domingo, 26 de julio de 2015

Pobrecitos los inteligentes

Orlando Zabaleta

La Oposición cuenta con personajes inteligentes. Aunque no lo parezca. Y no lo parece porque no los publicitan mucho, o la prensa mutila sus declaraciones peligrosas o las oculta entre la gritería de trastornados opinadores y declarantes de pasmosa incapacidad de análisis.
Hay ejemplos. Luis Vicente León es un buen analista, investigador de eso que llaman “opinión pública”. Y también está Henry Ramos Allup: un político tradicional, es cierto; pero a quien el obligado realismo que aprendió lo impele a ser lúcido y estudioso. Ambos tienen el sano impulso de explicarse lo que ocurre, y no exorcizarlo con argucias, emociones y sonoros argumentarios.
Hablo de capacidad de análisis, reitero, no de buenas o malas intenciones ni de juicios éticos. Siempre he dicho que a la inteligencia hay que respetarla donde quiera que se encuentre, hasta en el enemigo.
Pero en una sociedad tan polarizada, donde unos igualan la Patria a un paquete de harina y otros asumen que la Patria no se vende (golpe, guarimbas y etcéteras de por medio), necesariamente se alcanzan extremos de necedad.
Últimamente he revalorizado a los inteligentes de la Oposición. Me imagino sus duros esfuerzos para dialogar con los delirantes. Difícil diálogo incluso sobre análisis simples. Pongamos por caso las Primarias del PSUV.
Lo más evidente: la participación en esas primarias sorprendió a todos, en primer lugar a los organizadores. Demostró que el núcleo duro del PSUV es más grande que el núcleo duro de la Oposición. No vale la excusa de los recursos de transporte: la capacidad de movilización solo funciona si hay a quien movilizar, eso lo sabe cualquier político con experiencia mínima.
Lo más complejo: un sector importante del pueblo chavista se moviliza para respaldar el proceso bolivariano. Ello no significa que no lo afecte la escasez y la inflación. Pero su sabio instinto popular le dice que la Oposición no puede hacer que suba el precio del petróleo ni tiene más plan que el que perpetró contra las mayorías pobres en los 90. Incluso un sector de los votantes, yo incluido, fuimos a votar a pesar de tener críticas sobre la política, o la falta de política, del gobierno para afrontar la situación.
En el marco electoral, es lógico asumir que el mayor núcleo duro del chavismo le da una ventaja en los comicios venideros. Pero la escasez y la inflación carcomen la votación chavista: producen abstención en sectores populares, que no van a votar por la Oposición, pero expresan su descontento con la abstención. En estas parlamentarias el triunfo no está seguro para nadie. Es una batalla difícil para ambos, chavismo y oposición, porque no estamos en tiempos sosegados.
Luis Vicente León dijo cosas similares en unos twists que lanzó. Con sordina reconoció la movilización del chavismo. Luego la relativizó como factor de victoria, y concluyó que la campaña será muy difícil para las dos partes. Sospecho que esas afirmaciones las comparte Ramos Allup. Pero ambos tendrían problemas para explicarse en una reunión de la Oposición.
Apenas digan que la votación de las Primarias del PSUV fue importante, cuando el público los abucheará histérico hablando de las colas y de la escasez. Sí, sí, intentarán argumentar los inteligentes, ya discutiremos eso, pero vamos a analizar qué significó esa movilización. Pero no, el público no los dejará continuar: repetirá hasta el cansancio todos sus credos: que si fueron obligados a ir, que si le dieron carne.
A mí me pasó. Puse conceptos similares en mi Facebook y salieron un par de voces a discutir no lo que significaban las Primarias, sino las colas y la escasez. Es decir, a repetir lo mismo que han creído durante 15 años: el pueblo chavista no existe.
Así que, de verdad, lo digo de corazón: Pobrecitos los inteligentes de la Oposición. Los compadezco. Con razón le ha pasado a la Oposición todo lo que ha pasado.

Domingo 26/07/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 19 de julio de 2015

Cómo mueren los partidos

Orlando Zabaleta

Los partidos no se mueren como los seres humanos. Hubo una época en la cual URD ya no tenía ni votos ni futuro, pero igual disfrutaba de cargos en diferentes niveles del Estado, gracias a su habilidad para negociar con AD y Copei. Se repetía mucho un dicho: “los partidos son como los tísicos: duran años para morirse”. Un partido puede morir históricamente, pero no estar políticamente muerto aún. Son dos muertes distintas.
En la IV República, luego del fracaso del modelo socioeconómico de los 60, hacia 1984, la burguesía le declara la guerra a los partidos tradicionales que tanto le habían servido. Razonaban que AD y Copei ya no les servían como mayordomos: eran ineficaces, no lograban controlar al pueblo y eran muy caros. Peor aún: eran remolones para aplicar la receta neoliberal sin pañitos calientes. Así aparece el Grupo Roraima, los trabajos del IESA y de cuanto tecnócrata se creyera salvador del país. La burguesía y sus intelectuales proclaman lo que quieren. Y los medios se encargan de la instrumentalización pública. La clase media, como siempre, compra el discurso: se vuelve “antipolítica”, se pone de moda declararse “independiente” (independiente de qué no estaba claro), hasta la antidemocrática uninominalidad absoluta es aupada por los más radicales.
AD y Copei estaban muertos desde esos tiempos, aunque no se hubieran enterado.
No creo que hoy AD exprese más que nostalgia y acaso reacción frente a la locura dominante en la oposición. El núcleo duro de la base opositora es una clase media histérica y fervorosamente antiadeca, situada más a la derecha que AD, y más influenciable por los medios que por un discurso político. No tiene proyecto político y ni falta le hace, ni le interesa la democracia más que como taparrabo de propaganda, ni menos la justicia social.
Otro partido muerto años ha es Proyecto Venezuela. Al final de los 80 apareció como alternativa frente a AD y Copei. La derecha necesitaba construir otros partidos. Le hizo bien el discurso nebuloso sobre el ciudadano, aprovechando la onda antipolítica, pero al lanzarse como alternativa nacional se suicidó, la inmediatez destruyó al proyecto. Ante el ascenso de Chávez, Proyecto Venezuela aceptó el apoyo de AD y Copei. Eso lo mató como propuesta distinta. La gobernación pudo esconder momentáneamente la muerte histórica, pero ni siquiera el poder es vacuna permanente para los muertos.
Por supuesto, una opción socialdemocratizante puede tener validez. Pero es difícil que AD pueda encarnarla. AD se ha fortalecido, jugando con astucia, dentro de la oposición, beneficiándose de las debilidades de sus rivales en la MUD. Pero el techo es muy bajito: bastaría una encuesta entre las bases opositoras para demostrarlo. La opción socialdemocratizante ha fracasado en su intento de fraguar: lo señala la espumosa vida de UNT, o las abortadas ofertas de personajes como Velásquez o Ismael García, que no logran superar el descrédito que ganaron con tanto esfuerzo.
Un partido nítidamente de derecha también tiene dificultades en consolidarse. PJ ha seguido el camino de Proyecto Venezuela cometiendo sus mismos errores.
En Venezuela nadie quiere ser catalogado de derecha. Aunque sea furibundo neoliberal y tenga a Obama como su héroe dirá con desparpajo: “Soy de izquierda, pero no populista”. Es una tradición muy vieja. Desde el siglo XIX, cuando todo el mundo se decía liberal y nadie aceptaba ser conservador; hasta la IV República cuando nadie quería declararse de derecha.
Los más inteligentes opositores viven dramáticamente esta situación.
Les doy un consejo gratis: dejen de escuchar a sus bases más histéricas, no lean a sus locuaces opinadores, ni oigan a sus locutores ni se dejen guiar por sus periodistas. Y pónganse a construir un discurso político serio.

Domingo 19/07/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 12 de julio de 2015

El socialismo, palabra polisémica

Orlando Zabaleta

Todos tenemos una noción sobre qué es capitalismo. Así sea por las gracias que lo adornan: pobreza y opulencia, una al lado de la otra. Ciclos reiterativos de crecimientos y descensos. Bancos que desahucian a los deudores. Especulación que trastoca precios y tasas de interés.
Por supuesto, el capitalismo no es un tema simple: más de dos siglos de debate desde Adam Smith, con la intervención de muchas mentes brillantes, atestiguan la complejidad del tema.
Sin embargo, hay un marco, así sea de límites difusos, dentro del cual debatimos sobre el capitalismo seguros de que estamos hablando de la misma cosa. Incluso si discutimos con los que juran que el “progreso” que el capitalismo promete es superior a la miseria que reproduce.
En cambio, la noción de socialismo es definitivamente polisémica. Es decir, tiene múltiples significados, significados que se intersectan en unas zonas y se excluyen en otras. Cuando discutimos sobre socialismo casi nunca estamos hablando de la misma cosa.
Marx se concentró en estudiar el capitalismo, y fue muy poco lo que escribió sobre el socialismo, porque consideraba “utópico” hacer predicciones; y necio, fijarle normas al futuro. Pero no es solo la fértil herencia cultural del siglo XIX, sino la aterradora herencia del XX la que nos confunde.
Rompamos el nudo gordiano: partamos de negar que fuera socialismo el llamado “socialismo” del siglo XX.
El “socialismo” soviético no fue el “gobierno de los productores” que planteaba Marx. Los trabajadores no eran dueños de los medios de producción y mucho menos dirigían la sociedad y el Estado. O sea, los trabajadores no eran la clase dominante.
Corolario elemental: la expropiación de la burguesía (la supresión de la propiedad privada sobre los medios de producción) por sí misma no significa socialismo; sobre todo si una burocracia se apropia de lo expropiado.
Ergo, la propiedad estatal no es igual a propiedad socialista (como lo vio Chávez al proponer en la fallida Reforma de 2007 la definición de propiedad estatal y propiedad socialista como entidades distintas). O sea, hay que diferenciar radicalmente el “capitalismo de Estado” del socialismo.
Todo esto lo pudimos haber visto en el mismo siglo XX antes de la caída del “socialismo real”. En los países “socialistas” de Europa del Este. En el "socialismo africano” de los 70-80. Incluso en los países capitalistas avanzados que hasta los 70 usaron la propiedad estatal para sostener el capitalismo “de la abundancia” de la postguerra.
El mismo Lenin no consideraba al joven Estado soviético un “Estado obrero”. Por dos razones, dijo: porque se basaba en una alianza de los obreros con los campesinos (es decir, con los pequeños propietarios), y, más importante aún, porque era un Estado burocrático. Y eso que aún Stalin no había súper fortalecido a la burocracia.
La burocracia es más autónoma socialmente de lo que podría pensarse. No sólo lo demostraron 60 años del “socialismo” soviético, también lo demuestra la autonomía del Estado en países petroleros como el nuestro. La tendencia de todo Estado a colocarse por encima de la sociedad (señalada por Marx y Engels) se vuelve más fuerte si hablamos de un Estado que tiene recursos propios y una burguesía raquítica e improductiva.
La burocracia soviética no fue una clase social, no se apropiaba del producto social a través de la propiedad privada, sino a través del Estado. A través del Estado, reitero. Sin propiedad sobre las empresas que regentaban, los burócratas no podían dejarlas en herencia a sus hijos, aunque en muchos casos los preparaban para dirigirlas, y producían una especie de “herencia” del  poder.
Es ridículo afirmar que la crisis actual obedece al socialismo, que no existe. Cerrando los ojos para no ver el capitalismo rentista que sí existe y al viejo Estado ineficaz que no termina de irse.

Domingo 12/07/2015. Lectura Tangente, Notitarde

domingo, 5 de julio de 2015

Los invisibles

Orlando Zabaleta

El fenómeno es viejísimo, viene de la más remota antigüedad. Bertolt Brecht lo cantaría en un famoso poema:
“El joven Alejandro conquistó la India. / ¿Él sólo? / César venció a los galos. / ¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero? / Felipe II lloró al hundirse su flota. / ¿No lloró nadie más? / Federico II ganó la Guerra de los Siete Años. / ¿Quién la ganó, además?”.
Los de arriba apenas miran a los de abajo, así sean mayoría. Son la parte fea del paisaje. El amo no se distrae con sus esclavos, aunque depende de ellos. El noble feudal no pierde el sueño por sus siervos. Y, por supuesto, la historia ni siquiera los nombra.
En nuestra América, hasta el liberalismo revolucionario del siglo XVII era incapaz de entender a los oprimidos. Solo así se explica que los cándidos franceses y los criollos blancos de Haití hablaran tan tranquilamente sobre los Derechos Universales del Hombre delante de sus esclavos negros. Porque era impensable que los negros pudieran creer que esos derechos los cubriera a ellos. Y más inconcebible aún que los esclavos negros tuvieran voluntad, valor y capacidad para organizarse y luchar por esos derechos tan mentados por los blancos. Así los sorprendió la rebelión, la guerra y la República de Haití, la primera república independiente de Sudamérica.
En la llamada IV República, los políticos y opinadores hacían los análisis tal como lo denunciara Brecht (y lamentablemente esa cultura no ha desaparecido). Que si fulano de tal decía, que si mengano planteaba. Los actores sociales nacionales se reducían a tres docenas de nombres.
Por esa miopía nadie vio llegar el Sacudón de 1989. Los de abajo, los invisibles, habían estado sacando cuentas desde el Viernes Negro, y el inesperado paquetazo de CAP II fue la gota que derramó el vaso y acabó las últimas ilusiones. Los invisibles lograron hacerse ver durante unos días, aunque a costa de miles de muertos.
Pero asombrosamente las viejas costumbres se impusieron, y, pasado el susto, las clases dominantes (económicas, sociales y políticas) siguieron igualitas. Antes que hacer reformas profundas, continuaron con su plan neoliberal: echarse al coleto las prestaciones, privatizar las empresas públicas, recortar los presupuestos educativos y de salud, “liberar” la economía. Estaban seguras de que el violento protagonismo popular era accidental y transitorio.
Y dando palos de ciego siguieron hasta la caída de la IV República.
Pero cada vez más se hizo difícil seguir invisibilizando a la mayoría. Sobre todo desde el 2002 fue imposible ignorarlos. La televisión no sabía cómo tratarlos, porque su especialidad era retratar y controlar a los que compraban, es decir, de la clase media para arriba.
Allí emergió el desprecio social que había estado latente desde siempre. Globovisión se dedicó a hacer tomas de los chavistas más desdentados. Los pobres son feos, desdentados, no saben hablar. Los “superiores” se autodenominaron “sociedad civil”, echando mano a una vieja expresión cuya historia desconocen (el uso excluyente de la expresión no les pasó desapercibido a los pobres, les informo).
En la clase media el desprecio social se convirtió en racismo social. Reforzado por su vocación ombliguera, que hace que un 15 % de la población no pueda dejar de creerse todo el país.
Por eso no pueden entender que los pobres salgan a manifestar, o a votar, masiva y libremente. Si lo hacen es porque se les da ron o se repartió carne. “Y son ignorantes”, repiten con desprecio y caradurismo algunos, cuyo nivel de lectura no pasa de los libros de autoayuda y Pablo Coello. Los pobres que piensan no existen.
Este es el verdadero origen de los desaciertos de la oposición. No es que no tengan gente inteligente, es que escuchan más a su propia “opinión pública”. Así están condenados a solo ver la cuarta parte del cuadro y a creer que Alejandro conquistó la India él solito.

Domingo 05/07/2015. Lectura Tangente, Notitarde