domingo, 21 de junio de 2015

Cuando llegaron los nazis

Orlando Zabaleta

Hollywood acostumbra cubrir la tragedia alemana de los años treinta con un sencillo leitmotiv: Hitler estaba loco. Utiliza un argumento psicológico y sensacionalista para ocultar las causas de ese desastre. Que un asunto individual y psiquiátrico se vuelva el totum factotum de una situación política por encima de 66 millones de alemanes es infantil, pero es un truco muy usado. Y, peor aún, muy creído.
La derrota de Alemania en la primera guerra mundial se selló con tratados infames que condenaban y humillaban al pueblo alemán. Las potencias imperiales vencedoras impusieron, muchas limitaciones abusivas, incluyendo una deuda gigantesca e impagable. La crisis del capitalismo mundial que arrancó en el 29, y que produjo el más gigantesco desempleo y la paralización económica, hizo el resto. La República, fundada a la caída de la monarquía en 1918, la llamada República de Weimar, quedó desacreditada totalmente. La derecha tradicional, que regentaba la república escondiendo su corazón monárquico, acabó agotada y descalificada.
Y en ese escenario la ultraderecha creció en todas sus variantes. El nazismo fue la variante más exitosa. Irracional y violento, se forma con ex combatientes de la guerra, y conforma las bandas paramilitares de los SA, los camisas pardas, que se dedicaban a golpear y matar a comunistas, judíos y homosexuales, y a asaltar a los sindicatos. El hecho de que odiaran al parlamentarismo liberal no dejaba de colocarlos a la derecha, pregúntele a Pinochet y a otros de su especie.
Para salir de la crisis, el capital financiero e industrial decide apoyar al movimiento nazi y dejar a un lado a los que habían sido tradicionalmente sus partidos.
Hitler no llegó al poder por mayoría. En las parlamentarias de 1932, los nazis obtienen el 37,3% de los votos. Mientras los partidos de izquierda suman el 35,9% de los votantes. La derecha tradicional, que controla la presidencia, al no poder constituir un gobierno estable, vuelve a llamar a elecciones en noviembre de ese mismo año. Los nazis retroceden, pierden millones de votos y muchos escaños al solo obtener 33,1%. Los socialdemócratas y comunistas aumentan su votación hasta el 37,3%.
Entonces la derecha tradicional decide llamar a Hitler al gobierno, aunque sus votos hayan disminuido. Algunos políticos de la vieja derecha creía que los violentos nazis en el gobierno se desgastarían rápidamente, y, luego de ese desgate, la derecha tradicional recobraría su votación.
¿Cuál era el apoyo de masas de Hitler y sus camisas pardas? La clase media alemana. Histérica por la crisis, ofuscada por el fracaso de la república, se obsesiona con Hitler, y le da su apoyo eufórico.
Los trabajadores alemanes no cayeron en ese engaño, votaban por los socialdemócratas y los comunistas, y mantuvieron hasta el final su rechazo al fascismo. Pero por un criminal error histórico, el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista estaban ferozmente divididos.
Hitler, llamado al poder en enero del 33, no pierde tiempo, manda a incendiar al Reichstag, el parlamento alemán, acusa a los comunistas de ese atentado, asume poderes dictatoriales, ilegaliza a los comunistas y empieza a armar su férrea y sanguinaria dictadura. La clase media, enfermizamente anticomunista, se siente liberada de la amenaza bolchevique.
El pastor alemán Niemoller lo diría poéticamente años después: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. / Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. / Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”.
Postdata: Esto no es mera historia, es mucho más: de te fabula narratur.

Domingo 21/06/2015. Lectura Tangente, Notitarde

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