domingo, 19 de julio de 2015

Cómo mueren los partidos

Orlando Zabaleta

Los partidos no se mueren como los seres humanos. Hubo una época en la cual URD ya no tenía ni votos ni futuro, pero igual disfrutaba de cargos en diferentes niveles del Estado, gracias a su habilidad para negociar con AD y Copei. Se repetía mucho un dicho: “los partidos son como los tísicos: duran años para morirse”. Un partido puede morir históricamente, pero no estar políticamente muerto aún. Son dos muertes distintas.
En la IV República, luego del fracaso del modelo socioeconómico de los 60, hacia 1984, la burguesía le declara la guerra a los partidos tradicionales que tanto le habían servido. Razonaban que AD y Copei ya no les servían como mayordomos: eran ineficaces, no lograban controlar al pueblo y eran muy caros. Peor aún: eran remolones para aplicar la receta neoliberal sin pañitos calientes. Así aparece el Grupo Roraima, los trabajos del IESA y de cuanto tecnócrata se creyera salvador del país. La burguesía y sus intelectuales proclaman lo que quieren. Y los medios se encargan de la instrumentalización pública. La clase media, como siempre, compra el discurso: se vuelve “antipolítica”, se pone de moda declararse “independiente” (independiente de qué no estaba claro), hasta la antidemocrática uninominalidad absoluta es aupada por los más radicales.
AD y Copei estaban muertos desde esos tiempos, aunque no se hubieran enterado.
No creo que hoy AD exprese más que nostalgia y acaso reacción frente a la locura dominante en la oposición. El núcleo duro de la base opositora es una clase media histérica y fervorosamente antiadeca, situada más a la derecha que AD, y más influenciable por los medios que por un discurso político. No tiene proyecto político y ni falta le hace, ni le interesa la democracia más que como taparrabo de propaganda, ni menos la justicia social.
Otro partido muerto años ha es Proyecto Venezuela. Al final de los 80 apareció como alternativa frente a AD y Copei. La derecha necesitaba construir otros partidos. Le hizo bien el discurso nebuloso sobre el ciudadano, aprovechando la onda antipolítica, pero al lanzarse como alternativa nacional se suicidó, la inmediatez destruyó al proyecto. Ante el ascenso de Chávez, Proyecto Venezuela aceptó el apoyo de AD y Copei. Eso lo mató como propuesta distinta. La gobernación pudo esconder momentáneamente la muerte histórica, pero ni siquiera el poder es vacuna permanente para los muertos.
Por supuesto, una opción socialdemocratizante puede tener validez. Pero es difícil que AD pueda encarnarla. AD se ha fortalecido, jugando con astucia, dentro de la oposición, beneficiándose de las debilidades de sus rivales en la MUD. Pero el techo es muy bajito: bastaría una encuesta entre las bases opositoras para demostrarlo. La opción socialdemocratizante ha fracasado en su intento de fraguar: lo señala la espumosa vida de UNT, o las abortadas ofertas de personajes como Velásquez o Ismael García, que no logran superar el descrédito que ganaron con tanto esfuerzo.
Un partido nítidamente de derecha también tiene dificultades en consolidarse. PJ ha seguido el camino de Proyecto Venezuela cometiendo sus mismos errores.
En Venezuela nadie quiere ser catalogado de derecha. Aunque sea furibundo neoliberal y tenga a Obama como su héroe dirá con desparpajo: “Soy de izquierda, pero no populista”. Es una tradición muy vieja. Desde el siglo XIX, cuando todo el mundo se decía liberal y nadie aceptaba ser conservador; hasta la IV República cuando nadie quería declararse de derecha.
Los más inteligentes opositores viven dramáticamente esta situación.
Les doy un consejo gratis: dejen de escuchar a sus bases más histéricas, no lean a sus locuaces opinadores, ni oigan a sus locutores ni se dejen guiar por sus periodistas. Y pónganse a construir un discurso político serio.

Domingo 19/07/2015. Lectura Tangente, Notitarde

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