domingo, 24 de mayo de 2015

La burguesía que nos tocó

Orlando Zabaleta

La burguesía venezolana debe ser la más quejumbrosa burguesía del mundo. Varias generaciones hemos pasado la vida escuchando sus lamentos. Mucho llantén y poca producción. Porque no es una burguesía productiva, como, por ejemplo, la francesa. O la brasileña, que también se queja pero al menos produce chips y aviones.
Lo cierto es que la burguesía que nos tocó es difícil de comprender.
La burguesía de comienzos de siglo XX la retrata Matos, dueño del Banco de Venezuela y del Banco Caracas. Es jefe del levantamiento contra Cipriano Castro porque financia la rebelión. Pero la plata la recibió de la New York & Bermudez Co, empresa yanqui que explotaba el campo petrolero de Guanoco y quería un gobierno más comprensivo con sus intereses, o sea, más entreguista.
Matos encarna al burgués de la época. Naturalmente vendepatria si los dólares eran suficientes. Emprendedor y arriesgado con la plata ajena. La burguesía era básicamente banquera y comerciante.
Cuando, al fin, llegó Gómez, el presidente que las transnacionales andaban buscando, la burguesía se metió en el negocio de las concesiones petroleras. Negocio de una cuantía inimaginable para la época.
Desde los 30, las empresas se conformarían en relación a la urbanización de las ciudades y a las necesidades de construcción de los gobiernos principalmente. Y  a la importación, por supuesto.
Cuando llega 1958, los adecos traen un plan. El excluyente programa de AD y Copei pasaba por monopolizar como partidos el poder. Y por reprimir a quien intentara competir con ellos. Pero sí tenían un plan estratégico. La llamada “sustitución de importaciones”.
Se prohibió la importación de muchos artículos y se cargó con altos impuestos la importación de otros. Venezuela se convirtió en un invernadero proteccionista. A la burguesía se le dio créditos a granel, que muchas veces no pagó (así quebraría a la CVF).
Aquí en Valencia, se creó la zona industrial. Se le dotó de servicios y vialidad, y el terreno se vendió a precios risibles a las empresas, a las que se exoneró de impuestos municipales. Ahora sí tendríamos industrias y dejaríamos de importar muchos productos. Pero el invernadero tenía un hueco oculto. Las transnacionales instalaron sus fábricas, pero la “sustitución de importaciones” era ínfima. Ya no importábamos el automóvil entero, lo importábamos por partes (pagadas en dólares) y lo armábamos aquí.
Con todas las ventajas proteccionistas la burguesía no creó una infraestructura productiva. Ni nos ahorró dólares. El producto “nacional” era mucho más caro que el mismo producto en el exterior. El consumidor pagaba el “Made in Venezuela”. Se necesitaba a un socio yanqui hasta para producir clavos. Mientras, la burguesía se quejaba del control de precios y del contrabando desleal.
Luego vino el aumento del precio del petróleo en los 70. La demanda aumentó bárbaramente, pero se cubrió con importaciones, esperando que, algún día, nuestra burguesía la cubriera con producción nacional. Vana espera.
En los ochenta le entró la manía de la globalización y de la apertura. No más invernadero. Quería competir y pedía “libertad” económica. El coro repitiendo ese discurso fue ensordecedor. Exigió y obtuvo la entrega de las prestaciones sociales, la liberación de los precios, la libertad para acceder a los dólares y sacarlos del país. Nada de controles. Pero tampoco se le vio el queso productivo a la tostada. Algunos grupos metidos a globalizados quebraron sus propias empresas: ver la historia del grupo Mendoza y del grupo Newman.
En fin, ni con proteccionismo ni con liberalismo, ni con alta demanda ni con créditos, ni con control ni descontrolados. Recuerdan la canción: “Ni contigo ni sin ti, tienen mis males remedios”.
Me es muy difícil imaginar un escenario donde la burguesía venezolana logre industrializar al país. Digo, si aún lo está pensando realmente.

Domingo 24/05/2015. Lectura Tangente, Notitarde

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