domingo, 8 de marzo de 2015

La guerra incivil

Orlando Zabaleta

En lugar de tener pesadillas con el tema, muchos sueñan sensualmente con una guerra civil. Así sea de mediana intensidad. Como si los incendios fueran fáciles de controlar.
Parece mentira, pero las guerras civiles son más brutales que las guerras entre naciones. En la primera guerra mundial, inhumanamente derrochadora de vidas humanas, hubo muchos casos de confraternidad en el frente: alemanes, franceses, rusos, detenían por momentos la faena diaria de matarse mutuamente para compartir con el “enemigo”. Estos saraos, por supuesto, espantaban a los generales y a la alta oficialidad, que los estigmatizaban como traición.
Las guerras neocoloniales son distintas: como se parte de la inferioridad natural e indiscutible del invadido, los roles están claros. El nativo se encuentra en un nivel de infra humanidad. Por eso el soldado o mercenario gringo no tiene miramientos en el operativo: el iraquí, el afgano, el libio, el haitiano, el dominicano, el granadino, el panameño, a lo sumo son humanos potenciales, sólo alcanzarán la plena humanidad cuando obtengan la “cultura” que los “civilizados” invasores les traen con ametralladoras, tanques, cañones, aviones, drones y mucha sangre. El desprecio supera al odio.
Pero las guerras civiles exigen definir la diferencia con el otro: a fin de cuentas, el “otro” tiene la misma religión, habla el mismo idioma con los mismos modismos, vive en la misma tierra, y comparte, amén de la cédula de identidad, algunas referencias históricas. El “otro” es tan uno mismo que sólo el odio más inconmovible puede legitimar el acto de matarlo (el racismo, el desprecio social, el maccarthismo trasnochado, ayudan).
La ferocidad de la guerra civil española cumplió la profecía de Machado: “una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. “Y la muerte española, más ácida y aguda que otras muertes” (diría Neruda) se enseñoreó en los campos.
La guerra civil salvadoreña fue espantosa, aunque la oligarquía salvadoreña llevaba décadas practicando el genocidio con los pobres (en los años 30 la represión alcanzó entre 10 mil a 30 mil muertos). El coronel Roberto D'Aubuisson, el mismo que ordenó asesinar a monseñor Romero, no sólo dirigía las masacres, también participaba personalmente en los asesinatos y torturas. Años después, el ex embajador norteamericano en El Salvador, White, lo calificaría como un asesino psicótico. De paso: nunca he entendido cómo la oposición venezolana se siente complacida de traer a Venezuela al hijo de D'Aubuisson a aconsejarnos sobre la práctica de la democracia.
Entre los publicistas nativos de la guerra civil hay uno, a quien conocí hace años, que llama a la insurrección abierta, a pagar (y hacer pagar) con sangre la conquista de la “libertad”, y luego de teclear en su laptop su temeraria proclama y enviarla al mundo, apaga su computadora, y se va a dormir tranquilamente en su apartamento en Miami. Otro trastornado explica en un video cómo hay que tomar Miraflores, exhorta a la gente a quemar sus propios carros, irritado por la desidia de sus ciber-seguidores, porque si siguieran sus instrucciones, dice, hacía tiempo que habría caído el “régimen”; y luego de cumplir su deber patrio, también apaga la cámara-web y se va a descansar, por supuesto, en Miami.
Claro, son irresponsables al infinito. Pero son, hay que recalcarlo, criminalmente irresponsables. Juegan con sangre ajena.
También tenemos a guerreristas en el suelo patrio. Cautelosos que cuidan la palabra pública al insuflar la candela; según ellos se puede derogar la constitución y a la vez ampararse en ella; es más: la constitución misma dizque permite en su articulado ser eliminada (cuento rancio ya usado en 2002). No les pesa la sangre. La vida humana es un simple utensilio. Menos la propia: muchos tienen asegurado el avión en el que saldrán del país a continuar su cruzada desde afuera, donde fungirán de héroes de una guerra a la que no verán cara a cara.
Las guerras civiles, ya de por sí catastróficas, siempre dejan un desastre (aunque  miles de muertes  convertidas en estadísticas, y más sin son históricas, parece que pierden hasta el horror). Acabado el conflicto, los mismos incendiarios declaran no saber cómo fue que su país entró en guerra civil. Cómo la candela llegó a convertirse en incendio. ”Se nos escapó de las manos”. Nadie puede explicarlo. O sea, nadie es responsable.
Pero lo más grave no son los pervertidos locuaces, abiertos o solapados. En una situación normal estaríamos ante un problema de psiquiatría. Lo realmente grave es que tengan su público. Y hasta sus defensores.

Domingo 08/03/2015 Lectura Tangente, Notitarde

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