domingo, 23 de agosto de 2015

De rebeliones y revoluciones

Orlando Zabaleta

Cuentan que cuando uno de sus ministros le informó a Luis XVI que el pueblo parisino había tomado la Bastilla, el rey exclamó: “Ah, un motín”. El ministro lo corrigió de inmediato: “No, Sire, una revolución”. La anécdota es demasiado sabia para ser cierta. Pero ilustra la distinción entre la Revolución Francesa y las consuetudinarias revueltas urbanas que el precio del trigo propiciaba en los pobres parisinos.Mutatis mutandi, una cosa es el Caracazo y otra un vulgar saqueo. Algunos no pueden distinguirlos porque practican con fe ciega el pensamiento descontextualizado. El contexto es todo eso que rodea a cada hecho por sus seis caras, mientras conversa con él.Y el contexto del Caracazo es el de la América Latina golpeada por las recetas neoliberales, que se experimentaron por primera vez en los 70 de la mano de Pinochet, antes de que se fortalecieran en los 80 y otras dictaduras se encargaran de imponerlas.En Venezuela, pasada la borrachera saudita llegamos al ratón del Viernes Negro. De allí en adelante vivimos la caída por un tobogán lleno de hojillas. Es decir, el empobrecimiento acelerado de los sectores populares y de la clase media. Lusinchi con su cóctel de neoliberalismo con aspirinas bautizado como “Pacto Social” exacerbó el descontento al combinar la caída con la descarada corrupción del entorno lusinchista.Carlos Andrés Pérez interpretó con singular demagogia el dolor popular. En su campaña electoral prometió el regreso de la Venezuela saudita. Y que enfrentaría la crisis sin echársela encima a los más pobres. Constituyó dos comisiones para definir el programa de gobierno. La pública la formó con integrantes de AD (desde Humberto Celli hasta los del buró sindical) y allí se renegaba de las medidas neoliberales. La clandestina, con los que luego serían sus ministros y asesores (Miguelito Rodríguez y la comparsa de tecnócratas) y allí sí entraba el FMI. Una cara para la farsa y la otra para el gobierno.El pueblo reaccionó frente al juego de engaños de CAP, cuyo caradurismo, de proporciones mitológicas, lo llevó en diciembre, ya presidente electo, a declarar desde Suiza que  no negociaría con el FMI; luego, en enero, realiza la “coronación”, una gran fiesta que anunciaba que, efectivamente, no harían falta sacrificios. Y en febrero, inesperadamente, saca la carta del paquete debajo de la manga.A una sorpresa el pueblo respondió con otra: El Caracazo.Las “fuerzas vivas de la nación” estaban sorprendidas: gobernantes, diputados, políticos del gobierno y de la oposición; de derecha y de izquierda; dirigentes empresariales y de los comerciantes; líderes religiosos. Ninguno lo previó, y menos los llamados “cuerpos de inteligencia”.Ese fue el contexto, sin el cual no se entiende nada.TODOS, todos, saqueamos el 27. El 80% de país, al menos. Unos rompían las vidrieras y otros los aplaudían desde sus casas. Para los sectores populares y la clase media era justificable la revuelta, o al menos comprensible. Y hasta justo castigo a los abusos, mentiras y robos de los sectores dominantes.Luego, a media tarde, se asustaron los que aplaudían. Demasiado larga la cosa. La clase media se espanta de primero: ya en la noche es puro temor: las turbas, imaginaban, encenderían las ciudades, o, peor aún, asaltarían sus casas.El Caracazo marcó una división, sellada con sangre por la represión injustificada que le siguió. Fue un acto de conciencia: Ya no creemos más.Fue revuelta, es verdad, porque no tuvo programa, ni consignas, ni dirección, ni demandas que negociar. Pero también fue revolución porque expresó claramente un "Hasta aquí", y tuvo otra consigna implícita: Existimos.Los descontextualizados ven solo la revuelta, sin ver los lados, sin el antes ni el después. Echarle la culpa a la gasolina es infantil.¿Ven las diferencias con la situación actual? Para ver hay que entender.
Domingo 23/08/2015. Lectura Tangente, Notitarde

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