estados de conciencia, mientras se mantiene la organización social capitalista. El Departamento de Estado y la Exxon Mobil aconsejarían: organícense con relaciones capitalistas y tengan la conciencia que quieran: sean budistas, socialistas, filántropos o Testigos de Jehová.
No intento negar la importancia de la conciencia social de los sectores explotados y del pueblo. Lo que pretendo es colocar las cosas en su sitio. Tampoco creo que estemos ante un conflicto de fuerzas no conscientes, que podamos simplificar a factores económicos, como sostienen los marxistas ortodoxos. No, es el hombre el que hace su historia, aunque su hacer esté sujeto a condiciones. La organización social no solo significa formas de propiedad, sino también relaciones de sectores sociales, y esas relaciones son en buena parte, ellas mismas, conciencia.
Pero a la propiedad capitalista se le debe contraponer una propiedad socialista. Y a relaciones capitalistas se les contrapone relaciones socialistas.
Por supuesto que sin conciencia no podremos alcanzar una sociedad socialista (en realidad, sin conciencia no podríamos hacer nada: sin consciencia del hambre ni comeríamos), sin conciencia de dónde estamos, de qué tenemos, de qué nos falta. Necesitamos la conciencia, pero no confundamos el alicate en la mano con tener el carro arreglado; más bien pensemos que para arreglar el carro hay que saber cómo debería funcionar.
Tampoco es socialismo que el estado se encargue de un servicio público. La CANTV fue una empresa pública desde 1953 (época de Pérez Jiménez)  hasta 1991, y a nadie se le ocurrió acusar de socialista a Pérez Jiménez, o a Betancourt y demás personeros cuartarrepublicanos. Ni la estatización es socialismo (nada más revisen los últimos 50 años de nuestra historia y el siglo XX en el mundo). Ni el subsidio a productos y servicios, por más necesario y justo que sea, es socialismo.
Entiendo que por eso Chávez propuso en la negada enmienda distinguir dos tipos de propiedad: la social y la estatal.
Creo que esas confusiones han sido muy dañinas: eso de llamar “socialista” a todo prácticamente convierte al socialismo en sinónimo de subsidiado o de gratis.
Cuesta salir de la confusión porque al  tema lo evaden. Arrogantes propagandistas de la ignorancia se niegan a plantear estos problemas (porque dizque son “vainas de intelectuales”), y los encubren con consignas. Y la Derecha ignorante propaga que el “modelo socialista”, que nadie ve, está en crisis.
Alguien me preguntará (precisamente cuando se me acaba el espacio): Entonces, ¿qué es socialismo? Yo le respondería (rapidito) que socialismo es que los medios de producción estén en manos de los verdaderos productores (los trabajadores). Y no de la burocracia ni de vagos. Porque parece que el socialismo tiene que ver con el trabajo y la producción. Y tal vez si tenemos claro lo del trabajo y la producción adelantemos algo en el desmonte del rentismo capitalista que sí  está a la vista de todo el mundo.

Domingo 06/09/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 30 de agosto de 2015

La frontera inquieta

Orlando Zabaleta

Frontera permeable: Las fronteras pueden ser apenas puntos y rayas en un mapa, casi ilusorios cuando los pueblos a ambos lados se parecen como gotas de agua. Y nada más parecido a un colombiano que un venezolano. Por décadas la economía y la guerra colombiana alentaron a millones hacia Venezuela, y hemos vivido juntos las adversidades de uno y otro lado.
Pero las fronteras son inquietas cuando los hombres las abusan, y peligrosas si el abuso llega hasta el delito.

Narcotráfico: Colombia se convirtió en el principal exportador de cocaína del mundo. Sectores de la oligarquía colombiana se metieron en la lucrativa empresa. Es imposible determinar cuánto le debe el PIB colombiano a la droga. La permeable frontera estaba como mandada a hacer para el narcotráfico: Venezuela es el Caribe y el Atlántico.

Paramilitarismo: Los paramilitares pasaron de ser bandas aisladas a organizarse en frentes, federaciones. Su principal fuente de ingreso es el narcotráfico, pero también ofrecen otros servicios: sicariato, secuestros, prostitución. Permearon la política colombiana y colonizaron al estado: Pablo Escobar llegó a diputado y Uribe a presidente.

Encubrimiento mediático: Los medios escandalizaron sobre la guerrilla para ocultar la penetración del paramilitarismo en los estados fronterizos, donde los paracos amedrentan a asambleas populares para imponer a sus candidatos, apoyan a alcaldes y concejales, compran periodistas, jueces, policías y militares, hacen guarimbas.
Mientras, la política de fronteras de los gobiernos colombianos ha sido exportar los problemas a Venezuela y no asumir ninguna responsabilidad.

Penetración: Los paracos fueron más allá, hasta el centro del país: compraron haciendas, instalaron empresas, desde concesionarios de vehículos hasta mafias de buhoneros, empresas para el lavado de dinero y el sostén de grupos violentos. Hay que recobrar la integridad soberana de los estados fronterizos. Pero, también, el paramilitarismo debe ser destruido en todo el país.

Contrabando: La extracción de alimentos y gasolina subsidiados alcanza a millones de dólares. Y encima, se llevan los billetes de 100 y 50 Bs. Cúcuta no puede vivir de Venezuela mientras nosotros enfrentamos la escasez. Tampoco es responsabilidad del estado venezolano abastecer de alimentos y combustible a Cúcuta: esa es responsabilidad de Santos.
El cierre de la frontera era una medida necesaria, prácticamente de defensa propia.
La frontera no debe abrirse hasta que Santos se comprometa, firmemente y en concreto, a asumir su responsabilidad como gobernante en la lucha contra el contrabando y el narco-paramilitarismo. El gobierno venezolano ya debería tener escrito el esquema de medidas a acordar.

Xenofobia: Es vital para el mismo proceso bolivariano rechazar el chauvinismo, postura atrasada y bárbara. Y la xenofobia. No luchamos contra los “colombianos”, sino contra la oligarquía colombiana y su narco estado. Contra mafias contrabandistas que incluyen también a nacidos de este lado, clasificados como “venezolanos”.
El sueño mirandino y bolivariano  de la Patria Grande (la única solución viable para América Latina) no puede perderse. Sería un retroceso muy dañino. Y un favor que le haríamos a los gringos.
No hay “circunstancias” que justifiquen la violación de los derechos humanos. La Fiscalía y la Defensoría del Pueblo deben estar presentes en todos los procedimientos. No podemos matar nuestra Constitución Bolivariana en esta situación.

Medidas radicales: El cierre paralizó al contrabando masivo. Redujo los focos. Es una situación ideal para atacar las redes. Es necesario seguir los hilos (que muchas veces se juntan) y llegar a los grandes armadores de las redes.
Pero reitero: medidas como el aumento de gasolina y un esquema cambiario sin diferencial atacarían a profundidad los factores que sostienen el contrabando mafioso hacia Colombia.

Domingo 30/08/2015). Lectura Tangente, Notitarde